46. El final del azul
No ha corrido más rápido en toda su vida. Al igual que antes no toma el bus porque tiene el tiempo muy medido como para desperdiciarlo en la parada. Siente el sudor correr por su cuerpo debajo de la ropa y cada tanto inhala y exhala agitado. Incluso el respirar le duele.
Saca su teléfono miles de veces para sólo darse cuenta todo el tiempo que perdió con su padre. Cuando salió de casa a Dalí sólo la quedaban 3 horas para irse en el próximo vuelo, y ya perdió 2 horas y media. Tiene que sacar fuerzas de dónde no tiene, pero le es difícil. Son dos días en los que no ha dormido nada, donde la tensión ha dominado su cuerpo, dónde no ha comido bien, y anteriormente ya había corrido la misma distancia. El hecho de que aún siga de pies es un milagro, más todo lo anterior le pasa factura a su cuerpo. Sin embargo, no puede darse por vencido.
Marca el número de Dalí unas cuantas veces. No hay respuesta. Eso lo vuelve loco, pero el escuchar la voz angelical del chico lo revitaliza. Sonríe grande porque se hace la idea de que aún lo espera.
—¡Dime que no te has ido!
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás así?
—¡Sólo dime que sigues esperando!
—¡Aquí estoy!
—¡Voy en camino! No cuelgues, por favor.
—No lo haré hasta que llegues. Estaré contigo siempre.
—Pues debería apurarse si realmente quiere verte —escucha de fondo a Saúl.
—¡Dile que sí llegaré!
—Él llegará. Sólo tenemos que seguir esperando —le dice Dalí al hombre.
—El tiempo no espera a nadie.
—¡Llegaré!
Sigue corriendo, más no cuelga. Y a través del teléfono Dalí escucha sus jadeos, y susurra cosas como: "Sé que llegarás" "Confío en ti" "Tú puedes".
Esas palabras le daban la fuerza que le faltaba. Cada nuevo paso tenía mucha más fuerza, al punto que el dolor ya era frecuente, pero logra subir la carretera hacia su casa, y cuando está situado a sólo dos metros, grita.
—¡Dalí! ¡Llegué!
Dalí se asoma por la barandilla del porche y baja casi corriendo.
No puede detenerse así que Dalí lo recibe con un abrazo como amortiguador. Su aliento choca con el pecho de Dalí al estar inhalando y exhalando profundo.
—Lo hiciste —Dalí le acaricia la espalda—. Llegaste.
Como puede retoma su postura y mira al chico de ojos negros.
—Te prometí que lo haría.
Sonríen. No sabe que decir. No es bueno para las despedidas y no le gustan, pero últimamente se ha estado despidiendo mucho.
—¿Saldaste la deuda?
—Lo hice —ríe y le muestra la factura—. La casa es mía oficialmente.
—¡Dios! ¡Qué bueno! —Dalí lo abraza y ríen— Y qué harás con ella ahora?
—Por ahora voy a ordenarla de nuevo. Tendré tiempo suficiente para pensar que hacer después.
—Me gustaría poder estar contigo para ordenarla. Soy muy bueno en eso.
Ríen. Y tiene razón. Dalí es el tenía la casa ordenada últimamente. Se le da muy bien eso de ser amo de casa.
—Entonces la mantendré desordenada para que regreses pronto.
—Yo... realmente no sé cuando voy a regresar.
—Supongo que puedo esperar un tiempo.
—Aciano... podemos mantenernos en contacto. Tenemos nuestros números, Instagram, aún podemos seguir hablando. No tenemos porque perder el contacto.
—Bueno, le espera mucho trabajo —susurra no tan bajo Saúl..
Ambos lo miran disimuladamente.
—Sé qué seguiremos en contacto, como antes, cuándo nos conocíamos poco. Haré tiempo para dejarte mensajes todos los días —dice con una sonrisa triste.
—Yo también lo haré —Dalí le toma las manos—. Cada que despierte pensaré en qué hay una persona que piensa en mí aquí.
—¿Tendrás tiempo suficiente con tantos fans que tendrás? —ríe, porque de alguna forma tiene que soportar la tristeza.
—¿Cómo sabes que tendré muchos fans?
—Una persona cómo tú no podría no tenerlos. Pero que conste que yo seré tu primer fan.
—Eso no lo tendré en duda —Dalí baja las manos y busca su teléfono y presiona la pantalla—. Jamás.
—Cumplirás tu sueño.
—Y tú ya cumpliste una de tus metas. Estoy orgulloso de ti.
—Yo también estoy orgulloso de ti, Dalí.
—Antes de irme, tengo que agradecerte por todo. Sino fuera por ti, Aciano, yo ni siquiera me hubiera atrevido a seguir tocando en los restaurantes.
—No seas tonto.
—No, Aciano, no lo estoy siendo. Antes de que nos conociéramos no había nadie que se diera el tiempo de mirarme, de escucharme. Nadie confiaba en mí. Me sentía en lo más profundo, y estuve a punto de tirar la toalla, pero luego tú viniste y me miraste como nadie lo había hecho. Sentía que finalmente alguien apreciaba lo que yo hacía. Me hacías sentir que yo y mi música sí importábamos. Me sentí escuchado. Y no sabes cuánto necesitaba eso. Me diste tanta fuerza e inspiración para seguir adelante. Te convertiste en mi motor. Así que si no fuera por ti, no hubiera firmado contrato con una disquera. Realmente te agradezco tanto.
—Créelo o no —le toma las manos a Dalí—, yo también tengo que agradecerte mucho.
—No hice nada—
—Hiciste tanto —lo mira a los ojos y el resto del mundo desaparece. Son sólo ellos dos. Son los protagonistas. Son los únicos que importan—. Comenzaste a ser una de las razones por las cuáles me gustaba despertar. Encontrar un mensaje tuyo me hacía sonreír y me daba las fuerzas suficientes para ir al curso y al trabajo. Me ayudaste a cuidar a Sky cuando yo no podía estar, a mantener la casa, ¡incluso a pagarla! ¿Crees que sin ti hubiera podido llegar hasta éste punto? Ya la habría perdido hace meses. Me enseñaste a valorar mucho más las cosas. Me ayudaste a descubrir y entender tanto. Es como si fueras la pieza que me faltaba. Y gracias a ti sentía que las ruedas del tren iban en los rieles correctos. Yo también te agradezco por tanto.
La sonrisa que tiene Dalí es tan hermosa.
Ellos se hacen tanto bien uno al otro que es una lástima que tengan que separarse.
—¿Estaremos bien sin el otro? —le pregunta Dalí.
—No lo sé. No veo un futuro sin ti. Y tengo mucho miedo.
—Te prometo que cuando tenga el tiempo vendré a verte.
—Estaré esperando.
El sonido del motor del carro envuelve sus oídos.
—Dalí, hora de irnos —Saúl toma las maletas de Dalí que habían recogido en el tiempo que lo esperaban—. El vuelo sale en 30 minutos.
—Ya tengo que irme.
—¿Me escribirás cuando llegues?
—Lo prometo.
Besa a Dalí con tanta fuerza, como si quisiera dejar una marca en él, un beso que no pueda olvidar, un beso que tenga todos sus sentimientos y todos los momentos que vivieron juntos, buenos y malos, porque es gracias a ellos que se pueden amar tanto.
—Dalí —susurra—, cuando te sientas mal, cuando sientas que no puedes más o cuando te sientas perdido, recuerda que siempre habrá una persona que te estará escuchando y observando, una persona que te entiende y te apoya en lo que sea. Recuerda que siempre habrá alguien que te ama con todo el corazón y el alma. Recuérdalo, por favor.
—Lo haré. Lo prometo —la voz de Dalí es entrecortada.
Lo mira y se da cuenta de las lágrimas del chico. No puede evitar sonreír, pero cuando lo hace sus lágrimas también se escapan.
Se besan una última vez y Dalí camina hasta el carro, pero lo toma de sorpresa cuando se voltea.
—¡Hey! ¿De qué color te sientes?
Al principio no entiende la pregunta, pero luego sonríe.
—¿Te acuerdas, verdad? —aún así Dalí quiere asegurarse que sí entendió la pregunta— Hace meses me explicaste la teoría del color y su conexión con los sentimientos y emociones. Dijimos que ambos estábamos en nuestro período azul.
—Claro que lo recuerdo.
—Gracias por ser parte de mi período azul, Aciano.
—Y yo te agradezco a ti por ser parte del mío.
—¿Y entonces? ¿De qué color te sientes hoy?
Lo piensa. Han pasado tantas cosas desde ese día.
—Me siento rosa. Quizá no de un todo, pero siento que está empezando una nueva etapa para mí, y se siente tan rosa. ¿Y tú? ¿De qué color te sientes?
—¿Con todo esto? —abre sus brazos cargando unas bolsas— También está comenzando mi período rosa. ¿Te molestaría ser parte de ese período también?
—No, sólo si tu aceptas ser parte del mío.
—¿Cómo no hacerlo?
Se ríen tristes.
—Hasta luego, Dalí.
—Hasta luego, Aciano.
La última mirada; los ojos de Dalí siempre son tan expresivos, y es tan doloroso tener que dejar de verlos después de tanto tiempo acostumbrado a hacerlo, pero esa mirada se rompe cuando Dalí la desvía para subirse al carro. Cierra la puerta, el carro se arranca y Dalí saca una mano por la ventana y se despide con ella. Ríe, y también hace lo mismo. Después el carro va en dirección carretera abajo, y lo dejan solo.
Su pecho se siente tan vacío, y no sabe cuánto tardará para volver a sentirlo lleno de nuevo, pero cuando pierde de vista al carro entiende que la despedida es real, entiende que tiene que aceptarlo, entiende que es lo mejor para ambos.
Entra a su casa, la que siempre fue suya, y tal como prometió, espera.
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