33. Manipulando el juego

—¿Sobre qué tendríamos que hablar? —le pregunta Jeanette.

Sonríe ligeramente. Sabe que la mujer que tiene al frente no es una fácil de dominar. Lo sabe por su postura, por su forma de hablar. Pero él tiene el don de ganarse a todas las personas que conoce, y lamentablemente, para ellos, no es de forma amistosa. Los hace creer que es su amigo, pero sólo los usa a su favor. Y sabe que tiene que hacer lo mismo con Jeanette.

—Primero que nada déjeme presentarme —guarda la carta en su saco y le extiende la mano a la mujer—. Soy Michael Diaz, empresario y parte de comités importantes de diversas empresas del país.

Jeanette le acepta el saludo.

—¿Viene por parte de su empresa?

—Oh, no. Nada de eso, o bueno, nada que mi empresa tenga que ver con ustedes directamente.

—¿Qué sucede? —Raimundo, padre de Dalí, aparece detrás de su esposa, con cara sería y un intento de ser amenazadora.

—Un gusto, Michael —le extiende la mano a Raimundo.

—¿Quién es el hombre? —pregunta cortésmente Raimundo mientras le estrecha la mano.

—Cómo le decía a la señora Jeanette, soy empresario y parte de comités de empresario del país. Ella me preguntaba si venía por parte de las empresas, y yo le decía que no era algo ligado a ustedes directamente.

—¿Entonces qué es eso que nos une? —pregunta Raimundo.

—Usted preguntó por Dalí, ¿tiene algo que ver con él? —pregunta Jeanette.

—Así es, tiene que ver mucho con su hijo. Y es algo que seguro les debe importar mucho.

—¿Es algo malo?

—Mmm, no lo sé. Todo depende de cómo lo vean ustedes.

—¿Por qué no dejamos que entre? —le susurra Jeanette a Raimundo.

Raimundo lo mira de arriba debajo discretamente.

Sonríe y se mete en su papel de hombre bondadoso y honrado, sin dejar de ser alguien exitoso y adinerado. Que alguien tenga dinero y éxito, no quiere decir que haya perdido su humanidad. Eso es lo que todos quieren creer, y él se convierte en eso. Se convierte en sus deseos.

—Si es así de importante como lo menciona.

—Realmente lo es.

—Está bien, siga adelante.

Entra a la casa, y a pesar de que no lo deja ver demasiado, observa con los ojos el interior. Sí, son acomodados, pero no le llegan a los talones a él, y muy posiblemente jamás lo harán. Sin embargo, seguramente tienen el dinero suficiente para darse lujos de vez en cuando, y ayudar a su hijo, claro, y el muy descarado ayuda a Aciano. Que bueno que eso acabará pronto.

—Si gusta sentarse.

—Muchas gracias.

Se sienta en uno de los sillones de la sala ante la propuesta de Jeanette.

—¿Qué es eso que es tan importante de Dalí? —pregunta Raimundo.

—Tengo entendido que a Dalí le gusta mucho la música.

—Sí, hubo un tiempo en que estaba obsesionado con eso —responde Jeanette—, pero ya esa etapa la pasó.

—¿En serio?

—Sí. De hecho, ahora está postulándose a una universidad muy buena, la mejor de aquí. Finalmente ha recapacitado, aunque yo sabía que en algún punto de la vida tenía que hacerlo. ¿No, Raimundo?

—Sí, bueno, él se está esforzando bastante —responde el hombre no tan emocionado como ella.

—¿Están seguros de lo que realmente hace su hijo?

—Sí, claro, confiamos plenamente en él. Tiene 20 años, ya es un hombre.

—Señora Jeanette, lamento decirle que aunque nuestros hijos tengan 20 años tenemos que ponerle cadenas. La juventud de hoy en día está muy... perdida. Yo por ejemplo, tengo un hijo, se llama Aciano. Él también tiene 20 años, y déjeme decirle que está totalmente perdido, al igual que su madre. Ambos son personas totalmente descuidadas de las responsabilidades, de la vida. Son cómo esas personas que llaman hippies, creo que es así.

—Ah, sí, personas estúpidas. Sé de que habla.

—Me divorcié de ella por esas razones. Además, se endeudó con una gente de una casa y casi va a la cárcel por ello. Sino consiguen el dinero... bueno, la cosa es que son así. La edad no importa en esos casos. Y aún así pretendía que la ayudara. Que bueno que me divorcié.

—¿Se divorció de sus esposa cuando lo necesitaba? —pregunta Raimundo.

—No tanto. Ella me engañó con todo ese embrollo, y sólo me traía problema tras problemas, al igual que nuestro hijo.

—¿Y por qué nos cuenta todo esto? —pregunta la mujer.

—Creo que su hijo los ha estado engañando estos días —saca una carpeta de manilo de su saco y se lo entrega a la pareja—. Es cierto que ha estado asistiendo a una universidad a unas pruebas de aptitud, pero no todo es como se los ha dicho.

Jeannette saca los papeles y comienza a leerlos. Su rostro se arruga de la confusión, mientras que Raimundo parece indiferente a la situación.

—¿Qué es esto? —pregunta ella.

—Son los papeles para inscribirse a la universidad de música de aquí. Gracias a algunas personas descubrí que ustedes no están del todo de acuerdo, así que creo que tienen que saberlo.

—¿Es una broma, verdad?

—Créame que no perdería mi tiempo haciéndole una broma, señora Jeannette.

—¡Es que no es posible! ¡Dalí me prometió que estudiaría una carrera normal! ¡¿Estás escuchando, Raimundo?!

—Cálmate, quizá haya un mal entendido.

—No es un mal entendido. Ya Dalí presentó, e incluso aprobó.

—¡No puede ser! Otra vez Dalí con sus malditas niñadas.

—¿Dalí aprobó? —preguntó Raimundo.

—Sí. Ayer fue la prueba.

—Dalí no ha regresado desde ayer que se fue a su dichosa prueba —Jeanette estaba molesta.

—Entonces aprobó... —dijo Raimundo casi en un susurro— Justo cómo había prometido si se postulaba —piensa al final.

Observa fijamente a Raimundo. En su rostro se nota que está dudando, pero no sabe si de sus palabras o de otra cosa, pero convencido del todo aún no está. Es más, incluso parece haberse sorprendido por la noticia de Dalí, pero no de la misma forma que Jeannette. Ella sí está del todo de su lado. No puede fiarse del criterio de aquel hombre, así que tiene que manipular a la mujer para que ella lo manipule a él. Y tiene que ser rápido para no perderlos. Tiene que atentar fuerte.

—Realmente es una lástima que Dalí haya tomado esas decisiones. Está desperdiciando su vida.

—¿Por qué lo dice? —pregunta Raimundo.

—¿No es obvio? Casi nadie vive de la música, sólo se mueren de hambre. Y Dalí es tan joven, tiene una vida por delante. La está tirando a la basura. Conozco a gente que ha pasado por lo mismo y no ha logrado nada en su vida —lo dice por Abel, aunque eso sea mentira; Abel sí está creciendo en la industria.

—Eso es lo que yo le digo a Dalí todo él tiempo, pero no me hace caso, ya no sé cómo hacer para que me escuche —Jeannette está casi al borde del colapso.

—En serio lamento mucho su situación, me siento tan culpable.

—No tiene porque disculparse, no es su culpa.

—Es que si él no hubiera conocido a Aciano, las cosas serían tan diferentes.

—¿Se refiere a su hijo? Hubo una vez que vino un chico a buscarlo —pregunta ella.

—Sí. Ellos son muy amigos. Y creo que él fue que influenció a Dalí a someterse a esa vida. Siempre están juntos, incluso son novios...

—¿Qué?

—¿Tampoco lo sabía? —Jeannette no responde, y él saca su teléfono y la muestra una foto del beso entre Aciano y Dalí. Tiene que agradecerle a Abel por eso, aunque eso lo hará después, cuando caiga la noche— En serio les pido mucha disculpa. No tengo control de Aciano, y ahora está corrompiendo a su hijo...

—No, dígame que esto no es cierto —Jeannette está a punto de llorar— ¡Rai! ¡Mira!

Raimundo no dice nada, pero se nota la sorpresa en el rostro, y por el contrario a la vez anterior, ahora está un poco más afectado.

—Les pido que hablen con él antes de que pase la segunda prueba. No quiero que culpa de mi hijo y de mi ex esposa Dalí pierda el camino, y menos de una manera tan horrible como esa.

—¡Claro que vamos a hablar con él! —grita Jeannette saboreando el llanto en su garganta— No puedo dejar que mi hijo se convierta en esa abominación.

—Por cierto, esto le ha llegado a Dalí a su correo. Supongo que tampoco lo sabían —les pasa la carta que había recogido antes de tocar.

—¿Y esto que es?

—Al parecer es una carta de una disquera que está interesado en firmar un contrato con Dalí.

—¿Una disquera? —Raimundo toma la carta de las manos de Jeannette.

—No les recomiendo esa disquera. En la carta dicen que están iniciando, pero realmente tienen tiempo en la industria, y sólo engaña a sus músicos y los explotan sin darle nada a cambio. Lo que básicamente hacen todos —no se cansa de mentir ni un poco. La disquera sí es nueva, ha escuchado de ella, y al parecer tiene mucho futuro, pero si les dice eso no lo van a ayudar con lo que necesita. Lástima por Dalí, podrá tener todo el talento que tenga, pero no se debió meter en su camino.

—Dalí, ¿qué estás haciendo? —susurra Jeannette.

—Si quieren les dejo las fechas de la próxima prueba y la dirección. Pero en serio les pido hablen con él, y que recapacite de sus acciones y sus amistades. Aunque me duela decirlo, Aciano no es una buena influencia.

—Por favor, y muchas gracias por todo esto. Nosotros nos vamos a encargar de todo —asegura Jeannette.

—Pueden quedarse con los papeles de inscripción, son sólo copias. Me quedaría más tiempo, pero estoy corto de tiempo.

—No se preocupe, ya hizo mucho con todo esto. Lo acompaño hasta la puerta.

Jeannette le abre la puerta y él se da media vuelta para verlos.

—Un gusto conocerlos —le estrecha la mano a Jeannette.

—El gusto fue nuestro. Y de nuevo, muchas gracias por todo.

—No hay de que.

Mira a Raimundo y le extiende la mano. Al estrecharla sabe que no lo tiene del todo a él. Eso puede ser contraproducente. Necesita hacer algo más.

—¿Quieren que les de un consejo? Eviten que él se presente a la prueba. Hablen con él. Háganlo entrar en razón. No me gustaría ver cómo otro joven echa su vida a perder. Hasta luego.

—Hasta luego —dicen en unísono la pareja. Una más emocionada que el otro.

Se da vuelta y se va.

Sonríe orgulloso, victorioso. La madre de Dalí es una mujer con pensamientos arraigados a la mentalidad del pasado, fue fácil manipularla, y está seguro de que ella manipulará a su esposo. Es tan excitante controlar a las personas a su favor, le alimenta el ego, y le deja claro que sigue siendo el rey en el tablero de ajedrez, y sus peones son todas las personas estúpidas que habitan el mundo. Estúpidos como los padres de Dalí, y estúpidos como el mismo Dalí y Aciano. Tan estúpidos.

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