19. Un nuevo inicio
—¿Listo? —pregunta Dalí, poniéndose guantes en las manos.
—Listo —confirma, mientras se coloca un tapabocas.
—¡A darle!
Ambos se van a los extremos de las paredes, cada uno con una bolsa de basura donde echan los desechos acumulados en el piso. Y vaya que eran muchos.
Tal y como Dalí había prometido, ayudaría en la casa, y según el chico, mientras más rápido mejor. Aceptó con gusto, sin embargo, al principio le dio vergüenza como la primera vez que Dalí fue a la casa y se haya encontrado con aquel desastre. Se preguntó cómo era posible que se haya dejado consumir por los problemas hasta el punto de descuidar su entorno. Pero gracias a Dalí, quien siempre se mantenía divertido, la vergüenza desaparece.
Dalí comienza a jugar, lanzándole cosas, y él respondía de la misma forma, desordenando más el lugar de lo que estaba. Al final acaban echando todo de nuevo en la basura. Cuatro bolsas de basura se necesitaron para recoger todo.
De nuevo el golpe de la vergüenza.
—Dios mío...
—No te preocupes. Todos pasamos por eso —Dalí le da palmadas en la espalda, y aquello lo hace retorcerse del cosquilleo.
Luego ambos mueven los muebles para limpiar. Mientras él barre, Dalí trapea. De esa forma terminarían más rápido, según ellos. Lástima que no pudieron terminar el primer día. La casa estaba muy desordenada, y cómo tenía que trabajar, Dalí no podía terminar todo por sí solo.
Duraron casi toda una semana. Una semana que durmieron juntos en la misma cama, a pesar de que habían cuatro habitaciones hábiles.
—¿Tus padres no se van a preocupar?
—Les escribí que me quedaría en casa unos días. Pronto tendré que regresar.
—Quédate todo lo que quieras.
La tarea de limpiar la casa seguía, y por más cansado que llegara del trabajo, se sentía tan contento de encontrar a Dalí en la casa, que cada vez estaba más limpia. Y siempre, sin falta, Dalí lo recibía con la comida lista.
—¿Cómo voy a poder vivir sin ti después de que te vayas?
Dalí ríe. Él ríe. Ambos ríen, cómplices, dándose miradas pícaras mientras comen.
(.)
Un medio día cuando llega del trabajo, una sorpresa lo alberga al ver cómo la casa está como nueva, a pesar de que el día anterior aún le faltaba para estar así.
—¡Dalí! —exclama— ¡Todo está cómo nuevo!
Dalí ríe orgulloso.
—¿A qué no soy el mejor aseador de casas? Debería dedicarme a esto en vez de la música.
—Oye, en serio todo te quedó excelente. ¿Cómo es que terminaste todo tú solo?
—Bueno, de alguna forma tengo que ayudarte. Y como pasaré mucho tiempo aquí, me encargaré personalmente de atender las cosas del hogar.
—No sé cómo agradecerte.
Se deja llevar y abraza al chico por debajo de los brazos. Abarca todo lo que puede, y Dalí con gusto corresponde. Éste último no se esperaba aquel abrazo, así que caminan un poco hacia atrás por el peso.
Es un abrazo cálido y sincero que les llena el corazón. Es un abrazo del que no quisieran separarse. Es un abrazo del que se sienten tan seguros.
—Es que tengo que echarle un vistazo a toda la casa.
Sube las escaleras. Revisa el cuarto y deja salir un grito de emoción al verlo de la misma forma. Revisa cada rincón, y todo parece como nuevo, como si nunca hubiera estado sucio.
Vuelve a bajar.
—En serio, te la rifaste.
—Para servirte.
—¡Ven aquí!
Lo vuelve a abrazar, pero esta vez Dalí está preparado, y lo carga dando vueltas en el aire.
—Por cierto —Dalí busca un pote con forma de cerdito encima del mesón—, conseguí esta alcancía cuando estaba limpiando. Pensé que podíamos guardar aquí el dinero para las mensualidades. Así tendremos mejor organizado el dinero.
—Oye, me parece buena idea. De hecho —busca en su billetera algunos billetes y los coloca dentro—, aquí el primer dinero. Lo demás lo iremos acumulando.
—¿Cómo te fue en el trabajo?
—Muy bien, la verdad. Hoy hubo bastante gente al almuerzo, y hubo mucha propina.
—¡Eso!
—¿Y tú? ¿Cómo vas con las inscripciones?
—De hecho —Dalí toma su computadora, (hace días que lo deja usarla como si fuera de él) de la mesita de la sala—, te estaba esperando. Hoy abren las inscripciones.
—¿Y por qué me esperabas?
—Quería que me acompañaras en el proceso. Aún me da miedo.
Lo nota por el timbre de su voz, y es normal, porque para Dalí es todo un reto, a pesar de que es el sueño de su vida, aún tiene en contra a sus padres, que aunque no son los mejores, Dalí los quiere, y eso lo sabe muy bien. Él conoce el bondadoso corazón de Dalí, y no es capaz de odiar a sus padres. No como él le guarda rencor al suyo. Dalí es diferente, y lo admira. Admira esa bondad, esa luz, esa amabilidad, esa grandeza y humildad que hay dentro del chico.
Toma la mano de Dalí. Nota que está temblando, así que la aprieta con fuerza.
—Estaré contigo cada que pueda.
Dalí asiente y comienza a llenar la planilla de inscripción.
Hay silencio. Ninguno de los dos habla. De vez en cuando mira el perfil de Dalí, que está concentrado, y se siente orgulloso de que finalmente esté dando los primeros pasos para ser feliz. Eso lo anima.
—Y... —Dalí presiona la opción de enviar formulario— ¡Listo!
—¡Vamos! —grita de la emoción.
—Dicen que me enviarán un correo para decirme las fechas de las pruebas de admisión, que es una presentación privada con algunos profesores.
—¿Y sabes que canción vas a presentar?
—Es una sorpresa.
—¡Dime!
—Sorpresa —Dalí le coloca el dedo índice en los labios.
Respira. Siente el contacto de las pieles, y hace un ademán de morder el dedo, hasta que mira los ojos de Dalí, que están turbios.
Dios, que acaba de hacer, se pregunta. ¿Qué esperaba con hacer algo cómo eso? ¿Qué reacción esperaba del chico? Es claro que está confundido, incluso podría estar incómodo, pero... pero nadie dice nada, y sólo hay tensión entre ellos. Ambos se miran, esperando el próximo movimiento.
¿Cuál es el siguiente movimiento? ¿Y quién lo dará?
Como Dalí no hace nada, se arriesga, y pasa lentamente la lengua por la punta del dedo.
Su pecho se llena de aire. De nervios. De cosquillas. Y si no fuera por la sensación que lo envuelve, juraría que Dalí también está sintiendo lo mismo que él, pero Dalí saca del dedo de la boca.
—¡Que asco! —disimula un grito asqueado.
Ríe de a mentira. Dalí se le une, y ambos terminan riendo de verdad.
Risas tan verdaderas cómo la tensión entre ambos. Tan verdaderas cómo las miradas cómplices que se dan. Tan verdaderas cómo aquellos abrazos llenos de sentimientos más que amistad. O quizás sólo sea él.
—¿Qué harás ahora? —pregunta a Dalí.
—Creo que es momento de que vaya a la casa.
—¿Estás seguro?
—No, pero no puedo seguir alargando esto.
—¿Quieres que te acompañe?
—No. No vaya a ser que mi mamá se ponga histérica si te ve.
—Bueno. Mucha suerte. Cualquier cosa me llamas, ¿de acuerdo?
—Está bien. Gracias.
(.)
Abre la puerta de su casa y entra con cautela. No sirve de nada. Sus padres están sentados en la sala, como si supieran que él regresaría ese día y a esa hora.
—Hola.
Su madre tiene un rostro turbio y tenso. Todo en su rostro está arrugado. Mientras que su padre se muestra mucho más tranquilo.
—Hasta que te dignas a aparecer.
—Me alegra de que estén bien.
—Se nota.
—Nosotros también estamos contentos con que estés bien, hijo —dice su padre.
—Gracias —agradece con una leve sonrisa. Al menos alguien en esa casa está feliz de verlo.
—¿Se puede saber dónde estuviste todos estos días? Estábamos preocupados. ¿Cómo puedes ser tan inconsciente? —su madre se prepara para lanzar el veneno.
—Mamá, no tengo ganas de pelear. ¿En serio quieres discutir ahora?
—¡No estoy peleando! Sólo quiero saber dónde estabas.
—¡Pues esa no es la manera!
—¿Estabas con ese chico? El que vino por ti.
—Sí. Él me dejó quedarme en su casa estos días.
—Así de fácil.
—Sí, mamá, así de fácil, porque somos amigos. ¿Hay algún problema?
—¡Claro que lo hay! Quien sabe que es ese tipo.
—¡No tienes ningún derecho de hablar así de él! Ni siquiera lo conoces.
—Con saber en lo que te está convirtiendo no hace falta conocerlo para saber que clase de persona es.
—¡No te permito hablar así de él! Él no es nada de lo que tú piensas.
—Calma, por favor —pide su padre—. Dalí, puedes subir a tu habitación. Gracias por avisar de que estabas bien, y dale las gracias a ese chico por dejar que te quedes en su casa.
—Se lo diré.
—Que le de las gracias por ti, si quieres.
—Jeanette.
—Ya hablé.
—Ah, por cierto, me aceptaron en la universidad.
El rostro de su madre brilla. Las arrugas que tenía desaparecen y una sonrisa grande reemplaza la amargura que había en sus labios. Parece otra persona diferente.
—¡¿En serio?! —se levanta y lo abraza— ¡Dios! ¡Qué bendición!
Le corresponde el abrazo, aunque está incómodo.
Está decepcionado. Su madre ni siquiera disimula. Sólo le dice lo que le interesa y ya la tiene de su lado.
No le quiere mentir, pero tiene que hacerlo si quiere tenerla calmada y que no hayan tantas discusiones.
—Que bueno que recapacitaste.
—Quiero ir a mi habitación a descansar.
—Claro, claro. Ve.
Sube las escaleras, desanimado, mientras su madre se queda celebrando sola. Su padre se le queda viendo subir las escaleras.
Cuando entra a su cuarto, todo está como lo dejó la noche que se fue de casa. Se sienta en su cama y enciende su computadora. Hace días que no la usa, y se queda usándola hasta que es de noche y habla con Aciano por mensajes.
Una notificación de un correo se asoma en la pantalla de la computadora. Es la dirección del correo de la universidad de música. Se altera y mueve los dedos en el teclado, torpe, y al final cuando logra abrir el correo y saber de qué trata, sonríe.
Es la confirmación de la fecha de la prueba de admisión.
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