Veintiséis.

Parece que alguien ya ha perdido la guerra.

Fyódor salió de la habitación-bar cerca de cuarenta minutos más tarde. Se había quitado el ushanka y llevaba la cabeza baja.

Por su parte, Osamu se quedó en la habitación y siguió tomando alcohol ahora con un cigarrillo encendido entre sus labios. Era lo peor que podía hacer en momentos como aquellos, bien lo sabía, sin embargo, el demonio prodigio tenía humanidad por más que sus enemigos se la negaran; él realmente odiaba tocar el tema acerca de la familia de Rikku, al igual que también lo odiaba el Nakahara y su demás escolta, porque bueno, era pasado, ellos le apoyaban ahora, pero no dejaba de ser horrible la historia de su niñez y tampoco aceptarían que realmente la jefa tenía un grave problema con el trauma que soportaba día a día.

Volviendo con Fyódor, estaba volviendo a su habitación con la cabeza en otro lugar, ya que a final de cuenta el castaño le había hecho tomarse un vaso de whisky para que de alguna manera, dejara el rostro preocupado que había puesto con el relato, no obstante, no era ninguna mentira que el alcohol le ponía mal y prefería evitarlo. Fue raro, porque aceptó la bebida como si la necesitara.

Presionó el botón del ascensor, iba en dirección de su habitación para descansar de todo lo que había vivido solo en dos días seguidos. Una vez dentro, se recargó en las frías paredes de metal y cerró los ojos mareado cuando la elegante herramienta comenzó a moverse. Llegó entonces a su piso rápidamente, intentó bajar, salvo que justo cuando iba a hacerlo, un mareo intenso le atrapó y le hizo retroceder. Las puertas volvieron a cerrarse e inmediatamente presionó el número del último piso. Ese dónde la oficina y habitación de la jefa estaban.

Dostoyevsky no sabía lo que hacía, estaba siendo afectado por el poco alcohol que había tomado; ni siquiera podía pasarse el vodka por más ruso que fuera. Todo un desperfecto en la sociedad de su natal continente.

—Le voy a hacer tantos hijos como desee la reina... —murmuró un tanto gracioso cuando el elevador paró de nuevo sus labores, y está vez, a paso decidido, comenzó a caminar directo hasta la habitación.

No sé había mencionado antes, pero en el último piso la habitación de la jefa se encontraba dando la vuelta por un largo pasillo que ya antes había recorrido el ruso. Eran las únicas estancias mayores en el lugar.

—¿Es... Está tomado? —Fue lo que preguntó el albino al ver a su jefe cuando entró en la habitación sin tocar.

—En este momento Rikku-sama no puede atenderlo. Cualquier cuestión puede hablarla con Nakahara-san y Dazai-san —avisó Atsushi rápidamente acercándose con peligro hasta el líder de las ratas. El joven no deseaba ver llorar a su jefa una vez más, y por experiencia, sabía, no estaba recuperada del todo de aquel tropezón que dió en su oficina.

—No haré nada que la perturbe más, solo quiero verla —confesó con sinceridad, viéndose despejado ante la escolta.

El Nakajima tragó la saliva duro por su garganta, pues no entendía el tipo de expresión que Fyódor llevaba en el rostro; por supuesto que se veía tomado como había mencionado Nikolai, pero también parecía triste. ¿Qué debía hacer?

—No vaya a despertarla —amenazó sin salida el chico tigre, después de todo, antes de que Rikku se durmiera preguntó un sin fin de veces por el ruso mostrándose tan preocupada como nunca.

—Pero, amo Fyódor... —Nikolai le interrumpio la caminata que daba nuevamente—. Por qué mejor no va a descansar, parece cansado —aconsejó impaciente, sabiendo que aquel estado terminaría por bajarle las defensas que de por sí no eran muy altas por su enfermedad. El albino de las ratas se preocupaba siempre al igual que todos los demás. No querían verle recaer.

—Me sentaré junto a ella. No hay de que preocuparse —contestó el líder, escuchándose tan amable, que fue imposible no relajar los nervios de gelatina que llevaba encima el payaso.

Al final, se salió con la suya y avanzó en la gran habitación de princesa, esa estancia donde había perdido una de sus más grandes apuestas la primera noche que estuvo en la Port Mafia. Sin duda, todo ello le había llevado hasta ahí.

La cama con dosel mantenía las cortinas oscuras cerradas, impidiendo ver el cuerpo de la señorita dentro de ella en descanso, sin embargo, Fyódor no esperó nada cuando llegó hasta el mueble, sino que rápidamente desabrochó el seguro y abrió un poco las telas. Encontró oscuridad y un bulto bien arropado en medio de la cama.
La jefa de la mafia parecía estar hecha "bolita".

—Fyódor —se escuchó en un hilo de voz.

Para su sopresa, Rikku no estaba dormida como había afirmando él Nakajima aún en la habitación, sino que le veía por una ranura de la manta que la cubría, que por cierto, él no encontraba.

—¿Se encuentra mejor? —El ruso preguntó enseguida manteniendo su tono amable sin saber el motivo exacto de porque lo había utilizado de primeras. Tal vez, era por el alcohol.

—No —soltó sincera y negó para esconderse totalmente.

De lejos, Atsushi y Gogol miraban con rareza, pues únicamente podían observar al anémico hablar, pero sus palabras no llegaban hasta sus oídos, por ello, decidieron abandonar la habitación.

—¿Hay algo que pueda hacer por usted? —servicial, como su mayordomo, cuestionó.

—Si. —Fue así como respondió—. Venga aquí, parece que ve a desmayarse en cualquier momento —adivinó palmeando el lugar junto a ella.

Dostoyevsky no tuvo tiempo para negarse, ya que tenía razón en decir que parecía que iba a desmayarse. Simple, se descalzó las botas quedando en calcetines, dejó el ushanka en el mueble contiguo, y ya por último se quitó la capa negra de encima quedando solamente en sus ropas blancas.

Se metió entonces con ella dentro de la cama y las cortinas se cerraron por inercia. Casi al instante, ella levantó las mantas y cubrió su cuerpo como un infante, porque apenas si alcanzó a cubrirlo. Él cerró los ojos como por arte de magia sintiendo como si la cama se estuviera moviendo. El alcohol si que le ponía grave.

—¿Cree que estoy loca, Fyódor? —Escuchó que le cuestionaba aquello poco después.

—No, no lo creo. En realidad pienso que usted es muy inteligente —halagó, dejando su sinceridad escapar como a un ladrón.

—¿También piensa que soy bonita? —inquirió con la voz sofocada por cubrirse el rostro un poco antes.

Él sonrió desprevenido. ¿A qué venía aquello? ¿Pudiera ser qué también tuviera algún complejo con su físico?
Y sí algo había que dejar claro, era que se estaba comportando como una completa niña mimada, aprovechando cualquier abertura para preguntar lo primero que llegaba a su mente.

—Es algo más que bonita, Rikku —respondió soltando casi al instante una risita que luego tuvo que interrumpir.

Los mareos se intensificaron y un dolor agudo en la cabeza hizo que los mínimos ruidos de la estancia se escucharán como si estuviera dentro del agua. A pesar de ello, no se desesperó, porque aquello no era nada nuevo.

—Dostoyevsky-san, ¿está bien?

Cuando lo notó, Rikku ya estaba de rodillas en la cama observandole con algo parecido al terror puro. La estaba asustando, y eso que prometió no perturbarla antes. Todo era culpa de Dazai por haberle ofrecido beber cuando no debió haberlo hecho.

—Si. —mintió. Abrió los ojos como pudo y le miró, aunque luego se quejó en alto de manera involuntaría haciendo que ella soltara un chillido asustado.

—¡No se muera... Fyódor! ¿Me abandonará? —La albina comenzaba ponerse "rara" nuevamente. Era cierto lo que pensaba Atsushi, todavía no se encontraba estable.

—No, no... —susurró el ruso negando, aunque aquello empeoró más su estado. No podía permitir otra escena como la de la oficina—. Me quedaré con usted, lo prometo. Ahora venga, quiero que me abrace como la otra noche. Es hora de dormír —prometió, víctima del contexto que se veía incapaz de controlar en su estado.

Estiró los brazos y ella le vió por segundos con los ojos llorosos, no obstante, no tardó en tomar su invitación.

Fyódor mantuvo la nuca pegada en la almohada mientras sentía el peso de la muchacha ahora recargada en su pecho. Sin bien el malestar estaba aumentando, tenerle cerca le hacía sentir seguro y tibio como nunca antes lo había sentido. Todo le pareció confuso de repente, porque había una parte de él que se sentía muy bien y otra que se negaba a aceptar esto mismo.

Al parecer, de repente aceptaba que se había enamorado de la jefa de la mafia.

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