40. Lo que fingía ser y lo que soy

La sirena de la ambulancia le palpita en los oídos aún después de bajarse.

Los asistentes de médico veterinario llevan a Sky en una camilla hasta la sala de operaciones. Sus gritos se mezclan con el eco de la sirena que aún rebota dentro de sus paredes mentales. Su respiración entre cortada hace que le falte oxígeno. Está mareado, pero eso no es suficiente cómo para alejarse de Sky. Tiene que estar con ella en todo momento, pero la enfermera no le permite el paso.

—No puede entrar.

—¡¿Cómo que no?! ¡Es mi gata!

—Entiendo que es su gata, pero puede complicar las cosas. Por favor, espere aquí afuera. Por ella.

No responde.

La voz de le queda en la garganta cómo espinas de rosas.

La enfermera cierra la puerta y escucha a la veterinaria dar órdenes dentro. Está preocupada y alarmada. Es grave. Claro que es grave. Sky no dejaba de llorar y había sangre. Se mira las manos y la ropa. Es la sangre de Sky. Sus manos empiezan a temblar. No tiene la fuerza para mantenerse de pie. Va a caer. Se va a desmayar. Y la va a dejar sola. Ni siquiera es una clínica para personas. No podrán atenderlo. La dejará sola.

—¡Aciano! —Dalí lo sostiene. Lo mira a los terribles ojos que tiene y lo abraza— Va a estar bien. Sky es fuerte. Ella va a estar bien.

Su mente va a mil por horas. No puede procesar todo. Su cuerpo está bloqueado. Su mente igual. No tiene fuerza para nada, y el cuerpo de Dalí se siente tan reconfortante en un momento como aquel. Le gustaría poder corresponder el abrazo, pero no tiene cabeza para eso. Sin embargo, está tan agradecido con él por estar allí; por él y por Sky. Al menos no está solo.

—Vamos, siéntate.

Le hace caso y se sienta en una de las sillas de la sala de espera.

Tiene la mirada perdida. Está perdido.

Si Sky llegase a morir, él también lo hará.

—¿Quieres algo de beber? —le pregunta Dalí— ¿Tienes frío?

No responde.

Aún así Dalí se quita la chaqueta y se la coloca por encima de los hombros. No sabe como hizo Dalí para entender que tenía frío.

—Te buscaré algo de beber, ¿de acuerdo? Para calmarte. Oye —hace el esfuerzo de mirarlo—, ella va a estar bien. Saldremos de aquí con la cabeza en alto, ¿de acuerdo?

Asiente cómo puede. Ve como Dalí se aleja.

Más vale que así sea, porque si Sky no llega a salir con ellos de esa clínica, no sabe que será de sí mismo.

(.)

—Toma, te traje agua para que te hidrates —el tiempo perdió relevancia. No sabe cuánto tardó Dalí en ir y venir—. También te traje unas empanadas por sí tenías hambre.

—Gracias —recibe las cosas.

Dalí se sienta a su lado, pero no es capaz de hablarle, no después de todo lo que pasó en su casa. No con aquella incertidumbre que domina su cuerpo. Y el tiempo pasa y pasa y no tienen noticias sobre Sky; tampoco sabe cuánto tiempo ha pasado, pero la intranquilidad no deja que esté quieto, y ya ha recorrido cada rincón de la sala de espera, y ahora se encuentra recostado a una pared al lado derecho de Dalí, quien se ha mantenido sentado en la silla todo el rato. Él también está preocupado, se lo dice su rostro y el cómo aprieta las manos. Aún así se controla para hacerlo sentir seguro. Es irónico, porque en una situación normal sería Dalí el que esté en pánico y él tratando de darle calma. Pero no merece siquiera que se preocupen por él. No después de todo lo que hizo.

—Es mi culpa —susurra.

—¿Dijiste algo? —pregunta Dalí.

—Todo esto es mi culpa.

—¿De qué estás hablando? —Dalí arruga la frente.

—De todo. De tus pruebas, de la casa, de Sky, de mi familia. Tengo la maldita culpa de todo.

—¿Por qué estás diciendo eso?

—Porque es la verdad.

—Aciano.

Toda la noche ha tenido ganas de llorar, sólo que no le ha quedado tiempo. Es por eso que las lágrimas ya no las puede retener, y salen una detrás de otra.

—Nada estuviera pasando sino fuera tan estúpido, tan impulsivo.

—Deja de decir todo eso.

—¡Si tan sólo me hubiera quedado callado cuando tenía que hacerlo!

—¡¿Pero de qué estás hablando?!

—Si no le hubiera dicho a mi mamá lo de mi papá con Abel... —le cuesta hablar y respirar al mismo tiempo— sino lo hubiera hecho nada de esto estuviera pasando. ¡Ellos quizá no se hubieran divorciado! Mi mamá no habría tenido que sufrir todo lo que él le hacía, no habría entrado en depresión, su cáncer no hubiera avanzado tan rápido y hubiera tenido más posibilidades de salvarse con los tratamientos, pero tenía que enfocarse en mantenerme a mí y a la casa...

Dalí se levanta de la silla y camina hasta él. Confundido.

—¡Ella no hubiera muerto sino fuera por mi culpa! Pero se fue, y lo único que me quedó de ella fue la casa y Sky. No podía perder la casa porque entonces ella... ¿qué sería de mí sin ella? No podía perderla, no podía, y me obligué, me obligué a quedarme con lo que me sentía sentir cerca de ella —la presión en el pecho lo asfixia y se abraza así mismo para agarrar fuerzas.

—¿Es por eso que te sentías obligado a pagar la casa? ¿Por qué te sentías obligado a hacerlo por la culpa?

—¿Qué más podía hacer para solventar todo lo que hice? No sólo fue mi madre, también fue su amiga. Si yo no hubiera dicho nada mi mamá no la hubiera llamado y no hubiera tenido aquel accidente en el carro —solloza—. Es cierto que la casa me gusta y tiene recuerdos lindos, pero la mayor parte sólo estoy allí por obligación; como un castigo.

—Pero Aciano... ¿desde cuando has estado arrastrando todo eso?

—Les arruiné su vida... y después arruiné la tuya. Te juro que lo que te contó mi padre no es cierto, no lo es... no del todo. ¡Sí creo en ti! Y por eso le di el dinero a Abel, porque me chantajeó. Me dijo que si no pagaba lo que me pedía iba a sabotear tu presentación. ¡No podía dejar que hiciera eso!

—¡Pero sabías que tenías que pagar la casa!

—¡¿Y tú qué?! ¡¿Te dejaba tirado como si nada?! ¡No podía arruinarte también tu vida! ¡Tú no mereces eso! Por eso le di el dinero, pero al final... igual te terminé afectando. De alguna u otra lo hice.

—Eso no es cierto.

—A mi madre, a su amiga, a ti, yo sólo sirvo para estorbar en la vida de los demás. Sólo soy un estorbo. No sirvo para más nada... pero te juro que yo sólo quería protegerte de ellos, de mí, yo sólo... sólo quería... sólo soy un estorbo.

—¡Aciano! —Dalí lo toma de los hombros y lo obliga a mirarlo— ¡Deja de decir eso! ¡No eres y nunca serás un estorbo!

—Pero yo...

—¡Pero nada! ¡Tú no fuiste ni eres el culpable de nada! ¡Sólo eras un niño que quería mucho a su madre y que no tenía la capacidad mental para soportar todo lo que pasaba en tu casa! Sólo hiciste lo que te parecía correcto.

—Y me equivoqué...

—¿En serio lo crees? —lo mira confundido— Sino le hubieras dicho a tu madre ella viviría en una mentira, y te aseguro que vivir en una mentira es mucho peor que enfrentarse a la verdad, por más duro que sea. Es más agotador. Y tú mamá no era tonta, se daría cuenta por ella misma.

—Ella era muy inteligente.

—Al igual que tú. Hiciste lo correcto en decirle la verdad, porque nadie merece vivir engañado. Nadie merece que su pareja lo trate de esa forma. Sino le hubieras dicho, no se hubiera separados jamás y tú madre seguiría atada a ese hombre. ¿Realmente te gustaría que así fuera? ¿Acaso no fuiste tú quien dijo que tu mamá sonreía mucho más luego de separarse?

—Sí... —la recuerda; recuerda su hermosa sonrisa, tan libre, tan brillante. No puede dejar de llorar— se veía tan feliz.

—Porque lo era. ¿Quién no sería feliz contigo a su lado?

—Tú... mira lo que te hice.

—Tú no me hiciste nada que me hiciera daño.

—Sino...

—Basta de buscar razones. Tu padre es una persona horrible. Él fue el que buscó a mis papás, él fue el que cometió tantos errores con su familia. Él y Abel son los responsables de que estemos tú y yo aquí. ¡Ellos dos son los responsables de tanto dolor! ¡No tú! Tú eres tan... eres tan puro. Eres cómo un ángel. Eres inocente de todo.

Esas palabras le desarman el pecho. Había pasado tantos años queriendo convencerse de que era inocente, pero no podía hacerlo, su mente sólo le mostraba una sola cara de la moneda, y jamás se permitió pensar de esa forma. Siempre quiso escuchar eso, que era inocente, y ahora que finalmente lo hace, parece irreal. ¿Realmente está bien sentirse así de bien?

Dalí le limpia las lágrimas con las manos y le besa la frente. Se sienta a su lado.

—Y para que quede claro, nunca le creí a tu padre.

—Pensé que sí.

—Tuve dudas, pero habían muchas incongruencias en su historia. Además, ¿cómo iba a creerle a él por delante del amor de mi vida?

—Tú eres el verdadero ángel.

—Ambos somos el ángel del otro.

—¿Y qué dices de mi arrebato contra mi padre? Una buena persona no puede golpear a otra de esa forma.

—Pues una persona no tendría que hacerlo si otros no lo acorralaran a eso.  Yo también lo hubiera hecho si fuera tú. Sólo defendiste lo que amas, ¿y no se sintió bien finalmente darle lo que merecía?

—Vaya que sí —ambos ríen.

Dalí recuesta su cabeza en su hombro, y él en la cabeza del chico.

Vuelve a dejar salir las lágrimas, pero esta vez, aunque suene extraño, lo hace por la calma que hay en su estómago y en su corazón. Aún siente que existen algunas rocas, pero seguro que las podrá demoler con el tiempo.

Se quedan así por un tiempo. No hablan y no hace falta. Con la compañía del otro es más que suficiente.

—¿Familia de Sky? —pregunta una enfermera.

Se levantan casi corriendo.

—Nosotros —responde.

—Ya la operación terminó. Sky ya está fuera de la sala emergencias.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top