Capítulo 8 - En el ojo de la tormenta

Helena desplegó el paraguas sobre su cabeza al salir al amanecer bajo la lluvia persistente que caía como un azote inclemente del cielo oscuro y encapotado mientras la tormenta rugía en el horizonte como una bestia desatada. Los rayos iluminaban el cielo y las gotas golpeaban la tierra como agujas afiladas clavándose sobre las baldosas flojas y resbaladizas, el golpeteo de la lluvia torrencial iba envuelto en una intensidad que le helaba los huesos.

Las calles lucían desiertas a pesar que de repente surgían figuras solitarias entre la lluvia; eran siluetas que se desplazaban bajo los paraguas de forma difusa y difícil de identificar por completo para Helena, quien sentía que todos la observaban y seguían sus movimientos sin importar cuánto intentara disimularlos. Uno de esos rostros se volvió hacia ella; era un hombre mayor vestido con un abrigo gris que le ofreció una mirada vacía antes de desaparecer en un callejón oscuro. «¿Por qué me mira tanto?», se preguntó Helena desconcertada. Sintió cómo su corazón golpeaba con fuerza en su pecho mientras apresuraba el paso pensando para sus adentros.

Los vehículos pasaban velozmente, levantando cortinas de agua que amenazaban con envolverla por completo en su paso acelerado. El chirrido de las llantas deslizándose sobre el pavimento mojado provocaba que cada instante se sintiera como una posible sentencia de muerte. Helena se estremeció al escuchar el estruendo de una bocina resonar como un grito ensordecedor seguido por un auto que patinaba y se detenía a escasos metros de una persona que cruzaba de manera imprudente la calle.

—Es solo mi imaginación... —susurró para sí misma con un ligero quiebre en su voz al decirlo.

El viento aullaba frío y hacía que su abrigo empapado ondeara a pesar de sus esfuerzos por resguardarse bajo el paraguas frente a la tempestad furiosa que se había desencadenado sobre ella. Los árboles a ambos lados de la calle se retorcían bajo la fuerza del temporal, y las ramas más débiles caían como si fueran arrancadas por una energía invisible y furiosa. En la distancia, el destello de un relámpago iluminó la figura de una mujer llevando un paraguas que pareció flotar en el aire antes de desvanecerse.

Helena tenía la sensación de que la muerte se acercaba inevitablemente a cada paso que daba; podía percibirla casi como un susurro en medio del viento y de las risas dispersadas por las ráfagas de aire fresco que rozaban su rostro aletargado. La paranoia se había convertido en una presencia palpable y amenazante que parecía seguirla a cada instante; un monstruo sutil pero persistente agazapado en las sombras de su mente inquieta. "«Si no me mato ahora cruzando esta calle, lo voy a hacer al llegar a lo de Omar. Algo va a pasar», pensó para sí misma mientras observaba los autos pasar velozmente a su alrededor.

Finalmente llegó a la calle de Omar bajo las luces intermitentes de los focos de luz que parecían luchar contra el viento de la tormenta. Su hogar era una antigua edificación agrietada que se destacaba como un farol solitario en medio del caos circundante. Helena atravesó la calle sorteando un charco que salpicó barro sobre ella cuando un auto rugió de forma veloz. Un nudo en su estómago la asaltó al presionar el timbre de la vivienda. El miedo superaba incluso la furia de la tormenta provocándole mirar hacia atrás por última vez ¿la habían seguido? ¿Estaba siendo paranoica, acaso? La calle parecía desierta, pero no del todo.

Cuando Omar abrió la puerta, Helena estaba mojada y su cabello empapado se pegaba a su rostro mientras sus labios temblaban con intensidad. Era evidente en su mirada que había experimentado algo en verdad aterrador.

—Helena... ¿Qué hacés acá? —preguntó Omar con algo de duda en su voz.

—¿Me vas a seguir evitando? —susurró ella al entrar sin permiso en su hogar y temblar de pies a cabeza—. Ahora soy tu clienta y no podés negarme tu servicio.

Helena cerró la puerta al entrar sin esperar a que Omar lo hiciera detrás de ella. El sonido del agua goteando de su abrigo y su cabello empapado creaba una atmósfera tensa en la sala de estar. Omar permaneció en silencio desde que ella llegó a su casa. Él la observaba con detalle, quizás recordando viejos momentos compartidos juntos, tanto los gratos como los desagradables. La sorpresa y la confusión habían desvanecido la mirada segura que solía enriquecer su rostro.

—Helena... —Empezó a decir él pero ella le interrumpió levantando una mano.

—No quiero justificaciones —Su tono era decidido, aunque la leve vibración en sus labios evidenciaba su inseguridad—. Anoche te mandé esos mensajes porque presentía que algo no estaba bien. Necesitaba verte. Y vos... ¿Qué hiciste? ¡Me ignoraste! No apareciste nunca.

Omar se pasó la mano por el pelo que mostraba un par de canas más de las que Helena recordaba y lo despeinó aún más mientras desviaba la mirada hacia un rincón para evitar el intenso escrutinio de Helena.

—No lo entendés... —murmuró en voz baja casi para sí mismo.

—¡No, Omar! No entiendo —Helena caminó hacia él dejando un charco de agua tras de sí—. Eso es lo que te estoy preguntando. ¡Explicámelo por favor! ¿Por qué me ignoraste y no viniste cuando dijiste que vendrías? ¿Por qué dijiste que sí y luego desapareciste? Sabés que algo raro está sucediendo en mi vida y no me vengas ahora diciendo que fue puramente coincidencia que me contactaras justo antes de que todo se saliera de control.

Omar apretó los labios y se apartó, dándole la espalda. Parecía estar reuniendo el valor para responderle, pero ella no le dio tiempo.

—¿Sabés lo que vi anoche? ¿Lo que sentí? Cada vez que cierro los ojos, esa sombra está ahí, susurrándome, acechándome... la muerte viene por mí, Omar —Helena tragó saliva, mientras sus ojos brillaban llenos de lágrimas que se resistía a derramar—. Si no tenés intención de ayudarme, por favor decímelo ahora y me voy. Pero no quiero perder más el tiempo.

Finalmente Omar se volvió hacia Helena y en su mirada se reflejaban tanto la tristeza como el miedo, algo que la paralizó por un instante.

—Helena... no fue por casualidad que te envié un mensaje anoche —confesó al fin en voz baja apenas audible.

Helena lo observó con intensidad como si intentara comprender lo que realmente quería decir.

—Lo sabía —expresó entre un suspiro cargado de amargura—. ¡Lo sabía! Entonces, ¿por qué no viniste? ¿Por qué me dejaste sola?

—Tenía miedo —expresó Omar mientras su voz temblaba como una hoja en el viento—. Tenía miedo de las cosas que podrían suceder.

—¿Miedo, vos? —Helena soltó una risita irónica—. ¿El poderoso Omar que presume de poder vislumbrar el destino de la gente sintió miedo?

—No captás lo que te estoy diciendo —Trató de explicar él mientras Helena se acercaba y lo miraba fijamente.

—¡Entonces haceme entender! —gritó en voz alta mientras sus palabras parecían hacer temblar las paredes de la habitación—. Decime lo que sabés acerca de esto y por qué me enviaste ese mensaje ¡Decime qué fue lo que viste!

Con una inhalación profunda y al pasar las manos por su rostro mientras la miraba de nuevo, se percibía en él un aire envejecido, como si la carga de lo que estaba a punto de revelarle lo estuviera agobiando profundamente.

—Te escribí porque tuve una visión —dijo en voz baja—. Algo... algo en un sueño... qué sé yo —Su mirada evitaba el contacto directo.

El ambiente se volvió helado entre ellos dos, Helena tuvo la sensación de que el suelo se desmoronaba debajo de sus pies.

—¿Qué? —murmuró en voz baja casi susurrando—. ¿Qué viste?

—No estoy seguro de lo que ví exactamente —dijo Omar mientras desviaba la mirada y fruncía el ceño—. Se sentía confuso, como si estuviera en una pesadilla. Pero te recuerdo ahí presente y había algo... algo en tu presencia que me perturbaba mucho; era como una sombra oscura que te envolvía por completo. No pude ver más que eso.

—¿Eso es todo? —preguntó Helena cruzándose de brazos—. ¿Es todo lo que tenés para decirme?

Omar asintió con un gesto de cabeza sutilmente amable, aunque su rostro mostraba una clara señal de remordimiento que no podía ocultar. Helena se acercó a él con determinación en sus ojos centelleando con tal fuerza que lo hizo retroceder.

—Omar —susurró ella en tonos bajos pero llenos de furia reprimida—. No me estás diciendo todo lo que sabés. ¿Cómo voy a morir? ¿Cuándo?

—No puedo hacer eso, Helena —dijo Omar enseguida mientras levantaba las manos como si tratara de resguardarse de lo que decía.

—¡Por supuesto que podés hacer eso! —dijo ella exaltada mientras daba un paso más hacia él—. ¡Usá tus dones! ¡Mostrame lo que viste!

—No comprendés lo que me estás pidiendo... —susurró Omar con desesperación—. Si te revelara cómo sería tu final... eso podría... ya sabés bien a lo que me refiero Helena.

—¿Cambiar mi destino? —interrumpió Helena mientras sus ojos brillaban mostrando una combinación de desafío y temor—. No me importaría hacerlo.No pienso quedarme sentada esperando a que pase. ¡Quiero descubrirlo, Omar! Quiero verlo por mí misma. Se supone que yo signifiqué algo para vos en el pasado —Helena frunció el ceño al recordar.

Ambos se observaron en silencio mientras una oleada de recuerdos inundaba sus pensamientos y creaba una barrera entre ellos dos; no obstante Omar sacudió la cabeza de inmediato y apretó los puños.

—No funciona así, Helena. No es tan simple.

—¿En serio no podés ayudarme ahora que más te necesito? —dijo ella de manera sarcástica—. ¡Qué casualidad! Pero bueno... no me sorprende que actúes así otra vez.

Omar apretó los labios y desvió la mirada. Helena lo observó con atención, y algo dentro de ella se rompió.

—¿Sabés qué? —expresó con voz suave pero firme—. Si no estás dispuesto a ayudarme, voy a buscar a alguien que sí lo haga.

Se giró en dirección a la puerta cuando Omar interrumpió su paso al hablar.

—¡Esperá!

Helena se detuvo, sin embargo no volteó a verlo.

—Sabés que no es ético, Helena. No puedo revelarte un futuro que te condena, aunque vos sí lo hayas hecho antes... y hayas tomado cartas en el asunto —expresó Omar al fin con la voz entrecortada.

Helena se volvió despacio y sus ojos se encontraron llenos de lágrimas al mirar a Omar.

—Sabés que no tenía otra opción.

—Sí la tenías... la teníamos —expresó Omar mientras su voz temblaba por una combinación de dolor y enojo.

Helena lo observó con intensidad mientras sus ojos se nublaban de lágrimas, aunque una mirada de desdén se reflejaba en ellos. A pesar de sentir su corazón latir con fuerza en su pecho, estaba decidida a demostrar que aún mantenía el control de la situación.

—El pasado es inalterable pero el futuro... —Helena titubeó por un instante sabiendo las consecuencias de sus palabras, pero ya no le importaba—, creo que el futuro tiene posibilidades de cambio ¿Me vas a dejar ir como lo hiciste antes?

Con un suspiro cansado y una mano temblorosa en su rostro agotado de pensar, Omar se acercó a una pequeña mesa en la esquina de la habitación donde reposaba una bola de cristal rodeada de velas apagadas, similar a la de Helena.

—Sentate —Le indicó mientras encendía las velas una a una.

Helena acató la orden mientras la ansiedad se apoderaba de su pecho y Omar se sentaba frente ella para posicionar sus manos sobre la bola de cristal.

—Esto puede ser riesgoso —advirtió sin dirigirle la mirada—. No siempre lo que percibas va a ser la verdad absoluta.

—No me preocupa —respondió Helena con determinación—. Estoy preparada.

Después de cerrar los ojos y susurrar con suavidad como si estuviera recitando una plegaria o un encantamiento, Omar sintió la luz de las velas parpadear y una repentina sensación de frío invadir la habitación. Cautelosa, Helena contuvo la respiración mientras las imágenes empezaban a tomar forma en el interior de la bola de cristal.

Lo primero que observó fue su propia cara pálida y empapada en sudor. A continuación, apareció la sombra, envolviéndola como si fuera un pañuelo. Sin embargo, antes de poder contemplar más detalles, la visión se desvaneció de forma repentina.

—¿Qué pasó? —preguntó Helena con un tono de voz lleno de desesperación.

—No puedo ver más —confesó Omar con el semblante demacrado—. La sombra... no se comporta como yo pensaba.

—¿Qué querés decir con eso? —Helena lo miraba con curiosidad.

—No tengo idea. Parece más una representación de tu presente que del futuro. No sé qué más decirte, Helena.

—¿Qué? —exclamó Helena levantándose de golpe—. ¡No podés dejarme así! ¡Necesito saberlo, Omar!

—Solo puedo decirte una cosa... —susurró con la voz entrecortada—, no estás sola en esta situación. Y que la sombra... tal vez no sea lo único que busca tu muerte.

Las palabras de Omar la dejaron atónita. A Helena algo más la acechaba, algo que ni siquiera Omar podía entender por completo.

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