9. El día que la conoció
Es curioso, o al menos para él lo era, el cómo se conocieron él y Sky. Curioso, milagroso, el destino, como quisieran llamarlo los demás, pero la cuestión es que se habían conocido, y eso era algo de lo que no va a arrepentir nunca.
El bullicio en la universidad era bastante fuerte, era obvio, después de todo, era temporada de clases, por lo que los pasillos estaban llenos de jóvenes estudiantes. Si le hubiera hecho caso a sus padres, quizá él fuera uno de ellos, pero la vida lo llevó por otro camino. Él mismo dibujó ese camino. Tomó el lápiz y comenzó a trazar líneas, pero esas líneas no eran tan rectas como las de su padres, que desde pequeño, desde muy pequeño, fueron estrictos con él: que si tenía que sacar buenas notas, que si tenía que vestir formalmente a donde sea que fuera, que si su forma de hablar, que si todo. Pero eso era muy diferente a lo que él quería. Él quería ser más libre, dibujar rayones en distintas direcciones, con diferente grosor, de diferentes colores, y cada uno de esas rayas lo llevaban a un solo camino: la música.
—Buenos días —saludó cuando entró en la dirección.
—Buenos días. ¿Qué deseas? —preguntó el director de la universidad.
—Soy Dalí Zambrano. Vengo por las inscripciones del nuevo año escolar.
—Ah, sí, claro. Bueno, no hacía falta que vinieras directamente, podrías haber revisado la página web y allí mismo te informabas de todo. Pero ya que estás aquí, te lo explico yo mismo.
Claro que le hubiera gustado hacer eso. De hecho, eso era lo que pensaba hacer, pero su mamá fue tan insistente (como siempre) de que debía ir él directamente a la institución. Fue tan insistente que prefirió ir y ahorrarse más problemas. Ya era suficiente con todos los demás problemas.
Salió de la universidad. Había entendido todo lo que tenía que hacer. Esa era una universidad un poco complicada: para entrar, además de cumplir con ciertos requisitos, había que hacer varios exámenes para calcular el conocimiento de la persona, y, dependiendo de esos resultados, se definía si se aceptaban la solicitud o no. Era toda una molestia tener que hacer exámenes para algo como eso. O quizá él lo veía de esa forma porque no estaba para nada interesado en estudiar contaduría, medicina, ingeniería, o cualquier otra cosa. No. Él no quería nada eso. Él quería estudiar música, porque era eso lo que le apasionaba, y sus padres lo sabían. De hecho, ellos lo habían ayudado a descubrirlo hace años, cuando le habían comprado su primera guitarra de juguete. A partir de ahí se interesó demasiado por la música, y sus padres le habían pagado algunos cursos de música, e incluso, le habían comprado la guitarra acústica que tiene actualmente. Pero cuando creció todo se volvió mucho más complicado, porque, de la música no se vive, de la música no se come, la música no es un trabajo. La música no es nada.
—¿Estás loco? —preguntó su madre, indignada.
—No. Realmente quiero estudiar música. Realmente lo quiero. De hecho, al otro lado de la ciudad hay una—
—¡No! ¡Dalí! ¡No! —le calló la boca con sus gritos.
Eso fue hace dos años. Desde entonces, no ha estudiado, ni música, ni ninguna otra cosa, hasta ese año, que su madre le había insistido que tenía que estudiar, sino, que se podía largar de la casa. Es por eso que aceptó hacer todos los trámites para entrar a la universidad que su madre quería, obligado. Siempre siendo obligado.
Su madre le había mandado hacer algunas compras, así que pasó por el supermercado. Luego caminó hasta su casa, que quedaba un poco alejado, pero eso le alegraba, no quería llegar, no quería verle el rostro a sus padres, escucharlos sobre que estaba tomando el camino adecuado. «¿Y cuál es el camino adecuado para mí?» se preguntaba a menudo. Seguro que la respuesta era la música, pero aún así seguía allí, sin avanzar en ese camino, a pesar de que seguía practicando aunque sus padres estuvieran en contra.
—¡Meow!
Cuando se volteó, vio a Sky, maullando hacia las bolsas que él llevaba en sus manos. Maulló una vez. Maulló dos veces. Maulló muchas veces.
—Hey... ¿qué quieres? —Sky maulló— ¿Quieres comida? No sé si aquí haya algo para ti... ¡Ah! ¿Te gusta el pan?
Le dio algunos trozos a Sky, los cuales comió con mucho gusto.
—Al parecer sí te gusta el pan dulce —le acarició la cabeza.
Se le quedó viendo. Sky parecía tan libre. Allí en la calle, sin ningún tipo de preocupaciones. Pensó que le hubiera gustado ser un gato, que sólo se preocupaba por comer, dormir, y ya, no había más nada.
—Bueno, pequeño, tengo que irme. Cuídate.
Siguió caminando, pero a los pocos pasos, escuchó el maullido de Sky.
—¿Qué pasa? —respondió con otro maullido. Él caminó y ella lo siguió— ¿Me vas a seguir hasta la casa?
Lo puso a prueba, caminando y parando, y ella siempre lo seguía. Incluso corrió lento, y para su sorpresa, Sky lo había seguido. A él sólo le causaba risa, y por un momento, se olvidó de todo lo que le estaba matando la cabeza. Se olvidó de los estudios. Se olvidó de la música. Se olvidó de sus padres. Se olvidó de todo. En aquel momento sólo eran él y aquel gato que se encontró en la calle, hasta que llegaron a su casa.
—Bueno, gatito. Aquí nos despedimos. A mi mamá no le gustan los animales, así que será mejor que te vayas. Cuídate —cerró la puerta, dejando a Sky fuera, ladeando la cabeza.
—¿Cómo te fue? —preguntó su mamá, pero cuando lo vio, fue como si le hubiera dado un infarto— ¡¿Fuiste vestido así?!
—Ehm... ¿sí?
—¿Es que estás loco? Te dije que fueras vestido formal.
—Pero mamá, estoy bien vestido.
—¡No! Tenías que llevar—
—¿Corbata? ¿Un traje? Mamá, estás exagerando.
—Además no te quitaste ese tinte.
—¿Es que también tenía que hacerlo?
—¡Pero por supuesto!
—Ya, mamá. Me dijeron que tenía que presentar unas pruebas, exámenes. Que eso era lo más importante de todo.
—¿Te dijeron fecha?
—Sí. La semana que viene.
—Bueno, a ver si te pones a estudiar.
—Sí. Voy a tocar un rato.
—¿Hasta cuándo vas a seguir con eso? Ya vas a empezar a estudiar, deberías dejar de lado esas tonterías.
—Mamá, nunca voy a dejar la música de lado. Voy a estudiar porque me lo estás pidiendo, porque si fuera por mí—
—¿Por qué si fuera por ti qué? ¿Serías un famoso? ¡Deja lo estúpido! Si ese fuera en realidad lo tuyo, ¿por qué no lo eres ya? ¿Por qué sólo tocas ahí dentro en tu cuarto? Eso es de gente con talento ¿y tú qué? Ya sienta cabeza.
Apretó los puños. Quería responder. Se quería defender. Pero en fondo tenía dudas. ¿Y si su madre tenía razón?
—Voy a tocar un rato.
—¡Dalí!
Entró lo más rápido que pudo a su cuarto, cerrando la puerta con fuerza. No estaba molesto, estaba confundido, perdido. ¿Y si su madre tenía razón? ¿Tenía él el talento necesario para ser un músico? Sabía cantar, sabía tocar la guitarra, pero, ¿eso era suficiente? ¿Era él suficiente? Quizá sólo debía conformarse con estudiar una carrera normal, tener un trabajo normal, tener una vida normal... Ser como sus padres. Ser conformista. Quizá eso era todo lo que tenía que hacer y ya.
Los maullidos captaron su atención. Miró a su ventana y vio a Sky.
—Hey, ¿qué haces ahí? —abrió el vidrio y metió al gato— ¿No te dije que tenías que irte?
Se sentó en la cama con él, y éste se comenzó a frotar contra su cuerpo.
—Realmente me gustaría ser tú en estos momentos —le dijo al gato—. Tú estás tan tranquilo. No te preocupas por nada. Puedes estar allí en la calle viviendo la vida cómo más te guste. Durmiendo. Cazando. Comiendo. Durmiendo otra vez. Quiero ser un gato. Quiero ser... quiero ser un músico.
Quizo llorar. Todo se estaba volviendo tan real. La universidad le estaba jalando desde los talones, y en pocos días presentaría un examen que definiría si estudiaría o no allí, y si es aceptada su solicitud, tendrá que renunciar a la música en el ámbito profesional, y jamás...
—Meow —Sky maulló con fuerza, y le colocó una pata en la cara y le lamió las lágrimas, que no se había dado cuenta había dejado salir.
—¡Oye! —rio— ¿Qué haces?
Se le quedó viendo a sus ojos verdes. No sabía porque, pero sintió que el gato lo entendía, que le hablaba a través de los ojos, y que ese maullido significaba "Te entiendo. Eres bueno. Todo estará bien."
—¿Realmente lo crees? —habló con la voz rota.
Y lloró.
Era extraño. Muy extraño. Nunca fue tan apegado a los animales, a ningún tipo. Quizá porque su madre no permitía tener en casa, y por ello no había convivido mucho con ellos. Pero con Sky era diferente. Le dijo lo que nunca le había dicho a nadie, y eso que no tuvo que usar palabras. Sólo con verse a los ojos bastó para comprenderlo todo. Estaba seguro con aquel gato. Era libre. Al día siguiente Sky lo había visitado, y él la había llamado Burbujas para identificarla, pensando que era un gato. Poco a poco Sky comenzó a ir más seguido, y él ya no estaba más solo. Podía hablarle a Sky de cualquier cosa, de sus problemas, y ella no le diría nada, pero lo apoyaba. Sabía que ella lo apoyaba.
De alguna u otra forma creó un vínculo tan fuerte con Sky que ya podía entenderla, y ella a él. Es curioso cómo los animales puedan sentir como se sienten los humanos, pero le alegraba, porque de esa forma podía comunicarse con ella y era comprendido. Se sentía capaz de todo.
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