45. Hasta el mínimo segundo cuenta
Siente que los dedos se le quiebran de tanto moverlos por los nervios de estar esperando a Dalí y no recibir ni siquiera un mensaje. ¿Habrá llegado a tiempo? ¿Habrá firmado? ¿Por qué no le dice nada? Ya ha pasado más de una hora desde que se fue y no tiene noticia. Se asfixia él mismo de tantos pensamientos. Sin embargo, también sabe que si firma Dalí tendrá que irse, y eso lo asfixia de la misma manera. Quiere ver a Dalí cumplir sus sueños, pero no quiere alejarse de él, más si llega a ser necesario... y se pregunta, ¿Será capaz de estar sin Dalí después de pasar meses estando tan unidos? Le da miedo conocer la respuesta.
El ruido de un motor lo saca de sus pensamientos. Mira por la ventana y no es la camioneta del padre de Dalí, es un carro gris y mucho más pequeño. Lo extraño de todo eso es que del vehículo baja Dalí del asiento copiloto.
—¿Dalí? —pregunta al salir de la casa.
Mientras baja las escaleras ve como otro hombre se baja de atrás y el carro espera.
—¿Quién es? —pregunta.
—Es Saúl, el productor.
—Eso quiere decir que...
—Sí. Firmé el contrato.
—¡No puede ser, Dalí! —se tira en sus brazos para abrazarlo— ¡Felicitaciones!
—¿Puedes creerlo? ¡Voy a comenzar oficialmente como músico!
—Te dije que lo ibas a lograr —besa a Dalí apasionadamente. Luego mira a Saúl que los mira con cara de sorpresa—. Muchas gracias por confiar en el talento de Dalí.
—Mis ojos no se equivocan. Sólo es eso. Entonces tú eres la persona por la que Dalí dudaba en irse.
—¿En serio lo dudaste?
—Como no tienes ni idea —responde Saúl por Dalí.
—¿Y qué te hizo cambiar de opinión?
Dalí sonríe.
—También fuiste tú. Últimamente andas mucho en mi cabeza.
—¿A qué te refieres qué también fui yo?
—El contrato dicta que al firmar tengo que irme a la fecha ya estipulada. La fecha es hoy. Tengo que irme hoy.
—¿Qué? —se aleja levemente de Dalí.
Mira a Saúl confundido y luego vuelve a Dalí. Tiene una cara triste. Sabía que se iría, pero no tenía en consideración que fuera tan rápido. Eso es tan... tan doloroso.
—No termino de entender. ¿Qué influí yo para que tomaras esa decisión?
—No podía dejarte aquí solo con todas las cosas que están pasando. Sky, tu casa, tu padre. Por eso para firmar pedí una condición única.
—Es bastante exquisito tu novio —bromea Saúl.
—¿Qué pediste?
Dalí trata de buscar las palabras correcta, pero al no encontrarlas saca un papel de su billetera. Cuando lo revisa se sorprende al ver el cheque con aquella cantidad de dinero.
—Dalí...
—Antes que digas algo, tenía que hacerlo, no tenía opción. Es un adelanto de mi trabajo.
—¿Y tú aceptaste? —le pregunta a Saúl.
—Si mis ojos no se equivocan, mis oídos mucho menos. Siendo sincero, pagaría mucho más por alguien como Dalí si fuera necesario.
—Esto es mucho dinero, Dalí.
—Y es lo que necesitas para pagar la casa.
—Ya el tiempo pasó.
—No —Dalí le toma las manos arrugando la frente—. Abel dijo que tu padre te daba chance de pagar la deuda una semana más.
—Eso es... es cierto.
—Paga la deuda y quédate con la casa. Quiero irme de aquí y ver que hayas saldado la deuda.
—Pero tienes que irte. Puedo hacer eso después de que—
—No estaré tranquilo si me voy y no has pagado nada. Pueden pasar muchas cosas. Por favor, Aciano. Ve a pagar la deuda. Tu padre es una persona de la que no se puede esperar ni confiar nada. Abel dijo que iba a estar en reunión con unos empresarios, ¿no? Tu sabes dónde está esa empresa. Ve antes de que se le ocurra perderse. Yo te voy a esperar aquí.
—¿Cuándo se van?
—El vuelo sale en tres horas —responde Saúl—. Si realmente quieren verse antes de que nos vayamos, debes ir corriendo ya mismo.
—No esperes tanto y ve. Confío en ti que llegarás a tiempo. Tú puedes.
—¿Prometes que vas a esperarme?
—Lo prometo.
Sin pensarlo dos veces corre por la carretera. La gente creerá que está loco, pero correr es la única manera de llegar a tiempo, porque la primera estación del bus está alejado de su casa. Muy alejada. Sólo le queda correr con el cheque en la mano.
Llega a la primera estación y ya está cansado. Le cuesta respirar y pone en duda si debe quedarse allí esperando a que pase el bus o si debe seguir corriendo más allá, pero no sabe cuánto tardará en pasar el siguiente bus, y no hay tiempo para arriesgarse a eso, así que sigue corriendo hasta adentrarse a la ciudad. No sabe cuánto tardó y no se detiene en revisar la hora, sólo quiere entregar ese cheque y regresar corriendo con Dalí. Es lo único que tiene en mente cuando llega a la empresa.
—¿Se encuentra Michael Díaz? —le pregunta a la recepcionista que lo mira de arriba a abajo. Lo juzga con la mirada por su condición.
—¿Quién lo busca?
—Aciano Díaz.
—¿Tiene cita?
—Eh, no.
—El Doctor Díaz está en una reunión importante, podrá atenderlo luego de que termine.
—¿A qué hora termina?
—Alrededor de unas 3 o 4 horas.
—¡No! No tengo tanto tiempo.
—Entonces puede venir otro día —le dice con repugnancia—. Mejor vestido.
No le responde y se sienta en la sala de espera.
Realmente no puede esperar todo ese tiempo. Ya pasó casi una hora entera desde que salió de casa y a Dalí sólo le quedan dos para irse. No puede darse el lujo de darse el postín. No es la primera vez que viene a la empresa, de niño lo hacía cuando aún eran una familia. Si no mal recuerda la oficina de su padre estaba en el último piso. Recuerda el camino. La recepcionista no está atenta y no hay guardias de seguridad por ningún lado. Sus piernas tienen un tip nervioso por la idea, pero Dalí es más importante que cualquier otra cosa. Con rapidez se levanta y corre por el pasillo hacia las oficinas. Escucha gritos de la recepcionista llamando a los guardias de seguridad y pronto escucha las voces de ellos detrás de él.
Es un edificio de más de 4 pisos y el ascensor no está en el suyo. Sube las escaleras corriendo mientras los guardias de seguridad gritan enojados. Pierde fuerza y siente que no puede más. Se detiene en uno de los pasillos a recuperar fuerzas. Escucha como el ascensor se abre y no lo piensa. Entra y cierra las puertas antes de que los guardias logren entrar. Recuesta su espalda en la pared y siente como sube. Su corazón late cómo loco. Lo está logrando.
Cuando llega al último piso corre hasta lo que recuerda cual es la oficina de su padre y abre la puerta. Hay muchas personas sentadas en sillas alrededor de una mesa y un hombre de pie explicando unas gráficas. Todos se quedan en silencio observándolo.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunta molesto su padre— ¿Qué haces aquí?
Escucha a los policías gritar desde las escaleras de pisos de abajo y cierra la puerta con seguro. Todos susurran pero él sigue escuchando los latidos de su corazón en sus oídos.
—¡Seguridad! —grita su padre enojado.
—¡No! Tengo que hablar contigo.
—¿Estás loco? ¿No ves que estamos en una reunión? Es más, tú ni siquiera deberías de estar aquí. Salte.
—No.
—¡Salte!
—No.
—¿Quién es? —pregunta un hombre regordete sentado al frente de su padre. Todos le prestan atención, incluso su padre lo hace. Ese hombre es importante.
—No es nadie importan—
—Lamentablemente soy su hijo —se apresura—. Pero les aseguro que si tuviera la opción de elegir a mi padre, no lo escogería a él de vuelta. Haría todo lo contrario para evitar eso.
—¿Qué quieres?
—Vengo a pagarte la deuda.
—¿Qué?
—La deuda —alza la voz. No sabe que tan relevantes son las personas de esa reunión, pero ponen nervioso al hombre, y eso es algo que no puede desaprovechar—; la que nos colocaste a mi madre y a mí injustamente.
Su padre tiene la cara roja. Las venas se le marcan en el cuello. La imagen se le asemeja a un toro enojado.
—No sé si lo recuerdas, pero cuando le fuiste infiel a mi mamá con el hermano de su mejor amiga y decidieron separarse, le mentiste y le dejaste una casa con una deuda ilegal, en la cual si no te pagábamos Íbamos presos o nos embargaban —los susurros empiezan y camina lento dando la vuelta por la larga mesa de reunión—. También te recuerdo que mi madre murió porque no tenía el dinero suficiente para el tratamiento del cáncer porque su ex esposo prefirió estafarla en vez de tener consideración. Es raro que no lo recuerdes, si hasta hace unos días estabas tan obstinado con el tema. ¿No fue ayer que fuiste a mi casa y empezaste el embargo antes de la fecha y uno de tus empleados golpeó a mi gata embarazada y a raíz de eso murió? También dejaste dicho que te podía pagar en una semanas.
La gente mira extrañada a su padre. Y claro, ¿cómo no lo iban a hacer si era un hombre impecable? Él se había encargado de que todos pensaran eso. Sólo pocos conocían su verdadero ser, y desgraciadamente él era parte de esa minoría.
Llega al otro extremo de la habitación y se coloca frente a frente.
—Hoy te pago esa deuda. De un todo —saca el cheque de su bolsillo y se lo coloca en el pecho.
El hombre lo revisa. Está sorprendido, pero más que eso está enojado.
—No pienso aceptarlo.
—Entonces prepárate para todo el proceso legal que viene. Porque yo como deudor te estoy pagando todo el dinero, tú como vendedor es quien no quiere aceptarlo. Otra estafa más. ¡Qué bueno que están todos ellos aquí presente! Seguro saben de muchas leyes.
Su padre mira a todos, en especial al hombre que tiene al otro extremo de la mesa. El hombre deja el lápiz en la mesa y se muestra decepcionado.
—¿Entonces? —pregunta.
—Busca todo lo necesario —su padre le hace señas a su abogado con la cabeza.
El hombre casi corre. Regresa con varios papeles en las manos junto a otro hombre. Colocan los papeles en la mesa.
—Éste fue el contrato que firmó tu madre hace años —habla el abogado—. El original. Aquí están los bauches de los pagos que se han hecho, y aquí el monto que queda debiendo.
—Ese cheque lo cubre todo.
—Si ese es el caso...
—Que sea rápido —amenaza su padre.
—Firme aquí.
Se detiene unos segundos a leer el contrato, el bauche y todo. No le pasará lo mismo una segunda vez, incluso le toma foto. Y lo mejor de todo es que tenía testigos de todo lo que estaba pasando.
Firma y el pecho se siente ligero. Las cadenas y la presión que había estado llevando desde hace tantos años finalmente termina de desaparecer. Una presión que no le correspondía. Ni a él ni a su madre. Ella debe estar tan contenta ahora mismo. Puede descansar en paz sabiendo que su hijo ya no tiene que cargar con las consecuencias del pasado. Seguro está orgullosa. Está tan feliz que podría llorar de la emoción. Finalmente hace justicia.
—Firme usted —el abogado le da el lápiz a su padre.
Él se lo piensa, pero luego de unos segundos lo hace, furioso, y oficialmente ya no tiene ninguna conexión con ese hombre.
—Estos se los queda usted. Estos nosotros.
—Muchas... —¿por qué debería agradecer siquiera?— No fue un gusto todo este tiempo. Me alegro que haya terminado. Y papá, no te acerques nunca más a mí casa. Y otra cosa, la vida es muy corta para vivir engañándose uno mismo. Deberías sacar a la luz tu relación con Abel.
—Me las vas a pagar.
—No tiene caso ya. Tienes el dinero. Disfrútalo —se vuelve hacia las demás personas—. Un gusto conocerlos, y gracias por darme el tiempo necesario.
Camina hasta la puerta y la abre y se encuentra a los guardias.
—No se preocupen, ya todo terminó.
—Lamento toda esta situación —su padre habla dentro de la sala—. Realmente yo...
—Estafador, mal esposo, mal padre, delincuente —enumera el hombre regordete—. En serio que estás mal.
—Yo puedo...
—No, y ahora déjame decirte algo Michael...
Sonríe y cierra la puerta.
Está feliz porque se pudo vengar. Pudo ponerlo en su lugar. Que probara un poco de toda la miseria que a él le tocó vivir. Y quiere quedarse escuchando como el hombre lo regaña, pero tiene cosas mejores que eso.
Ya se deshizo de su padre y la deuda. Ahora toca hacerse cargo de lo que realmente importa: de Dalí y su ida. Eso es lo único en lo que piensa, y en todo lo que tiene que correr para llegar a tiempo. No permitirá que Dalí se vaya sin verlo una última vez. Sin besarlo una última vez.
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