13. Lo que la sonrisa no puede ocultar

Cuando llega a casa recibe un mensaje de Dalí, preguntando si han llegado bien, lo que le hace sacar una sonrisa. Le escribe pero se arrepiente, y revisa un poco arriba del chat, viendo la foto de Sky que el chico le había mandando hace unas horas. Con la idea en la cabeza ríe bajo, y le toma una foto a Sky, quien está durmiendo en uno de los sofás, y envía la foto. Añadido a eso, le responde: "¿Tú que crees?"

Dalí reacciona a la foto con risas, y sin darse cuenta, el enviarse fotos de Sky mientras la cuidan, se hizo costumbre. Una foto. Otra foto. Dos fotos. Tres fotos. Muchas fotos se envían en el transcurso de los días. Cada que recibe una foto, sonríe. Pronto las fotos ya no son de Sky, sino que también, de ellos mismos.

El que mandó la primera foto fue Dalí, acostado en su cama, luego él en clases. Foto tras fotos. Mensajes tras mensajes.

Es muy divertido. Cada que habla con Dalí, sea presencial o por mensajes, el mundo a su alrededor desaparece, y en Dalí consigue un espacio seguro donde podía respirar con normalidad, libre, y sin ningún tipo de inseguridad. Hablan tanto, que ambos esperan el mensaje del otro, sin importar en que lugar o situación estén. De hecho, muchas veces lo habían descubierto en clases del curso. Luego son vídeos, hablando o cantando. Le parece maravilloso ver lo vídeos de Dalí, porque en ellos practica con la guitarra, y canta, y eso es increíble. Poder escucharlo, poder ver su crecimiento.

—Puede que esto esté mal, pero quise intentar —dice Dalí en uno de los vídeos, y toca mientras intenta hacer pasos de rock, pero en el proceso cae al suelo.

No deja de reírse, y las personas del trabajo lo miran extraño, pero es sólo una persona riendo, y eso no tiene nada malo, así que no se limita, y deja salir todo lo que Dalí le hace sentir; risa, en aquel momento, porque hay veces que de lo tierno que es Dalí, quiere abrazarlo. Es extraño, pero eso es lo que siente. Y cuando lo están de frente, cuando le entrega a Sky o cuando quedan para charlar, no lo abraza como quisiera por miedo y por respeto. Sólo se quedan hablando por un gran rato, y eso está bien.

La cosa es que para ambos el otro se había vuelto alguien muy presente en sus vidas. Era consciente de ello, y lo disfruta, porque con Dalí puede distraerse de todo. Pero lastimosamente no detenían el tiempo (aunque eso pareciera), y las semanas para pagar la mensualidad de la casa lo asfixiaba.

Despierta en la mañana, con mucho sueño por estar hablando con Dalí por llamada la noche hasta tarde. Trata de buscar algo en la mesita que tiene al lado de su cama, pero sólo encuentra un sobre blanco. Lo agarra y lo abre y se da cuenta que es el sobre que llegó hace semanas.

—Aún no tengo todo el dinero —lee la carta, y se asegura muy bien de la advertencia, que sino pagaba a la fecha, embargarían la casa.

Se levanta, con un peso muy fuerte en el cuerpo, y pisa unas hojas y lápices. Se lastima, pero sigue caminando, y cada paso que da, se da cuenta como su casa se ha descuidado en esas semanas. Porque sí, Dalí es un lugar seguro donde puede acudir, pero el planeta sigue girando, y la vida sigue avanzando. Entre esos mensajes tenía que seguir lidiando con los estudios del curso, que cada vez eran mucho más pesados. Noches sin dormir porque tenía que trabajar y siempre llegaba de noche, y si dormía no hacía las tareas. Pero eso le afectaba, porque al hacerlo, estaba como un muerto en clases (cuando podía asistir). Al menos sabe disimularlo bien, pero por dentro se muere del estrés. Su casa, en comparación hace  semanas, era la prueba del gran desastre que está siendo actualmente.

Se sienta en el sofá, con dolor de cabeza, como si tuviera resaca, pero la única resaca que tiene es el estar estudiando mientras hablaba con Dalí. Llegó el punto que los estudios le mataron la cabeza, que prefirió dejarlo de lado, y por eso amanecieron las hojas en el suelo.

Las deja encima de la mesa y se da cuenta que están muy sucias. Debe empezar de nuevo. Intenta. Intenta de nuevo. Intenta muchas veces, pero no logra avanzar. Su cabeza no da para más. Decide no preocuparse más por eso. Al fin y al cabo es sólo un curso. Se recuesta en el sofá y mira el calendario en la pared, y ahí lo marca claramente: mañana es el día de pagar la mensualidad. Mañana. Mañana. Mañana. Para mañana no hay nada. Que se joda el mañana... ojalá pudiera hacer eso. Ojalá pudiera desentenderse de todo.

—Mañana embargan la casa —sentencia.

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