Introducción
La habitación se encontraba en penumbras suaves que apenas eran iluminadas por el resplandor acogedor de un par de velas colocadas sobre la mesa de madera. Al fondo del cuarto estaban las estanterías llenas de polvo y antiguos libros que parecían murmurar secretos olvidados. Una ligera brisa hacía ondear las cortinas púrpuras como si intentaran escapar de lo que estaba por venir. En el centro de la mesa descansaba una bola de cristal sobre un mantel negro; su superficie se veía ligeramente iluminada por la suave luz que la rodeaba. En su entorno se podían ver una variedad de objetos antiguos que decoraban la habitación; cartas del tarot esparcidas por ahí junto a pequeños talismanes y frascos de hierbas aromáticas junto a una urna repleta de arena.
El lugar emanaba un aire de misterio y lo desconocido que aún quedaba por revelarse a medias. La dama que se encontraba frente a la bola de cristal tenía una presencia etérea que podría describirse como tal. Su rostro mostraba facciones finamente delineadas y pálidas; parecía ausente en su mirada, como si estuviera tan inmersa en las fuerzas que controlaba que apenas era consciente de la realidad. Sus ojos eran grandes y oscuros pero tan brillantes como una noche estrellada, constituyendo las ventanas hacia un mundo más allá de lo natural. Su nombre era Helena y su don consistía en interpretar el destino.
Todos los días acudían a ella personas de de todo Montevideo en busca de respuestas a diferentes preguntas: algunos sobre el amor; otros sobre la salud; y unos cuantos más interesados en la riqueza o el éxito. Helena nunca les contaba lo que querían escuchar ni les daba falsas esperanzas. A cambio de su habilidad especial cobraba una tarifa simbólica; sin embargo sabía que rara vez las personas salían de su consulta sin llevar consigo un peso más grande del que habían traído al llegar.
Por la tarde esa jornada en particular tenía una vibra distinta en la consulta de la mujer que se encontraba frente a ella: no temblaba por frío sino por una emoción más intensamente arraigada que escapaba de lo que las simples palabras podían describir con determinación. Chiara era su nombre y su mirada reflejaba desesperación.
—Yo sé que ya es tarde para pedirlo ahora mismo, pero me siento muy asustada en este momento... Consulté a todos los que he podido pero tengo la sensación de que solo usted sería capaz de decirme la verdad; no en vano recibe el apodo de 'señora del destino' —expresó Chiara en voz entrecortada mientras su mirada se clavaba en la bola de cristal como si ésta pudiera devolverle un poco de calma.
Helena la miraba en silencio mientras observaba con detenimiento la figura de Chiara ante ella: una mujer joven de unos veintitantos de edad luciendo un cabello rubio y cortado en un estilo simple pero moderno, en su vestimenta se veía sencilla pero elegante al mismo tiempo. Su rostro reflejaba signos de estrés y preocupación; de una angustia que no había podido procesar, sin embargo su belleza natural aún resplandecía de manera innegable desde lo más profundo de sus pensamientos pesados y ansiosos que emanaban con fuerza de su ser. Era evidente que Chiara estaba nerviosa; no obstante para Helena las verdaderas preocupaciones y temores de la joven iban más allá de lo que podía captar simplemente viendo su aspecto, sino en el aura vibrante y densamente cargada que desprendía.'
—¿Qué te gustaría saber Chiara? —preguntó Helena con voz calmada y suave como un susurro.
Chiara guardó silencio durante unos instantes; se podía ver la angustia en sus ojos mientras se inclinaba lentamente hacia adelante y murmuraba en voz baja.
—Mi hermana Emilia está enferma y los médicos no logran encontrar la causa de su enfermedad, aún habiendo realizado todas las pruebas necesarias. Su estado de salud empeora día con día y todos me dicen que solo es una fase pasajera pero ya no puedo seguir esperando. No tengo ninguna idea de cómo ayudarla Helena. Necesito conocer la verdad cuanto antes.
Helena miraba la bola de cristal con atención; la imagen en su superficie parecía distorsionarse como si estuviera a punto de revelar algo importante para ella. Lo que se avecinaba no era algo ordinario y Helena lo presentía profundamente en su ser. Durante todos esos años ejerciendo su don de leer el destino de las personas había aprendido a distinguir cuándo una consulta era inusual. Y sin duda alguna esta era una de esas ocasiones especiales.
—Permitime echarle un vistazo a lo que el destino les depara a vos y a tu hermana —murmuró Helena con suavidad mientras ponía ambas manos sobre la bola de cristal.
El silencio se apoderó de la habitación de repente mientras Helena se sumergía en sus pensamientos y era invadida por un caleidoscopio de imágenes fugaces y fragmentadas: Emilia yacía pálida y sin vida en una cama de hospital; Chiara lloraba en un rincón oscuro; las escenas se distorsionaban de forma gradual como si fueran arrastradas hacia una verdad incómoda y escondida.
La esfera de cristal empezó a resplandecer con dureza, y de repente la imagen se hizo estable. Helena observó una figura oscura desplazándose por la habitación que se acercaba de forma amenazante hacia Emilia. No se trataba de una presencia humana, ni siquiera un espectro. Era algo distinto, algo sombrío que parecía absorber la vida de la joven sin dejar rastro alguno.
Helena experimentó un estremecimiento que le recorría la espalda mientras la visión se hacía más clara ante sus ojos; pudo visualizar el futuro de Chiara y su hermana como si lo estuviera viviendo en primera persona. Sintió la presencia de algo sobrenatural en la habitación junto a ellas; sin embargo, Helena no se dejó vencer por el miedo; su atención estaba centrada en la esfera que brillaba con más intensidad conforme pasaban los segundos. El desenlace era trágico; uno del que no había marcha atrás.
Las palabras escaparon de los labios de Helena antes de que pudiera contenerlas:
—Chiara... tu hermana no va a salir de esta situación. Hay algo más que está afectando su vida aparte de la enfermedad. No es algo que los médicos o cualquier otra persona puedan identificar.
Chiara se quedó sorprendida y enmudecida por un instante mientras sus ojos se abrían amplios; el silencio tenso llenaba el espacio entre ellas dos de manera palpable y densamente cargada de una emoción inesperada y abrumadora para cualquier persona en esa situación.
—¡No puede ser! —susurró Chiara con un rostro llenó de horror— ¡Dios! ¿Estás segura de eso?
Helena apartó la vista de la bola de cristal; le resultaba difícil mantenerse frente a las imágenes que aparecían ante ella sin poder evitarlo más tiempo.
—Sí es verdad —contestó nerviosa—. Hay algo mucho más sombrío que está amenazando a tu hermana. Una fuerza que trasciende lo físico. Algo... maligno, por decirlo de alguna manera. No se trata solo de la enfermedad. Es algo que la ha acompañado durante mucho tiempo, aguardando este instante para poner fin a su existencia.
Chiara se echó a llorar; sus lágrimas caían sobre la mesa mientras temblaba de desesperación ante la impactante revelación que había recibido como un golpe de martillo en su mente.
—¿Qué opciones tengo en este momento? —Se cuestionó en voz baja.
Helena no dio una respuesta de inmediato; era consciente de que en ciertas situaciones su intervención era limitada dado que no todo en la vida tiene una solución definitiva y hay destinos que ya están predeterminados como partes de un rompecabezas preestablecido en el cual encajan todas las piezas meticulosamente ordenadas.
—Lo lamento mucho Chiara. No puedo decirte cómo evitar lo que se avecina. El destino de Emilia ya está decidido, pero lo que podés hacer es acompañarla y amarla en sus momentos finales. Eso es todo lo que te queda —El tono en la voz de Helena reflejaba cierta disociación de la situación.
Chiara observó con intensidad a Helena como si no pudiera creer lo que escuchaba. Sin embargo finalmente la realidad comenzó a asentarse en ella y las lágrimas no dejaron de caer. La verdad siempre resultaba más dolorosa de lo que la gente estaba dispuesta a admitir.
La mujer se puso de pie de la silla en silencio y dejó el dinero acordado sin decir nada más al respecto; su atención estaba completamente centrada en la revelación que acababa de descubrirse en su interior. Sin voltear atrás ni un instante después de salir de la habitación decidida cerró la puerta tras ella produciendo un sonido sordo.
Helena se encontró sola en la oscuridad mientras la bola de cristal ya no emitía su brillo característico; una sensación de vacío invadió su ser interior y aunque comprendía lo ocurrido recién, no podía determinar si aquel conocimiento la había liberado o simplemente la había sentenciado a un destino incierto.
El futuro de Chiara junto a su hermana Emilia parecía predestinado, sin margen para cambios posibles.
Esa misma noche cayó la oscuridad sobre la casa mientras el silencio llenaba el aire de una profunda calma. Helena se hallaba recostada en su habitación sobre las sábanas oscuras sin lograr encontrar paz en su mente. El peso de la conversación mantenida junto a Chiara sobre su hermana Emilia seguía atorado en sus pensamientos como un eco persistente que no podía acallar. Cerró los ojos anhelando conciliar el sueño pero la oscuridad pareció adquirir una presencia propia atrapándola en un abrazo sombrío.
Se sumergió poco a poco en un sueño inquietante donde las imágenes de la bola de cristal, el rostro de Emilia y la figura sombría que había visto la atemorizaban como sombras danzantes en su inconsciente. De manera repentina, el aire se tornó frío, helado, mientras Helena se encontraba caminando por un pasillo oscuro donde las paredes parecían cerrarse a su alrededor. El sonido de sus propios pasos resonaba en sus oídos mientras el miedo empezaba a apoderarse de su pecho.
Después de eso vio una silueta que emergía de la penumbra; era la misma figura que había visto en la bola de cristal: una presencia oscura y retorcida que se movía elegantemente de una manera perturbadora. Su rostro cadavérico y pálido resplandecía en la lobreguez del lugar. Helena intentó gritar pero su voz apenas se escuchaba en el aire. La figura se acercaba despacio; su rostro era una mezcla de sombras tenues y ojos vacíos rodeados por penumbras que la observaban con detenimiento. Con cada paso que daba la habitación se sumergía en más oscuridad y el frío se hacía cada vez más insoportable.
Helena trató de escapar sin éxito; sus piernas se negaban a moverse como si estuvieran atrapadas en la oscuridad misma que la rodeaba. Escuchó murmullos indescifrables que la rodeaban y sentía cómo cada palabra helaba su mente y su ser. En medio de esa opresión visualizó a Emilia postrada en una cama de hospital; su rostro pálido reflejaba desolación. Una figura oscura se acercaba como un espectro que devoraba a la luz hacia ella extendiendo sus sombras como si estuviera reclamándola para sí misma.
—Por favor... —murmuró Helena con voz temblorosa— ¡Dejala en paz!
Sin embargo la sombra no le respondió y de repente una mano fría y rígida rozó el rostro de Emilia mientras una sensación oscura recorrió su piel. Helena sintió un pinchazo en su pecho como si la vida misma se le escapara en el acto. El rostro de Emilia se contrajo en una expresión de desesperación y los ojos de la joven se abrieron horrorizados.
La figura se volteó hacia Helena y la miró fijamente a los ojos sin expresión alguna en su rostro; las palabras que pronunció fueron como un susurro gélido impregnado de malicia.
—Estamos apenas empezando...
Helena despertó sobresaltada; respiraba agitada y su corazón latía descontrolado en su pecho a oscuras en la habitación solitaria donde percibía una presencia acechante desde las sombras que la observaba sin poder escapar de la inquietante sensación de que lo visto en su visión se encontraba demasiado cerca de su realidad.
Con un suspiro nervioso y tembloroso de emoción contenida en su interior, Helena se incorporó desde el lecho y observó con detalle la habitación que la rodeaba. El ambiente parecía denso y cargado de emociones, como si las propias paredes exhalaran al unísono junto a ella. Sus ojos volvieron hacia la bola de cristal reposada sobre la mesa, cuya luz tenue apenas alcanzaba para iluminar el lugar en penumbra. Los pensamientos no dejaban de rondar en su mente acerca de lo presenciado con anterioridad; la sombría oscuridad que había envuelto a Emilia, la misteriosa figura que acechaba desde las sombras como una presencia ominosa que parecía estar entrelazada al destino incierto de la joven mujer.
Helena era consciente de que no podía eludir lo que había presenciado ni lo que estaba por suceder en adelante. El destino de Emilia ya estaba decidido y lo más desgarrador era que no había forma alguna en la que pudiera impedirlo ya que su deber era observar el destino sin intervenir en él. Lo desconcertante para ella era por qué la maldad había fijado sus ojos en ella.
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