Capítulo 5: Mi vida, no la tuya
Varios minutos transcurrieron en silencio en ese pequeño espacio compartido. El hombre, cuyos ojos reflejaban una mezcla de cautela e incomodidad, no estaba acostumbrado a la presencia de extraños en su refugio solitario. La sensación de tener a alguien más cerca de lo que había experimentado en mucho tiempo lo hacía sentir intranquilo, aunque ocultaba esa incomodidad bajo una expresión imperturbable.
Por otro lado, la mujer, con sus agudos ojos azules, escudriñaba minuciosamente cada detalle de su entorno. La necesidad de mantenerse alerta estaba arraigada profundamente en su ser, debido a los desafíos implacables que había enfrentado en ese mundo postapocalíptico. Sus sentidos estaban agudizados, y sus oídos eran como antenas en busca de cualquier indicio de peligro.
El silencio se rompió finalmente cuando el hombre decidió hablar. Sus palabras resonaron en la atmósfera tensa que los rodeaba.
—Puedes quedarte aquí hasta que te recuperes —dijo, con ciertas reservas—. No tengo problema, siempre y cuando no me molestes.
La mirada de la mujer se tornó desconfiada, y sus labios se curvaron en una advertencia clara.
—Ni se te ocurra pensar que por ayudarme te debo un favor —advirtió con firmeza—. No me gusta deberle nada a nadie.
El hombre, manteniendo su mirada tranquila, respondió con calma.
—Tranquila —aseguró—. No te preocupes por eso. Solo quería ayudarte.
La mujer, tras un suspiro cargado de reflexión, finalmente decidió aceptar la oferta. Su cansancio y las heridas que marcaban su cuerpo la habían llevado a un punto de vulnerabilidad que no podía ignorar. Sin embargo, su determinación y deseo de mantener su independencia quedaron patentes en su última declaración.
—Está bien —concedió, agradeciendo la ayuda en medio de su cautela—. Agradezco tu ayuda.
El hombre asintió en respuesta, poniéndose en pie y ayudando a la mujer a hacerlo. Con un gesto, indicó a la mujer que lo siguiera. La invitación a su refugio era un acto de altruismo en un mundo donde la confianza era una mercancía escasa. Aunque habían dado un pequeño paso hacia la cooperación, ambos eran conscientes de que aún había un largo camino por recorrer para ganarse completamente el uno al otro en este mundo despiadado y desgarrado por la desolación.
El ambiente en la cabaña se volvió aún más tenso después de la breve conversación. El hombre se movía con una especie de cautela, como si estuviera habituado a moverse en silencio en su propio refugio. Los crujidos de las tablas del suelo bajo sus pies eran los únicos sonidos que rompían el silencio.
La mujer, por su parte, lo seguía con dolor, inspeccionando el lugar con la mirada, sus ojos azules recorriendo cada rincón en busca de cualquier amenaza potencial. A pesar de haber aceptado la ayuda del hombre, no podía evitar sentir una profunda desconfianza hacia él. La supervivencia en este mundo apocalíptico había endurecido su corazón y su instinto la impulsaba a mantenerse alerta en todo momento.
Con algunos quejidos, la mujer lastimada trató de seguirle el paso. Se le dificultaba mucho debido a la herida en el muslo de la pierna derecha. A medida que caminaban, la mujer empezó a notar cómo la herida pasaba factura. El hombre, al ver lo que sucedía, la llevó a la habitación en la que dormía.
—Puedes quedarte en mi habitación —dijo llegando a la misma —. ¿Tienes hambre?
La chica asintió y se recostó en la cama que le había ofrecido el hombre. Aunque no quería admitirlo, se sentía agradecida por su ayuda y por haber encontrado un lugar seguro donde descansar. No quería discutir sobre la manera de vivir del sujeto, ya tenía suficiente con estar en su hogar. Además, no podía engañar a su estómago que pedía ser alimentado a gritos. El hombre se acercó y le entregó una lata de comida.
Ambos permanecieron comiendo en silencio, pero la tensión entre ellos se sentía en el aire. La habitación era pequeña y apenas tenía mobiliario, pero lo suficiente para que ambos pudieran dormir. El hombre se levantó y encendió una pequeña lámpara de aceite para que pudieran ver en la oscuridad.
La mujer no podía evitar preguntarse cómo había llegado a esta situación. Recordaba vagamente haber estado en una lucha por su vida, recordaba cómo había terminado herida. Agradecía haber encontrado a este hombre, aunque no sabía si debía confiar plenamente en él.
Por otro lado, el hombre se encontraba en un dilema interno. Él había estado solo durante tanto tiempo que no sabía cómo tratar a una persona. La mujer le parecía atractiva, pero no quería hacer nada que pudiera lastimarla o incomodarla. Se acercó a ella para revisar su herida y le preguntó si necesitaba algo más.
Luego de asegurarse de que todo estaba bien, se dispusieron a alimentarse. Mientras comían, la mujer no podía evitar pensar en lo extraño de la situación en la que se encontraba. ¿Cómo era posible que hubiera llegado a este lugar? ¿Cómo es que ahora se encuentra compartiendo una comida con un completo desconocido? Pero la sensación de hambre era demasiado fuerte para detenerse a reflexionar, así que continuó comiendo en silencio.
La gratitud llenaba el corazón de la mujer mientras saboreaba cada bocado de la comida que el hombre le había proporcionado. Su situación la había dejado en un estado de vulnerabilidad, y encontrar a alguien dispuesto a ayudarla era un alivio que no podía menospreciar. Sin embargo, a pesar de su necesidad, no quería ser una carga para el hombre que la había acogido en su refugio.
Mientras llevaba el tenedor a su boca, la mujer notó que el hombre la observaba con curiosidad. Era un utensilio que había dejado de utilizar hace mucho tiempo, y su falta de destreza era evidente. Decidió romper el silencio para mantener una conversación y quizás aliviar la tensión que sentía en la habitación.
—¿Entonces, con qué comes? —inquirió, intentando mantener un tono casual en medio de la incertidumbre que la rodeaba.
El hombre, sin inmutarse por la pregunta, respondió con naturalidad.
—Con las manos.
Las palabras resonaron en la habitación y la mujer frunció el ceño, sorprendida por la respuesta. Era una costumbre que parecía incivilizada a primera vista, pero sabía que no tenía derecho a juzgar la forma en que él llevaba su vida en este mundo devastado por la catástrofe. La adversidad había forjado diferentes caminos de supervivencia para cada individuo, y ella estaba en su territorio ahora.
Sin embargo, el hombre pareció captar sus pensamientos, como si hubiera leído su mente, y respondió antes de que cualquier juicio pudiera ser pronunciado.
—No critiques, es mi vida, no la tuya —declaró con una firmeza que dejó claro que estaba dispuesto a defender sus elecciones en este mundo brutal y despiadado.
La mujer, sintiendo la necesidad de evitar malentendidos y conflictos innecesarios, decidió guardar silencio. Observó cómo el hombre recogía los envases vacíos y los llevaba a la cocina, dejándola sola en la cama. Aunque agradecía sinceramente la comida y la ayuda, no podía evitar sentir una cierta incomodidad. Se encontraba en una habitación con un extraño, alguien cuyo nombre ni siquiera conocía, y la vulnerabilidad de su situación le pesaba en el pecho. Cada uno de sus sentidos estaba en alerta máxima mientras se preguntaba qué depararía el futuro en esta extraña alianza forzada.
—Gracias por la comida —dijo con voz suave, sin saber muy bien qué más decir.
El hombre asintió con la cabeza, pero siguió sin hablar. La mujer comenzó a sentirse cada vez más inquieta, así que decidió intentar entablar una conversación.
—¿Vives solo aquí? —preguntó con curiosidad.
—Sí. No critiques, es mi vida, no la tuya —mantuvo con un tono neutro.
—Debe ser difícil vivir así —comentó la mujer.
—No tanto como piensas. Me gusta mi soledad —respondió el hombre con sinceridad.
La mujer se quedó callada por un momento, reflexionando sobre las palabras del hombre. No podía entender cómo alguien podría disfrutar de vivir en soledad, pero no quería juzgarlo. Después de todo, ella misma había vivido momentos de soledad en su vida.
—¿Cómo te llamas? —el hombre rompió el silencio.
—No es asunto tuyo —respondió cortante.
—Lo siento, no quise ofenderte, solo estaba tratando de conocerte un poco más —se disculpó por la pregunta antes formulada.
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —preguntó la chica después de un largo silencio.
—No sé, supongo que solo quiero ayudar. Tienes una herida, necesitas mi ayuda —explicó el hombre.
La pregunta de la mujer rompió momentáneamente la tensión que se había acumulado entre ellos. Intrigada por la naturaleza de su salvador, deseaba conocer más sobre el hombre que ahora compartía espacio con ella. Era una situación inusual para ambos, pero el hombre parecía ser diferente a la mayoría de las personas que había conocido en su vida.
El sujeto, cuyo rostro mostró inicialmente sorpresa ante la pregunta, finalmente dejo saber su nombre después de una breve pausa.
—Soy Jack.
La simple respuesta pareció aliviar a la mujer, quien inmediatamente compartió su propio nombre.
—Y yo Amber.
Con sus nombres revelados, la conversación continuó en silencio, pero el aire de desconfianza aún flotaba entre ellos. El pasado les había enseñado a ser cautelosos, especialmente cuando se trataba de extraños en este mundo desolado. La tensión persistía, aunque ahora estaban un paso más cerca de comprender quiénes eran.
Jack, en particular, seguía intrigado por cómo Amber había logrado sobrevivir sola durante tanto tiempo. Él mismo había enfrentado innumerables desafíos y peligros en su búsqueda de supervivencia, por lo que no podía evitar preguntarse qué la había mantenido con vida en esta situación hostil.
—¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo lograste sobrevivir tanto tiempo sola? —preguntó Jack con una mirada llena de curiosidad y admiración.
—Fue difícil al principio, pero uno se acostumbra. Aprendí a buscar comida y agua en los lugares adecuados y a evitar los peligros —respondió con naturalidad.
Jack asintió en silencio, mientras reflexionaba sobre su propia situación. Él también había experimentado la soledad y el miedo en su lucha por sobrevivir.
—Sí, entiendo lo que quieres decir. Yo también he estado solo por un tiempo. A veces siento que he perdido la razón, que ya no sé quién soy ni qué estoy haciendo aquí. ¿Te ha pasado eso a ti también? —preguntó Jack con cierta inquietud en su voz.
Amber lo miró con simpatía y asintió.
—Sí, a menudo. Pero lo importante es mantener la esperanza y seguir adelante, ¿no crees? Nunca sabemos lo que nos depara el futuro, pero siempre podemos elegir cómo reaccionar ante lo que nos sucede.
Jack se sintió reconfortado por las palabras de Amber, y se dio cuenta de que, a pesar de ser extraños, compartían una conexión por haber sobrevivido en un mundo hostil. La tensión comenzó a desaparecer.
Durante el resto de la noche, la rubia descansó en la habitación que Jack le cedió, agradecida por la oportunidad de descansar y recuperarse después de los últimos días agotadores que había pasado.
El hombre, por su parte, se fue y decidió que lo mejor era hacer guardia, se le hacía difícil conciliar el sueño sabiendo que tenía una visitante inesperada en la casa. La incomodidad le impedía descansar aunque fuera unas horas.
Mientras tanto, Amber analizaba la situación en la que se encontraba y pensaba en su próxima movida. Sabía que no podía quedarse mucho tiempo allí, pero por ahora se sentía segura y cómoda. Se acostó en la cama y trató de dormir, pero su mente seguía procesando todo lo que había sucedido y lo que podría pasar en el futuro.
Finalmente, logró conciliar el sueño y durmió por varias horas, pero su sueño fue interrumpido por un fuerte sonido de un vehículo, siendo detenido. Se despertó sobresaltada y saltó de la cama, mirando a todos lados con temor.
—Me encontraron —dijo sobreexcitada en estado de alerta.
PRÓXIMO CAPÍTULO: VIERNES 20/10/2023
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