Serah


Ichtené, kiunejö! —me grita el guarda en un idioma que me vi obligada a aprender.

Hace ochocientos años atrás soñábamos con conocer el universo, buscar vida más allá de las fronteras de nuestro planeta. No podíamos concebir que estuviéramos solos en esta vertiente del espacio. Por eso luchamos e invertimos más de lo que teníamos para obtener la respuesta que esperábamos, a un costo que no pensábamos.

Es historia antigua de la Tierra, la que nos cuentan nuestros ancestros, recibidos por los suyos con la esperanza que algún día podamos encontrar algún lugar que podamos llamar de nuevo nuestro hogar. Porque, sinceramente, esto no se puede llamar vida.

Estamos en el planeta Murku que sirve como colonia de esclavos para los Torkunes, una de las razas líderes del Gobierno Galáctico. Por las noches nos llevan a nuestras celdas a punta de LBP y a los que se resisten, les disparan sin contemplaciones —no hace falta que diga que la resistencia dura poco. Ellos son tantos como nosotros, pero más corpulentos, más fuertes, sanos y armados. No hay rebelión posible sin morir todos en el intento.

Vöthen zaelrum ckevine. Vöth neldenep qeêw.

Somos una raza invasora. No tenemos derechos. De acuerdo a esa afirmación, pueden hacer todo lo que se les plazca que nadie se va a oponer a ellos. El resto de las razas de la galaxia dependen de ellos a nivel económico, comunicacional y energético. Al más mínimo indicio de rebelión, cortan el flujo y listo. Todos muertos. Estamos solos entre déspotas y cobardes.

Cada noche, nos turnamos para comer y dormir en nuestros desvencijados e incómodos catres. En cada celda somos diez y tenemos los elementos para que la mitad pueda alimentarse y descansar. Vamos rotando para que todos tengamos la misma oportunidad de restablecernos para un nuevo día de abusos y trabajo insufrible. Hoy es el día en el que me toca ayunar, pero dormir en el desplumado colchón —si es que se le puede llamar así.

Cierro los ojos. A pesar del hambre, el cansancio gana y me dejo arrastrar por los sueños...


De repente me despierto en un lugar desconocido, donde hay altas torres acristaladas y personas vestidas con prendas curiosas, yendo de un lado para otro en una gran ciudad usando dispositivos extraños que llevan a su oreja. Cazo un par de palabras y me estremezco al distinguir el idioma español entre ellas.

—Sí, estoy saliendo de la oficina, Sabri —dice un hombre de cabellos ondulados, piel bronceada y ojos verdes—. Se me rompió el HoloPhone y estoy usando la antigualla de mi padre...

Casi me largo a llorar. No esperaba encontrarme con una escena como esa. ¿Pueda ser que esto sea la Tierra?

Progreso por una gran avenida, siguiendo al hombre. No sé por qué, pero me generó curiosidad su conversación. Al escuchar un "Te amo", puedo suponer que está hablando con su pareja. Paro ante una pared de cristal en donde veo varias pantallas que muestran una información que no entiendo. Letras y números de colores verdes, rojos y blancos de derecha a izquierda y un hombre trajeado que comenta las subidas de la bolsa de Buenos Aires.

La pantalla se llena de un texto que reza: ¡Dos días para Nochevieja! ¿Cuáles son tus propósitos para el año 2060? ¡No puedo creerlo! Cualquier ser humano reconocería ese año. Fue el inicio del fin —qué poético, ¿no? Pero sí, así fue. En apenas tres días, toda la paz que alguna vez conoció el planeta, pasaría a ser historia. Y desde ahí, jamás la volveremos a encontrar.


—¡Levántate, Serah! —me despierta un compañero de celda—. En cualquier momento vienen los tercos.

Los malditos torkunes no suelen ser muy benévolos a la hora de despertarnos —no lo son en ningún sentido ni en ninguna ocasión. A los que siguen dormidos cuando ellos llegan los apalean y los llevan a trabajar a los acantilados. No puedes darte el lujo de estar adormilada mientras trabajas sin ningún tipo de protección o soporte, extrayendo los minerales de la zona. A no ser que no te importe despeñarte por un precipicio de más de mil metros de altura, sobre un valle lleno de rocas puntiagudas.

Ileré pholghêth uhgahth! Thorma wachsein!

Como siempre, con buenas maneras nos mandan a trabajar. Todos salen antes que yo. Cometo el craso error de dejarlos salir porque aún estoy un poco dormida.

Nearé! Vö ileré or reifn!

Ese es el otro motivo por el que no puedes despistarte ni un segundo. Los últimos también son llevados al precipicio.

Aún son tan vívidas las imágenes de la Tierra que soy incapaz de pensar que algún lugar así pudo realmente existir. Casi preferiría vivir aquellos dos años y medio de caos y desorden y ser fulminada que sufrir un segundo más. La historia dice que los terráqueos lucharon hasta las últimas consecuencias.

¡Yo quiero volver a ese lugar! Aunque sea un mundo imaginario que me anime a luchar. La Tierra tiene que ser nuestro conjunto de valores e ideas, el símbolo de nuestra lucha. ¡Nuestro deseo de que podemos alcanzar un mejor día!

Meviré themesandis! Löce tönep phluyr!

Tenise tön. Moor löce edy, önunep neandir lavasandis! —respondo inflamada en una locura transitoria que no puedo detener. ¡Desde este día, no seré esclava de nadie!

Nelise! —me insulta a la vez que me guantea con el revés de la mano.

Caigo al suelo entre la sorpresa y el miedo. Y antes que pueda reaccionar, el torkune me dispara en el pecho.

Tienes toda la razón si piensas que soy una idiota. No obstante, tengo la esperanza que esto sea el inicio de algo. El puntapié a un cambio en el ser humano. Que prefiera morir a vivir esclavizado hasta el fin de sus días. Nosotros somos más que esto. ¡Tenemos que serlo!

Mi visión se nubla, mis sentidos se apagan y sólo quiero dormir. Espero que, si vuelvo a despertar, sea de nuevo en la Tierra... 

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