Parte Única
Cr. img: A quien corresponda
Hola! Nuevamente ando por aquí para dejar una historia que publiqué en abril del 2021 ;u;
Solo quiero aclarar unas cosas:
1) En este AU a los cambiaformas se les llama terian, que viene de la palabra "teriantropía".
2) Will y Hannibal tienen sexo en su forma animal. Sin embargo, la reproducción no se asemeja a la real.
3) Se supone que los mestizos son producto de la cruza de terian de diferentes razas (incluso si se trata de un perro con un lobo o un gato doméstico con una pantera)
Sin más que decir, les dejo leer...
~*~*~*~*~
Will miraba el paisaje a través de la ventana del auto en el que viajaba. Altos pinos se alzaban esplendorosos a las orillas de la carretera, recordándole su antiguo hogar en Virginia. Por breves instantes vio a sus perros correr a la par del auto, meneando sus colas, con lenguas de fuera y ojos inocentes observando sus alrededores. De solo recordar sus viejos paseos vespertinos una pequeña sonrisa se asomó en sus belfos. Sin embargo, esa ilusión se desvaneció en el momento que hubo un ligero movimiento y con ello su pequeña alegría.
Sus ojos viajaron al conductor a su lado derecho. Al ver el perfil del hombre le vino a la memoria la primera vez que se conocieron: Will trabajando bajo el yugo de Jack Crawford, siendo catalogado como el "sabueso del FBI". Gran parte de su vida su nombre había sido minimizado, había sido suplido por incontables apodos que buscaban etiquetarlo y recordarle que él no pertenecía a ningún lado. No podía ser parte de los terian por ser mestizo, pero tampoco podía buscar un lugar con los humanos por ser un medio-terian. No obstante, el poco tiempo que vivió con ellos aprendió a controlar a la bestia en su interior y no lastimar a los frágiles humanos.
Fue una vida llena de soledad y de andar por el mundo completamente solo. Lo único que le permitió continuar fue le hecho de formar su propia manada, un atisbo de su deseo de tener una familia. De cierta forma encontraba consuelo en ellos al poder entenderse por ser mitad canino. La única forma de no caer tan profundo en ese pozo sin fondo fue el ofrecerse como apoyo para la policía, permitiendo que le colocaran un bozal, que le amarraran una correa al cuello y que nuevamente su nombre fuera olvidado. Durante seis años se dedicó a olfatear a aquellos asesinos que no dejaban rastro alguno y que los humanos no podían encontrar por más que se apoyaran en las nuevas tecnologías. Seis años su único objetivo era poder proveer a su manada, poder sobrevivir, aunque no supiera si valía la pena.
Buscar pareja se volvió un sueño infantil que quiso enterrar al percatarse que ni cortejando a un terian de clase baja ni a un humano podía aspirar a ello. En su mente la soledad sería su compañera hasta el final de sus miserables días.
Así lo pensó hasta que conoció a un terian de clase alta bastante peculiar.
El mundo de los terian y los humanos habían colisionado centurias atrás resultando en confrontación de especies. Los primeros considerados bestias al poder cambiar de pieles a ciertos animales, principalmente felinos o caninos. Sin embargo, a pesar de los posibles roces entre ellos, en algún punto de la historia se firmó un tratado con reglas estrictas para ambos lados. Los terian vivirían en zonas específicas con sus costumbres intactas, sin jurisdicción humana. La unión entre ambas especies estaba prohibida; con registros de muertes a cuestas. Los de clase alta tenían privilegios por ser "los representantes de los terian", incluso llegando a subyugar al humano más poderoso.
Will había escuchado historias en la calle, en algunas conversaciones de los agentes con quienes tenía redadas, lo leía en artículos de internet de testimonios anónimos, pero nunca vio en persona a un clase alta poniendo nervioso al molesto de Jack sino hasta que llegó Hannibal Lecter. Le sorprendió que por primera vez uno de su misma especie le dedicara tan siquiera tres segundos para mirarlo. Su lado canino meneaba la cola, emocionado de ser reconocido. Sin embargo, la vergüenza de que le viera como una herramienta más para los humanos, le hizo alejarse de donde estaba. Recuerda que caminó lo suficiente hasta que Jack dio un ligero tirón a la correa, ignorando lo mejor posible las burlas humanas y tan solo echándose para descansar un rato. Su cuerpo tenía heridas infligidas por filosas navajas y roces de balas. Nadie se acercaba a auxiliarlo, sabiendo que en un par de horas estaría recuperado y con nuevas cicatrices. Estar en su piel, le protegía de la expresividad que pudiera mostrar en su rostro de humano, pero no contó con que Hannibal se acercaría a él y le hablaría casualmente. Los ojos rojos particulares de un terian de clase alta; entre más intensos, más pura era su sangre. A comparación de los suyos que eran azules, una falla genética común entre los mestizos.
"Soy Hannibal Lecter. Un gusto conocerte, Will", fue lo que le dijo como saludo. Era la primera vez que alguien le dirigía la palabra y que lo llamara por su nombre. La calidez que sintió en su corazón le desconcertó al punto de tan solo inclinar un poco su cabeza y mirar hacia otro lado. En ese momento no sabía si volvería a ver a ese hombre, por lo que se dedicó a guardar ese recuerdo en el tranquilo río de su mente.
—¿...ill? ¿Will?
—¿Eh? —musitó completamente distraído, parpadeando un par de veces para enfocar su vista en el rostro consternado del otro.
—¿Dónde estabas? —inquirió Hannibal con voz suave y mirada curiosa.
—En el río... —replicó sonriendo débil como forma de disculpa.
Hannibal, entendiendo rápidamente a qué se refería, simplemente sonrió y asintió.
—¿Fue una buena visita?
Will entreabrió sus labios para responder cuando se percató que el auto ya no estaba en movimiento, por lo que giró un poco el rostro para visualizar la enorme reja que se alzaba imponente frente a ellos.
—No me ahogué —replicó por lo bajo mientras admiraba los decorados y el emblema de la familia Lecter en lo alto: un león con las fauces abiertas—. ¿Hace cuánto llegamos?
—He estado llamándote un par de minutos —manifestó Hannibal, llevando su mirar a lo que mantenía entretenido a su pareja. Con ojos brillando cual brasas y una sonrisa encantadora dijo: —Bienvenido a casa, querido Will.
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La sensación de no encajar entre tanto lujo y elegancia siempre estuvo presente desde que conoció a Hannibal. Will no podía evitarlo, era como un interruptor dañado que no podía apagarse. Por más que el doctor se esforzara por hacerle ignorar las habladurías de la alta cuna entre los terian, por presentarlo ante ellos como su pareja, el vacío en su estómago y esa molesta vocecilla que se reía de su mera existencia, persistían como sanguijuelas.
Había sido difícil para él aceptar sus sentimientos hacia el terian de sangre pura. Tantas décadas vagando solitario por los caminos de una vida llena de discriminación y humillación, que el simple hecho de tener un amigo era casi un tabú. No pudo negar sentir algo semejante a una caricia en su corazón cuando irises rojizos lo miraban atento, lo delineaban con interés y curiosidad, y parecían marcarlo.
En retrospectiva, desde el inicio Hannibal fue directo con su cortejo; uno bastante peculiar y único. Will nunca había sido cortejado, había visto en películas o en las vivas calles de la ciudad, pero ninguno se comparaba al del doctor. La sangre, los juegos mentales, los monstruos y quien fue su hija: Abigail. De solo recordarla era como apuñalarse el corazón con un pedazo de metal ardiente. El resentimiento hacia Jack resurgía cual tempestad, tentándolo en cambiar de piel y ser el orquestador de una matanza sin precedentes. Sin embargo, su ancla o su nuevo collar de oro y diamantes de correa de piel ahora era sujetada por manos hábiles y manchadas que le impedían realizar aquello que tanto ansiaba.
Es por ello por lo que hundía en el río aquellos recuerdos, forzándose a pensar en el presente, a sentir bajo sus yemas la fría superficie de muebles de madera fina, a olfatear el lugar y reconocer que en cada rincón el fuerte aroma de su pareja prevalecía. Estaba en el territorio de un terian de clase alta, en una mansión que con el tiempo consideraría hogar para él y para sus cachorros. Ante la idea de ser él quien gestaría a los descendientes de un terian que ni en sus más descabellados sueños pensó conocer, lo ponía nervioso. Él era una anomalía entre los suyos, ¿por qué Hannibal querría manchar su gran linaje con él? La mezcla de un león con un lobo-perro... Esperaba que mínimo nacieran sanos.
Serían unas semanas de varios preparativos para él.
—¿Will? —llamó Hannibal desde el final de la enorme escalinata con pasamanos lustrosos, mientras el mencionado miraba a través de la ventana que se asemejaba a uno de aquellos vitrales en Notre Dame. La grisácea luz de una posible puesta de sol tocando el cuerpo maduro de su pareja, de la futura mater.
—Cuando mencionaste que tu palacio era vasto —comentó Will con voz suave mirándolo por sobre su hombro—, no estabas bromeando. —La sonrisa en delgados labios fue suficiente para que Hannibal deseara cambiar de piel y tomarlo ahí. Se veía tan hermoso, casi como una de esas gemas que encuentras por accidente y colocas frente a la luz del sol por primera vez.
—Ahora ya no es solo mi palacio —aclaró el doctor, subiendo cada peldaño con firmeza y dominancia, no rompiendo el contacto visual—, también es tuyo, Will —dijo mientras daba los últimos pasos para por fin estar cerca de ese aroma de un mestizo, uno similar a la sangre mezclada con vino añejo. Una delicia y que solo él podía degustar. No entendía por qué nadie se atrevió a cortejar a un ser tan interesante, pero su lado posesivo se alegraba de que no había ocurrido y había sido él el primero y único.
—Y en un tiempo de nuestros cachorros —susurró Will con un ligero sonrojo en sus mejillas, mirándolo con anhelo. Sí, habían perdido a su hija, pero ese había sido el impulso suficiente para conseguir que Will se fuera con él y dejara al molesto de Crawford. Ahora, la posibilidad de marcarlo, de preñarlo y tener una descendencia única estaba totalmente a su alcance. Nadie más podría tocar a esta mater tan preciada.
Con eso en mente, Hannibal sonrió, llevando su diestra para acariciar su mejilla libre de cualquier rastro de barba. Llevaba semanas dosificando el extracto de Shatavari en los alimentos de Will para prepararlo. Desde que el mestizo comenzó a comportarse como una mater con Abigail, es que se decidió a adecuar el cuerpo de su cortejado. Las cantidades habían sido mínimas, pero las suficientes para inducir la producción de hormonas que activarían el útero y ovarios. Los terian nacían con ambos órganos reproductivos, solo que esos genes humanos aún presentes en ellos es que podían desarrollarse más ciertos órganos, dejando a los otros inactivos. Por ello, la producción de Shatavari era importante para los terian, porque esa planta podía hacer que las parejas de solo machos o solo hembras, pudieran tener cachorros.
—Permíteme mostrarte los alrededores —solicitó Hannibal con voz suave, extendiendo su mano que fue tomada sin titubeo.
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La mansión Lecter podía describirse como un pequeño reino. Las vastas áreas verdes y bosques, junto con un pequeño lago artificial hacían del lugar un paraíso. Los leones eran conocidos por ser territoriales y poseer grandes extensiones de tierra para ellos. Era sencillo imaginarlo, pero verlo era increíble a ojo de cualquiera. Will caminaba por la pequeña vereda acompañado de su pareja quien le permitía detenerse cada que algo llamaba su atención. El sonido de pajarillos y la brisa moviendo las ramas de los altos árboles, tranquilizaba su agitado espíritu. Vivir apartado del mundo en Wolf Trap junto a su manada había generado en él esa sensación de constantemente estar en contacto con la naturaleza.
Su destino era lo que en un futuro sería su nido, donde pasaría su estro con Hannibal. Las dosis de Shatavari serían más notorias a su olfato.
Aunque el doctor tuviera un gran control de sus emociones y gestos, había ocasiones en las que su máscara se salía de su lugar, dejando ver sus verdaderas intenciones. Will había pasado gran parte de su vida observando a los demás, aprendiendo a reconocer las manías en cualquiera y, gracias a su lado canino, poder empatizar con éstos; aunque generalmente no era bienvenido ese tipo de acercamiento. Además de que su olfato lo había heredado de su madre, que había sido una loba. Un olfato que durante seis años estuvo rastreando el más mínimo indicio de aroma de un criminal que no había dejado rastro físico en una escena.
No obstante, todo este tiempo se había mantenido callado ya que en su interior el deseo de tener una familia era algo tan férreo que, ante la menor oportunidad, ese lado egoísta e ingenuo salía a relucir, deteniendo su lengua de confesar lo que sabía. A pesar de ello, la culpa de manchar un gran linaje era latente y en ocasiones opacaba sus deseos.
—Ya casi llegamos —anunció Hannibal a su izquierda, caminando cual rey.
El crujir de las hojas bajo la suela de sus zapatos fue aminorando conforme se acercaban a lo que podría a una cueva a las faldas de una montaña, pero la perfecta entrada curveada y el interior delataban su creación artificial. En lo que sería la sala de la cueva, al fondo había un gran desnivel en forma de elipse donde se imaginaba que se construiría el nido. En un costado, cerca de la entrada, había un pequeño riachuelo que alimentaba al lago artificial de la propiedad, fluyendo tranquilo y vivo. La altura era suficiente para poder albergarlo estando en su piel e incluso cuando Hannibal lo montara. Podía notarse que había sido limpiada poco antes de su llegada, lo que le llevó a pensar si había personal de servicio.
—Hannibal —llamó Will, escuchando el eco en la cueva. El aludido estaba aún en la entrada, mirándolo con completa atención—, ¿hay personal de servicio en la casa? —preguntó con curiosidad.
—Lo hay, querido —replicó el mayor acompañado de una pequeña inclinación de cabeza—. Solo que tienen no puede mostrarse ante nosotros a menos que lo solicitemos.
Ante aquella confirmación Will frunció el entrecejo, girándose por completo para encarar al otro.
—¿Por qué?
—Es una regla general, querido Will. En todas las familias de clase alta está esa regla. Después de todo, la mayoría de los que conforman al personal son de clase baja, mestizos o humanos. Se considera una grosería que otros que no son de la manada, vean los actos cariñosos y escuchen conversaciones privadas.
A cada palabra, Hannibal se iba acercando a él, desplegando su aroma dominante que envolvía poco a poco al mestizo que sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Los efectos de la Shatavari estaban manifestándose poco a poco en Will, quien percibió ese destello de satisfacción y orgullo en el terian.
—Claro, las tradiciones y tratados —musitó Will con una sonrisa irónica a la par que asentía.
—Es correcto.
Estando tan cerca, distinguiendo el calor emitido por su pareja, inspirando el delicioso aroma a madera de pino quemada con un poco de cobre, un deseo arrollador lo embargó. Solo bastaba inhalarlo para sentir su cabeza nublarse por breves instantes y que sus instintos se apoderaran de él. Sin mayor decoro acortó la distancia para poder besar los belfos de quien sería el pater de sus cachorros. El beso se volvió cada vez más íntimo, cargado de una pasión monstruosa que hacía a ambos colisionar de una y mil maneras.
Cuando Will sintió ahogarse, rompió el beso con un jadeo, echando su cabeza hacia atrás, dándole el acceso a su cuello: un signo de total entrega. De Hannibal se escuchó un rugido reprimido, que vibró en su pecho y el mestizo por supuesto que notó. El doctor se acercó a la garganta, depositando un casto beso en la manzana de Adán.
Permanecieron abrazados un lapso, liberando sus feromonas para marcar aquel lugar como su nido. Aunque estuvieran en propiedad privada los instintos florecían, al parecer.
—Iba a preguntar si te había gustado, pero...
—Estamos marcándolo —terminó la frase Will con una risilla divertida que fue compartida con el doctor.
—Con esto empezaremos la semana Cernunnos —pregonó Hannibal.
Will simplemente sonrió mientras asentía.
En una semana se uniría a Hannibal, sabiendo que aquellas manos incontables veces habían terminado la vida de otros.
La sangre podrá ser lavada, pero su aroma prevalece.
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Los días pasaron en un santiamén y Will poco a poco iba acostumbrándose al silencio en la mansión. Recorrerla era como si estuviera fisgoneando en una casona abandonada, pero sus oídos lograban capturar hasta la más ligera de las pisadas. Mínimo sabía que, escondidos en las sombras, había más gente. Hannibal había estado trabajando en su estudio en los preparativos para cuando el tiempo de cría llegara. Serían meses intensivos tanto para Will como para los cachorros. Cerca de medio año tensos.
Con ello en mente, toda comida era preparada solo por Hannibal, quien lo alimentaba con lo apropiado para que su cuerpo soportara la gestación y lactancia. Las infusiones de Shatavari se habían vuelto su café de la mañana y noche. A cada amanecer, sudor frío lo cubría y un dolor en sus genitales y abdomen le hacían quejarse. Síntomas normales al activar órganos y el incremento de niveles de hormonas.
El proceso había sido doloroso, pero en el séptimo día, en el ultrasonido se podía ver un útero completamente funcional, ovarios sanos y que el ducto vaginal estuviese completamente formado, conectándose con el recto.
—Estás listo, querido Will —informó Hannibal una vez apagado el aparato y pasándole un pañuelo para que se retirara el exceso de gel esparcido en su abdomen.
—El nido también está terminado —anunció Will acomodándose las ropas. Afortunadamente Hannibal le permitía usar su guardarropa en lo que se habituaba a vivir entre lujos y prendas de finas telas—. ¿Te gustaría visitarlo? —inquirió el mestizo un poco tímido, provocando una risilla en el otro.
—Pronto lo visitaré, Will —recordó el doctor, colocándose frente a él que seguía sentado en la camilla—. Pero estoy seguro de que mi querida mater lo ha acondicionado para esta noche.
Ante este comentario Will le miró con ojos tan azules como las alas de una mariposa Morpho que su interior vibró de anticipación. Había visto al hombre en su piel, siendo notorio su mestizaje: el color de su pelaje no era uniformemente blanco o negro. No, su pelaje era marrón con algunos matices negros en su lomo y parte de su rostro. Todo él gritaba al mundo que dos terian de diferentes razas habían caído en el pozo prohibido de concebir.
—Y para los meses de gestación y cría —afirmó el mestizo con un pequeño gesto de acariciar su abdomen vacío.
—Siempre tan precavido, querido Will.
—Será mi primera vez... no quiero que algo les pase a nuestros cachorros.
—No estarás solo en esto —aseveró con entereza el doctor—, yo estaré contigo en todo momento.
Will asintió mientras se bajaba de la camilla. Hannibal reculó un poco para darle espacio, viendo cómo las manos ajenas temblaban un poco. El nerviosismo era de esperarse, pero no dudaba que su querida pareja lo superaría.
—¿Vas a avisar a la alta cuna de tu ausencia? —inquirió Will mirándolo curioso.
—Sí, en un par de horas me iré al Consejo para terminar el papeleo. Volveré al atardecer.
—Estaré alistándome para tu regreso.
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Desde que anunció que Will sería su pareja y mater ante los que se denominaban la nobleza terian, muchos se rieron y burlaron de su juicio. Nadie podía notar al hermoso diamante que era Will Graham. Nadie podía ver que debajo de esa persona, de esa piel, se escondía una fiera que, si quería, podía arrasar con todo a su paso. Eran ciegos a ello porque Will era como él: escondía al mundo lleno de luz, la oscuridad en su interior.
El Consejo era una molestia.
La más alarmada fue Bedelia, leona de gran estirpe que en algún momento cortejó por parecerle interesante. Pocas cosas consideraba como malas decisiones porque usualmente todo —o gran parte— lo predecía, sin embargo, la situación con la hembra —a pesar de ser algo esperado— lo ponía de malhumor.
—Cuando me comentaste que dejarías de cortejarme —habló Bedelia con copa de vino en mano, mirándolo con enojo contenido—, no espere que fuera para cortejar a un mestizo —dijo esto último con desprecio.
Se encontraban en la sala personal del doctor, quien ordenaba sus papeles que había estado llenando desde que llegó al edificio.
—¡Encima lo has vuelto tu pareja y lo has preparado para ser mater! —vociferó la hembra provocando que apretara un poco sus labios.
—Bedelia Du Murier —llamó Hannibal irguiéndose detrás de su escritorio, viéndola con frialdad—, me temo que para la siguiente ocasión que requieras verme, tendrás que agendar una cita con mi secretaria. Sabes los horarios y mi regla de veinticuatro horas, para que por favor lo consideres.
—Te molesta que diga la verdad sobre ese tal Will Graham.
—En realidad, estás siendo bastante grosera. Te considero una gran colega y una hembra interesante, pero no solo estás insultando a mi pareja, sino a mi familia. Por ello, te pido que te retires de mi oficina.
La hembra de rubios cabellos, piel blanca y ojos rojos como los suyos, le miró con irritación. Sin decir palabra, dejó la copa de vino sobre la mesa de centro, se puso de pie tomando su bolso saliendo de la oficina, cerrando la puerta con algo de fuerza.
Tenía una idea de lo que haría, pero ya se ocuparía de ella en su momento.
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En la habitación principal, Will miraba la prenda que había sobre la cama: un albornoz azul de seda. Esa noche iniciaría su ciclo estral donde Hannibal buscaría preñarlo. Mentiría si dijera que no estaba nervioso y temeroso. Al alcance de sus manos estaba su deseo de una familia, pero como las desdichas se habían vuelto sus compañeras por años, la idea de perder su camada le ponían ansioso. Si algo le llegaba a pasar a sus cachorros, no dejaría su piel por un largo tiempo a sabiendas de las consecuencias: la pérdida de la consciencia.
Pero debía confiar en que todo saldría bien.
Se retiró la toalla que envolvía sus caderas —ya que se había duchado— para colocarse el albornoz. Se terminó de secar sus castaños rulos sentado en la orilla de la cama, sintiendo el tacto sutil de los rayos del sol sobre sus piernas desnudas.
Ya era el atardecer y en cualquier momento llegaría Hannibal. Por ello decidió esperarlo sentado en el sillón cercano a la ventana para observar cómo los colores vivos del bosque y jardín se iban apagando para dar paso a la oscuridad. Ese día habría luna llena, lo cual afectaría aún más su estro y su comportamiento en su piel.
En la lejanía escuchó la puerta principal abrir y cerrarse. La anticipación alojándose en su estómago como peso muerto, provocando que sintiera su cuerpo temblar ligeramente por los nervios.
Los pasos amortiguados por la alfombra podía escucharlos claramente como el latido de su corazón frenético. El aroma de su pareja se volvió más fuerte en cuanto estuvo frente a la puerta. No giró su rostro sino hasta que escuchó la puerta abrirse y ver el reflejo en el cristal de las ventanas a un terian que estaba respondiendo a sus feromonas. Con cautela, Will se fue moviendo, no queriendo alterar al otro que, a pesar de parecer tranquilo, sus pupilas y feromonas decían lo contrario.
El instinto acaparando su consciencia, diciéndole que comenzaría el juego previo, la persecución hasta el nido, pero antes empezaba la tentación. A paso lento se fue acercando a Hannibal, encorvando ligeramente la espalda, agachando la cabeza un poco, mostrando un poco su cuello sin romper el contacto visual. Estando a tan solo centímetros del otro, llevó sus manos al pecho ajeno, terminando de acercarse para frotar su mejilla y torso contra el ajeno. En todo momento el terian le permitió marcarlo, gruñendo por lo bajo cuando el cálido aliento de Will rozó parte de su cuello expuesto.
—Pater... —susurró Will sobre los belfos de Hannibal quien decidió sucumbir un instante a su instinto de devorar. Un beso húmedo, necesitado y pasional, provocó en Will que su interior vibrara. El tacto de las diestras manos del mayor acunando sus mejillas; el aroma indiscutible del estro de Pater tan solo impacientándolo, haciéndolo lloriquear necesitado.
El instinto golpeó su cuerpo, nublando su juicio. Con lentitud se separó de su pareja, elevando la mirada poco a poco para no alterar a Pater. La anticipación acumulándose en su estómago. Sus pupilas dilatadas, el calor creciente en su interior, la sensación del cambio de piel picando por debajo de su dermis...
En un instante Will alejó a Hannibal con ayuda de sus palmas y comenzó a correr por los pasillos, bajando las escaleras con rapidez inhumana. Con su sentido del oído tan agudo, pudo escuchar claramente cómo Hannibal lo venía persiguiendo, acelerando su corazón y ocasionando que cambiara de piel en cuanto cruzó la puerta que daba a la parte trasera de la mansión, dejando atrás lo que quedaba de su albornoz. La tierra bajo sus patas, el olor fresco de la noche junto con las coníferas, le hicieron continuar su huida, alentando a su pareja a perseguirlo.
Pronto sintió la presencia de su pareja atrás de él, a pocos metros; tan fiero, tan dominante, tan letal. Will se desvió del camino en varias ocasiones, probando qué tanto lo deseaba y si era un buen cazador. En cuanto llegaron frente a la cueva que sería su nido por los próximos meses, Will se detuvo y giró para echarse de espalda en el suelo, mostrándose vulnerable ante un imponente león negro de ojos rojos.
Hannibal tenía todo el porte de un terian de sangre pura: ser de gran tamaño, de aroma penetrante y un aura dominante que provocó un lloriqueo de aplacamiento por parte de Will. El mayor se acercó con cautela, gruñendo por lo bajo, olfateando el cuerpo de su Mater, de quien concebiría a sus cachorros. Ante esto, su lengua lamió el abdomen del mestizo, escuchando un lloriqueo. Con la mirada fija en los ojos azules similares al reflejo de la luna en una laguna de aguas tranquilas, caminó en círculo alrededor del otro que en todo momento mantuvo su posición. Las feromonas que estaba despidiendo le provocaban que salivara y que el instinto de impregnar nublara todo rastro de raciocinio.
Debió emitir sus propias feromonas ya que Will se giró lentamente, incorporándose poco a poco para después ingresar a su nido. Hannibal caminó detrás de su pareja, siguiéndolo hasta un hueco repleto de paja y mantas. Estando ambos en él, el mestizo empezó a lloriquear y frotarse contra la melena del terian, demostrándole cuánto lo necesitaba. El león llevó su hocico hacia la cola ajena, olisqueando el aroma fértil. Un gruñido resonó en la cueva una vez lamió aquel lugar húmedo y que palpitaba cual corazón.
Sin poder esperar más, el león se colocó encima del mestizo, obligándolo a recostarse, encasillándolo. La suave cola de su Mater se movió para permitirle el acceso a su interior cuando empezó a alinear su erecto pene. Con lentitud ingresó en paredes que se amoldaban a él, que lo acogían con devoción y anhelo, haciéndole gruñir y lamer el cuello de su pareja. Will chillaba por la intromisión, elevando su cabeza para poder sumergirse en una melena esponjosa sintiendo la lengua húmeda de su pareja lamer su cuello.
Una vez unidos, esperaron un momento en el que se acomodaron mejor para hacer que toda estocada, toda semilla vertida en el útero, fuera certera. Gruñidos, lloriqueos, chillidos e incluso rugidos estremecieron el lugar, resonando fuera de la cueva. El vínculo de ambos siendo formado y la promesa de una peculiar descendencia como plegaria.
Hannibal, como terian puro, anudó al lobo que lloriqueó al sentir su interior expandirse y tensarse para presionar y que nada de semilla se desperdiciara. Will fue llenado por completo, experimentando un agradable calor en su vientre. Su aroma mezclado con el de su Pater, inundando sus sentidos, recordándole a quién pertenecerían sus cachorros.
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Al cabo de tres días, ambos entraron en el proceso de espera de que Will hubiese quedado preñado. Hannibal había sido el único que había vuelto a su forma humana, dejando en el nido a una protectora y amorosa Mater que se la pasaba durmiendo. Pasaron dos días más cuando pudo percibir el cambio en el aroma contrario: Will estaba embarazado. El regocijo que sintió fue tal que se esmeró en su caza: debía darle la mejor carne a su pareja.
Will le permitía ingresar al nido una vez olfateaba su aroma, la carne la consumía cruda, bebía agua del río que había y salía ocasionalmente de la cueva para marcar los árboles que estaban en frente. A pesar de estar en propiedad privada, no estaba de más advertir que había una Mater en gestación y que no habría piedad alguna si un extraño pasaba del territorio. Y no pasó mucho tiempo para que Hannibal pudiera ver lo salvaje que podría comportarse Will. Los gritos desesperados, chillidos, gruñidos, el olor a sangre... Una joven criada terian de clase baja había merodeado cerca del nido, convirtiéndose en una amenaza que debía ser destrozada.
El doctor miró con fascinación cómo su hermosa Mater devoraba a aquella pequeña sabandija, dejando un charco de sangre y ropa hecha jirones en el lugar que había sido su tumba. Para poder ingresar al territorio tuvo que cambiar de piel, ya que era más sencillo emanar su aroma y hacer notar su presencia.
Al cabo de dos meses, el abdomen de Will había crecido bastante. Se sentía tan afortunado, tan feliz de que pronto podría conocer a sus cachorros y su querido Will se volvería más fiero. El grado de protección que demostraba era apabullante. Su aroma era espeso, casi asfixiante y eso le encantaba, porque a la par de ello su pelaje se iba tornando de un color oscuro como el mismo abismo. Al parecer, los genes de lobo comenzaron a presentarse con mayor fuerza, siendo algo interesante y nunca visto. Una teoría que tenía era que inconscientemente, Will, había reprimido su lado salvaje que vendría siendo lobo, un clase alta, para poder convivir con los humanos. Ahora que estaba en un ambiente menos restringido, toda su belleza nacería sin ataduras y con la bendición de una luna roja.
A fines del tercer mes, al llegar frente a la cueva pudo percibir el indiscutible olor a sangre: Will estaba por dar a luz y era deber del Pater de estar a su lado para proteger en tan momento vulnerable. Hannibal cambió de pieles, ingresando con cautela al lugar. Los chillidos de su nerviosa pareja le obligaron a terminar de acercarse y recostarse frente al lobo, quedando como el primer blanco ante cualquier intruso. El pelaje de su querido Will completamente negro, sus ojos continuaban con ese vibrante azul y su aroma se había vuelto más penetrante, delatando su presencia y pudiendo intimidar a cualquiera. Esa noche nacieron dos hermosos cachorros: un león y un lobo blanco. Los terian nacían en su forma animal para, al cabo de tres meses, tener su primer cambio de piel. Por ello eran muy delicadas la gestación y lactancia. La Mater debía de producir la suficiente leche para que sus crías, que en raras ocasiones podían ser dos.
Hannibal se sintió en paz y lleno de regocijo en cuanto vio a sus cachorros comenzar a lactar. Will le había dado de las mejores piezas de arte y podía ver en sus ojos el amor con el que cuidaría a su descendencia. Tal vez, cuando fueran mayores sus preciosos hijos, su querida pareja aceptaría quedar en cinta de nuevo. Pero ya llegaría el momento para proponer aquello.
La siguiente semana Hannibal debía traerle comida a su adorable pareja, permaneciendo gran parte del día en la cueva para reconfortarlo y mimarlo. Admiraba a sus cachorros acurrucados en el vientre de su madre, emitiendo chillidos propios de su edad. Todas las noches dormía en la cueva, compartiendo su calor y procurando mantener relajado a Will, ya que el estrés podía ser el causante de la pérdida de su camada.
A pesar de todo, Hannibal estaba al tanto de todo movimiento de la alta cuna, especialmente de Bedelia. La leona había estado armando alborotos innecesarios en el Consejo, haciendo que su buzón estuviera repleto de cartas amenazando su puesto en la Asociación de Psiquiatría y ni se diga de su fortuna y tierras. Así que hizo uso de sus hombres para inmiscuirse en la mansión Du Murier y conseguir información, obteniendo con premura el plan de Bedelia donde buscarían asesinar a su camada.
Al principio sintió la ira corroer su alma, los deseos de asesinarla con sus fauces incrementando a cada segundo hasta que recordó cómo Will se había encargado de destrozar a aquella desgraciada terian. Una sonrisa se dibujó en sus labios e imaginó ver pelaje oscuro empapado de sangre fresca, colmillos clavados en la yugular, ojos fieros y tóxico. Tendría que ser muy cuidadoso para no afectar la lactancia.
Un par de noches transcurrieron cuando Bedelia irrumpió en su casa en compañía de dos de sus hermanos, de los cuales se encargaría. Acabar con ellos fue sencillo estando en su piel, haciéndoles sentir tan pequeños e insignificantes antes de morir. Al llegar frente a la cueva, con regocijo y orgullo pudo observar cómo su esplendorosa Mater se hacía de la intrusa leona que tenía rasguños por doquier, estando en desventaja al estar debajo del otro. Gruñidos amenazantes y llenos de ira eran como música para Hannibal. Como si el tiempo fuera a paso lento, pudo ver con sus propios ojos cómo de una mordida, la garganta de Bedelia era desprendida de su cuerpo.
Sería de sus recuerdos más preciados a la par de ver cómo Will regresaba al nido y se cercioraba de que sus cachorros estuvieran a salvo.
En verdad que ellos estaban hechos el uno para el otro, no importando lo que el mundo pudiera decir.
~*~*~*~*~
A veces me cuestiono mi estado mental jajaja
Sigo pensando seriamente en corregir todo, pero por ahora lo dejaré así :'3
Espero les haya gustado :'3
Si llego a hacer otro OS/Fic de ellos nos volveremos a leer ;u;
Cuídense!
AliPon fuera~*~*
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