Uno.
El nombre de la desesperación.
Quien lo iba a decir, o quién podría haberlo adivinado. La joven promesa de nombre Rikku, heredó la Port Mafia de su tutor Mori Ougai. Una desdichada alma que fue encontrada en la calle sin nada que dar a cambio, ni siquiera una habilidad prometedora que justificara la decisión del mayor.
- Debe ser una broma, ¿no? Al jefe le gusta hacerlas... ¿No?
No, no era una broma, aunque el pensamiento colectivo de la empresa legal-ilegal así lo diera por hecho, por lo que cuando comprobaron que en efecto, la joven adolescente de solo dieciocho, se sentaba en la oficina con las manos entrelazadas sobre el escritorio y daba órdenes con su escolta personalizada, no tardaron en oponerse a la decisión.
La Port Mafia entonces estaba dividida entre los que estaban a favor y los que no.
- ¿Qué está tramando, princesa? Hace rato que la veo sumida en sus más recónditos pensamientos - uno de los cinco líderes, el más poderoso de ellos, preguntaba con sorna.
El hombre despreocupado, se la vivía en la oficina de la mujer. No le importaba en lo más mínimo recostarse sobre el escritorio en el que ella tenía las manos puestas y mirarla con burla todo el tiempo. Aun sí Dazai Osamu era su guardaespaldas principal, le quedaba camino para aceptar la desición del hombre que lo había encarcelado detrás de los muros de la mafia.
- ¿Vas a traicionarme, Dazai-san? - fue lo que soltó poniendo su mirada dorada sobre la de él.
El muchacho río a gana suelta subiendo los zapatos a donde su espalda estaba recargada. No le tenía el más mínimo respeto a pesar de que se había convertido en su superior no hacía más de dos semanas. Poco después la miró con ironía y se arrastró por la superficie café brillosa para quedar muy cerca de ella.
Rikku no se inmutó, solo le dio la mirada cuando sus rostros quedaron casi unidos.
- Si, voy a traicionarte, Rikku-chan - contestó a su pregunta con una sonrisa de oreja a oreja.
Sin embargo, ni bien terminó su oración en los labios de la joven, pronto tuvo un arma con silenciador integrado apuntando directo a su cabeza.
- Es bueno saberlo - indiferente, sin apartarse un solo milímetro, expresó ella al parpadear lentamente.
Dazai volvió a reír como un niño al que acababan de contarle un buen chiste.
Esos dos tenían una buena historia en la espalda de la que ninguno podía zafarse. Al haber sido criados por Mori desde su infancia, compartían más penas que felicidad.
Él, un chico prodigio que se había abierto paso en la mafia con su inteligencia a pesar de las circunstancias, era el hombre al que todos respetaban. Ella, una chica sin habilidad que estuvo debajo de la falda de su tutor hasta que heredó la mafia, era la mujer que nadie conocía.
¿Quién merecía entonces heredar el legado de su "padre"?
- Haces el trabajo mejor que nadie, Chuuya-kun, ¿por qué mejor no te conviertes en el jefe de su escolta? Lo harías mejor que yo - decía entre risas al joven que le apuntaba con el arma.
- Que buen momento para deshacerme de tí. No sabes lo feliz que seré cuando desaparezcas de este mundo y te lleves toda tu mierda contigo - expresó con alegría el ejecutivo que estaba por debajo del joven de los cabellos castaños y ojos a juego burlones.
Sonriente, el peli-naranja ojo azul de baja estatura, no tardó en ver cómo su jefa levantaba una de sus manos para indicarle que bajara el arma. La diversión se había acabado.
- Tú no me traicionaras - espetó la joven levantándose de su asiento. Caminó con la mirada pegada de los jóvenes en su espalda cubierta por una gabardina que le llegaba a las rodillas.
- ¿Por qué estás tan segura? Sabes que de no ser por la sucesión del "trono", Mori-san hubiera muerto por mis manos - presumido, confesó en voz alta. De todas maneras, nadie más que el peli-naranja estaba ahí para escuchar, pero este ya lo sabía.
- Es porque quieres saber hasta dónde estoy dispuesta a llevar a la Port Mafia. Estabas esperando esto. Quieres ver como fracasaré o como triunfaré por mis propios medios. Puedo saber lo que piensas, ya que tú y yo somos iguales - presumió ella con sorna está vez, haciendo quitar esa burlona sonrisa de la boca al joven.
Si lo que se necesitaba era una justificación por la decisión de Mori, allí estaba. Un pequeño monstruo de bufanda guinda y tacones del doce de diseño cerrado, se había ahora adueñado de la mafia. Una réplica exacta del demonio pródigo que no sacó la cabeza del nido hasta que lo vio necesario.
- Si lo dices de esa forma, todo se vuelve aburrido,"hermanita" - Dazai volvió a recostarse sobre el escritorio y miró el techo sombrío de aquella gran oficina con fascinación.
- Chuuya-san - está vez le llamó al otro - Espero que mi invitado especial ya esté esperándome.
- ¿Quién cree que soy? ¿Dazai? Por supuesto que su invitado ya la está esperando - con su característica sonrisa, la miró, y está, al darle la cara también sonrió agradecida y coqueta.
- Gracias - simplemente contestó y poco después abandonó la oficina.
El silenció abordó a aquellos dos mafiosos. Chuuya se quitó el sombrero azul a juego con su traje y Dazai revisó sus uñas aún recostado.
No lo decían, pero los dos estaban de acuerdo en algo. No había pasado una semana, y el trabajo se había tornado más divertido que antes gracias a Rikku. Por lo que esperaban, ella no los defraudara con sus promesas hechas antes.
Haciendo sonar sus tacones, la autoridad que hacia notar moviendo su cabello lacio y cenizo hasta los hombros hacía temblar a los guardias que custodiaban el edificio; a ese porciento de hombres que al inicio no confiaban en ella, pero al estar más cerca comprendieron que no era diferente a estar frente al mismísimo Dazai Osamu. Ahora solo faltaba hacerle comprender eso a los demás empleados, pero no había porque apresurarse ni porque preocuparse de alguna posible traición, porque aunque se veía tranquila, todo lo que ahí sucedida estaba en sus manos, y tal como en una maqueta a escala movía sus fichas de ajedrez.
- Buenas tardes, R-Rikku-sama - saludando nervioso, un albino de ojos heterocromáticos se había unido a su andar siguiéndole por la espalda.
- Buenas tardes, Atsushi-kun - ella contestó sin dar la vista por el bien del joven.
No le dijo nada más, y los dos siguieron avanzando por el largo pasillo lleno de guardias con pistolas en mano.
Cuando Mori Ougai anuncio sin su consentimiento que se convertiría en la líder de la mafia, a Rikku no le quedó más que aceptar el puesto de mala gana. Porque por supuesto, ¿quien querría heredar responsabilidades, cuando eres la protegida de un hombre que lo tiene todo? Sus días de cuidar a Elise, su "hermana" pequeña, habían terminado, y ahora le tocaba cuidar de todos sus subordinados.
Desde que tenía uso de razón, siempre fue consentida a sobre manera por el mayor ahora retirado, debido a que ese hombre tenía un fetiche por las niñas menores de doce años. Nunca tuvo que hacer nada por ella misma, todo lo hacía el pequeño Osamu, que a diferencia de su suerte, a él le había tocado una muy distinta en dónde a su joven edad ya trabajaba para la mafia. No obstante, no es que no tuviera la capacidad, solo se la guardaba observando el mundo que le rodeaba. SU mundo.
Rikku era mucho más inteligente de lo que algunas personas pensaban. Era cruel y despiadada. Si lo combinamos con ese rostro angelical adornado por un tupé bien cuidado hasta las cejas, el resultado que tendríamos era: la peor escoria de ese mundo. El nombre de la desesperación le pertenecía a ella.
Era solo, que sabía ocultar muy bien su naturaleza.
- Es un gusto, primero me presento, mi nombre es Rikku, soy el actual jefe de la Port Mafia - nada más entró en la celda, recitó con respeto al hombre que ya hacia sentado sobre una silla. Era un prisionero bien asegurado con esposas por todas partes y una camisa de fuerza.
El hombre, entonces sonrió con maldad al levantar la mirada y ver la imagen de una simple niña frente a él. ¿Acaso estaban jugando? No tenía tiempo para eso.
- ¿Debería sentirme halagado por esta invitación? - con facilidad se expresó; rebosaba de tranquilidad aún si era un prisionero.
- Claro, debería - ella le siguió el juego mostrando una pequeña sonrisa - Es mi primer invitado después de todo - presumió.
- Parece que sabes lo que quieres - halagó de forma queda.
- Claro que lo sé, Dostoyevsky-san, sino, ¿quién en su sano juicio invitaría a una rata rusa a su casa de lo contrario?
ᴀᴅᴠᴇʀᴛᴇɴᴄɪᴀ: sɪ ɴᴏ sᴇ ᴇɴᴄᴜᴇɴᴛʀᴀ ʟᴇʏᴇɴᴅᴏ ʟᴀ sɪɢᴜɪᴇɴᴛᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ ᴇɴ ʟᴀ ᴘᴀ́ɢɪɴᴀ ᴏғɪᴄɪᴀʟ ᴏ ᴀᴘᴘ ᴅᴇ ᴡᴀᴛᴛᴘᴀᴅ, ʜᴀɢᴀ ᴇʟ ғᴀᴠᴏʀ ᴅᴇ ᴅᴇᴊᴀʀ ᴅᴇ ʜᴀᴄᴇʀʟᴏ ʏ ʀᴇᴘᴏʀᴛᴇ ᴇʟ sɪᴛɪᴏ ϙᴜᴇ ʟᴇ ᴘʀᴏᴘᴏʀᴄɪᴏɴᴏ́ ᴇʟ ᴄᴏɴᴛᴇɴɪᴅᴏ.
ᴀᴘᴏʏᴇ ᴀʟ ᴀᴜᴛᴏʀ ᴇɴ ᴇʟ sɪᴛɪᴏ ᴄᴏʀʀᴇᴄᴛᴏ.
ɢʀᴀᴄɪᴀs ᴘᴏʀ sᴜ ᴀᴛᴇɴᴄɪᴏ́ɴ.
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