4. Los sueños frustrados existen

El vidrio de la ventana estaba rasguñado. Jamás lo había estado. Durante sus 20 años ese vidrio había permanecido intacto, y le parece curioso que no haya sido él el causante de esos rayones, sino de que era producto de aquel animal que un día se encontró en la calle.

Está sentado en una pequeña butaca frente a la ventana, observando los rayones, pensando en si hay alguna solución para ello. No quería tener problemas con su madre si se llegase a enterar de eso. Su madre. Una mujer tan exigente. Apuesta a que si su madre se lo propone, su padre la apoyaría y ambos se irían en su contra, como lo hacían siempre. Seguro lo obligarían a hacer lo que sea para reparar el vidrio. El estúpido vidrio.

Se levanta de la butaca y la deja a un lado de la habitación, en una esquina. Pareciese que la lanzó sin más, sin preocuparse por el desorden, pero, de hecho, estando allí arrinconada daba cierto aspecto al cuarto, junto los demás discos de vinilo colgados en las paredes y los póster.

Deja el cuarto atrás. Ya es tarde, así que sus padres seguro no están en casa, lo que para muchos podría sonar cruel, pero le resultaba encantador que ellos no estuvieran cerca. De esa forma puede tocar la guitarra cuan alto le diese la gana, y nadie lo interrumpía, ni siquiera los vecinos. De hecho, sus padres se preocupan más por la comodidad de los vecinos que ellos mismos. Sus padres deberían relajarse por un momento, tomarse una o dos botellas de vino, y dejar que cada quien viviera su vida como le daba la gana. Cómo le gustaría vivir su vida como le diese la gana. Se sirve un vaso de jugo de naranja, el cual no era su favorito, pero era el que su madre había hecho por toda la semana. Deja el jugo en la mesa cuando ve al gato negro con rayas manchas de diferentes colores entrar por la ventana de la cocina.

—¡Burbujas! —lo llama— ¿Cómo has estado? Oye, tus arañazos no se quitan de la ventana, ¿sabes? Si mi mamá se llegara a enterar.

Burbujas comenzó a maullar, caminando por el suelo. Lo estaba saludando.

—¿Tienes hambre? —pregunta a Burbujas. Saca comida que guardaba en el horno, y de los gabinetes, muy en el fondo de los gabinetes, saco un plato para gatos— Finalmente te lo compré, pero tengo que esconderlo para que mamá no lo vea. Ten. Eso. Come.

Sonríe, lleno de paz. En su vida se imaginó sentirse así por alguien, mucho menos por un animal, pero Burbujas tenía algo que él jamás había experimentado. No le dio mucha importancia. Sólo se dejó llevar. ¿Acaso eso era lo que sentían los padres cuando tienen a sus hijos en sus brazos por primera vez? ¿Cuándo ven a sus hijos felices? Esa calidez que recorre su pecho al verlos seguros con una sonrisa en el rostro ¿es así cómo se sintieron sus padres cuando nació? ¿Se habrán sentido así de felices y en armonía consigo mismos? ¿Fue ese mismo sentimiento que se fue perdiendo a través de los años cuando fue creciendo y fue adquiriendo gustos que a ellos no les gustaba? Cómo su forma de vestir, su cabello pintado de naranja, o la música. La música más que todo. La música. Un flechazo cruzó su corazón.

—¡Cierto! ¿Recuerdas la canción que te comenté? Mira, espera ahí. ¡Espera! —cuando regresa a la cocina, lo hizo con su guitarra acústica—. Creo que encontré las notas que necesitaba. No se va a escuchar igual que con la eléctrica, pero no puedo conectarla aquí, así que confórmate.

Burbujas seguía comiendo, pero lo miraba de vez en cuando.

Toca lento, despacio. Sus dedos acarician las cuerdas y se hacen uno sólo con ellas, pero hay algo, una pared invisible que no lo permite del todo, y eso le molesta, pero igual sigue tocando, porque si se hubiera detenido todas las veces que algo no se escuchaba como quería, no sabría ni la mitad de lo que sabe ahora. Entonces explota. Explotan los sonidos de que salen de la guitarra, captando la atención de Burbujas. Él se da cuenta, y sigue tocando, hasta que su madre entra por la puerta e interrumpe todo.

—Dios, Dalí, ¿es que no puedes estar sin tocar esa guitarra por un día?

—Hola también, mamá.

—Mejor vete a tu cuarto si vas a tocar eso. Haz algo productivo.

Su mamá entra con unas bolsas, entonces él se da cuenta que Burbujas sigue comiendo. No le da tiempo de recogerlo.

—¡Dalí! ¡Te dije que sacaras a ese apestoso de aquí!

—¡No le digas así!

—¡Sácalo o lo saco yo! —ella toma la escoba y comienza a lanzar picotazos.

Se mete entre ellos, dándole la espalda a la mujer, recibiendo los golpes por el animal.

—¡Cálmate!

—¡Sácalo!

—¡No le pegues! —abraza a Burbujas, que está asustado, se levanta y corre por las escaleras— ¡Estás mal!

—¡Tú estás mal de la cabeza! ¡Esa guitarra te tiene mal! ¡No sé cuando vas a madurar y hacer algo que realmente valga la pena! ¡Más te vale sacar a ese animal de la casa!

Se encierra en su cuarto, ignorando los gritos de su madre. Suspira y se asegura de que Burbujas no esté lastimado. Por fortuna está bien, y lo deja en el suelo.

—¡Y voy a botar este plato! —sentencia su madre.

El pone los ojos en blanco y se sienta en la cama. Mira a Burbujas que camina por el cuarto.

—Lamento eso. No me di cuenta que había regresado.

Burbujas se sienta a lamerse las patas, con mucha delicadeza, luego, lo mira con atención, pero no sólo a él, sino también a la guitarra que aún conserva en sus manos.

—¿Te gustó? —Burbujas no responde— Sí. A mí tampoco me convence. Ven.

Juega con sus manos en sus piernas y Burbujas camina precavido, después, corre confiado, sin ningún instinto de caza. Se sienta en las piernas del chico y recibe con gusto las caricias en la espalda y en la cabeza. Carga a Burbujas por unos segundos y luego se acuesta con ella en la cama.

—¿Quieres tocar? Sí, sí quieres.

Él toma las manos del gato, y con cuidado, con mucho cuidado, las pasa por encima de las cuerdas, creando un sonido impuro. Tuvo miedo por unos instantes de que Burbujas pensara que eran juguetes, sacara las uñas afiladas que escondía detrás de su adorables patas y rompiera las cuerdas. No sucedió.

—¡Así se hace! Eres un guitarrista nato, ¿sabías?

Dejó la guitarra a un lado y sólo dejó a Burbujas en su pecho. Sacó su teléfono y se tomó una foto con el animal.

—Además de guitarrista, modelo. Eres muy talentoso. Ojalá ser tú  —publica la foto y deja el teléfono a un lado. Él deja todo a un lado.

Mira al techo, dónde también tiene pegado diversos póster de música, de distintos artistas, y de diferentes álbumes. Cada uno está asimétrico, pero logra verse bien. Los ve tanto que en sus ojos nace un brillo, sus pupilas se dilatan, y su corazón se relaja. Levanta la mano, como si pudiera tocar los póster con facilidad. No. Es más que eso. Cómo si pudiera tocar a todo lo que está en el póster: toca la guitarra que están en ellos, canta cómo ellos, canta junto a ellos en esos escenarios enormes llenos de gente gritando y bailando al ritmo de la música; él baila al ritmo de la música. Él es la música

—¿Qué tienen ellos que no tengo yo? —pregunta mientras mueve su mano en el aire, pasando de póster en póster— ¿Fama? ¿Voluntad? ¿Apoyo? ¿Talento? ¿Acaso es eso lo que me falta? "Talento"

¿Pero qué es el talento realmente? ¿Una simple afinidad que viene del alma? ¿Un don? ¿Realmente se nace con ello? No, eso no puede ser cierto. Si es así, entonces está perdiendo su tiempo, y para él, eso es imposible, imperdonable; es pecado. Pero si no es eso, ¿entonces que es? ¿Por qué no puede alcanzar la fama? ¿Por qué no se siente satisfecho? ¿Qué es lo que perturba su corazón últimamente que no lo deja tocar una simple melodía cómo le gustaría?

—Quizá mis papás tengan razón —abraza a Burbujas con algo de fuerza, cómo si se aferrara a él. Si lo deja de abrazar seguro se perdería en el vacío donde se ha encontrado esas últimas semanas—. Quizá todos tengan razón.

Se de media vuelta, recostando su brazo derecho en la cama, sin dejar de abrazar al gato. Su garganta duele, y no por gripe.

—Gracias. Muchas gracias, Burbujas. Gracias por estar aquí —casi llora al decir eso, pero por alguna razón lo contuvo dentro de sí, y entonces lo piensa, le dio curiosidad, y pregunta.

—¿De dónde vienes, Burbujas?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top