17. Sentirse azul
Decirlo en voz alta frente a alguien más fue más complicado de lo que había pensado.
Su garganta arde tan fuerte que cree que quedará sin voz durante días, y al parecer serán muchos días, porque aquel dolor se prolonga cada segundo mientras hay silencio en la sala. No es de sorprenderse que Dalí no sepa que decir, pero es aquel silencio que lo incomoda. Al mismo tiempo tiene miedo y vergüenza como para girarse y verlo a los ojos. Los mismos ojos que dicen más que mil palabras. Por suerte Dalí rompe el silencio.
—¿Qué? —hace una pausa— ¿Cómo que van a embargar la casa?
Escucha unos pasos, por lo que se vuelve a ellos y se encuentra con los ojos de Dalí. Ojos asustados y preocupados.
Dalí está preocupado por él, y de alguna manera eso hace que su corazón se sienta pequeño.
Ahora está completamente expuesto ante Dalí, y eso lo hace sentirse débil, tanto así que quiere que lo abrace.
—Pues, sí, van a embargar la casa —ríe, para evitar llorar.
La risa es su manera de llevar las cosas. La risa es la máscara de su llanto.
—Es que no lo entiendo. ¿No es esta tu casa?
—En teoría la casa sigue siendo de mi mamá.
—¿Me puedes explicar mejor las cosas?
Dalí se sienta en el sillón del frene, uno más pequeño, uno individual.
La presencia del chico hace que se sienta nervioso. Nunca había visto a Dalí de esa forma, preocupado, serio, lo que le parece interesante y ensordecedor. Él siempre está sonriente y siendo infantil, y verlo de aquella forma despierta algo mucho más allá de lo que logra entender.
—Claro —se levanta y va por la carta y se la da a Dalí—. Esta carta me llegó unos días antes de que nos conociéramos.
Dalí la toma entre sus manos y su rostro se arruga. No lo comprende, y sabe que tiene que explicarlo más a profundidad, así que se sienta de nuevo en el sillón de al frente y toma una respiración lo suficientemente honda como para poder continuar.
—La casa está a nombre de mi mamá, sí, pero tiene una deuda bastante grande, como te puedes dar cuenta. Y si no pagamos esa deuda, nos embargan.
—¿Por qué aceptaron una casa de esta cantidad si no podían pagarla?
—¿Recuerdas que te conté que mi padre nos la regaló?
—Sí, claro. Fue para no dejarlos a la deriva cuando se divorciaron tu mamá y tu papá.
—Sí —ríe con rabia—. Bueno, resulta que mi papá no es el mejor hombre de todos. Cuando era niño mi padre solía decirme que se había enamorado de mi madre porque era muy brillante de joven, que tenía unas vibras muy buenas, y porque era una chica muy inocente que sentía la necesidad de protegerla del mundo. Mentira.
Dalí traga saliva cuando relata. Hay un rencor muy dentro del chico que le da miedo.
—Mi padre es chantajista, orgulloso, engreído, narcisista, y lo peor de todo para mi madre, misógino —sus ojos se oscurecen—. Como mi padre le encanta tener el control, se fijó en mi mamá porque exactamente, era una chica inocente, y vio la posibilidad de manejarla. Lástima que mi madre se dejó cegar por aquel hombre brillante que le prometía lo mejor de todo. Y en cierta parte mi papá era... no diría que bueno, pero sí. Sólo que cuando las cosas no salen como él quiere, deja ver su verdadero ser. Cuando mi padre se enteró que ella tenía cáncer, y que estaba muy avanzado, simplemente decidió desistir de ella —aprieta las manos con fuerza cada que recuerda aquellos tiempos, y su voz está rota, pero no de llanto ni tristeza, sino de rabia, furia y rencor—. Tenía la ideología de que como él era perfecto, no podía permitirse tener como esposa a una mujer enferma, una mujer inútil. Cada vez comenzó a ser más indiferente con ella. La comenzó a engañar con otras personas. Comenzó a desentenderse de todo lo que tenía que ver con nosotros. Y cuando finalmente mi mamá tuvo el valor de decirle que acabara con todo, porque ya estaba cansada de sus tratos y sus engaños, el aceptó.
—¿Y eso no es lo que ella quería?
—Sí, claro que eso es lo que ella quería. Pero mi papá se aprovechó de eso —se acomoda en el sofá—. Mi papá es un hombre que saca provecho de todo, y su relación con mi mamá no era la excepción. Usó de excusa la enfermedad de mi mamá para parecer un hombre bueno y amable, diciendo que no podía dejar a la madre de su hijo en un estado como ese en la calle, y nos dejó esta casa a nombre de ella. Sólo que arregló todo para que realmente la casa pareciera tener una deuda hacia él. Aumentó el valor de la propiedad, y si no pagábamos, o mi madre iba a la cárcel o la embargaban.
—¡Pero eso es ilegal!
—Lo sé. Ella también lo sabía.
—¿Y por qué no hizo nada?
—Mi papá tiene muchos contactos. Nos bloqueó por todos los lados.
—¿Qué pasó después?
—Mi mamá sabía que en su condición no podía hacer mucho, así que comenzó a pagar la deuda. Pero su enfermedad iba avanzando... —ahora su voz se quiebra, y no precisamente por rabia. Sus ojos ahora son borrosos— ella no podía soportar por mucho tiempo, y terminó falleciendo cuando yo tenía 15 años.
Nunca se lo contó a nadie. Siempre se ha guardado sus cosas para él solo. Es la primera vez que se atreve a abrirse tanto con una persona, y siente cada palabra en su piel.
La primera lágrima cae lento por la mejilla, pero aún tiene el control, así que no llora como debería.
—Aciano... yo... lo siento mucho.
—Gracias —se limpia la lágrima—. Mi papá sabía que yo no podía pagar la casa a esa edad, pero me advirtió que al cumplir los 18 la responsabilidad caía en mis hombros. Y llevo dos años tratando de pagar esta casa. No tengo más opciones. Por eso no he podido estudiar en la universidad como se debe. El trabajo me consume mucho tiempo, y no creo que sería capaz de llevar ambas cosas al mismo tiempo. Así que comencé hacer cursos de asistente de médico veterinario y todo lo que tenga que ver con veterinaria. Muchos de ellos no los he podido terminar, otros sí. De esa forma siento que hago algo con mi vida.
—¿Te gusta la veterinaria?
—Es la carrera de mis sueños —sonríe.
—¿Qué pasa si embargan la casa?
—Quedo libre de deudas.
Eso capta la atención de Dalí, pero se adelanta.
—Pero si eso pasa quedaré en la calle, aunque eso es lo de menos —vuelve a apretar sus manos—. Aquí viví con mi mamá los últimos años de su vida. Sólo ella y yo. En cada rincón de esta casa veo su rostro, su sonrisa, su nombre. Y yo...
Quiere seguir hablando, pero el nudo en su garganta ahora es mucho más grande. Ya no es capaz de aguantar, y las lágrimas empiezan a salir una detrás de otra. Dentro de su pecho hay vidrios que lo desgarran.
—S-sé que han pasado años, pero no estoy listo para dejarla ir. Yo no quiero dejarla ir. No aún.
Trata de limpiarse las lágrimas, pero es en vano, porque apenas una se va deja lugar a otra. Se rinde. Se deja dominar por el llanto.
—Esa mujer es la que dio su vida para que yo tuviera una. Ella lo era todo para mí. Mi ídolo. Mi héroe. Mi todo. Y cuando se fue ya no tenía nada, sólo sus recuerdos. Eso era lo único que me quedaba de ella —siente que si sigue hablando quedará sin voz—. Eso, y Sky. Sky es lo más cercano que tengo de mi madre, y por eso es tan importante para mí, además de que por sí sola es algo tan especial. Mi mamá la quería mucho, como su hija. La casa y Sky son dos cosas a las que estoy aferrado, y tengo la ilusión de que puedo con todo. Pero la verdad es que no puedo con nada. Y todo se acaba mañana.
Cuando deja de hablar sólo se somete al llanto, dejando salir sus gemidos y jadeos.
Una calidez que no había sentido desde hace mucho abarca su cuerpo cuando Dalí lo rodea con los brazos.
Abre los ojos de la sorpresa, pero las lágrimas no dejan de salir.
«Se siente tan cálido».
Muerde su labio inferior y se permite abrazar el torso del chico. Y llora. Llora como nunca lo había hecho antes. Y vaya que es tan liberador hacerlo con una persona que no te juzga, que en vez de eso, te apoya. Y comprende que así ha de sentirse Dalí cuando él hace lo mismo para apoyarlo.
Lo abraza mucho más fuerte. Se aferra a él.
Antes Dalí era una distracción de la realidad, pero ahora puso sus pies dentro de su mundo, y vaya que se alegra de que así sea.
Ahora Dalí forma parte de él. Y de alguna manera eso es tan reconfortante.
—Lamento que tengas que escucharme. Se suponía que venir aquí era para sacarte de todo lo que pasa en tu casa, y sólo te traigo a mi basura.
—Hey —Dalí se separa un poco, y lo mira desde arriba, limpiando sus lágrimas—, no digas eso. Me pone muy feliz que me hagas parte de tu mundo. Tú tampoco estás solo, ¿de acuerdo?
—Sí.
Sonríe.
—Además, creo que fue más liberador todo esto. Fue nuestra noche más personal, ¿no lo crees?
Ríe a montones por alguna razón, y siente como Dalí, que aún no se ha separado, le limpia las últimas lágrimas del rostro para después sentarse a su lado.
—Quizá estemos pasando por nuestro período azul.
—¿Qué? —Dalí ríe.
—Es algo que mi mamá me enseñó —Sky se sube en sus piernas, y él la acaricia en la espalda—. ¿Sabes que los colores representan emociones?
—Algo he escuchado.
—Cuando era pequeño y estaban pasando las cosas con mis padres, yo anoté en una tarea de la escuela en una hoja "Me siento azul" —sonríe en grande—. Ella me explicó que cada color representa una emoción y sentimiento. El azul está fuertemente relacionado a la soledad y la tristeza, que era como yo me sentía con todo lo que pasaba a mi alrededor. Ella dijo que era normal sentirse así. También dijo que muchos pintores famosos tenían sus períodos azules, y muchos colores, de hecho. Como Picasso, que tuvo su período azul en sus pinturas. Fue un período corto, pero en esas pinturas el azul era el color que resaltaba, y que representaban todo el dolor que él sentía en aquel momento de su vida. Entonces, si incluso Picasso que era un pintor con mucho talento tuvo su período azul, ¿por qué nosotros seríamos la excepción?
Dalí está asombrado. Sus ojos brillan con tan sólo escucharlo.
—Eso es... profundo. Quizá si estemos en nuestro período azul —ríe.
Ríe junto a él.
—¿Y qué pasó con Picasso después? —pregunta Dalí.
—Comenzó su etapa rosa. El rosa es asociado con la felicidad y alegría. Así que ya entenderás como se sentía.
—Pues me alegro que él haya podido superar la tristeza. Y ojalá nuestra etapa rosa llegue pronto también.
—Ojalá que así sea.
Ambos se recuestan en el sofá. Ahora el silencio no es incómodo, es reconfortante. Sonríen. Y así pasan unos largos minutos.
—¿Quieres algo de cenar? Seguro que tengo cereal por alguna parte.
—¡Me parece la mejor idea!
Ambos ríen mientras se levantan.
Sirve en dos tazas cereal de colores con leche, y a Sky le sirve su comida. Se llevan las tazas al cuarto.
Cualquiera colocaría a comer a su gato o perro en el suelo por higiene, pero Sky es más que una mascota, así que al igual que ellos come encima de la cama, mientras charlan y ríen. Luego ven una película, y cuando Sky se cansa de comer, bajan la taza y ella se echa en la punta de la cama.
Cuando se cansan de la película se ponen a jugar en sus teléfonos, peleándose de vez en cuando. Sin embargo, la risa los envuelve, y se olvidan de todo por horas. Cuando ya es muy tarde es cuando Dalí no soporta el sueño. Deja caer su teléfono en su pecho, y comienza a hablar somnoliento.
—¿Hay algo que se pueda hacer para que no embarguen tu casa?
—Pagar la renta mañana, y te aseguro que eso es lo más imposible ahora.
Dalí ríe un poco, con los ojos cerrados.
Él está más allá que aquí.
—Es cierto. Gracias.
—¿Por qué?
—Por dejarme quedarme aquí. Por permitirme ser parte de tu mundo, a pesar de todo.
—Gracias a ti por quedarte, a pesar de todo.
Disfruta aquel momento. Le causa gracia hablar con un Dalí dormido y despierto, pero también sabe que es un momento muy sincero.
—Oye, ¿estás seguro que eso es lo único que te preocupa?
La pregunta lo deja anonado. Abre la boca para decir algo, pero se obliga a cerrarla y se queda mirando el techo unos largos segundos. Sin embargo, sabe que tiene que responder, así que lo hace.
—No. No pasa nada —sonríe leve, aunque es una sonrisa no tan brillante.
—Entiendo. Me alegra que así sea —Dalí sonríe como puede entre su lucidez y dormites—. He estado pensando mucho últimamente esto, y me dirás loco, pero... te quiero, Aciano
El pecho se le enciende. No sabe como reaccionar, su corazón no se lo permite. Hay un huracán en su cabeza, y cuando se da cuenta que Dalí está dormido, se atreve a colocar una mano en la mejilla del chico.
—Yo también te quiero.
No deja de mirar el rostro de Dalí, tan relajado, tan lindo.
Siente la necesidad de acercarse a él, pero es indebido. Bueno, que lo indebido se vaya por el caño.
Se acerca mucho más a él, y quien sabe porque, pero Dalí se voltea y ambos quedan frente a frente. Sus rostros muy cerca.
Su corazón se dispara.
Su cuerpo, su mente, su sistema hacen cortocircuito.
Siente la respiración de Dalí.
Puede abrazarlo. Puede besarlo. Pero hay algo que se lo impide. Respeto. Prudencia. Así que sólo se queda en esa distancia, y sonríe.
No es el momento. Quizá no lo sea nunca. No sabe lo que siente Dalí, y tampoco está seguro de lo que él siente. Pero lo que es seguro que su cuerpo y su corazón aclaman estar cerca de Dalí. Por algo ha de ser.
Sky sube y se coloca en el medio de ambos.
Ríe bajo y la acaricia.
A pesar que está a unas horas de que todo lo que ha querido y ha cuidado con mucho rigor se pierda, está tranquilo. Hay una seguridad que lo rodea, y esa tranquilidad proviene de esos dos que están con él en la cama. Le dan una calidez, seguridad, felicidad, una calma que no siente hace mucho.
Ojalá que aquel momento no envejeciera con el tiempo, y fuera eterno. Pero como todo tiene que avanzar, sólo le queda disfrutarlo. Así que cierra sus ojos, sus músculos se relajan, al igual que su corazón y su alma.
Es la primera vez que se siente así de relajado desde hace meses.
Sonríe.
Quizá no estén abrazados, pero todos están conectados igualmente.
Y se duerme sin darse cuenta. Duerme como antes no lo había hecho. Duerme junto a Sky. Duerme junto a Dalí. Duerme junto a lo que más ama en este mundo.
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