Dalí queda gélido ante sus palabras, y lo comprende.
Le hubiera encantado contarle de mejores maneras a Dalí los detalles sobre la infidelidad de su padre. El como y porque quedarán para después, pero aquel pequeño detalle no podía soportarlo más.
La sonrisa de ese hombre lo saca de quicio, saca lo peor de sí mismo, y jura que si su madre no lo hubiera criado con modales, si no tuviera conciencia, y si matarlo no lo convirtieran en un desquiciado criminal, no duraría en hacerlo. Lo haría allí mismo, y sí, lo haría con gusto, pero él lo está invitando con esa sonrisa que no se le borra de la cabeza desde hace tanto tiempo, a pesar de que había rezado a Dios, al universo y a quien sabe qué más para que lograra olvidarlo todo. Es como si sus plegarias fueran escuchadas, pero respondidas de la peor forma: encontrarlo de nuevo, y justamente en la universidad que aspira Dalí.
—¿A qué te refieres con que el amante?
—No fue una mujer, fue ese hombre.
Dalí se vuelve al hombre, a uno de sus futuros profesores si logra ingresar en la universidad. Es un poco tonto dejarse llevar por los demás, pero incluso él siente cierto repele hacia él.
—¿Y qué está haciendo aquí?
—Seguramente da clases aquí.
—¿Clases? ¿Por qué daría clases aquí?
—Por favor, no te levantes de la maldita silla...
El hombre hace todo lo contrario.
Le dice algo a los profesores que están a su lado y luego se encamina a la dirección de ellos que lo observan sin disimulo alguno.
—Que sorpresa verte otra vez, Aciano. No sabía que tu amigo era músico, y vaya que tiene talento —el hombre mira a Dalí de arriba abajo, como si estuviera viéndolo desnudo—. Mucho talento.
—¿Ahora das clases aquí? —pregunta, con rabia.
—Sí, ¿no es cool? Luego decían que no lograría nada con la música. Ahora mírame, uno de los mejores profesores de la universidad más importante del país, y con una carrera musical en ascenso.
—Que raro, no te he escuchado ni siquiera en las radios.
—No sintonizas los buenos canales.
—Tengo que irme. ¿Te quedarás? —le pregunta a Dalí en silencio.
—Ya no tengo nada que hacer aquí. Ya hice el papeleo y ya me presenté. Podemos irnos sin problemas.
—¿Por qué se van? Si apenas nos volvemos a ver.
—Te dije que no tenemos nada de que hablar —mira al hombre—. No tengo nada que hablar con un tipo como tú.
—Te recuerdo que me llamo Abel. Y yo creo que tenemos mucho de que hablar —vuelve a echarle una mirada a Dalí—. Ahora tenemos mucho de que hablar.
—A lo que a mí respecta, no hay nada.
Se vuelve a la salida. Dalí lo sigue, pero Abel los interrumpe, y ni siquiera tiene porque tomarlo de la mano para detenerlos.
—¿Cómo está ella? —Abel sonríe en grande.
Se detiene en quieto. Su cuerpo se tensa.
—Hace mucho que no la veo. Me gustaría volverla a ver.
—¡Ni se te ocurra hablar de ella! ¡Ni siquiera tienes el derecho de pensar en ella! —alza la voz, pero no lo suficiente como para crear un alboroto.
—Difiero de eso.
Esta vez sí sale del lugar seguido de Dalí.
Abel se les queda viendo divertido. A uno más que al otro. A Dalí más que a él.
(.)
Abren la puerta y entran a la casa en silencio.
Reposa sus manos en el mesón de la cocina. Trata de tomar control sobre su ira. Respira una vez. Respira dos veces. Respira tres, cuatro, cinco, seis veces. Funciona. Lento, pero funciona.
Dalí carga a Sky en sus brazos mientras lo mira desde atrás, preocupado.
—Entonces tu padre...
—¿Si es gay? No lo sé, él nunca lo aceptó.
—Pero se metió con un hombre.
—Y por mucho tiempo. Incluso después de que se separara de mi mamá. No me sorprendería si siguieran juntos. ¿Te conté qué los descubrí?
—No...
—Una vez llegué temprano a clases, y fue entones cuando los vi en el cuarto de mis padres.
Recuerda cuando subía las escaleras. Recuerda oír la voz de su padre, pero no la de su madre, sino la de un Abel mucho más joven.
Su padre está tocando seguidamente debajo de las partes íntima de aquel muchacho, ¿no se supone que su mamá decía que esos lugares eran privados? ¿Por qué entonces su papá tocaba allí a Abel? Le preguntaba cosas y el chico respondía entrecortado. Luego se besan, su padre se coloca encima de Abel y lo penetra. Se siguen besando. Abel se sienta encima del mayor y recuesta su cabeza en el hombro del hombre, entonces mira a la puerta.
Ambos se ven. Abel sabe que lo observa, y en vez de asustarse, sonríe. Abraza fuerte a su padre y brinca encima de él, sin apartar la mirada de la suya. Mirada que jamás olvidó.
—Mi madre sufrió mucho cuando se enteró.
—¿Y a qué se refería con que la quería ver a ella? ¿A tu mamá? ¿No sabe que murió?
—No. No se refería a ella —se voltea—. Se refería a Sky.
—¿A Sky? —Dalí arruga el rostro.
—Sky tiene más años de los que imaginas. Exactamente tiene 12 años.
—¡¿Qué?! Dios, Sky, estás vieja.
Sky maúlla.
—Sí. Por eso me preocupé cuando caminaba tan lejos seguido a tu casa.
Se sienta a su lado, sintiendo un peso enorme en el cuerpo.
—¿Entonces tienes a Sky desde los 8 años?
—Y vaya que sí. Es como la hermana que nunca tuve.
—¿Y por qué ese hombre la quiere ver?
—Nosotros no adoptamos a Sky de la calle ni de una casa de refugio. Nos la regalaron cuando era una gatita muy pequeña.
—No me digas que...
—Sí. Abel nos regaló a Sky.
—¿Tu mamá era amiga de Abel?
—No diría exactamente amigos. Pero sí se conocían. Él era el hermano menor de la mejor amiga de mi mamá, que murió mucho antes de que mi madre también lo hiciera. Mi madre sufrió mucho por eso también. Se sentía tan culpable.
Reposa su cabeza en el hombro de Dalí. Empieza a darle caricias a Sky en la cabeza.
—Oye, ¿no te parece que Sky está un poco más gorda que antes?
—Sí, está comiendo mucho también —Dalí le acaricia la panza—. Sus pezones también están marcados...
Ambos se miran, en silencio.
(.)
—Efectivamente. Sky está embarazada —afirma la veterinaria—. ¡Felicidades! Serán abuelos de pequeños gatitos.
—¡¿Qué?!
Se miran, luego a Sky, que los ve inocente.
—¡Te lo tenías bien guardado! —ríe.
—Quién diría que Sky sería madre.
—¡Nunca ha estado embarazada! Dios, que emoción, pero que nervios. ¿Cuánto tiempo tiene?
—Tiene apenas dos semanas de embarazo. Y el ciclo de embarazo por lo general son dos meses.
—¡Sky! ¡Serás mamá dentro de poco! —Dalí la carga.
Ríe.
—Sin embargo, deben de tenerle mucho cuidado. Sky tiene 14 años. No hay problema alguno, pero es recomendable tener cuidado ya que está un poco mayor. Igual les daré algunas recomendaciones. Pero en serio, cuídenla, para que no se complique.
—¿Qué puede pasar? —pregunta, arrugando la frente.
—El peor de los casos es que muera por problemas, pero es muy raro. Las gatas pueden quedar embarazadas incluso hasta los 14 años, sólo que cuando crecen es un poco más complicado que pase. Pero es normal, no se preocupen. Mejor vean esta lista que les hice...
La veterinaria sigue hablando, pero no la escucha. Lo perdió cuando mencionó la muerte de Sky.
Morir. Sky y la muerte en una sola oración. Nunca lo había pensado, y ahora que lo escucha le da mucho miedo... Y Sky es vieja, y en pleno embarazo.
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