Muchas fueron las veces en que idealicé nuestro primer encuentro, pero de todas las posibles, nunca imaginé que sucediera de la siguiente manera.

Era lunes al mediodía y mis amigas y yo tomábamos el sol a las orillas del mar. Yo estrenaba ese envidiable bikini azul que mi madre me había comprado en oferta el día anterior y que, según las chicas, merecía acompañarse de un bronceado de lujo.

No muy lejos de nosotras, tú jugabas al voleibol con unos conocidos, quienes les iban ganando por al menos tres puntos. Tus gestos frustración eran todo un poema por admirar. 

Fue en el saque decisivo que la pelota salió del terreno de juego y se dirigía a nosotras, pero estábamos tan concentradas discutiendo sobre el nuevo novio de la actriz del momento, que apenas si nos dimos cuenta de lo que pasaba a nuestro alrededor.

Las advertencias llegaron demasiado tarde, cuando quisimos reaccionar, la pelota caía directo al rostro de mi amiga pelirroja. La pobre cayó de espaldas y quedó inconsciente para lo que para nosotros significó una eternidad. 

Nos acercamos deprisa e intentamos ayudarla, ¿estaría con vida siquiera? 

Yo estaba demasiado asustada de descubrir lo contrario.

Tú y el resto de chicos aparecieron en la escena. Levantaron a Cali con mucho cuidado mientras ella comenzaba a despertar. Lucían preocupados y pidieron disculpas tantas veces que la pelirroja no tardó en estallar en carcajadas convenciéndolos que se encontraba de maravilla.

Entonces lo vi, cuando sus profundos ojos avellana se posaron en mí, descubrí toda la malicia que habitaba en ellos.

Debí haber pedido misericordia. ¿Quién podía adivinar qué peligrosas ideas atravesaran la mente de mi revoltosa amiga? 

Y esa sonrisa...

Oh, no. 

Ya venía su travesura. 

Estaba en peligro, debí huir antes que fuese demasiado tarde y sus intenciones me hicieran caer en una de las vergüenzas más grandes de toda mi vida. 

Pero fue demasiado tarde para ello, su plan ya estaba en marcha. 

-Lis