Capítulo 3 - El eco de la oscuridad

La noche avanzaba en completa tranquilidad como un manto oscuro que envolvía al Parque Rodó; como una niebla densamente opresiva para Helena, quien observaba alrededor de la pequeña carpa instalada en la feria ahora desierta donde el bullicio de los visitantes era solo un eco distante en su memoria. Los puestos vacíos y las luces intermitentes daban la sensación de que el lugar había sido abandonado por completo. Sin embargo, para ella el entorno se sentía cargado de una pesada atmósfera. Era una sensación de vacío que parecía intensificarse a cada paso que daba.

El ambiente era gélido y la neblina se deslizaba por el suelo al compás de una suave brisa que silbaba entre los árboles cercanos mientras Helena percibía la opresión de la oscuridad en su pecho, no solo por la falta de luz sino por algo más inquietante: la certeza de que no estaba sola.

Todavía quedaba desmontar la tienda de campaña; un último esfuerzo antes de regresar a su hogar. Pero la idea de volver allí, a ese refugio que ya no le ofrecía paz, la aterraba. El terror de encontrarse frente a la muerte en su propia habitación le impedía avanzar,y las imágenes de una sombra que la acechaba en cada rincón de su mente no ayudaban en absoluto. Cada noche, cuando cerraba los ojos, podía verla más cerca, con una claridad abrumadora. Esa imagen en la esfera de cristal ya no parecía tan lejana. De cierta manera se había fundido en sus propias percepciones, como si estuviera caminando a su lado y conociera cada paso de su destino.

Decidió comenzar por levantar las estacas de la carpa con apuro pero sin firmeza alguna. Le urgía marcharse de aquel sitio que le oprimía el pecho; sin embargo, cada sonido repentino o crujido le hacía sentir como si la observaran desde las sombras, anticipando su fin inminente en cualquier momento preciso del destino, el cual aguardaba su aparente muerte en silencio acechante. El viento volvió soplando de nuevo, pero esta vez no era un susurro apacible, sino un gemido escalofriante que se deslizaba por el parque como si la misma naturaleza exhalara un aliento perturbador e inquietante.

Se puso de pie y exploró a su alrededor expectante de encontrar algo reconfortante a la vista. La luz proveniente del foco más cercano titilaba y creaba sombras que danzaban en las paredes de la carpa. En ese preciso instante, surgió una silueta en el borde de su campo visual. Un joven envuelto en una capucha oscura avanzaba hacia ella a paso lento. No había nada en particular extraño en su presencia; sin embargo, en la tranquilidad de la noche; parecía estar fuera de lugar respecto al entorno. Caminaba sin hacer ruido; pero algo en cómo se movía provocaba una sensación de intranquilidad, como si supiera de su presencia antes de que ella lo percibiera.

Helena sintió un escalofrío recorrer su cuerpo de repente sin tener a aquella persona cerca de ella físicamente, algo en el ambiente le hizo sentirse alerta de forma instantánea mientras se apuraba en desmontar la carpa. A pesar de sus acciones para ocupar su mente en la tarea, no podía apartar al gurí de sus pensamientos. Era tarde; no había nadie... sabía lo que se podía avecinar. La atmósfera se tornó densa y una extraña sensación de desconfianza comenzó a ser parte de ella. La sombra de aquel chico parecía seguirla con cada movimiento que realizaba, independiente de la dirección en que intentara desviar su mirada. La cabeza del joven permanecía cubierta, impidiendo que pudiera verle el rostro, lo cual solo aumentaba su miedo en el pecho, como si la propia muerte estuviera detrás de él empujándolo hacia ella, guiándolo.

Intentó mantener la calma mientras pensaba para sus adentros que era solo un joven perdido; sin embargo la presencia de esa figura le provocaba una profunda incomodidad, y un sentimiento de peligro latente para su vida se apoderaba de ella. El hecho de que el chico continuara avanzando lentamente hacia ella la hacía sentir observada desde todos los ángulos y sin ninguna posibilidad de encontrar ayuda en ninguna dirección para salvarse.

Helena finalizó la tarea de recoger las últimas estacas de la carpa; sin embargo su cuerpo continuaba temblando de forma incontrolable mientras el joven se aproximaba a paso lento pero constante, sin mostrar prisa alguna en su andar deliberado. El miedo que sentía comenzó a tomar la forma de algo más tangible. «Algo no está bien», pensó mientras se giraba para tomar la última esquina de la carpa. La presión invisible de los ojos del joven clavados en su espalda le hizo sentir como si cada uno de sus movimientos estuviera siendo minuciosamente observado por él.

Tomó la decisión de ponerse en pie y dirigirse hacia la salida del parque sin detenerse a mirar atrás; pero el deseo de conocer más acerca de ese joven se apoderó de ella inevitablemente. Al dar la vuelta bajo el pretexto de asegurarse de que no hubiera olvidado nada allí, lo avistó: el gurí estaba parado entre los árboles cercanos a unos metros de distancia. Ella no podía ver su rostro debajo de la capucha; sin embargo estaba segura de que su figura había experimentado un cambio sutil, como si algo o alguien se hubiera fusionado a su forma.

El viento aumentaba su fuerza poco a poco mientras la niebla se acercaba como un manto espeso alrededor de ella. Helena experimentó una sensación de ser arrastrada hacia atrás por una presión invisible en su pecho que la mantenía inmóvil en su lugar. Era como si la gravedad hubiera dejado de operar. Mientras se dirigía hacia la salida del parque, observó que la figura del joven también avanzaba en paralelo, manteniendo siempre la misma distancia entre ellos, dándole la impresión de que la estaba siguiendo.

No pudo resistir más la situación desesperante en la que se encontraba sumida en la paranoia total que la embargaba por completo. Con un giro repentino y veloz de su cuerpo, se volvió hacia atrás para intentar aproximarse a aquel chico misterioso y así aclarar lo que estaba sucediendo. Pero el joven pasó junto a ella llevándose a la boca lo que parecía ser un pucho de marihuana encendido, casi sin notar su presencia hasta desvanecerse entre la espesa neblina. Ya no quedaban huellas de su paso por allí, solo persistía en el ambiente la sensación de que el creciente temor de Helena estaba devorando todo a su alrededor.

Con el corazón acelerado, Helena corrió, sin mirar atrás, con la esperanza de ya no encontrar nada más en su camino. Pero a pesar de todo, los susurros del viento persistían, transformándose en extrañas voces que se entremezclaban con el crujir de las hojas bajo sus pies. El batir de alas nerviosas de las aves iba acompañado de los lejanos pasos amortiguados que resonaban a la distancia. Cada pisada la acercaba más rápido hacia la salida del parque, pero la inquietante sensación de ser observada no la abandonaba.

Helena se detuvo abruptamente, sintiendo que algo no iba bien. Fue entonces cuando, al doblar la esquina, vio al chico una vez más. El joven, con la cabeza oculta en la capucha, la miraba directo a los ojos, inmóvil. El frío intenso envolvió al entorno y Helena sintió que la oscuridad la absorbía por completo sin remedio alguno. Cada paso que daba hacia él parecía distanciarla más de un final seguro, mismo como en la visión de su propia muerte en la bola de cristal, donde aquella figura la acechaba y observaba con atención, esperando el instante preciso en que cediera ante el pánico.

Helena caminaba titubeante hacia la acera a la que debía cruzar sintiendo la opresión del aire pesado en su pecho. Cada inhalación era una lucha por mantener el equilibrio en sus pies que parecían ya no querer responder. El chico permanecía inmóvil en la penumbra. Su presencia inerte inundaba cada rincón de su mente. No podía evitarlo; parecía que el universo tenía un plan para reunirlos de nuevo. Esta vez debía enfrentarlo. La amenaza ahora sí era real. Mientras se aproximaba al lugar donde él se encontraba, el miedo la envolvía, llevándola a pensar en lo peor y a temer que algo terrible estaba por ocurrir. Sus manos temblaban y el sonido de sus propios latidos resonaba en sus oídos. Pero cuando finalmente cruzó al otro lado de la acera, allí lo vio, aún parado bajo la luz de un poste, quieto, como una estatua rumiante, manteniendo su cabeza escondida bajo la capucha. Helena se detuvo sin poder resistirse a observarlo. El joven la miró durante un instante con sus ojos ocultos, no había ninguna amenaza en su postura. Luego, con un tono suave y sin prisa, se dirigió a ella: "Buenas noches". Su tonada amable y casi desinteresada daba la sensación de que lo que ella temía era tan solo una ilusión. Helena lo miró desconcertada mientras su paranoia comenzaba a disiparse lentamente cuando él se alejaba poco a poco y se perdía en la neblina. Por un instante permaneció en la acera sintiendo una combinación de tranquilidad y vergüenza al darse cuenta de que quizás el miedo que la había invadido no tenía base real; era solo su mente jugándole una mala pasada.


***

Al día siguiente amaneció con una luz del sol especialmente brillante que se filtraba a través de las rendijas de las cortinas en la habitación de Helena. La luz del día iluminó la penumbra que había ocupado su mente durante toda la noche. La neblina de la ansiedad pareció disiparse un poco pero seguía pesando en su pecho como si la oscuridad solo se hubiera retirado de forma momentánea aguardando su regreso.

El timbre en la puerta sonó, y Helena se puso de pie despacio. Sus músculos estaban tensos y su rostro mostraba las huellas del agotamiento de las noches sin descanso que había vivido esos últimos días. Al abrir la puerta se encontró a Inés —su amiga de toda la vida—, sosteniendo un mate y un termo, y una mirada preocupada en su rostro.

—¿Cómo estás? —preguntó Inés al entrar sin dar tiempo a una respuesta y dándole un abrazo rápido—. Traje un mate para que nos pongamos al día.

Helena hizo el intentó de sonreír, pero el agotamiento y la ansiedad la habían dejado sin energías para hacerlo de manera espontánea.

—No estoy mucho mejor, la verdad —expresó mientras la escoltaba hacia la cocina donde Inés comenzó a preparar el mate vertiendo la yerba dentro. El aroma le ofreció un breve consuelo momentáneo; sin embargo, no logró disipar por completo los temores que aún rondaban su mente.

Se sentaron junto a la mesa, Inés pronto se percató de las ojeras de Helena y de la mirada distante que le dirigía.

—Helena, ¿estás pudiendo dormir últimamente? —preguntó Inés siendo directa al reconocer las señales de que algo no marchaba bien.

Helena mantuvo los ojos cerrados brevemente como si estuviera tratando de encontrar las palabras precisas para expresar lo que había experimentado hasta ese momento. Una extraña sensación la invadía y no lograba encontrar la manera de comunicarla sin que la vieran como una demente.

—No... —murmuró al fin—. Desde una consulta que tuve... esa sombra... esas visiones... —Sus ojos mostraban el temblar de su miedo—. Ahora no puedo dejar de verla, de sentirla. Me sigue en mis sueños, en cada visión... la veo cada vez más cerca como si la muerte me estuviera rondando.

Inés observó con detenimiento a su amiga; mostraba preocupación en su mirada pero también un ligero escepticismo en sus gestos. A pesar de su cercanía emocional, Inés siempre había sido más dada al pensamiento lógico que al espiritual. Pero respetaba la profesión de su amiga aunque no lograra comprenderla del todo. No obstante no quería menospreciar el temor que embargaba a su amiga.

—¿Qué fue lo que viste, Helena? Quiero entender qué está pasando —dijo mientras le alcanzaba el mate.

Helena agarró el objeto entre sus manos temblorosas y exhaló un profundo suspiro antes de romper el silencio.

—Hay algo oscuro, algo que me acecha. Al principio, pensé que era solo una metáfora, o capaz alguna advertencia vaga. Pero ahora... no sé qué pensar. ¿Por qué a mí? Esa sombra se metió en mi cabeza e interfiere en todas mis visiones con cada cliente que viene a mi consulta. No puedo dejar de verla en todos lados, incluso en los momentos en que debería sentirme tranquila. Tuve una visión donde... —Helena se aclaró la garganta antes de hablar—, donde mostraba mi propia muerte. Anoche, en el parque... creí que veía a un gurí que me iba a hacer daño, pero ahora no estoy tan segura. Me estoy volviendo loca desde que ví todo eso.

Inés la miró en silencio durante unos instantes. Su rostro mostraba comprensión mezclada con cierta confusión.

—¿La sombra se parece al chico del parque? —inquirió con cuidado.

Helena sacudió la cabeza en señal de negación, pero no lograba comprender la respuesta ni siquiera para sí misma.

—No, era un pibe común... no sé, creí que era un chorro, a esas horas no se puede esperar otra cosa en la calle. Pero no sé... la forma, la sensación... todo es tan extraño. Cada vez que lo pienso, siento que estoy perdiendo el control. Como si estuviera a punto de ser arrastrada por algo... No solo es el miedo a la muerte, Inés, es la sensación de que hay algo más, algo mucho más grande que no logro entender.

Inés se inclinó hacia adelante y colocó su mano sobre la de Helena.

—Helena, esto que me estás contando suena más a un peso mental que algo físico o sobrenatural. Lo que viviste en el parque... ¿no creés que podría haber sido una manifestación de tus miedos? Las visiones que has tenido sobre tu muerte, todo eso... está claro que algo te está afectando profundamente. Me dijiste que todo comenzó a raíz de una consulta que tuviste, ¿no? Capaz te afectó el caso o lo que viste, es normal. No siempre se puede ser ajeno al sentir de los demás.

Helena observó a su amiga concentrándose en ordenar sus pensamientos internos. Comprendía que Inés tenía razón acerca de su bienestar emocional y empatía hacia los demás, pero la inminente sensación de ser atrapada por algo sombrío era demasiado intensa para ser descartada.

—Yo sé, pero... —Empezó diciendo con vacilación—, lo que siento no es solo miedo. Es como si la sombra estuviera viva, como si supiera lo que estoy pensando, como si me estuviera siguiendo. A veces, creo que no puedo escapar.

Inés la observó seriamente pero mostrando compasión en su mirada.

—Helena, tal vez deberías considerar hablar con un terapeuta o alguien que te pueda ayudar a manejar todo esto. No es fácil tu trabajo, imagino que ves el sufrimiento ajeno constantemente. Lo que estás viviendo no es fácil, pero creo que necesitás ayuda para entender si es algo que tu mente está creando, o si realmente es algo que de alguna manera se apoderó de vos como decís. Capaz necesites un descanso.

Helena soltó una risita amarga mientras clavaba la mirada en el mate sin realmente verlo.

—Lo he pensado. Pero cada vez que intento hablar con alguien sobre lo que hago, siento que me miran como si estuviera loca. Estoy segura que vos también lo hacés pero como sos mi amiga tenés más tacto —Se produjo un silencio incómodo entre las dos—. No estoy segura de querer que alguien más me juzgue, Inés. No sé si alguién es capaz de entender lo que me está pasando.

Inés la observó con ternura, en sus ojos se notaba cariño y un atisbo de inquietud.

—Estoy segura de que te van a comprender, y quiero que sepas que no estás sola en esto. Contá conmigo para lo que necesites aunque no pueda entender completamente tu situación, estoy dispuesta a escucharte y apoyarte en todo momento. Tus sentimientos son válidos para vos y eso es lo más importante. Nadie te va a juzgar por buscar ayuda. Enfrentar nuestros miedos más profundos puede ser difícil, pero se puede superar, te lo prometo.

Helena se concedió un breve momento de consuelo al escuchar las palabras de Inés, percibiendo que tal vez era el inicio de algo más claro en su camino de ahora en más. Quizás la sombra ya no debía ser vista como una enemiga si ella optaba por no continuar escapando.

—Gracias —mencionó al fin luego de soltar un suavecito suspiro—. Gracias por estar acá, Inés. Capaz no sea tan fácil, pero voy a intentar enfrentar todo esto. Pero no de la manera que esperan.

Inés la observó con preocupación, no lograba comprender a qué se estaba refiriendo exactamente.

—¿A qué te referís?

—Tengo que ir al origen de todo esto. Ahí tiene que estar la respuesta a todo lo que me está pasando.

Helena entendía que el camino por delante era largo; sin embargo ya tenía claro cuando debía empezar a indagar en busca de respuestas. Había algo en aquel caso que presenció unos días atrás que necesitaba ser resuelto; algo más profundo de lo que parecía a simple vista. Se sentía obligada a actuar antes de que la muerte la alcanzara para descubrir la verdad detrás de todo aquel misterio. 

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