15. Sumergidos en azul
Es ridículo. Es estúpido. Es un tonto por tener la esperanza de que si se esforzaba un poco más lograría tener todo el dinero para pagar la mensualidad, pero la esperanza es lo último que se pierde. Es gracioso, porque no perdió la esperanza, y aún así perdería la casa. De nada sirve las esperanzas ni todo el esfuerzo, porque cuando el tiempo no está de tu lado, ni el tiempo ni las circunstancias, es muy poco probable cumplir con las metas que uno se propone; las metas o las adversidades que se cruzan en el camino.
Allí estaba, contando el dinero que había reunido para la mensualidad. Todo estaba tirado en el mesón de la cocina. Se veía tan poco y tan descuidado tirado sin nada mas. Se pregunta que pensaría la gente si lo vieran actualmente. ¿Notarían las ojeras de sus ojos? Esas ojeras que fueron aparecieron poco a poco y que hacen pesados sus ojos. ¿Notarían la preocupación en su rostro? ¿Notarían su desgana? Ya no sabe cuantas lágrimas había dejado caer mientras contaba el dinero que le faltaba. Se tomó el cabello con ambas manos tratando de encontrar una manera de reunir todo lo que falta, pero es ridículo, tendría que trabajar unas dos o tres semanas más para obtener la cantidad, y eso teniendo en cuenta las propinas de los clientes. Simplemente no llega, y no tiene a quien pedirle prestado, y si lo tuviera, tampoco iría por esa opción, porque sería otra deuda que tener encima.
No deja de pensar en que perdería la casa, que se quedaría sin hogar, para él y para Sky, y cuando se quede sin casa, se quedará sin nada. Y está a tan pocas horas de que suceda que no puede respirar. En su mente ve la casa vacía, sin nada de lo que él y su madre han construido por tantos años, juntos, ellos dos y nadie más. Todo se irá a la borda. Ya nada tendrá sentido.
Como le gustaría que Sky estuviera con él, pero no es así. Se había quedado la noche anterior con Dalí. Él es otra persona con la que le gustaría estar. Así como han estado en contacto todos esos días, le gustaría que él estuviera para él. Para que con su voz tan maravillosa lo calmara, cantando o hablando de cualquier trivialidad. No le importa que es lo estén haciendo, pero quiere estar con Dalí. Con él todo es más tranquilo, todo es azúcar, y los problemas quedan fuera. Pero ni Dalí ni Sky están con él. Está solo ahora. Sabía que en algún punto iba a pasar, pero es tan doloroso que no lo soporta.
Su teléfono suena con mensajes de sus compañeros del curso, preguntando porque no había asistido a clases. El apaga el teléfono. Lo menos que le importa ahora es el curso. Sólo quiere saber como afrontar la perdida de su casa. Sólo quiere saltarse esa etapa. Y llora.
(.)
Llegó a pensar que en el trabajo se sentiría mejor, porque seguro se distraía, pero no tuvo ni la más mínimo razón. Todas esas horas de trabajo estuvo distraído, justo como el día que se enteró que la suma de la deuda había incrementado. Lo bueno es que esta vez no le tiró la comida a nadie al suelo, así que no hubo razón para que lo mandaran a su casa una vez más. Tiene la impresión de que si algo así vuelve a suceder, no sólo lo mandarán a su casa, sino que lo despedirán. Cuando terminó de trabajar se subió a su bicicleta.
Iba dirección a casa de Dalí. Tenía que buscar a Sky, pero decir que sólo iba por ella era engañarse así mismo. También iba por Dalí. Quiere verlo y escuchar su voz. Quiere sentirlo cerca. Quiere ver su sonrisa. Quiere estar con él. Quiere estar con él. Sus piernas están relajadas pero pedalea algo rápido. No puede esperar más para verlo. Necesita encontrar algo bueno en aquel día tan pesado.
Cuando llega a la casa de Dalí tienen las puertas cerradas, y tiene la impresión de que ya están dormidos, pero las luces amarillas están encendidas, así que siguen despiertos. Duda mucho en bajarse, porque no sólo está Dalí allí, también están sus padres, y no los conoce, pero sabiendo como son por palabras del chico, no quiere que se molesten y darle más problemas él. Decide irse y volver otro día, pero entonces escucha el maullido de Sky. Mira la ventana del cuarto de Dalí y ella sale por él y se detiene justo en la puerta de la casa, maullando, como si lo estuviera llamando.
—¿Sky? ¿Qué haces ahí pequeña?
No tiene más remedio que detener la bicicleta e ir por Sky. La toma entre los brazos y se da cuenta que está frente la puerta. Tiene el impulso de tocar, pero piensa que es de noche, que no ha avisado que iría. Es mejor no molestar. Es mejor irse.
—Quería hablar con ustedes de algo —habla Dalí desde dentro.
Se conmociona. Deja de respirar por un momento, hasta que se da cuenta que no habla con él. También se da cuenta que en la voz de Dalí hay miedo. Es extraño, pero se ha acostumbrado tanto a esa voz estos últimos días que conoce cuando tiene miedo y cuando no, cuando está triste o cuando está feliz. La voz de una mujer le responde y hay la voz de otro hombre, que habla de vez en cuando. Supone que son los padres de Dalí, y se siente mal por escuchar aquella conversación.
—Estaba pensando que tal vez pueda aplicar en otra universidad, así tendría más chances de estudiar —dice Dalí.
Eso lo hace sonreír. Sabe que Dalí está a punto de hablar con sus padres sobre la universidad. Finalmente ha aceptado que ama la música con toda su alma, y eso lo llena de mucha felicidad.
Es cierto que está mal que esté escuchando, pero ahora la emoción de que a Dalí le salga todo bien es superior a su vergüenza, y se asoma con mucho cuidado por la ventana. Con suerte desde allí ve a Dalí de espaldas. Se ve tan lindo de espaldas. Frente a él están sus padres, y los analiza. No se ven malas personas, y sabe como actúan gracias a Dalí, pero no se ven malas personas. Quizá, sólo quizá, entiendan a Dalí y acepten todo sin ningún problema, hasta que escucha el primer grito.
—¡Ya deja las tonterías, Dalí Zambrano!
Se contrae por la sorpresa. Sky se tensa, y el chico la abraza para que se tranquilice, y también para tranquilizarse él.
¿Qué significaba esa manera de reaccionar? Tan agresiva, tan malvada. En definitiva las apariencias engañas, y los libros no se pueden juzgar por su portada.
—No son tonterías, mamá. Te estoy hablando muy en serio.
Cuando Dalí dice aquello, con cierta firmeza, vuelve a asomarse por la ventana, con la frente arrugada y asintiendo. Dalí no lo sabe, pero desde allí, a escondidas, de lejos pero cerca, le manda muchas buenas vibras y fuerzas para que él logre mantenerse firme contra ellos. Pero todo se complica cuando la madre de Dalí se altera mucho más, mucho, mucho, mucho más. Sin embargo, Dalí no se queda atrás; él también está gritando, perdiendo los estribos y así el respeto que le tiene a sus padres. Cualquier persona lo juzgaría por ser un mal hijo, pero nadie conoce un cien por ciento a otra persona como para juzgarla.
Está cada vez más molesto por la actitud que está teniendo la madre de Dalí. Ni siquiera su padre está siendo tan agresivo. Lo que más le preocupa es Dalí, que a pesar de que está aguantando tanto, sabe que todo eso le afecta. En ningún momento lo ha visto a los ojos, porque él está de espalda, pero por su voz sabe que está mal; sus padres no lo notan, como no le han prestado atención mucho tiempo, pero él sí que le presta atención, y tiene mucho miedo por Dalí que quiere entrar a la casa a apoyarlo, pero eso sería peor. Mucho peor. Al mismo tiempo se siente muy mal, deprimido, porque es cierto que antes Dalí le había comentado como era su situación familiar, pero jamás se imaginó que todas las conversaciones sobre la música, sobre la vida de Dalí, se resumieran a discusiones que llevan a gritos. Sólo quiere estar allí dentro para abrazar al chico y darles fuerzas para que no se rinda. Para recordarle lo fuerte y especial que es.
Sin embargo, todo lo que siente se mezcla y lo neutraliza cuando por la ventana ve como la mujer se lanza contra el chico, lo toma de la franela debajo del cuello y comienza a gritarle cosas horrendas que una madre jamás debería gritarle a un hijo, sin embargo, esas cosas se mezclan con los gritos del hombre que trata de calmarla, y los propios gritos de Dalí. Los ojos le tiemblan del miedo: miedo a que esa mujer le haga daño a Dalí, porque en el estado en el que está, seguro que no mide sus acciones como no mide sus palabras; miedo de que por la furia, el enojo y la indignación, Dalí cometa alguna estupidez, que se deje llevar por la rabia y lastime a su propia madre; tiene miedo de como todo pueda llegar a resultar, y todo se prolongue de una manera mucho peor, por lo que él se agita, al igual que Sky tiembla en sus brazos. Tiene que hacer algo, no puede quedarse allí de pies.
Se aparta de la ventana y está a punto de tocar a golpes, pero Dalí grita. Algo le dice que ya se han separado, y se asoma por la ventana, confirmando el hecho. Luego Dalí se voltea, dando un ultimátum a la mujer, pero el corazón se le hace pedazos cuando ve lo roto que Dalí está por dentro con sólo verle los ojos. Dalí está mal, y sólo lo vio unos segundos a través del cristal, pero fueron suficientes como para deducir la tormenta que hay dentro del chico en esos momentos.
La madre de Dalí sigue gritando. Se escuchan golpes de una puerta. Es la puerta del cuarto de Dalí, al parecer.
Camina en retroceso hacia el jardín, mirando aquella casa mediana. Es curioso. Es una casa tan linda, tan normal, sus integrantes parecen personas increíbles; lo verdaderamente increíble es lo que esa casa oculta bajo sus paredes.
Sabe que Dalí está mal. Sabe que Dalí necesita ayuda. Sabe que Dalí no quiere estar en esa casa, no ahora. También sabe que Dalí no tiene a nadie a quien pedir ayuda. Sabe que como esta vez, y como todas las anteriores, Dalí tiene que quedarse encerrado en su cuarto, llorando, sufriendo, reprimiendo todo lo que en su pecho crece, porque no tiene a nadie ni nada a que acudir cuando está mal. Bueno, eso era antes. Ahora lo tiene a él, y quizás no sea de mucha ayuda, pero mientras pueda hacer algo por Dalí, no dudará en hacerlo. No está dispuesto a permitir que el alma de Dalí se quiebre de un todo.
Agarra a Sky con un solo brazo, con fuerza, para sacar su teléfono y marcar al del chico que está encerrado en su cuarto. El teléfono repica. Repica. Vuelve a repicar. Repica una vez más, y el tiempo está por agotarse, hasta que finalmente Dalí responde.
—¿Aló?
—Sal afuera —le pide.
—¿Afuera?
—Mira por tu ventana.
Dalí arruga la frente. Se levanta con lentitud. Despliega la cortina que tapa el cristal, y en la acera de su casa lo ve, con Sky en los brazos, y la bicicleta en la calle. Al principio se siente avergonzado, muy avergonzado. ¿Qué tanto escuchó? ¿Qué tanto sabe? Pero después su pecho se siente caliente. Ve tanta posibilidades. Entre ellas, salvarse de aquel infierno.
—No tienes que decir nada ahora, o nunca, pero ¿quieres ir a mi casa? Puedes quedarte a dormir si quieres. Sólo tienes que decir que sí y escapar unas horas de todo. Escapa del caos conmigo.
La garganta de Dalí duele. Quiere llorar, pero no sabe si de felicidad o de tristeza. No sabe muchas cosas ahora, incluso piensa que se olvidó de dónde está, o de quien es, pero lo que sí sabe, es que tiene y quiere irse con él. Él es lo único que puede salvarlo ahora.
—¡Voy a abrir esta puerta! ¡¿Dónde están las llaves?! —grita la mujer.
—¡Cálmate! ¡Por favor! —grita el hombre.
Mira a Dalí, directo a los ojos, esperando una respuesta del chico. Tiene esperanzas de que acepte la propuesta. Quiere que Dalí acepte la propuesta.
—Sí. Claro que sí —dice Dalí.
Ambos cuelgan. Se sube a su bicicleta, apresurado, montando a Sky en la canasta, mientras que Dalí abre le ventana. Cuando Dalí la está cruzando, su madre entra.
—¡Dalí! —grita, pero Dalí no hace caso y sale por la ventana.
Aprieta el manubrio, asustado de que los padres de Dalí salgan y lo detengan, pero Dalí corre rápido, y llega con él. No dicen nada, no es necesario. Dalí se sube en la parte trasera, de pies, y coloca sus manos en sus hombros. Están conectados. Ambos tienen el mismo propósito. Y ambos lo lograrán.
—¡Regresa ahora mismo!
La madre de Dalí sale de la casa, más alterada que nunca, pero no logra hacer nada, porque comienza a pedalear, y lo último que recibe de su hijo esa noche es una mirada molesta. Muy molesta.
Pedalea y se alejan. Pedalea y sienten la euforia. Pedalea y sienten el frío de la noche. Pedalea y los gritos de la mujer quedan atrás. Pedalea y son libres. Pedalea y escapan juntos.
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