26. Una vez más, Epifanía
—¿Seguro de que está bien que usemos sus cosas? —pregunta Dalí, preocupado.
—Sino estuviera seguro créeme que ni se me hubiera ocurrido la idea —asegura mientras abre lo que solía ser el taller de su madre cuando aún vivía. Al abrirlo se encuentra con innumerables recuerdos. Aún permanece el olor a pintura, aunque ya un poco vieja, como las paredes de madera manchadas. Hay un montón de cuadros y lienzos, espátulas, pinceles. Hay de todo—. Tenía tiempo sin entrar aquí.
—Vaya...
—Lo sé —sonríe y toma lienzos de diferentes tamaños y le pasa a Dalí algunos, al igual que pinceles y pinturas.
Cuando salen Dalí se detiene en la sala, observando un cuadro de la madre de Dalí. En él ella posa con pinceles y el rostro manchado de pintura.
—Le pido disculpas por tomar sus cosas —se inclina levemente, aún preocupado.
—¡Vamos! No seas tonto —se ríe afuera.
Están sentados en un acantilado que está cerca de la casa. Los diferentes lienzos están en el césped. Muy seguro de sí mismo toma un lienzo bastante grande, mientras que Dalí, inseguro de saber que pintar, toma uno más pequeño. Dalí tampoco sabía nada sobre la pintura, así que escogió la que se le hacía más cómodo, que era óleo.
—No, no puedes juntar el verde y el rojo.
—¿Por qué no?
—Porque son contrastes. Se opacarían.
—¿Y el azul y el naranja?
—Tampoco.
—¡¿Entonces que puedo hacer?! —Dalí grita como un niño. Él ríe— Es injusto. Tú mamá te enseñó mucho.
—Y yo te estoy enseñando a ti, pero eres muy berrinchudo.
—¡Mentira!
—Entonces pinta y has todo lo que te dije —lo desafía, seguro de que Dalí no hará un bueno trabajo.
Dalí se encoge de hombros y comienza a pintar, en silencio. Así pasan un rato, escuchando el silbido del viento y sintiendo el roce del césped en las piernas. De vez en cuando mira a Dalí, concentrado. Se ve muy tierno. Muy lindo. Luego vuelve a su pintura, preguntándose como hacer para capturar toda la esencia de Dalí. Su madre lo hacía parecer sencillo, pero porque ella tenía años de experiencia, y el arte es eso: práctica, esfuerzo, empeño, amor, tristeza, sudor, llanto; no todo es tan fácil como la gente dice. Piensa en que Dalí ha pasado también por todo eso para saber lo que sabe de la música.
—¿Cómo vas? —pregunta luego de un rato.
—Creo que ya terminé.
—Que bien, porque yo también.
—¡¿Qué?! ¿Tan rápido? Pero si tienes un lienzo bastante grande.
—También tengo mis talentos ocultos. Muestra tú primero.
—¿Y por qué yo?
—Porque yo terminé primero.
Dalí mira a Sky que está acostada a su lado.
—¿Tú crees que eso es justo? —Sky parpadea— No, no lo es. Pero así son las cosas. Bueno, aquí viene.
Dalí le da vuelta a su lienzo. Es lo más parecido a un cielo nocturno, lleno de estrellas amarillas y blancas, y en un costado, una luna blanca. Se ha esforzado.
—¡Te quedó muy bien! —lo felicita.
—¿En serio? —Dalí sin creerlo mira su propia obra.
—¡Sí! Para ser primera vez que pintas, lo has hecho muy bien. La luna podría tener mejor relieve con toques grisáceos, pero eso se aprende con la práctica.
—Quiero ver el tuyo.
—¿Y el cuadro?
—También.
Ambos ríen y voltea el lienzo.
Los ojos de Dalí brillan con intensidad. Había visto muchos cuadros en su vida, pero jamás había visto uno dónde él fuera el protagonista. Cada trazo es delicado, el color es tan hermoso, e incluso, ve cosas suyas que jamás había visto antes. A su lado también está Sky, dormida, lo que le parece adorable. El cielo tiene un azul y un rosa tan hermoso, y a pesar de que hacen un dúo increíble, lo que más resalta es él mismo junto Sky.
—¿Así es cómo me ves?
—Sí. Así mismo —sonríe—. Desde mis ojos eres tan brillante, tan especial. Tenía miedo de no poder expresarlo.
—¡No! No... es... hermoso —al decirlo se sonroja.
—Me alegra que te guste. Puedes quedártelo.
—¿En serio?
—Claro. Lo hice para ti después de todo.
—¡Entonces yo también te daré el mío! Pero dame chance, voy a hacerle unos detalles.
—Así está bien, Dalí.
—¡No! También quiero darte algo especial.
—Ya lo es para mí.
—Aún así...
—Está bien. Es tú obra. Hazlo.
Dalí se vuelve a su cuadro y empieza a pintar. Se le queda viendo con una sonrisa. Realmente es un buen chico. Tiene un alma tan hermosa. Cada cosa que hace le pone todo su esfuerzo, eso lo sabe muy bien, lo ha visto con sus propios ojos. Dalí no merece perder la carrera antes de comenzarla. Dalí merece todo. No merece su egoísmo. Es inocente de todo lo que sucedió en su familia, y no debería salir afectado por sólo ser su amigo. No. Definitivamente no puede hacerle eso a Dalí. No a él.
—Ya terminé.
Cuando se lo muestra no hay tanta diferencia, solamente en la luna, que ha colocado las sombras como se lo recomendó. No puede dejar de sonreír de la alegría.
—Está hermoso. Toma. Este es tuyo.
Dalí toma el cuadro con mucho cuidado. Lo mira con atención. Sus ojos vuelven a brillar.
—Aciano, ¿por qué no te dedicas a esto?
—No creo que tenga el talento suficiente.
—El talento es la práctica y el empeño que le pones. Tú mismo me lo dijiste cuando te lo pregunté.
—No pinto desde que mi madre murió —su voz ahora es triste—. Sin ella ya la pintura no tiene sentido.
—Pero hoy pintaste un cuadro hermoso.
—Eso es porque... —se detiene unos segundos. Observa los ojos de Dalí, esos ojos tan atrapantes— eso es porque hoy encontré un sentido para volver a hacerlo. Te encontré a ti, a como te veo, y todo lo que siento.
—¿Y qué es lo que sientes?
—Que sí hay maneras de seguir viviendo. Que sí hay razones para vivir. Todo gracias a ti.
Dalí no responde, pero eso no lo molesta, no esperaba nada a cambio. Todo lo que dijo, lo dijo desde el corazón, desde el alma, y lo que se da por amor no se da con interés.
—Pues tu manera de ver las cosas es hermosa.
—Gracias.
—Quería comentarte. Estaba pensando que debía hacer algo más con la música, y cree un perfil de SoundCloud —Dalí toma su computadora—. Subiré algunas canciones de las que he tocado en el restaurante. Y... listo. Ya están en la plataforma.
—¡Pero si ni me dejaste opinar!
—¿Ibas a negarte?
—¡No! Para nada —ríe—. Seguro te irá bien.
—¿Tú crees?
—Con esa voz, esa pasión y ese amor tuyo, claro que sí.
Dalí sonríe, emocionado. Revisa una y otra vez la página.
Sí. Dalí no merece su egoísmo. Dalí no merece sufrir por su culpa.
(.)
Aprovecha que Dalí se fue a casa de sus padres para buscar la alcancía de cerdito donde reúnen el dinero para las mensualidades. Saca la alcancía de un cajón y la coloca encima de peinadora. Las manos le tiemblan. Sabe cuales son las consecuencias de tomar ese dinero, pero el bienestar de Dalí es lo que más le interesa por ahora. Abre la tapa de la alcancía y saca el dinero de apoco, pero eso le da ansiedad, y gracias a ello tira la alcancía al suelo y se rompe. Los pedazos de cerámica se esparcen y maldice en voz baja. Recoge el dinero y luego los pedazos de cerámica y los regresa al cajón. Luego se encargará de botarlos.
(.)
Al principio el guardia de seguridad de la universidad de música se había mostrado renuente a dejarlo entrar, pero al final lo convence con palabrería de que era un derecho, y que venía de visita para los requisitos de entrar a estudiar aquí. El guardia le dijo que para eso estaba la página web, pero le dijo que prefería que fuera personal, y así entra. Es un guardia tonto, ya las inscripciones empezaron.
Camina por los pasillos mirando cada rincón, buscando el asqueroso rostro de Abel. Sólo quedaba un día para que las pruebas de aptitud comenzaran, y no podía permitir que Dalí quedará descalificado injustamente. Cuando vio a Abel sentado en una mesa de cemento revisando unos cuadernos, siente que la sangre le hierve debajo de la piel, y se acerca hasta él. En el camino saca un sobre amarillo del bolsillo del pantalón.
—Está bien —coloca el sobre en la mesa, al frente de Abel—. Tú ganas.
Abel está sorprendido. Luego se da cuenta de la situación, y la sorpresa es reemplazada por una sonrisa de victoria en sus labios.
—Parece que has recapacitado, Aciano —dice el hombre y revisa el sobre—. ¿No crees que Dalí vale más qué esto?
Estuvo a punto de reprochar, pero con Abel no valía la pena, y estaba en riesgo Dalí, así que se lo piensa dos veces antes de decir algo que podría perjudicarlo, y después habla.
—¿Cuánto quieres?
—El doble.
Una vez más quiere reprochar, pero se obliga a tragarse la rabia y las palabras. Saca su billetera, cuenta el dinero dentro de ella, y con dolor, saca los billetes.
—Realmente amas a ese chico.
—Espero que cumplas con tu palabra —habla con rabia.
—Soy un hombre de palabra, no tienes porque desconfiar de mí —Abel guarda el sobre—. Dalí pasará la prueba.
—No —niega con voz amenazante—, ese no es el trato. El trato es que lo trates como otro estudiante más. Dalí no necesita de tu influencia para pasar la prueba. Él es mucho para ti.
—Y aún así un movimiento mío puede cambiar todo el resultado.
—Que bueno que ya arreglamos eso, ¿no?
Abel sólo sonríe.
Se da la vuelta.
—Nos vemos mañana.
—Espero que ni siquiera crucemos miradas —responde antes de perderse de la vista de Abel.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top