14. Dulce hogar
"Eras fuego".
Desde que Aciano le había dicho eso, él no podía dejar de recordarlo una y otra vez. Cada que busca entre sus recuerdos, y lo encuentra, no puede evitar sonreír como tonto. Era una frase tan pequeña, tan corta, y tan simple, pero eran palabras que jamás nadie le había dicho en la vida, y si es sincero consigo mismo, tampoco esperaba escucharlas. "Eras fuego" "Lo eras todo" Dios, definitivamente no puede dejar de pensar en aquellas palabras que tienen un efecto inesperado en él, porque cada que las vuelve a escuchar, su corazón se acelera, tanto, que siente que es necesario hacer ejercicios de respiración para que no le explote dentro del pecho.
"Podría escucharte cantar por siempre y no me cansaría" también le dijo Aciano. Su voz se le había metido en la cabeza y no quería salir. Él no quería que saliera.
Desde que tiene memoria, nadie, absolutamente nadie, a excepción de sus padres al comienzo de todo el tema de la música cuando era un niño, nadie lo había apoyado, nadie le había hablado como la forma en que lo hizo Aciano. Se sentía tan vulnerable al lado de él, porque, como Sky, es como si Aciano pudiera ver a través de sus ojos, su alma. En pocos días de conocerse Aciano ya sabía mucho de él, y eso lo emocionaba.
Con Aciano apoyándolo, diciendo esas palabras, se siente imparable.
Cada día toca mucho más seguido la guitarra, tocando cosas que nunca había tocado, porque sabe que tiene que aprender cosas nuevas y no estancarse en lo aprendido. También canta muy seguido; canta para Aciano, quien siempre le da una opinión sincera, y aunque entre esa sinceridad hayan cosas que no le gusten, sabe que es necesario. Es motivante. Aciano en todos esos días de hablar y hablar y hablar, se ha convertido en su motor. No tiene porque esconder nada a Aciano. No quiere esconderle nada a Aciano, porque es el único que lo mira y escucha con atención, a él y sólo a él. A nadie más.
Todas las tardes cuando termina de practicar, se sienta encima de la cama con un cuaderno y lápiz. Escribe cosas en la libreta mientras crea ritmos con la lengua. En las hojas, las frases que más se notan son "Eras fuego" "Lo eras todo" esas palabras que le dijo Aciano se han convertido en su motivo, y necesita ponerlo en una letra. Pero Aciano no sabe nada, porque es una sorpresa que quiere hacerle. Para él la música es la forma en la que mejor puede expresarse, y escribirle una canción a Aciano es crear un vínculo entre ambos, poner en música lo que siente por él, que últimamente no pueden dejar de hablar, lo que lo llena de adrenalina. Cada que recibe un mensaje de Aciano no duda en responderle. En las llamadas, o cuando se ven en persona. No sabe que es lo que tiene Aciano, pero se siente muy apegado a ese chico, y le gusta, y no quiere dejar de sentirse así de cercano, como jamás se ha sentido con alguien.
Es tonto, porque incluso lo primero que piensa en las mañanas cuando despierta es en Aciano, y en cuando será la próxima vez que se verán. Es tonto. Muy tonto.
Esa mañana tampoco fue la excepción. Se levanta de la cama y revisa su teléfono, abre el chat de Aciano y le manda una foto suya recién despierto, sacando la lengua y con el cabello revuelto. Deja el teléfono a un lado y se sienta en la cama. Toma su laptop y comienza a revisar sus correos, hasta que llaman a la puerta de su casa.
—Correspondencia —dice el cartero cuando abre la puerta.
—Claro. Muchas gracias.
Recibe un sobre de grande y amarillo. Tiene su nombre escrito en él, y por fuera, tiene el sello de la universidad. Sus ojos son miedosos, sus labios tiemblan, y no siente las piernas: es la respuesta de su solicitud.
Corre hacia el cuarto y se encierra. Lanza el sobre en la cama y camina paranoico a los lados, tocándose el rostro. Si fuera posible, habría abierto un hueco en el piso.
Allí en ese sobre está la respuesta de lo que será su futuro. Su carrera, su vida. Su todo. De lo que haya dentro de ese sobre depende su futuro con la música, con sus padres, consigo mismo. Y es estúpido que un pedazo de papel lo esté haciendo temblar. Es estúpido que un pedazo de papel sea la amenaza de su mundo. Se sienta en la cama y toma el sobre. Lo repasa un millón de veces, porque sus brazos tienen mucho peso encima como para rasgarlo y leerlo. Sin embargo, sabe que tiene que hacerlo, así que lo hace y con mucho cuidado y saca la carta. Esos segundos se hacen eternos, y lee. Lee tan pausado que deja de respirar. Trata de procesar todas las palabras. Lee una y otra vez, y no puede creerlo. Lee y no sabe como reaccionar. Lo único que puede hacer es llorar. Las lágrimas gruesas recorren sus mejillas hasta el mentón, mojando la carta.
Sabía bien que si lo aceptaban tendría que decirle adiós a todo. Tendría que dejar atrás una etapa que para él aún no había terminado, y que no quería terminar, porque la música es su vida, y sin ella él no es nadie. Ahora más que nunca lo sabe gracias a Aciano.
Sus piernas ya no existen, ni sus manos, ni nada de él. Sólo puede reír poco a poco, mientras la felicidad comienza a desbordar de su cuerpo. Se alegra de que no haya nadie en casa, porque sus carcajadas se escuchan incluso fuera de las paredes. Llora y ríe de felicidad porque no lo aceptaron en la universidad, y esa es la cosa más maravillosa que le ha podido pasar ahora.
Se tira en la cama sintiendo su pecho tan libre y tan gozante. Las lágrimas no dejan de brotar de sus ojos. Grita. Grita como un loco, soltando todo el peso que había acumulado todos esos días, todos esos meses, todos esos años. Para su mamá podrá ser la peor de las noticias, pero para él, que no quería estudiar nada de eso, sino, dedicarse a su música, es la mejor de todas las noticias. Se limpia las lágrimas y se queda mirando el techo.
Sky sale debajo de la cama y se le sube en el pecho.
—¡Sky! ¡No me aceptaron! ¡¿Puedes creerlo?! —la abraza— Pero ahora no sé cómo debo decirle a mamá. Seguro que Aciano se emociona.
Él mira a su computadora, y repite el nombre de Aciano. Toma la computadora y la coloca en sus piernas, buscando en el navegador la universidad de música a la cual siempre quiso entrar.
—Hay nuevas postulaciones. Aún están disponibles... si aplico, pueden aceptarme y... no, eso es...
Entonces recuerda una vez más a Aciano. El chico le había dicho que no se negara a nada de lo que quisiera, porque es su vida, y de nadie más. Mira la carta de rechazo con furia. La música es todo para él, y sus padres tendrán que aceptarlo quieran o no.
(.)
Uno realmente cree que está preparado para los desafíos de la vida, o los que uno mismo se pone. Uno cree que con tener horas, o incluso días de preparación mental, prácticas verbales o físicas, ya es suficiente para estar listos. Pero comprueba que es uno de los peores engaños que se puede hacer el humano. Uno puede pasar horas frente al espejo diciéndose que es capaz, pero a la hora de la verdad, las piernas no dejan de temblar, las manos están frías como el hielo, y la lengua está tan dormida que puede jugar en contra, y a él no le gusta para nada aquellas sensaciones cuando tiene que bajar a hablar con sus padres sobre su vida.
—¡Dalí! ¡Ven a cenar! —grita su madre desde la cocina.
—¡Ya voy! —grita, y se sorprende como puede fingir no estar nervioso.
Toma unas cuantas respiraciones, intentando calmar su cuerpo en vano. Es allí cuando entiende que por más que alguien se prepare para su lucha, igual estará muerto de miedo. Y es extraño que se estuviera cuestionando todo eso, porque le pasa a los músicos antes de tocar en un concierto, y quizás no hayan sido conciertos, pero cada que se presentaba en los restaurantes o cafés, le sucedía. Uno puede prepararse todo lo que quiera, pero el miedo es traicionero; es, sin embargo, lo que uno decide que hacer con ese miedo lo que hace al valiente.
Toma su computadora y sale del cuarto hasta la cocina. Su madre se está sentando, y su padre a poca falta de modales ya ha empezado a cenar.
—¿Por qué traes la computadora a la mesa? —pregunta su madre.
No sabe como comenzar. Se queda callado, y lo miran; incluso su padre lo mira curioso.
—Quería hablar con ustedes de algo —su voz tiembla.
—¿De qué? —pregunta su padre.
—Es sobre la universidad.
—¡¿Te aceptaron?!
Su madre coloca las manos en las mesas con una emoción que muy pocas veces ha visto en ella, y es triste que tenga que borrar la sonrisa de su rostro.
—No.
—¿No?
—¡No! O sea, no es eso de lo que quiero hablar.
—Ah, bueno —su madre se acomoda en la mesa, indiferente— ¿entonces de qué?
—Deja que Dalí hable, Jeannette.
—Igual ya se están tardando en responder.
—Jeannette —replica su padre—. Habla, Dalí.
Asiente y se acomoda la garganta.
—No es de esa universidad de lo que quiero hablarles, es de otra —nadie dice nada, pero la cara de su madre es suficiente para saber lo que piensa—. Estaba pensando que tal vez pueda aplicar en otra universidad, así tendría más chances de estudiar.
—¿Otra que no sea la que te dije?
—No le veo lo malo. No está mal tener opciones. Creo que Dalí está siendo muy racional.
—¿Ah, sí? Bueno, si ustedes lo creen. ¿Cuál es esa universidad? —pregunta su madre, empezando a comer.
—La universidad de música de la ciudad.
El chillido de los cubiertos contra los platos de cerámica invaden la cocina, y no hay nada más que no pueda ver que no sean los ojos furiosos de su madre, pero él no desiste, y se queda de pie. Su padre sólo observa con cautela. Como nadie hace o dice nada, él se adelanta. Enciende la computadora y muestra la página web de la universidad.
—Es una de las mejores universidades del país, y es increíble que sólo la tengamos a dos horas de aquí. Es paga también, pero tiene la misma tarifa que la otra, y sus conocimientos son extensos. Tienen diversas carreras y cuentan con todos los equipos. ¡Es demasiado buena! Muchos de los músicos locales que han tenido gran desempeño en la industria han salido de esta universidad a lo largo del país. La verdad—
—¡Ya deja las tonterías, Dalí Zambrano!
—No son tonterías, mamá. Te estoy hablando muy en serio.
—¡Ya aplicaste a la otra!
—¡Nada me asegura que me van a aceptar!
—¿Es que no lo hicieron? ¡¿Es que no te aceptaron y no nos quieres decir?!
Quiere decirle, pero su garganta actúa como jaula que no dejan pasar esas palabras, porque sería mucho peor, así que miente.
—¡No dije eso! ¡No han dado respuesta! Y ese no es el punto.
—No vas a estudiar música, Dalí.
—¡¿Por qué no intentas escucharme siquiera?!
—Ya lo hice, no hace falta más.
—¡No me has escuchado para nada! ¡Nunca me has escuchado, mamá! ¡Siempre volteas la cara y decides lo que crees que es mejor para mí! ¡Pero tú no sabes nada!
—¡Sé mucho más que tú! —su madre bate las manos en la mesa. Su padre trata de calmarla, pero no logra nada.
—¡Pues pareciera que no! ¡Para ti lo único que es correcto es lo que tú crees que es correcto! Lo que está fuera de eso ya es un pecado.
—¡Lo estoy haciendo por tu bien!
—¡Tú no sabes lo que es para mi bien o no! ¡Sólo sabes actuar para tu propio bienestar! ¡No te importa más nada que no seas tú misma!
—¡Dalí! —regaña su padre.
—¡No estoy diciendo nada que no sea verdad! ¡Tú no puedes decir mucho tampoco, papá! Siempre la apoyas en todo lo que dices, ¡y aunque intentes creer que eres el más razonable, sólo dejas que ella sea el conductor de tus propios prejuicios!
—¡No es justo lo que estás haciendo, Dalí! —grita su madre llorando— ¡Te lo hemos dado todo y tú nos paga de esta manera!
Eso es como una taja en el pecho de Dalí, de costado a costado. Porque aunque su madre no se haya atrevido a decirlo, sabe que era a lo que ella se refería.
—¿Cómo les estoy pagando, mamá? ¿Cómo? —y él también empieza a sentir las gotas calientes sobre su mejilla— ¡¿Cómo mamá?!
—¡No es justo! —su madre se lanza a él como una furia y lo agarra del cuello.
Él trata de soltarse moviéndose a los lados, pero en un mal movimiento puede tirarla al piso, y su padre lo sabe, es por eso que se levanta y trata de calmarla, pero ella está furiosa, como una fiera, gritando un sinfín de cosas que lo lastiman, cosas que quiere creer que dice sólo por su estado, pero en el fondo sabe que esas palabras venenosas no son una mentira, son palabras que su madre dice porque las está sintiendo, y para su desgracia, no son buenos sentimientos. Como puede se suelta de ella.
—¡Contigo no se puede llegar a nada que no sea de esta forma! ¡Ya te lo he dicho! ¡Voy a aplicar a esta universidad y voy a estudiar música!
—¡No te lo permito! ¡No tienes derecho!
Se da vuelta y se encierra en su cuarto.
—¡Dalí! ¡Sal de ese maldito cuarto!
Su madre golpea la puerta tan fuerte que piensa que la tirará al suelo en cualquier momento. Pone la computadora en la cama y se agacha en el piso escuchando los gritos y los golpes en la puerta. Su padre le dice a ella que se vayan, que lo dejen solo, y él se alegra un poco de que sí tenga algo de racionamiento.
Nada salió como él esperaba, pero ¿qué podía esperar de su madre? Sabiendo como ha sido toda la vida. Fue ridículo pensar que iba a aceptar sus decisiones con una sonrisa en el rostro. Pero ya no soporta más. No soporta escuchar su voz en la puerta y grita ahogado. Aprieta los dientes y la mandíbula, porque no importa lo que él opine, para sus padres sólo es un inservible que tiene que seguir las órdenes de alguien más para ser alguien en la vida. Para sus padres él no es nada. Para sus padres él no es nada para absolutamente nadie. Simplemente quiere hacer lo que le gusta, y eso no lastima a alguien. Gritos, gritos, llanto, y más gritos. Que hagan silencio. ¡Que se callen! No quiere pensar. No quiere hacer nada. No quiere sentir. No quiere vivir. Pero se equivocan, sus padres se equivocan; él sí es alguien, y quizá no alguien importante, pero al fin y al cabo es alguien, y en eso también están equivocados, o tal vez sea él con pensar de esa manera, pero él sí es importante para alguien: para Aciano. Él es el único que lo escucha, que cree en él, y que no lo juzga, que no tiene intención de lastimarlo. Él se siente importante para Aciano, como Aciano es importante para él. Sabe que si Aciano supiera lo que está pasando, no dudaría en ir por él. Piensa en Aciano porque es lo único que le lleva un poco de tranquilidad entre el infierno que es su casa ahora, pero no es suficiente. Quiere verlo, quiere escuchar su voz, quiere sentirlo cerca de él. Es la única persona en la que puede pensar en su momento más horrible. Es la única luz que ve en su momento más oscuro.
Su teléfono suena muchas veces, y cuando se da cuenta, su cuerpo se está a flor de piel. No sabe si es el universo, energías, conexión, astrología, no lo sabe y no le importa. Lo único que sabe es que está recibiendo una llamada de Aciano, como si éste supiera que lo necesita y va directo a salvarlo.
Aciano es su salvador.
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