Acto Octavo

New York

9 de diciembre 2017

Departamento de Recursos Humanos / FBI

La mañana del lunes llegó más pronto de los que el joven agente pudo prever, sin embargo el resto del día parecía no querer avanzar en la misma medida.

Peyton Charles, representante legal del CMC, tenía la tarea de escoltarle hacia las oficinas de Recursos Humanos, donde un miembro del comité de Asuntos Internos explicaría las medidas tomadas hasta finalizar la investigación pertinente.

Reducción salarial, suspensión del trabajo de campo, democión temporal de su rango y entrega de su arma reglamentaria eran algunas, sin embargo ninguna parecía tan molesta como la perspectiva de trabajar codo a codo con la quimera hasta concluir el proceso.

El panorama poco alentador, sumado a la mala actitud de su interlocutor y una terrible noche estaban causando estragos en Stiles. La luna llena se estaba acercando, y como cada mes, debía sufrir solo por las consecuencias de sus decisiones pasadas.

Una fina capa de sudor frío perlaba su piel, y aunque seguramente el veterano frente a él continuaba hablando, ya no podía comprender las palabras que salían de su boca. Internamente su mente era un caos, externamente su cuerpo comenzó a radiar una tenue energía que no tardó en infectar el sistema eléctrico. Una por una las luces a su alrededor comenzaron a parpadear sin motivo aparente, hasta que Payton, bendita sea, reparó por primera vez en el estado de su representado, y colocando firmemente  una mano en su espalda dio por terminada la sesión escoltándole a la salida.

Afuera, el castaño tomó unos segundos para acompasar su respiración y agradece con una ligera sonrisa a su acompañante. La mujer a su lado no solo era competente, sino además muy intuitiva, y hoy más que nunca debía agradecer la buena fortuna de Rafael al hallarla.

—Parece que te debo una, Charles.

—Según mis cálculos me debes más que esto, Stilinski —bromeó—. ¿Listo para reunirte con tus nuevos colegas?

—¿Si dijera que no cambiaria algo? —inquirió sarcásticamente el muchacho.

—Me temo que no.

—Pues adelante, ricitos. No quiero que el nuevo jefe me muerda por llegar tarde en mi primer día. E oido que tiene rabia.

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Beacon Hills

9 de diciembre 2017

Mansión Hale

Era de noche en el condado de Beacon cuando el caos estalló. La luna llena brillaba en el firmamento mientras la manada se precipitaba en ayuda del alfa. Derek estaba fuera de control una vez más. Los cristales caían al piso, y las tablas de madera resonaban bajo las pisadas frenéticas de los lobos que en vano intentaban calmarle.

Scott fue el primero el llegar, seguido por Liam y Hayden. El trío hacía todo lo posible para contener su furia, pero era imposible.

Dientes y garras se enfrentaron haciendo añicos todo a su paso, el rugido desesperado mientras trataban de someter al beta y los aullidos solitarios del lobo clamando por su compañero eran los sonidos desgarradores que se escuchaban en medio del bosque que rodeaba la antigua propiedad de la familia Hale.

Cada mes era igual. No, cada mes era peor. El trigueño comenzaría alejando a todos, aludiendo que ya estaba mejor, que sería diferente, su tío reiría, daría media vuelta, y por el tiempo que durara la luna llena no se acercaría a la casa. Entonces, al llegar la media noche, como si de un reloj se tratase, el ciclo comenzaría de nuevo: La tristeza, la ira, y la locura autodestructiva al final. Era tan irónico. El hombre que alguna vez le ayudara a encontrar su ancla y controlar su transformación se encontraba reducido a una bestia.

Scott ya no lo soportaba, lágrimas se precipitaron por sus mejillas a la par que sus dientes se hincaron en la nuca de su atacante, forzándole nuevamente a mostrar sumisión ante el alfa.

Scott lo odiaba, pero no había otra opción, Derek estaba perdido hace mucho, y sospechaba que no volvería pronto.

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