41. Te amamos

Al principio cree que puede respirar con calma, pero los pensamientos lo atacan uno detrás de otro: Sólo salió de la operación, eso no quiere decir que esté bien.

—¿Cómo está? ¿Y su embarazo? —pregunta rápido, ansioso.

La enfermera los mira uno por uno. Es cómo si no supiera que decir, pero luego habla con la misma calma que antes.

—La doctora quiere hablar con ustedes y explicarles algunas cosas —ella se da vuelta sin decir nada más.

Mira confundido a Dalí. ¿Por qué no dijo más sobre Sky? ¿Por qué ignoró la conversación?

—¿Por qué la doctora quiere hablar con nosotros? —le pregunta asustado a la enfermera mientras los guía en silencio— ¿Sky está bien?

No hay respuesta. Eso lo desespera mucho y su pecho se contrae amenazando con dejar de respirar. Es la mano de Dalí sobre la suya que lo hace sentirse un poco más seguro. Lo mira y Dalí asiente. Respira con mucho más cuidado y decide dejar de hablar. Llegan hasta el consultorio de la doctora.

—Los está esperando.

—Muchas gracias —antes de entrar se detiene un segundo, recapacita y vuelve a mirar a la enfermera—. También le pido disculpas. Por todo.

—No se preocupe. Es normal colocarse en ese estado. Nosotros también somos humanos.

Le hubiera gustado decirle algo más, pero no encuentra las palabras y sólo le sonríe. Luego entran a la habitación.

La doctora se está secando las manos con una toalla que deja de lado cuando los ve entrar. Les sonríe gentilmente y les ofrece sentarse.

—¿Para qué quería vernos, doctora? —habla bajo. Está en su estado más débil.

—Supongo que la enfermera ya les dijo que Sky ya salió de la operación.

—Sí, nos lo acaba de decir —responde Dalí.

—Bien. Y así fue. Efectivamente ya Sky fue operada.

—¿Y cómo está? ¿Está bien?

La doctora no responde al instante. Toma una ligera respiración cómo si buscara que decir, igual que la enfermera. Algo pasa. Sabe que algo anda mal y se le hace un nudo en la garganta.

—Sky está bien... ¿verdad?

—No. Lamento decirles que Sky no está bien.

—Pero se va a salvar, ¿verdad? —pregunta Dalí.

—No creemos que Sky pase la noche.

La noticia lo termina de destruir.

Tiene tanto que decir pero no lo hace. Pierde el equilibrio a pesar de que está sentando y el cuarto comienzo a dar vueltas, pero nadie lo nota, no da señales de que algo le sucede. Nadie dice nada. La doctora sólo los mira y él no tiene la fuerza para seguir llorando, pero tampoco tiene fuerza para soportar con todo.

—Sky ya es muy mayor y su embarazo era más complicado que el de otras gatas, y ese golpe le hizo mucho daño. Hicimos todo lo posible, pero...

—Entendemos —realmente no lo entiende.

—Aún hay más.

No está molesto con ella, pero no tiene ganas e escuchar a nadie.

—Logramos salvar a su bebé.

Ambos miran a la doctora.

—Faltaba muy poco para que diera a luz, así que su bebé ya estaba en condiciones para nacer. Aún así es muy pequeño y muy débil. Por ende lo mantendremos aquí con nosotros para atenderlo.

Mira al piso. No sabe que pensar. No sabe que debería hacer, pero sí sabe lo que quiere.

—¿Podemos ver a Sky?

—Sí.

(.)

Cuando llegan a la habitación la doctora se detiene.

—Les daré un momento a solas, pero sean cuidadosos. Sky está muy débil y delicada.

—Muchas gracias, doctora —agradece.

—Hacemos lo que podemos. Les recomiendo despedirse de ella. —ella se da vuelta y se va.

Él y Dalí se miran. Tienen miedo, pero es algo a lo que deben enfrentarse, así que entran.

No hay nadie. Buscan con la mirada hasta que la ven acostada en una pequeña camilla. Está dormida. Y realmente está débil. Su semblante es uno en el que jamás había pensado ver. Siempre creyó que Sky estaría consigo para toda la vida.

—Hola, pequeña —saluda en voz baja. Trata de sonreír—. Sky, estamos aquí.

Ella abre los ojos lentamente y como puede maúlla.

Ambos sonríen y la saludan en voz baja pero con alegría.

—Hola, bebé. ¿Cómo estás? —le toma una pata con cuidado y la acaricia con el pulgar

—Me alegra que estés bien. Me alegra poder verte de nuevo —recuerda la sentencia de la doctora—. Al menos una vez más...

—Aciano...

Sky maúlla débil. Los mira cómo si sonriera.

Recuerda lo que la doctora les dijo: que se despidieran, pero para él aún es imposible él aceptar que Sky vaya a morir. Y en tal caso ¿cómo puede despedirse alguien a quien ama tanto? ¿Qué debería decir y que no? ¿Qué hacer y qué no?

—Sky... no sabes cuánto te amo —empieza—, no sabes la tranquilidad y la paz que me haces sentir... eres como mi hermana, siempre estuvimos juntos desde muy pequeños. Literal le hacíamos pasar muchos malos ratos a mamá cuando jugábamos—se ríe triste—, pero al final ella también terminaba riendo y jugando con nosotros. Después de que ella se fue sólo quedamos tú y yo, no me quedaba nadie más, y estoy seguro que si tú no hubieras estado ahí yo no podría haber aguantado con todo. Quizá hubiera acabado con todo hace muchos años, pero tú siempre a tu manera me animabas, me hacías sentir que no estaba solo, te volviste mi pilar, la razón por la que seguir adelante, porque eres todo lo que amaba y necesitaba para ser feliz.

Los recuerdos le vienen como disparos, uno detrás de otro de manera muy rápida, y aún así los disfruta cada uno, cada segundo, cada momento, cada detalle. Y son tantos que no puede contarlos.

—Estuviste conmigo en lo bueno y en lo malo. Estuviste para celebrar conmigo y para llorar cuando era necesario. Me ayudaste con todo. E incluso es gracias a ti que conocí a Dalí. Sino fuera por ti... sino fuera por ti yo no estaría aquí ahora, no sería el mismo —no quería llorar, pero es imposible no hacerlo cuando sabes que no verás más nunca a alguien a quien amas. Saber que su existencia desaparece es horrible—. En serio te agradezco por tanto, Sky. Te debo toda una vida. Estoy tan agradecido contigo. No sabes cuánto.

Se muerde los labios para evitar llorar fuerte. Y duele.

—Yo también tengo mucho que agradecerte —escucha la voz de Dalí, quien también quiere llorar—. Llegaste en un momento clave para mi vida, y te quedaste conmigo, apoyándome cuando nadie más lo hacía. Y también gracias a ti conocí a Aciano, quien es el hombre a quien más he amado —siente como Dalí le acaricia suavemente el hombro—. Apuesto a que has tenido una gran vida a su lado, cómo la he tenido yo desde que lo conozco, y eso es gracias a ti. Es irónico, pero eres incluso mucho más compresiva, más amable, más humana que cualquier otra persona. Eres... —Dalí también se rompe, pero lo controla— eres puro amor.

Sky maúlla débilmente, tratando de ir con ellos.

La abraza con cuidado y le acaricia la cabeza y se acerca a su frente para darle un delicado y lento beso. Una última vez.

—Gracias por todo, Sky. Te amamos.

Ella se queda tranquila con aquel beso y esas palabras. Los mira y maúlla una última vez, despacio. Sonríe y lentamente cierra los ojos, hasta que el dolor que había estado sintiendo desaparece de su cuerpo, y en su rostro sólo se encuentra calma, paz y felicidad. Parece que está dormida, pero la realidad es que...

—¿Sky? —la llama, aún insistente a la idea de que se salve— Sky, despierta, por favor... ¡Despierta!

Dalí aprieta su hombro. Lo mira y lo entiende todo. No hay vuelta atrás. Sky ya no va a despertar nunca más, ni allí, ni consigo en la casa. Más nunca la verá comer, ni la escuchará maullar para pedir su comida, no la verá caminar ni correr. Ya no podrá abrazarla. No había llorado como quería para no molestarla, pero ahora que no está da igual.

Rompe en llanto y su pecho quema como jamás lo había hecho: se desarma. Sky era más que una mascota, Sky era su familia, era parte de él y de su vida, era su pilar, y ahora no está.

Se dejan caer al suelo y el llanto de ambos se mezcla. Ninguno de los dos soportar el dolor, y para tratar de hacerlo, Dalí lo abraza mientras él sostiene al cuerpo de Sky en sus brazos, que ya pierde el calor y la movilidad.

Nunca había experimentado la pérdida de una mascota, pero sabe que muchas personas lloran cuando su mascota muere. Ahora entiende ese sentimiento, ese dolor. Es cómo perder un familiar, porque lo es.

Muchas personas piensan que es ridículo llorar por un animal, pero cuando ese animal ha estado contigo toda la vida y te ha acompañado en tantas cosas, se crea un vínculo enorme; y a veces incluso mucho más grande que los vínculos humanos. Y duele tener que perderlo. Duele como no tienen idea.

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