Catorce.
Mañanas pesadas.
Eran pasadas de las diez, por lo que Fyódor, cansado de esperar la llegada de la "reina" se preparó para dormir con el pijama blanco que acostumbraba ponerse. Aunque decir dormir no era correcto, ya que por mucho que él se acostara en la cama con esa intención no podía pegar el ojo hasta la madrugada, siempre le sucedía lo mismo, aquí y allá.
Entonces, sin más que hacer o decir, se metió entre las sábanas, y una vez su cabeza estuvo sobre las almohadas cerró sus ojos con pesar.
Se había mencionado antes que su habitación era lujosa, por lo que su cama era muy parecida a la de Rikku, cosa que odiaba, ya que recordaba como desde el primer día le había humillado cuando cayó en su trampa y durmió una noche entera peleando por las mantas.
Fue en ese momento que unos leves toques en la puerta llegaron hasta sus oídos. Quiso ponerse la almohada encima del rostro y asfixiarse con su misma fuerza, pues detrás de la madera, la "princesa" en su camisón le esperaba con un semblante cansado.
¡Eran las diez quince! ¿Qué hacía ella ahí?
— ¿No me va a dejar pasar? — finalmente, ella preguntó cuando esté se quedó observándola. Se había quedado de pie tomando la puerta con una mano, después de todo estaba ahí, y lo único que decía aquello, era que posiblemente por la mañana su cabeza sería mandada a cortar nada más le viera.
— Adelante — sin embargo, tratando de ser educado, abrió más la puerta para dejarle espacio. Una vez ella entró, este cerró.
Si bien su presencia de noche le perturbaba por los recuerdos, aquella sería una buena ocasión al estar solos que favorecía su plan. No lo sabía, tal vez incluso hasta volvía a besarle... No obstante, al darse la vuelta en su lugar su rostro desencajó y por un momento creyó perder el control de su paciencia.
— ¿Qué se supone que hace? — preguntó dando pasos hasta la cama, en dónde ella ya se había acomodado justo en el centro.
— Dormír — simple contestó con los ojos cerrados y la cara en las almohadas.
— Lo he notado — sarcástico, comentó para luego continuar — Pero nadie le ha invitado a mi cama, así que haga el favor de retirarse...
— Ya lo sé, así que ya cállese, usted me desespera — interrumpiendolo, confesó levantando un poco la voz, pero no el cuerpo.
Dostoyevsky abrió la boca ofendido por sus palabras y parpadeó sin poder creerlo. ¿Qué se creía esa niña?
— Escuche, antes de que vuelva a echarme, vea lo que hay colgado en el perchero — ordenó mandona y sacó su mano para señalar dicho adorno no muy lejos de él. Apunto, pero al no ver, lo hizo hacía otra parte.
Sin decirle nada, hizo caso. Encontró entonces un forro de traje, que por supuesto no iba en ese lugar y tampoco sabía cómo lo había puesto ahí sin que él se diera cuenta. Ni siquiera le vió las manos cuando abrió la puerta.
— ¿Para qué es esto? — cuando bajó el cierre, descubrió un traje blanco con adornos grises dentro. Su mirada volvió entonces a Rikku para preguntar.
— ¿Acaso es ciego? — está vez fue ella la sarcástica — Es un traje para usted.
Fyódor seguía sin entender aún así.
— Esto no justifica que se meta en mi cama — alegó — ¿Qué se supone que queda deba entender? — comenzaba sonar molesto.
— Mañana es el baile de donación a la casa de los niños en el orfanato de Yokohama; la temática será de la época Victoriana y usted va a acompañarme — confesó por fin.
— ¿Un baile? Señorita, yo no sé bailar, pero si le sirve de algo, Nikolai es experto en esos temas, incluso tiene trajes especiales... Además tiene al muchacho este... Nakahara...
— Usted me acompañará — repitió volviendo a interrumpirlo. Era muy raro, no parecía que quisiese levantarse de la superficie cómoda.
Poniendo una mano en su frente, el hombre suspiró, no iba a decir que había tenido una día cansado, ya que lo único que hacía últimamente era andar como fantasma por los pasillos de la Port Mafia sin nada que hacer, sin embargo, Rikku tenía el don de estresarlo en unos segundos.
— Bueno, ya entendí, iré a ese baile con usted, así que ya puede irse a su habitación — aceptando, volvió a echarla fuera.
— Ya pasaron de las diez — informó.
— ¿Y por qué no esperó hasta mañana para darme la noticia?
— No me interrogue como si fuera mi padre, ahora yo soy la jefa aquí — recibió la respuesta con un tono consentido.
— Pudo haber enviado a sus escoltas... Dazai podría haber venido — incapaz de aceptarla en su cama, siguió intentando.
— ¡Ah! — ella exclamó por fin moviendo su cuerpo. Quedó sentada en la cama con un semblante molesto — Ese imbécil. No me hable de él. Siempre que Sakunosuke-san aparece en su camino ya no tiene tiempo para nada. Ellos de seguro están...
Fyódor alcanzó a ver el momento exacto en el que su cuerpo se removía incómodo por un escalofrío. Definitivamente, no quería saber que era lo que esos dos estaban haciendo.
— Y luego, mi niño precioso... Atsushi, se largo con tu payaso a no se dónde. No puedo aceptarlo, él es tan inocente aún... ¡La Port Mafia no es ninguna casa de citas!
Acaso ella, ¿se estaba quejando de sus subordinados con el ruso? Si, lo hacía.
— Ya, ya — él la detuvo — Está bien, está bien, puede quedarse, pero ya duérmase, no me interesan los asuntos de otros — accedió, y caminó hasta la cama para sentarse en la orilla. Le dió la espalda.
— De igual manera no me iba a ir. ¡Buenas noches! — mencionó por último y volvió a acomodarse tal como una niña llevándose las mantas hasta la cabeza para cubrirsela y esconderse.
El ruso inhaló y exhaló tratando de mantenerse cuerdo. Luego, también se metió debajo de las sábanas sin tomarle importancia a que ella no se había movido de lugar y ahora desde el inicio de la noche estaban muy pegados.
Así, entonces los dos pudieron dormir. Fyódor dejó de pensar y se entregó a los brazos de Morfeo, y que decir de ella, quien tenía una facilidad extraordinaria para conciliar el sueño.
A la mañana siguiente, cuando el hombre despertó, lo primero que sintió, fue una mirada deseosa de sangre sobre él, que incluso le dió miedo abrir los ojos.
— Ya se que está despierto.
Escuchó, y no le quedó más que hacerlo evidente abriendo sus bellos orbes púrpuras, pero cuando le vió, enseguida se dijo que no iba a ser una mañana fácil.
— Oh, no, ni se le ocurra — tomando las sábanas con su mano, intentó alejarse, pero descubrió que estaba en la orilla. Su rostro se desfiguró de miedo — Guarde eso, porque nadie le mando a venir aquí en primera...
No fue suficiente, porque la joven del camisón se le echó encima como un animal. En su mano izquierda, llevaba el bisturí con el que intentó quitarle la vida la vez anterior que algo similar había ocurrido. Fyódor, incapaz de activar su habilidad, lo único que pudo hacer fue forcejear; infortunadamente, nunca había tenido mucha fuerza por su enfermedad y no sabía cómo deshacerse de ella.
— ¡Es demasiado temprano para intentar asesinarme! — le gritó como pudo.
— Nunca hay hora para deshacerme de algo que no me gusta nada — y ella le contestó.
— ¡Llegué justo a tiempo! — una voz más se les unió.
Nikolai había entrado a la habitación y se había colocado al principio de la cama para ver aquel espectáculo. Reía sin meter mano.
— ¿¡Te vas a quedar mirando o vas a hacer algo!? — entonces le regañó su jefe.
Suspirando, metió entonces la mano en su capa para hacer uso de su habilidad, y de ahí, obtuvo de la cocina una rebanada de Ptichie Molokóv hecha por Iván.
— El primero que deje de pelear se ganará esto — ofreció con una sonrisa y no tardó mucho en obtener la atención de la "niña".
Rikku, enseguida lanzó el bisturí a quien sabe dónde, pero no importaba porque había ganado el juego y casi al instante recibió su premio de las manos del payaso.
— ¡Oye!
Antes bien, aún había un problema y el ruso azabache quiso hacérselo saber.
— Quítate de encima — podía escucharse que tan enojado estaba.
Recibió una mirada inocente mientras masticaba su primer alimento del día. Ella estaba sentada con las piernas separadas sobre su estómago, se veía despeinada y feliz.
— Ah, amo Fyódor, no debería interrumpirla — Gogol aconsejó tapando su boca para evitar que viera su sonrisa. Lo decía por el bien de "ese" plan.
Así que, no le quedó más que dejar caer su cabeza hacia atrás resignado. Creyó que ya estaba a salvo, pero una cuchara le abrió la boca de repente e introdujo en ella aquel sufflé cremoso.
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