Una inesperada visita.
Capítulo 2.
Una inesperada visita
—El rubio te favorece, en serio— Abel la alagó, ambos estaban en uno de los salones de la mansión Sanz. Era domingo y ella había declinado la invitación de Uriel para "ir de compras", ya que en vez de eso iba a tomar el té con su viejo amigo.
—Gracias, y creo que a ti también te quedaría de maravilla— respondió.
—Oh no, no— negó con la cabeza, —ni lo pienses.
—Pues cuando te decidas, dime, yo estaré más que encantada en ayudarte— sonrió antes de llevar la fina taza de porcelana hacia sus labios.
De repente, alguien tocó a la puerta antes de abrirla. Abel sonrió ante la escena, jamás imaginó ver a Uriel sosteniendo una pequeña charola.
—¿Gustan galletas? Les traje algunas.
—Gracias, Uriel— dijo su hermana.
El nombrado contestó con una alegre sonrisa y luego dijo, —si se les ofrece algo más, no duden en llamarme.
—Vaya, ¿quién diría que el chico más ermitaño de todo el Instituto se dedica a hornear galletas?— ironizó el pelirrojo a modo de broma; el olor a galletas recién hechas inundaba la mansión, pero lo cierto era que Ximena había sido la autora.
—¿Y quién diría que el más rebelde gustaría del té de jazmín?— contra-atacó.
—Ya, basta— intervino Ariel sin mucho ánimo, ya que ella se estaba aguantando la risa.
—¿Yo? Si fue Abel quien empezó— se defendió Uriel con una sonrisa.
Parecía extraño, pero a la vez algo natural, el ambiente cálido entre los tres era obvio.
—Y... — cuando nuevamente los viejos amigos quedaron solos, Ariel se armó de valor para hacer la pregunta, —Cristian y tú— carraspeó, —¿ustedes están justos, son...?
—Si— asintió el menor facilitándole las cosas, —nos gustamos—, "y nos amamos" quiso agregar, pero consideró que la herida estaba fresca, ya que todo el asunto del ente tenía que ver con justamente algo así.
—Me alegra— sonrió, —en verdad me alegra mucho que ambos sean correspondidos.
—Aa-Ariel, yo... — quiso disculparse.
Ella negó con la cabeza, —no te preocupes por eso; más que superarlo ya lo entendí, entendí las cosas— tomó las manos del pelirrojo por sobre la mesa, junto a la charola con galletas; —antes confundí el enamoramiento con la profunda amistad.
—Ari, yo no sé qué decir.
—No tienes por qué decir nada; simplemente quería que lo supieras, eso y que estoy feliz por ti. Me demostraste que estaba equivocada, seres diferentes a nosotros sí nos pueden querer.
—Sobre eso... — titubeó un poco, —verás... él no es...
—Lo sé, Abel.
—¿Lo sabes?— abrió los ojos en demasía, —¿cómo lo sabes?
—Samuel y tus primos me lo dijeron; Uriel y Ricardo lo saben; ya que ellos también me ayudaron— desvió la mirada, no quiso decir palabras exactas: posesión, ente y demás, pero sabía que con eso el otro iba a entender.
—Oh, sí, cierto— murmuró.
—Pero ya, dejémonos las caras largas— sonrió de nuevo el rubio, —y mejor comamos estas galletas, estoy segura que Ximena se esmeró bastante.
~*~
—¿Cris, has visto mi uniforme de baloncesto?— preguntó Rafael al bajar las escaleras, Cristian se hallaba en la cocina, secando los trastes que usaron en el desayuno.
—Justo acabo de echarlo a la lavadora— intervino su madre al entrar, antes estaba en el cuarto de lavado, aquél cuyo acceso era por la cocina, a unos metros del frigorífico.
—Así que lo había dejado con la ropa sucia, ¿eh?; pensé que lo había perdido—; en el baño la señora tenía un gran cesto de mimbre, todos sabían que ese el lugar de la ropa sucia.
—Deberían ser más ordenados con sus cosas; sobre todo ahora que una señorita se mudará con nosotros.
—¿Eh?— exclamaron los dos al mismo tiempo.
—Su padre ha salido temprano justamente para encontrarse con ella y traerla a la casa.
—Pp-pero... ¿quién?— preguntó Rafael, si compartía la casa con alguna mujer que no fuera su madre no podría pasearse en ropa interior por las mañanas.
—Su padre me ha pedido que se los comunicara— explicó sin responder a la pregunta del mayor de sus hijos, luego agregó, —Cristian, tú pasarás a la habitación de tu hermano, de esa manera ella podrá usar la tuya.
—Espera— Rafael volvió a tomar la palabra, —no nos has dicho quién vendrá.
La mujer sonrió, —su pequeña hermana se quedará una temporada, incluso irá a la escuela con ustedes.
Cristian sonrió, se sintió feliz, ya antes había tenido un encuentro con aquella niña, ahora jovencita, en sus sueños y le parecía alguien agradable.
—Vamos, no se queden allí— la voz de su madre los sacó, a Cristian de sus cavilaciones y a Rafael de su estupefacción, —que también me ayudarán a preparar una deliciosa comida de bienvenida.
~*~
—¿Crees que todo sea como dicen los demás? Aunque es obvio que el regreso de Ariel no pasó desapercibido— dijo Tomas; él y Jaime se encontraban en un desolado parque, practicando sus pases de manera floja, era casi medio día del domingo y pensaron en entretenerse de esa forma.
—Creo que es tonto— respondió y frunció el entrecejo, antes de apartar el flequillo de su cara, él tenía el cabello algo largo.
Tomas se echó a reír, —¿tonto; qué no viste que Abel ha estado agresivo últimamente? Primero golpeó a Cristian en los vestidores, y luego atacó a Ariel, incluso frente a Uriel— todos sabían sobre la devoción del mayor por la menor de los mellizos.
—Lo primero son solo especulaciones; ni siquiera el mismo hermano de Cristian acusó a Abel, no veo porqué tú debas hacerlo. Y sobre lo segundo... bueno, allí sí, no sé, sólo puedo mantenerme al margen.
—Jaime, lo dices porque ya eres amigo de ellos, ¿verdad?— indagó, las palabras de Tomas no eran hirientes ni acusadoras, pero era un hecho que estaba influenciado por lo que las masas especulaban.
—Últimamente he estado conviviendo con Uriel, me parece un buen chico; y también he conocido a... Ricardo— se sorprendió cuando, al levantar la vista, despegándola del esférico unos instantes, se encontró con el hermano mayor de Abel a sólo unos metros, ¿acaso había escuchado que hablaban de ellos?
Lo cierto es que Ricardo había salido ese día muy temprano a dar un paseo. La cuestión de Ariel y lo de la reciente "casi posesión" fue un asunto que lo mantuvo distraído de sus propios demonios, porque eso consideraba que era Owen, un demonio que vivía en su interior. Y entonces, al caminar sin rumbo, perdió la noción del tiempo hasta que notó a aquellos dos jóvenes cuando llegó por una tranquila calle con destino a un desolado parque; y si alguien preguntaba, la respuesta sería: sí, sí había escuchado todo.
—Ricardo— Tomas miró hacia donde su compañero de juego observaba, —¿nos estabas escuchando?— no hubo un saludo de su parte, no porque fuera descortés, sino porque le preocupó el hecho de que hubiera sido descubierto hablando de su pelirrojo hermano.
—No— mintió, —sólo pasaba por aquí y... y decidí acercarme a saludar— sonrió modestamente. Uriel había sido un gran apoyo, gracias a él había podido hablar con Jaime en ocasiones anteriores; le costó mucho armarse de valor para acercarse él solo, pero debía hacerlo, debía vencer sus miedos poco a poco. Si en el futuro Owen lograba adueñarse de todo su ser, no quería arrepentirse de no haberle hablado a Jaime, aunque fuera una vez; además este gran logro debía comunicárselo a Uriel, quien de seguro lo felicitaría.
Jaime sonrió al ver al muchacho tímido; en definitiva era lo opuesto a lo que decían de los Yang. Las pocas veces que había hablado con él gracias a Uriel, le había parecido alguien humilde y de buen corazón.
—Pues, hola— dijo Tomas, correspondiendo literalmente a la parte del saludo.
Jaime lo miró entrecerrando los ojos, reprendiéndolo en silencio; —¿qué?— se quejó Tomas.
Luego, el de cabello más largo ignoró a su amigo y miró a Ricardo; —discúlpalo, tiene malos modales— explicó, importándole poco el ceño fruncido de su compañero; —estábamos por ir a comprar unas bebidas, ¿nos acompañas?— eso era cierto, así que el otro jugador de soccer no podría refutar.
Ricardo tragó pesado, era estúpido fantasear o pensar en que eso podría ser lo equivalente o más cercano a una cita que pudiera tener. En uno de sus encuentros, su demonio interior le había dicho que era un "iluso patético", pero en eso momento no le importó la opinión de ese ser; así que respondió tratando de no sonar nervioso; —sí, claro que sí.
Los tres caminaron hacia una pequeña tienda, atravesando el parque; sería una mentira decir que los humanos no estaban curiosos sobre la relación de los Sanz y los Yang pero sólo uno tuvo la osadía de tocar el tema, aunque lo hizo con todo el tacto que pudo.
—Ricardo— le habló Tomas, —dado todo lo que ocurre en la escuela, y... no estoy culpando a nadie— aclaró, —supongo que de los que estamos aquí presentes, tú eres el que mejor conoce a Ariel, ¿no es así?
—Eh, sí; así es.
—Nosotros sólo hemos escuchado lo que los demás dicen— incluyó y habló también por Jaime, —pero ahora que ella regreso la han asignado a nuestro grupo y pues... — rascó su nuca, —la verdad no queremos problemas.
El humano de cabellera más larga le dio un ligero codazo, consideró que eso pudiera poner incómodo a Ricardo; este lo notó y sonrió para sus adentros, le pareció una escena graciosa, luego contestó; —Ariel es alguien muy sencilla, de buenos sentimientos; es una buena amiga de Abel.
—¡Pero si se la pasan peleando!— exclamó Tomas sin pensar, dejándose llevar por lo que todo mundo observaba.
—Los amigos se perdonan, ¿no?— levantó los hombros ligeramente. Ricardo sabía sobre ello, la noche anterior cuando Abel había llegado a la mansión le había contado a su hermano sobre su reconciliación y de que ahora tratarían de reconstruir su amistad; —además— agregó, —cuando la conozcan en verdad verán que no es como todos dicen, denle una oportunidad; Ariel es la amiga de mi hermano, y la hermana de mi mejor amigo— se refirió a Uriel.
—Sí, he visto que Uriel y tú son muy cercanos— Jaime captó el mensaje; —al principio no lo creí dada la fama que rodea a sus hermanos, pero creo que es genial que esas cosas no afecten su amistad— le sonrió.
Ricardo se perdió por unos instantes en sus ojos, sus labios, ¿qué tenía ese humano que le encantaba? Su vista siguió descendiendo, pasando por su barbilla, su cuello y se detuvo en este último. Bajo la clara piel de Jaime notó una vena, la cual pulsaba imperceptiblemente ante el ojo humano; percibió su vibración, el bombeo de aquél líquido vital. Se relamió los labios y decidió alejarse inmediatamente de allí; había comenzado a sentir un escozor en toda su piel, en especial en sus manos y en su pecho, la presencia de Owen estaba latente, él sabía lo que podría pasar; —lo siento, debo irme— dijo de manera apresurada y dio media vuelta.
—Espera, ¿que no ibas a beber algo con nosotros?— exclamó Jaime en voz alta puesto que Ricardo ya había avanzado un par de metros.
—Será en otra ocasión— contestó sin mirar, si lo hacía temía perder el control; entonces apresuró el paso y se marchó.
Jaime sólo sonrió, Ricardo le agradaba.
~*~
—Será extraño vivir con una mujer— declaró el mayor de los hermanos, luego se quejó, —¡auch!— su madre le había pegado en la cabeza con el diario
—Rafael; no digas tonterías y ve a poner la mesa.
—Me refería a alguien diferente, eres nuestra madre y eso no cuenta— se defendió en un murmullo, no le convenía que ella lo escuchara, sino sería capaz de pegarle de nuevo. No le dolía, sino que no le gustaba que Cristian se riera de él, cosa que estaba haciendo justo en ese momento.
—¡Yaah, Cristian!— exclamó, puesto que el menor incluso se sostenía el estómago y se retorcía en el sofá a causa de la risa.
Pero antes de que alguno de los dos pudiera decir algo más la puerta principal se escuchó y luego la voz de su padre; —bienvenida a la humilde morada Krell.
Tanto Rafael como Cristian se encaminaron hacia la entrada para recibir a su hermana menor, mentirían si dijeran que no estaban nerviosos.
—Muchas gracias— respondió ella e hizo una reverencia de noventa grados. Había un poco de frío, así que vestía un abrigo ligero sobre un vestido color lavanda y una botas negras.
—Oh, Sulema; bienvenida linda, pero pasa, no te quedes allí— Marisol hizo acto de presencia con una enorme sonrisa.
Los cinco estaban sentados a la mesa ante variados platillos; el padre a la cabeza, a la derecha Marisol, junto a ella Sulema y frente a esta los hermanos.
—Espero que estos guisos sean de tu agrado— dijo la señora.
—Por supuesto que sí, todo se ve delicioso— sonrió, luego miró a sus hermanos, ambos algo nerviosos; así que se animó a hablarles; —Rafael, Cristian; sé que tienen muchas preguntas, y no tengo ningún problema en responderlas cuando ustedes gusten— explicó sin borrar su gesto; antes de llevarse el cubierto a la boca y probar el estofado.
Rafael carraspeó, estaba un poco incómodo; pero Cristian tomó la palabra; —¿tt-te... te quedarás mucho tiempo?
—No lo sé; madre decidió enviarme por una temporada, exactamente no sé cuánto, el tiempo en el otro reino es diferente.
—¿Cómo que es diferente?— preguntó Rafael; entonces Aaron intervino.
—El tiempo allí transcurre a distinta velocidad; lo que aquí son dos semanas allí pueden ser meses, o viceversa; no hay una equivalencia certera.
Sulema asintió, —la unidad de medida de ustedes son los días, los nuestros son las lunas, usamos las noches como parámetro.
—¿Por qué te quedarás aquí? Digo, el otro reino ha de ser genial, ¿no?— cuestionó el hermano mayor.
—Madre quiso que aprendiera un poco de los humanos, y aprovechando eso yo también podría enseñarles algo.
—¿En serio?— celebró Rafael; —eso sería maravilloso, ¿no lo crees Cristian?— codeó a su hermano.
—Nos divertiremos mucho. ¡Ah! Y una cosa más, madre pidió que de ahora en adelante me llamaran Sulli.
—Así es— intervino su padre, —y si alguien pregunta, ella es su pequeña prima, ¿de acuerdo?— los hermanos asintieron.
~*~
El día en compañía de Ariel fue demasiado divertido, algo corto a su parecer, pero entretenido.
—Me alegra que volvamos a ser amigos— dijo la rubia cuando estaban en el gran portón; Abel ya estaba por irse.
—Igual a mi.
—Aunque me preocupa lo que sucederá mañana, ya sabes, todos creen que tú y yo...
—No les hagas caso, Ari; ¿cuándo nos ha importado lo que los demás piensen, eh?
—Nunca, pero... vivimos entre mortales, deberíamos tratar de encajar, adaptarnos.
Abel sonrió, extrañaba a esa Ariel, aquella con el que disfrutaba de ayudar a los demás; aquella que pensó que desapareció por mucho tiempo.
—Lo sé, pero ya veremos cómo nos va en la escuela. ¡Ya sé! Podríamos llegar juntos, así todos sabrán que somos amigos de nuevo; ¿vengo por ti?
—Me encantaría, pero... eso no... ¿eso no sería un inconveniente? Cristian y tú...
—Él comprenderá— sonrió. Aún no le había platicado a su novio sobre su reconciliación, de hecho no lo había visto desde el día anterior, cuando lo dejó en la puerta de su casa y conoció a la señora Krell, pero sabía que iba a entender.
—Abel, no quiero causar molestias.
—No lo harás, créeme— sonrió para transmitirle confianza.
Tras unos instantes ella imitó su gesto y asintió, —está bien.
Después de despedirse Abel subió a su auto convertible, lo que no notó fue que la Land Rover de Uriel no se encontraba, puesto que estaba distraído en otra cosa: su siguiente parada sería la casa Krell.
~*~
—Entonces le hablaste ¿eh?— exclamó Uriel, estaba con su mejor amigo en el techo de la gran casa Yang, mirando el horizonte, donde sólo se notaban contados rayos de sol.
—Sí, no fue tan difícil después de todo.
—Te lo dije, sólo es cuestión de decisión— colocó la zurda en el hombro de Ricardo, —felicidades, sabía que lo lograrías.
—Creo que te lo debo a ti.
—Patrañas; fuiste tú quien le habló.
—Aunque luego salí corriendo de allí.
—¿Por qué?
—Temí que él... ya sabes— y ante ese argumento el rostro de Uriel se endureció, no hacía falta que Ricardo dijera el nombre del otro sujeto.
—¿Amenazó con aparecer?— indagó.
—No— mintió, —pero pudo hacerlo; no quiero exponer a más gente. Suficiente tengo con haber dañado a Abel.
—Él sabe que no fuiste tú. Abel es un chico maravilloso— sonrió.
—Lo sé, pero no puedo evitar sentirme culpable e impotente.
No era necesario que se lo dijera, podía sentir la fragancia del miedo, la culpa e impotencia inundar su nariz; así que rodeó los hombros de su amigo, tratando de transmitirle todo el apoyo y confianza posible.
~*~
Aparcó unos metros antes de llegar a la residencia Krell, ya era de noche así que la poca luz del alumbrado público le ayudaría. Bajó de su convertible plateado y caminó hasta rodear la casa. Sabía cuál era la ventana de la habitación de su novio, así que se acercó y cuando estuvo justo debajo de ella, levitó suavemente hasta llegar a ella. Con cuidado abrió y se introdujo. La habitación no estaba completamente oscura, gracias a la luz que se colaba del exterior pudo notar la cama y los pocos muebles, aunque había algo extraño, algo que no podía distinguir a ciencia cierta ni mucho menos describir.
Caminó para rodear la cama y acercarse a la puerta, tal vez podría escuchar algo través de ella, ya que estaba entre-abierta, pero se quedó a medio camino cuando una voz femenina lo sorprendió.
—Veo que Cristian tiene amigos interesantes—, giró para buscar de donde provenían esas palabras, la luz de la habitación se encendió entonces se encontró con una muchacha joven, de cabello largo, lacio y oscuro. Su sonrisa no contenía ni una pizca de petulancia o egocentrismo, sino todo lo contrario.
Tragó saliva de manera pesada, había sido pillado, pero lo que más le desconcertaba y sorprendía era que esos ojos y cabello oscuro como el carbón se le hacían extremadamente familiares.
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