Cuatro.

El líder debe ser nato, así está estipulado.

El restaurante que Elise, la niña rubia de ojo azul que era la luz de los orbes de Mori Ougai, eligió, fue uno para niños en dónde el desayuno prácticamente eran crepas de distintos sabores y postres de todo tipo. Se tomó la libertad también, de escoger una mesa a la intemperie donde había un patio de juegos bastante grande en el que solo ella podía jugar por la ausencia de niños en el lugar.

En una mesa para cuatro, Rikku, Dazai y Fyódor ocuparon lugar. Afortunadamente, las mesas en ese lugar del restaurante estaban muy apartadas unas de las otras, de modo que a pesar de que las personas comenzaban a llegar al lugar tan popular, su conversación no podía ser escuchada abiertamente.

La buena noticia era que Elise comenzaba a hacer amigos con facilidad a la mirada de aquellos tres.

— Si le hubieras pedido a Chuuya-kun o a cualquiera que te acompañara, no tendría que estar perdiendo mi tiempo en este lugar — después de ordenar, el castaño se quejó — Luego podría haber inventado una excusa a Mori-san por ello — suspirando, paseó su vista por todo el lugar.

— Ya que estás aquí, ¿por qué no mejor dejas de quejarte? — la de cabellos cenizos contestó observando que hacía su "hermanita menor".

— Parece que alguien no amaneció de buen humor — susurró Dazai para molestarla estirándose de manera desordenada en la silla.

— Ah, si, ¿me preguntó quién habrá sido? — ella le siguió el juego para después observar su móvil en la mesa junto con su cartera.

El ruso, simplemente tenía la mirada pegada en la mesa. Su rostro parecía decir: en este momento no estoy disponible, así que muérete o te mato. Escuchar a aquellos dos desde temprano había sido un calvario, además de que sus subordinados todavía no habían sido liberados a pesar de su petición, que lo llevó a dormir toda una noche en la cama del enemigo.

— ¿No estamos llamando mucho la atención por culpa del ruso? — de pronto preguntó el castaño cuando notó a las personas de igual manera verlos a ellos.

Ella por primera vez, desde la mañana, le echó la mirada a Fyódor para después levantar una ceja, que por supuesto, su tupé bien alineado no dejó ver.

— Supongo — simplemente contestó.

Osamu se refería a la vestimenta "tradicional" del extranjero, que consistía en un traje blanco con adornos violetas, una capucha sobre los hombros negra con peluche en el cuello, y su extraño ushanka blanco. Además de esa cara... No no, mala combinación para salir a la calle.

— Mira quien lo dice — sin embargo, este se defendió dándole una mirada de asco al japonés.

Tampoco era como si Fyódor tuviese la culpa de todas las miradas entrometidas, pues no importaba a dónde fueran, a pesar de ese traje normal gris que llevaba y la camisa negra de vestir debajo, sus vendas en el rostro y manos eran el problema. Estás se miraban a simple vista cubriendo su ojo izquierdo y en sus manos con sus puños arremangados hasta antes de los codos.

— Bueno, tal vez nadie nos miraría si cierta niña comenzará a vestirse acorde a su edad y no como jefa de la mafia — también alegó tras sentirse ofendido.

Bueno, los tres eran los del problema. No había nada que se pudiera hacer ya.

— Ah, si, ¿me preguntó quién habrá sido? — repitió la muchacha con ese tono apagado de siempre, que el invitado quiso estrellar la cara directo en la mesa.

— Está claro que todos necesitamos un cambio de apariencia cuando estemos en lugares públicos, y conozco a la persona correcta para tomar una desición — dispuso el joven mafioso.

— ¿Chuuya-kun? — más que preguntar, ella se contestó a sí misma — Es una buena idea — puntualizó.

— No dejaré que un niño como él escoja mi atuendo. Además, ¿quién ha dicho que cambiaré mi ropa solo para pasar inadvertido por esta gente? — expresó con molestia clara, más enseguida fue interrumpido.

— Dame tu gorro — la joven le pidió extendiendo su mano hasta él.

— ¿Qué? — preguntó confundido por tal petición. La observó, ella estaba seria.

— Dame tu gorro — volvió a repetir sin alejar la mano.

El ruso quiso asesinarla en ese mismo momento cuando vio su mirada reflejar absolutamente nada más que burla. Solo tenía que tomar su mano y activar su habilidad, pero no era el momento adecuado para hacerlo. No lo quería así de fácil.

Rendido, cuando revoloteó los ojos, se quitó el gorro y se lo puso en la mano diciendo de mala gana:

— Ten.

Rikku lo tomó a la vez que su mirada se tornaba curiosa, luego, tal como una niña, lo apachurro entre sus finos dedos.

— Es suave y esponjoso — expresó serena, y en vez de devolverlo, lo colocó en su regazo a la mirada furiosa del ruso al saber que no se lo iba a devolver.

— Te vez mejor así, tu cabello es bonito, deberías estar agradecido por lo menos de ello — y el otro comentó burlón levantando el dedo pulgar de su mano izquierda.

De no ser por la mesera que llegó a tiempo, la cabeza del ruso estuviera estrellada en la superficie de la mesa de vidrio adornada por un florero en el centro.

Dazai llamó a Elise enseguida y está obedeció. No tardaron mucho en comenzar su desayuno en silencio, sin embargo, Fyódor no lo estaba disfrutando a diferencia de sus acompañantes, ya que lo dulce nunca había sido su fuerte; aunque realmente ninguna comida lo era.

Rikku por su parte, ya que en su infancia había sido una "Elise-chan", estaba acostumbrada al sabor dulce de los pasteles y las gelatinas, de modo que disfrutaba de su desayuno sin inconveniente y jamás faltaba el postre en la mesa. Ni siquiera se molestaba en ver a su invitado, no era un problema tener la guardia baja delante de él, pues ya había comprobado que no la asesinaría con el experimento de la noche anterior. Cómo había predicho, este podría tener el valor para quitarle la vida, pero iba en contra de sus principios de necesitar saberlo todo.

Infortunadamente, el desayuno fue interrumpido cuando iban a terminar. Las pocas personas a su alrededor huyeron aterrorizadas y Elise abandonó la mesa sin importarle nada cuando Rikku se lo ordenó con un ademán. En el lugar, la escena se había convertido en un hermoso conflicto, en dónde dos hombres de cabellos blancos le apuntaban al jefe de la Port Mafia, otro a Dazai y este mismo a Fyódor frente él.

— Parece que comenzó la diversión — cantó tras una risa el castaño sin dejar de apuntar. Su sonrisa se hizo enorme recargado en esa silla de manera despreocupada — ¿Cuántos golpes te has ganando, Akutagawa-kun?

— Que desastre, las personas se han ido sin pagar al establecimiento — suspiró cansada la peli-gris llevándose su bebida a la boca. Era una taza de café capuchino.

— Amo Fyódor, ¿esta usted bien? Hemos venido en cuanto hemos podido hacerlo, disculpe la tardanza — el que apuntaba a Dazai fue el primero en hablar de ellos tres.

Ivan Goncharov, Nikolai Gogol y Sigma, eran los subordinados que lograron escapar de las garras de Rashomon y su poseedor Akutagawa. Los tres de nacionalidad rusa, y curiosamente los tres albinos, a diferencia de Sigma con una mitad púrpura de cabello.

— Bajen las armas — ordenó el ruso azabache logrando sacar de sus empleados una mueca de confusión.

— ¿¡Por qué!? — el más alterado por su personalidad, Gogol, inquirió inquieto.

— Entre las Ratas en la Casa de la Muerte y la Port Mafia, se ha establecido una unión de palabra por tiempo indefinido. Somos aliados — informó por fin.

Los tres bajaron la armas enseguida y se disculparon al unisono con su jefe. Todo el alboroto por nada, ¿por qué no se los informaron antes? Que vergüenza habían pasado.

— Señor payaso, ¿sabe usted hacer animales de globo? — de pronto, la voz de la pequeña Elise se escuchó. Su pregunta era para Gogol, el más raro ya que vestía una raras ropas de mago que fácilmente podían confundirse con unas de payaso.

— Dostoyevsky-san, sus subordinados que tanto protege, acaban de apuntarme a la cabeza con una arma de procedencia desconocida. ¿Qué se supone que deba hacer por tal ofensa? — cuestionaba directo a su aliado cuando se puso de pie.

Ivan y Sigma retrocedieron unos pasos al saber que estaba molesta con ellos. No entendían por qué, pero la niña parecía peligrosa con esa aura maliciosa y caprichosa.
Nada salía bien cuando le hacían enojar, por ello su "hermano" guardó silencio y se dedicó a escuchar la animada conversación que Gogol mantenía con Elise.

— Que desperdicio de tiempo, tal vez deba ordenar su ejecución para que tome responsabilidad por aquellos de quién exijió su libertad — cuando Fyódor no contestó, está comenzó a referirle. Entonces dictó — Una organización que no tiene líder, no merece si quiera venir a poner su rostro frente a mi.

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