Reunión.

Capítulo 1.

Reunión

La mirada de molestia de Samuel y la de enfado de Claudia parecían querer perforar a André.

—Tú mismo propusiste el pacto y fuiste el primero en romperlo; eres increíble— negó con la cabeza el hermano mayor de Abel, remembrando lo vivido justo en ese mismo salón.

—Lo lamento, pero es que no había opción— se defendió, —¿o qué; querían que dejara morir a Ariel?

—Yo también estuve allí, así que no toda la culpa la tiene André— intervino Ximena; sólo ellos cuatro se hallaban en el salón de la mansión Yang; —y no me arrepiento de lo que hice; la vida de mi prima peligraba.

Samuel miró a Claudia buscando su apoyo o algún gesto de su parte, pero esta sólo exhaló al recargarse en el respaldo de la vieja silla de madera y dijo —comprendo la situación, yo también hubiera hecho lo mismo que ustedes; pero el asunto aquí no es ese, sino que el acuerdo se ha roto.

Para ambas familias las promesas, juramentos y pactos eran sagrados.

—Bien, entonces estoy dispuesto a recibir el castigo— habló André, —¿qué harán; borrarnos la memoria a todos?— miró a Samuel.

—Esa sería la mejor opción— respondió, —pero podría ser complicado, no sé si mis poderes funcionen con los Krell.

—Piénsenlo bien— intervino Ximena, —el haber roto el pacto no tiene nada de malo; Ariel ya no causará problemas y ni Uriel ni Ricardo abrirán la boca.

—Te equivocas— habló Claudia, —hay un asunto con Ricardo que... — y se quedó callada al percibir la mirada de Samuel.

—¿Que qué?— Ximena la incitó a seguir, pero quien continuó fue André, —es mejor que lo sepa para no la tomará por sorpresa, además podríamos necesitar su ayuda.

—¿Mi ayuda?— Ximena se señaló así misma; cada vez entendía menos.

—¡¿Quieren que todo el mundo se entere de que no pude cuidar bien de él?!— Samuel estrelló la palma de su mano contra la mesa.

—¡Tú no tienes la culpa! ¿Cuántas veces debemos decirte lo mismo?— lo reprendió Claudia; Ximena sólo los observaba sin saber a qué se referían.

Un silencio sepulcral invadió el recinto por unos instantes antes de que André hablara; —al llegar a la madurez, en vez de dejar salir y aprender a controlarla, Ricardo reprimió el llamado de nuestra naturaleza, ahora esta tiene personalidad propia; a veces surge y se hace llamar Owen.

—¿Cc-cómo dices?— a Ximena le pareció algo insólito.

—Hace unos días Owen se hizo presente, Uriel fue testigo y desde entonces todos los días ha acompañando a Ricardo, se han vuelto muy amigos.

—Oh; con que eso era— ella se quedó pensativa, ahora las ausencias de su primo tenían explicación. Luego, miró a Samuel quien parecía observar un punto fijo en el centro de la mesa.

—Ey— lo llamó, —no creo que no hayas podido cuidar de él— trató de reconfortarlo, —pero si hablamos de ello creo que yo soy la peor del mundo, no me di cuenta que mi propia prima estaba poseída— dijo un tono algo bromista refiriéndose a Ariel.

Samuel sólo esbozó una sonrisa floja.

Claudia carraspeó antes de regresar al tema principal, —yo creo que esta vez no debemos perder el tiempo en castigos; sabemos que el pacto no debió ser roto pero dada una situación específica no cumplieron con su palabra. Es por ello que pienso que lo mejor sería hablar con Ariel, Uriel y Ricardo y explicarle las cosas: el acuerdo con los Krell y el hecho de que debemos dejar esto fuera del conocimiento de más personas.

Tras unos segundos de meditación André asintió, seguido de Ximena y finalmente por Samuel; —hecho—, sentenció este último aún con sus dudas en mente.

~*~

Con ambas manos estrujaba la parte baja de su playera mientras reprimía las ganas de morder sus labios; estaba nervioso.

—Calma, todo estará bien— susurró Uriel, él había distinguido el aroma de su hermana y sabía de su estado de ánimo. En el pasado eso había sido imposible, por eso nunca la pudo descifrar, ahora aunque la fragancia era tenue podía percibirla.

—Yy-yo... — tartamudeó, —han de estar enojados por todo el mal que hice.

—Tranquila, Ari— acarició su mejilla, —no te reprocharán nada—; ambos habían sido citados para una reunión en la mansión Yang y ahora esperaban en el vestíbulo, cerca de las puertas del gran salón donde Samuel, Claudia, André y su prima Ximena estaban congregados.

—¿A ustedes también los llamaron?— Ricardo bajaba por las escaleras para reunirse con ellos.

—Si— respondió Uriel, Ariel sólo bajó la mirada, parecía querer buscar en donde esconderse.

—Hola Ariel— el castaño le saludó amablemente una vez que llegó frente a ella.

—Hola— murmuró encogiéndose de hombros. Ricardo miró a Uriel buscando la explicación para semejante comportamiento pero este sólo negó.

En ese instante, las enormes puertas de madera se abrieron y dejaron ver a Ximena, —adelante.

~*~

—¿Y... has hablado con Ariel?— Cristian quiso saber.

El pelirrojo negó con la cabeza; —ni siquiera la he visto desde, ya sabes, desde la otra noche; sólo André fue ayer para purificarla con una de sus infusiones, dice que se esa manera se deshará de cualquier lazo o nexo con el ente.

—¿Sabes? Yo pensé que como eran cercanos ustedes ya había aclarado su mal entendido.

—No es ningún mal entendido— detuvo su caminar y con ello también los pasos de Cristian, ya que iban tomados de la mano mientras recorrían la orilla de aquél lago donde solían ir casi todos los días.

—¿Ah no?— el moreno quería hacer la pregunta directa: "¿Qué pasó entre ustedes?", pero tampoco deseaba mostrarse extremadamente curioso; aunque no fue necesario formular la cuestión ya que el mismo Abel comenzó a explicar.

—Hace un tiempo ella... ella me declaró sus sentimientos— exhaló, era la primera vez que se lo decía a alguien, —yo le expliqué que sólo la quería como una amiga; Ari no lo tomó muy bien y desde entonces nos distanciamos— bajó la mirada, —al parecer mi rechazo la hizo vulnerable. Creo que fue mi culp...

—No— Cristian se posicionó frente a él y acunó su rostro entre sus manos, —no lo digas, no lo pienses siquiera; no fue tu culpa.

—Pero yo...

—No Abel, tú no habrías podido saber qué tan vulnerable era sentimental y emocionalmente.

Sonrió de manera floja; —agradezco tus palabras, pero no puedo evitar sentirme así.

El alto besó suavemente los labios de su pareja, —Abel, eres increíble— lo abrazó hasta obligarlo a colocar su oreja en su pecho; —tienes un gran corazón.

—Ojalá eso fuera suficiente— se acomodó para poder rodear con sus brazos la cintura del moreno hasta hacer una especie de candado en su espAsttra baja.

—Lo es; deberías hablar con ella.

—¿Y si no quiere verme?

—No le preguntes, sólo ve a visitarla.

—¿Y qué le digo?

—Dile la verdad; sigue siendo especial para ti, ¿no? Sino no me explico cómo es que intercediste por ella la otra noche— se refirió al momento en el cual el fantasma desapareció.

~*~

El ceño fruncido de Uriel dejaba ver su incomodidad; ya les habían explicado la procedencia de los Krell y la razón por la cual no los habían devuelto por algún portal.

Ariel miraba hacia abajo mientras los dedos de sus manos se entrelazaban nerviosos bajo la mesa, y Ricardo sólo permanecía inmóvil con los ojos y la boca bien abierta.

—Ellos también saben de nosotros— declaró André.

—¿Y qué nos importa? Deberían regresarlos por donde vinieron— sentenció el de cabellera bicolor.

—¡Eso no!— intervino de inmediato Ximena, y al notar que se había escuchado alterada agregó, —los mantenemos vigilados, no causarán problemas.

—Lo que les ocurra no es asunto nuestro; mi padre y Braulio Yang fueron bastante claros, nada que cruce un portal deberá permanecer por mucho tiempo en este reino— citó Uriel.

—Tranquilo— Ricardo colocó una mano en su hombro tratando de apaciguarlo, luego miró a sus mayores, —creo que es lo menos que podemos hacer después de que nos ayudaron la otra noche— no quiso mencionar al fantasma, —no hablaré de nada de esto a nuestro padre ni a Wilberth Sanz.

Uriel rodó los ojos, su amigo había tocado un punto importante: se los debía.

Mientras, Ariel sólo deseó desaparecer de allí ya que dedujo lo que Ricardo no quiso mencionar sólo diciendo "la otra noche".

—Consideramos que debe ser el mínimo de personas involucradas— explicó Claudia, —pero debido al reciente suceso André y Ximena hicieron una excepción— no usó las palabras "rompieron el pacto anterior", consideró eso innecesario.

Ricardo asintió, —bien, comprendo.

Ariel, algo tímida, también sacudió la cabeza de manera afirmativa y finalmente lo hizo Uriel, aunque este último no se notaba muy satisfecho.

~*~

El sol estaba próximo a ocultarse por completo cuando Cristian bajó del convertible plateado.

—Creo que esto de mantenerme vigilado te lo estás tomando demasiado enserio— declaró cuando estuvo frente a la puerta principal de su residencia.

—Así debe ser— respondió el pelirrojo, quien lo había seguido por el camino empedrado para cerciorarse de que Cristian entraría a su casa.

—Pues yo no veo a Ximena por aquí muy seguido.

—Que no la puedas ver no significa que no esté.

El moreno entrecerró los ojos y el pelirrojo soltó una risita.

—Abel, ¿quieres decir que...?

—¿Cristian, eres tú?— justo en ese momento Marisol, su madre, abrió la puerta. —Hijo, pensé que llegarías más tarde y yo... — detuvo sus palabras cuando su vista se posó en el muchacho pelirrojo que acompañaba al menor de sus hijos, —oh, no sabía que traerías a un amiguito— porque para ella, tanto Cristian como Rafael seguían siendo unos niños.

A pesar de tener el cabello largo recogido en una coleta, el atuendo que llevaba Abel en ese momento dejaba ver que era un hombre; eran unos jeans azules, chaqueta negra al igual que sus zapatillas deportivas.

Sonrió y se presentó, —mi nombre es Abel Yang, soy compañero de su hijo.

—Pero qué lindo jovencito— sonrió ella, dejando ver algunas arrugas que se le formaban en la comisura de sus labios; —¿te quedarás a cenar?

La pregunta tomó por sorpresa a Abel, nunca antes alguien que acabara de conocer se había portado de manera generosa, bueno, además de Cristian.

—Yy-yo... no, muchas gracias.

—Vamos, no seas tímido— la mujer ensanchó su sonrisa.

—Ee-es que iré a otro lugar, debo visitar a una amiga— miró a Cristian y este comprendió.

—¿Irás con Ariel?— indagó sorprendido, no pensó que fuera a hacerlo de inmediato.

Asintió, —creo que tienes razón, debo hablar con ella pronto—, luego miró a la mujer antes de despedirse, —ha sido un placer señora Krell.

~*~

Después de salir de la mansión Yang, Ariel no habló, sólo se sentó en el lugar del copiloto de la Land Rover mientras su hermano conducía a casa.

—Mañana es domingo, ¿qué te parece si vamos de compras? A ti te encanta ir de compras— el mayor intentó animarla.

—No gracias, esta vez prefiero dormir.

—Has dormido por casi dos días enteros; vamos Ari, debes salir, hacer algo más.

—Me da vergüenza— miro por la ventana, —hice cosas muy malas.

—Basta ya, no digas tonterías.

—No son tonterías, le hice mucho daño a... Abel— susurró lo último, ya que al llegar a su casa el convertible plateado se encontraba aparcado cerca de la entrada.

Uriel sólo continuó hasta llegar al lugar donde dejaría el auto y apagó el motor.

—Uriel— llamó a su hermano cuando este se disponía a abrir la portezuela, —no quiero bajar.

—¿Por qué no?

—No quiero que Abel me vea.

—¿Eh?

—Ya te dije, muero da vergüenza— bajó la mirada.

—No tienes por qué avergonzarte.

—No lo culparía si viniera a reclamarme por todo lo que le hice.

—Eran mejores amigos, por lo que supongo que sabes que él no sería capaz de eso.

La rubia alzó al rostro encontrándose con la mirada y sonrisa suave de su hermano; —es verdad, pero aún así tengo un poco de miedo.

—¿Y tú crees que él no está igual?— ensanchó un poco su sonrisa.; —Ari, no pasará nada malo.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

~*~

Tras abandonar la residencia Krell, Abel estuvo a punto de regresar directo a su casa, pero luego pensó que lo mejor sería hablar con Ariel, dejarle saber que no la odiaba, que entendía lo que había sucedido y que estaba dispuesto a empezar de nuevo.

Cuando arribó ninguno de los mellizos se encontraba pero supuso que pronto regresarían, así que decidió esperar.

Permaneció en el vestíbulo y se dedicó a mirar la decoración: existían algunos objetos antiguos, así como en su casa, pero también habían ornamentos de lujo y muy extravagantes, de seguro obra de Ximena y Ariel.

Se encontraba bastante concentrado, intentando descifrar qué cosa era lo que se hallaba en la pintura abstracta que no escuchó cuando la Land Rover llegó, ni cuando abrieron la puerta principal; sólo fue consiente cuando escuchó que alguien se aclaraba la garganta.

Giró sobre sus talones y se encontró con Uriel sonriendo alegremente y con Ariel que desvió la mirada algo apenada.

—Hola. ¿Qué te trae por aquí?— saludó efusivo el mayor de los tres.

—Hola, yo... yo quisiera hablar con Ariel— fue directo y tal vez algo tajante.

—Por supuesto. ¿Pasamos al salón?— sin borrar su sonrisa, el de cabello bicolor señaló una puerta a la derecha.

—Oh no— negó agitando las manos, —si es posible, desearía que fuera en un lugar más... privado.

—¿En mi habitación estaría bien?— por fin Ariel había emitido palabra.

Abel asintió y así fue como se dedicaron a subir las escaleras.

La rubia abrió la puerta de su alcoba y le indicó a Abel que pasara, entonces cuando ella iba a hacer lo mismo Uriel la sujetó suavemente del antebrazo; —verás que todo saldrá bien; pero me quedaré aquí afuera por si me necesitas— sabía que eso le daría un poco más de confianza, y así fue, ya que sonrió y dejó escapar un silencioso "gracias" de sus labios.

Abel miró con detenimiento, en el pasado solía visitarla a menudo y el lugar no había cambiado mucho, salvo que ahora el gran librero ya no se encontraba, supuso que había sido removido por lo del reciente suceso.

—Tt-toma asiento— Ariel le señaló una pequeña mesa con dos sillas a los lados; el pelirrojo obedeció al instante seguido de ella.

Y ahora que estaba frente a la rubia ya no sabía qué decir, o mejor dicho, no sabía cómo empezar; mentiría si dijera que no tenía miedo de echarlo a perder y que en vez de volver a ser amigos se distanciaran; aunque al final no tuvo que decir nada, ya que ella fue quien rompió el silencio sepulcral.

—Abel, perdóname; nunca fue mi intención causar tanto daño. No le estoy echando toda la culpa a ese ser, yo también fui responsable por dejarlo actuar y dejarme influenciar, creo que soy la peor amiga del mundo y yo... — detuvo sus palabras para incorporarse y dar dos pasos quedando frente al menor, —ofrezco disculpas, fui una cobarde y una egoísta— y cayó de rodillas.

Los ojos de Abel se abrieron de par en par, jamás pensó que sucediera algo así; hasta ese día, sólo Cristian se había puesto de rodillas frente a él.

—No no no; no hagas eso— pidió y la tomó de los hombros para incitarlo a que se pusiera de pie, pero fue inútil.

—Entiendo si no me perdonas, no me lo merezco— sollozó.

Abel no la odió, sino que comprendió que los sentimientos de su amiga simplemente habían tomado un mal camino, y todo gracias a ese ser que se había aparecido en su vida; así que imitó su posición quedando a su altura, frente a frente.

—¿Eh; qué estás haciendo?— preguntó sorprendida.

—El que no merece ser perdonado soy yo— declaró el pelirrojo, —yo, siendo tu mejor amigo, no me di cuenta por lo que estabas pasando, fui un cobarde y un egoísta; al notar el extraño comportamiento debí tratar de resolver las cosas, y no alejarme como lo hice.

Sólo hasta ese momento el menor notó que él también estaba a punto de llorar, así que se restregó el dorso de la mano descuidadamente cerca de los ojos para evitar que las gotas saladas resbalaran por sus mejillas.

—Abel, te perdono si tú me perdonas.

El nombrado sonrió y contestó, —no, te perdono si tú me perdonas.

Ella imitó su gesto facial y contestó animadamente, —no, te perdono si tú me perdonas— repitió.

Luego los dos se echaron a reír; era un viejo juego, en el que ninguno de los dos parecía querer dar su brazo a torcer; como cuando eran chicos y ambos corrían por el jardín de los Sanz, aquél día en que Abel cayó y se raspó la rodilla.

—Abel, discúlpame.

—No, es un juego.

—Cuando tu padre lo sepa buscará al culpable, esa soy yo; yo te empujé.

—Pero Ari— hizo un mohín y arrastró la última palabra, —no lo hiciste apropósito.

—Lo sé, pero debí tener cuidado; perdóname.

—¡Ya sé! Te perdono si tú me perdonas por haber roto el florero de tu casa— sonrió dejando ver sus pequeños dientes.

—Ese fue un accidente

—Pero lo rompí en pedazos muy pequeñitos— unió las yemas de sus dedos índice y pulgar al decir "pequeñitos".

Ariel exhaló, —está bien, te perdono si tú me perdonas porque te empujé.

—No no— negó frenéticamente haciendo que su cabello se sacudiera, —te perdono si tú me perdonas, yo rompí el florero primero— aún siendo unos infantes, ambos eran muy listos.

Como el "te perdono si tú me perdonas" parecía no querer terminar, Ariel cambió su diálogo; —entonces... ¿volveremos a ser amigos?— inconscientemente bajó la mirada, era evidente que aún no recuperaba del todo su autoestima.

—Ari, por supuesto que sí— ninguno de los dos se había puesto de pie, así que Abel aprovechó esa posición para atraparla en un fuerte abrazo. Ariel no pudo reaccionar inmediatamente, el acto la había tomado por sorpresa, y más aún cuando unas palabras fueron dichas cerca de su oreja, —nunca pensé que dejáramos de serlo, sólo atravesamos un mal momento.

La rubia se relajó y correspondió el abrazo, había olvidado lo bien que se sentía ser feliz y tener a un amigo con un gran corazón. 

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