11. El chico con voz de angel
Aquella mañana es algo extraña. Es igual que todas las demás, pero esta vez Sky no lo espera en su casa. Él mismo la había dejado en casa de Dalí por la mañana antes de irse al curso. No es algo malo, pero sí extraño, pero nada malo.
Cuando sale de clases y las voces estallan en su espalda, revisa su teléfono al llegarle una notificación. Es un mensaje de Dalí. Al principio le preocupa, porque cree que le ha sucedido algo a Sky, pero cuando abre el chat, una sonrisa leve se dibuja en sus labios y vuelve a respirar. Es una foto de Sky jugando con su cola tirada en la cama de, Dalí. Le da me gusta a la foto y le escribe que ya salió del curso, y que por suerte no le toca trabajar.
—Si quieres puedes venir por Sky —le responde Dalí—. Igual te ha extrañado.
—¿No quieres pasar más tiempo con ella?
—También tengo mis ocupaciones, ¿sabes?
—Claro, claro —sonríe leve—. Pasaré en unos minutos.
Dalí le vuelve a mandar una foto de Sky, quien se está lamiendo una de las patas.
—Se está cansando de esperar.
Ríe y se monta en su bicicleta. Se va de las instalaciones del curso.
(.)
Cuando llega toca el timbre, y piensa lo extraño que es el no toparse con los padres de Dalí. Seguro trabajan, porque después de todo, la casa no se mantendrá sola, ni ella, ni los integrantes de su familia. Él podía entenderlo, y le parecía gracioso, porque hace unos años no era consciente de todo el esfuerzo que los adultos hacen para poder sobrevivir. Todos, niños, adolescentes, jóvenes y adultos, luchan a su manera. Cada quien tiene su propia guerra.
La puerta se abre y encuentra a un Dalí sonriente.
—Bienvenido de vuelta.
—¿No era hace dos días que estabas molesto por tenerme en la puerta de tu casa?
—Estoy seguro que el molesto eras tú. Y que conste que yo no te había invitado —Dalí cierra la puerta mientras ríe—. Vayamos a mi cuarto. Sky te está esperando.
La casa de Dalí en comparación a la suya es mucho más pequeña. Seguro que es mucho más fácil de mantener que una como la suya, y por unos cortos segundos, desea que su casa fuera esa. Así no tendría que preocuparse tanto.
Dalí le abre la puerta, y cuando entra, queda deslumbrado por la decoración. Es muy juvenil, pero al mismo tiempo tiene un toque vintage. Y todo, absolutamente todo se trata de música: hay posters de artistas en las paredes, como también de conciertos, discos de vinilos en repisas que reposan en las paredes, casetes y CD'S, instrumentos acústicos, especialmente guitarras de distintos modelos, y una le llama la atención más que todas: la guitarra eléctrica. Luego de que logra quitar su mirada de ella, da una vuelta por el cuarto. Es extraño, parece desordenado, pero realmente está ordenado, y le genera un poco de conflicto porque no puede creer que ese chico sea más ordenado que él.
—Tu cuarto sí que tiene estilo.
—Gracias. Es el resultado de muchos años de decoración y colecciones.
—Realmente amas la música, ¿verdad?
—Es una de las cosas que más amo. Es la que más amo.
—Se nota —sonríe.
Debajo de la cama sale Sky de un brinco al escuchar su voz.
—¡Sky! —ríe y la abraza— ¿Me extrañaste, bebé?
Sky maúlla.
—Yo creo que sí —responde Dalí.
—¿Te sabes todo lo que está aquí en el cuarto? —dice mientras se sienta en el suelo para acariciar a Sky.
—Bueno, quizá no lo sé todo a profundidad, pero sé lo básico. Es un poco tonto, porque se supone que un músico tiene que saber todo de la música, ¿pero es realmente así? No lo sé. Sólo sé que disfruto de ella. Incluso la historia no me parece aburrida. Es loco.
Allí está de nuevo. Ese tono de voz no es de alguien quien no quiere dedicarse a la música. Además, él usó la palabra "músico" ¿por qué se diría así mismo de aquella forma sino quería dedicarse a ello? Dalí miente.
—¿A qué edad exactamente descubriste el amor por la música?
Dalí se sienta en la esquina de su cama, y lo mira, recordando aquellos años que ahora parecen tan lejanos.
—Siempre me gustó, pero fue a los 8 años que mis padres me regalaron mi primera guitarra acústica. Aquí la tengo, de hecho —Dalí se levanta de la cama y busca una guitarra, una distinta a la noche del restaurante—. Es gracioso, porque cuando tenía esa edad mis brazos no alcanzaban las cuerdas. Ahora todo es más fácil.
—¿Y cuánto practicaste?
—Siempre. Desde que la tuve en mis manos jamás la solté. Incluso después de terminar las clases seguí practicando por mi cuenta. Veía vídeos, tutoriales. ¡Incluso leí libros! Y eso que nunca fui fan de eso. Pero la música tiene algo que despierta en mí la curiosidad, la pasión, todo. ¿No te ha pasado? Que encuentras algo con lo que realmente puedes ser tú mismo. Para mí tocar cada cuerda, cada acorde, cantar, hacer el más mínimo ruido con un instrumento es algo maravilloso, porque puedo expresar lo que lleva mi alma con cadenas. Es liberador. Me puedo sentir el hombre más libre del mundo.
Definitivamente Dalí no puede tener la música como un pasatiempos. Cuando habla de ello tiene algo que envuelve a los demás. Él está envuelto ahora que lo escucha, y recuerda la noche del restaurante, la primera vez que lo vio. Aquella vez también se sentía inmerso en su voz, y muy dentro de él no quiere dejarlo de escuchar, porque su voz tiene algo que lo atrae, que lo desconecta del mundo. Y cuando lo escucha, también le presta mucha más atención al resto de él. La primera vez que lo vio fue bajo las luces, y no lo vio muy bien; ahora, bajo la luz del sol que entraba por la ventana, podía verlo mejor: el cabello enrulado le parecía muy lindo, además de tener mechones naranjas, que le sentaban muy bien. Su cuerpo, con esa ropa que le moldeaba bien. Sus labios de abrirse y cerrarse para hablar con una sonrisa. Sus ojos, esos ojos que lo atraparon aquella noche, hoy también brillaban con intensidad, y dejaban ver el verdadero ser de Dalí. Un alma intensa, brillante, y atrayente. Dalí con su pasión por la música era en sí una llama que amenaza con nunca apagarse. Una llama que emana una luz intensa, y que él no puede dejar ver. Mucho menos ahora, que comienza a ver al verdadero Dalí; al Dalí que él mismo Dalí se quiere negar a sentir.
—Supongo que es extraño, ¿no? El que sienta todo eso por la música. ¿Pero qué hago? Es como...
—Es cómo si tu propia alma fuera un acorde —interrumpe, sin dejar de mirarlo—. Un acorde intenso y hermoso. Furioso pero tranquilo. Limpio pero ruidoso.
Dalí tiene la guitarra entre sus brazos, pero no la siente en su piel. Es como si la guitarra fuera de algodón, y su piel fuera tan sensible que le causara cosquillas.
Ambos no pueden apartar los ojos. Y no saben si realmente quieren hacerlo.
—Gracias —Dalí sonríe.
Baja la mirada hacia Sky, siendo consciente de lo que ha dicho, pero no se siente culpable. Sólo ha dicho lo que pensaba del chico que tenía al frente.
—Tampoco creo que sea extraño ni tonto. Todos tenemos cosas que nos apasionan. Lo tuyo es la música, ¿qué hay de malo con eso?
La sonrisa de Dalí decae unos momentos, lo que lo preocupa, y sabe que ha tocado un tema sensible.
—Sí. No tiene nada de malo.
Lo escucha, y cree, no, lo sabe. Sabe que esas palabras no eran respuestas, sino más para convencerse así mismo.
—¿Recuerdas lo que te dije ayer?
—¿Qué era fuego?
—Y que quería escucharte tocar de nuevo. Aquella noche la llama pareció apagarse, pero viéndote hablar de música, es obvio que sigue más viva que nunca.
—¿Quieres que toque algo?
—No soy el único —levanta a Sky con sus manos y ella maúlla—. El público espera.
—Bueno, bueno. Está bien. ¿Quién soy yo para negarle a mis queridos fans mi exquisita música?
Ríe y se acomoda en el suelo junto a Sky.
—Veamos cual puedo tocar... ¿te sabes All I Want? De Olivia Rodrigo.
—La he escuchado unas cuantas veces.
—Bueno. Aquí mi versión.
Se termina de acomodar cuando Dalí comienza a tocar la guitarra acústica.
Es un sonido lento y calmado que lo hace sentir bien. Se le hace tan refrescante ver cómo Dalí ha logrado pasar los acordes del piano a la guitarra. Suenan melancólicos, y por un momento su corazón está relajado, hasta que la voz de Dalí comienza a cantar la letra de la canción. Tanto como sus ojos y sus oídos despiertan de sorpresa al escucharlo cantar. Sabía que Dalí cantaba por su descripción en Instagram, pero no que cantaba tan bien. Su voz era algo único. Antes con sólo escucharlo hablar ya estaba envuelto, pero ahora, que canta, se había perdido por completo en esa voz tan dulce, con ese ronquido leve. Era como... era como caer en un colchón de algodón suave, como si esa voz conociera cada parte de él.
En todo momento Dalí tiene los ojos cerrados, y eso hace que se sienta libre de observarlo de un todo. Lo que tiene al frente es a un chico inédito, increíble. Dalí es definitivamente algo único. Lo supo desde la noche del restaurante. Entonces Dalí abre sus ojos, y aún así no tiene vergüenza de mirarlo. Porque con ese canto ha logrado que su corazón sea libre de preocupaciones, como si nada en el mundo fuera peligroso, lo malo no existiera, y lo bueno estaría rebasando las paredes de aquel cuarto.
Termina de cantar.
Una sonrisa se posa en los labios de Dalí, y él aún no comprende todo lo que ha experimentado. Su cuerpo se siente incomprensible, pero no le disgusta para nada.
—¿Hola? —Dalí ríe leve— ¿Tan mal estuvo?
—No sabía que cantabas tan bien.
—¿Ah, sí?
—¡Dalí! ¡Tienes una voz hermosa!
—Muchas gracias.
—¡No! ¡En serio! Tu voz es... única.
Los ojos de Dalí brillan. Todo de su ser brilla.
—Podría escucharte cantar y no me cansaría.
—¿Te estás escuchando?
—Sólo te digo la verdad. No tengo porque avergonzarme.
Dalí se queda con una sonrisa congelada en el rostro porque no sabe cómo reaccionar. En cambio, su mirada es segura. No duda.
Dalí ríe nervioso.
—Bueno, bueno. Me halagas... eh... ¿quieres algo de beber?
—¿Jugo?
—Jugó será.
Dalí deja la guitarra en la cama y sale casi corriendo del cuarto, lo que le parece un poco extraño a Aciano.
En la cocina, Dalí toma los vasos, pero las manos le tiemblan sin sentido alguno. Y la voz de Aciano retumba en su cabeza.
«Podría escucharte cantar y no me cansaría».
Dalí respira, pero eso no lo ayuda. Está asustado.
Él se queda en el cuarto acariciando a Sky, pero ella se va debajo de la cama, y se queda sin nada que hacer, así que se concentra en las cosas del cuarto de Dalí. Realmente es maravilloso, igual como su dueño. Lástima que él no se de cuenta de eso. Se levanta para mirar cada cosa que adorna la habitación, con calma, y le parecen interesantes, algunas les gusta más que otras, pero son interesantes. Toca las cosas con cuidado, y se posa frente al la laptop, pasa sus dedos por la barra, y ella se enciende, sorprendiéndolo. Curioso, se queda mirando la pantalla, y su frente se arruga.
Dalí miente descaradamente.
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