Capítulo 13 - Amanecer oscuro
Después de bajarse del taxi un rato más tarde, Helena se tambaleó hasta la entrada de la casa de Omar sintiendo su mente hecha pedazos y sus manos temblorosas como hojas que se arrastraban ante el viento. Cada paso que daba era una agonía; una lucha contra el pánico que amenazaba con paralizarla y hacerla rendirse ante la locura. Cuando al fin tocó su timbre varias veces, lo hizo con tanta desesperación que los nudillos le dolieron.
La puerta se abrió y Omar se sorprendió al verla. Helena estaba empapada en sudor y su cabello pegado en la frente le daba un aspecto extraño mientras sus ojos reflejaban desconcierto, como si hubiera visto algo que le había arrancado el alma del pecho. Sin esperar una invitación ella entró apresurada y cerró la puerta de golpe para luego apoyarse contra ella mientras respiraba agitadamente.
—Helena, ¿qué pasó? —preguntó con cuidado Omar al acercarse a ella y notar las heridas que llevaba en sus brazos.
Ella levantó la vista y comenzó a llorar de manera desconsolada mientras las palabras fluían sin control como un torrente desenfrenado de emociones que la abrumaban. Intentaba hallarle una explicación a lo que había visto, pero cuanto más veía, menos respuestas tenía.
—¡Leila... Leila está muerta, Omar! Yo la vi. Se apuñaló un montón de veces a sí misma..., la vi romperse como un muñeco de porcelana frente a Esteban. Fue horrible.
Omar la agarró por los hombros, tratando de estabilizarla.
—¿De qué estás hablando? Calmate, por favor. Explicame.
Helena sacudió la cabeza. Cada intento de explicar se convertía en un nudo en su garganta. Finalmente, logró hilar las palabras que pudo:
—Fui al cementerio... aquel que viste en tus visiones. Recibí un mensaje... un mensaje de Esteban. Pensé que Leila intentaba matarlo por haber descubierto nuestro plan de sacarle información, pero todo resultó ser una mentira. ¡Todo era una puta trampa!
Omar la guió al sofá y la hizo sentar. Su piel estaba helada al tacto.
—Dejame traerte algo para tomar...
—¡No! —gritó Helena, aferrándose a su brazo—. No me dejes sola, Omar.
Sintió un escalofrío al contacto de ella y una avalancha de recuerdos invadió su mente como unos pensamientos intrusos que se colaban y no venían a cuento mientras se sentaba junto a ella intentando mantener la calma.
—Está bien, estoy acá. Ahora decime, ¿qué fue lo que viste?
Helena apretó los párpados con firmeza como si así pudiera borrar las impactantes imágenes que habían quedado grabadas en su mente, pero no había forma de escapar del horror que acababa de presenciar.
—Ellos estaban ahí, Omar. Esteban, Leila y... el Maestro.
El rostro de Omar se tensó. Ya no parecía tener las respuestas a todo.
—¿El Maestro? ¿Esa entidad que te está persiguiendo?
Helena asintió y se humedeció los labios antes de hablar.
—Es real, Omar. Es real y es... algo más que humano. Una fuerza oscura y antigua. Te juro que cada vez que lo veo... siento ver a la misma muerte a los ojos —La mirada de Helena se distorsionaba al recordar la sonrisa siniestra de aquel ser pálido y cadavérico—. Pensé que Esteban estaba en peligro pero estaba equivocada... Al contrario... Esteban lo manipula o al menos eso es lo que él cree.
Omar frunció el ceño, tratando de procesar lo que escuchaba.
—¿Controla al Maestro?
—No lo entiendo del todo —continuó Helena con la voz quebrada—. Leila no era su cómplice. Era una víctima más. Esteban la manipuló, igual que me manipuló a mí. Él la entregó al Maestro... y cuando ya no le servía, la empujó al abismo, ¡como si su vida no valiera un carajo! La hizo suicidarse de una manera atroz para liberarse de una maldición.
Omar se levantó con un gesto de sorpresa mientras pasaba su mano por el pelo, y comenzó a caminar de un lado a otro en la habitación envuelto en una confusión que lo perturbaba cada segundo un poco más.
—Esto es una locura. ¿Cómo es que llegaste viva hasta acá?
Helena se envolvió en un abrazo consigo misma mientras su cuerpo temblaba de arriba abajo.
—No lo sé. El Maestro me vio, Omar. Me miró directamente a los ojos, y sentí que mi alma se desgarraba. Fue como si... como si estuviese dentro de mi mente, hurgando en mis pensamientos más profundos. Pero no me tocó. Él... simplemente sonrió, empecé a correr con todas mis fuerzas hasta la salida, sin mirar atrás, y logré escapar de puro pedo.
Omar se detuvo en seco y la miró con atención notando otra vez las heridas en sus codos.
—¿Por qué te dejaría ir si te está buscando? Eso no tiene sentido.
Helena levantó los hombros y dejó escapar un río de lágrimas por sus mejillas.
—Tal vez porque ya no importa. Capaz sabe que estoy rota, que no puedo hacer nada para detenerlo. Él ya ganó, Omar. Ya nos ganó.
Él inclinó su cuerpo hacia ella, sus ojos reflejaban una determinación firme.
—No, no digas eso. No podemos abandonar la lucha en este momento. A pesar de que quizás tomaste una decisión arriesgada al ir sola a ese lugar, ahora tenemos que buscar la manera de enfrentarlo... juntos.
—¿Enfrentarlo? —repitió Helena con un amargo sarcasmo—. Ni siquiera sabemos exactamente qué es. No es humano, Omar. Es una entidad hecha de oscuridad y muerte. No podemos luchar contra algo así, no podemos luchar contra la propia muerte, contra algo que es... tan humano.
—Pero hay que intentarlo. Si Esteban lo controla, entonces hay una debilidad, algo que podamos usar en su contra. ¿Dijiste que viste algo, alguna pista?
Helena sacudió la cabeza en un gesto de negación; sin embargo, instantes después pareció tener una revelación repentina que se reflejó en sus ojos abiertos de par en par.
—Había un símbolo. En el suelo del mausoleo donde estaban. Era un círculo con runas grabadas. Esteban y el Maestro estaban dentro de él cuando... cuando hicieron que Leila se suicidara. ¿Creés que eso signifique algo?
Omar asintió lentamente, sus pensamientos ya corrían a mil por hora.
—Podría ser. Un ritual, una conexión. Tal vez ese círculo es la clave para entender cómo funciona todo esto.
Helena lo observó, mostrando tanto optimismo como dudas en su expresión.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
Omar se sentó a su lado y tomó sus manos con seguridad.
—Primero necesitás tomarte un descanso para relajarte. Estás exhausta y no podés pensar con claridad en estas condiciones. Después nos enfocaremos en investigar ese símbolo juntos para encontrar las respuestas que buscás, Helena. Recordá que no estás sola en esta situación, y te prometo que voy a estar con vos todo el tiempo. Esta vez no te voy a dejar sola... esta vez no.
Ella asintió a pesar de que el miedo todavía se reflejaba en su rostro.
—No sé si alguna vez voy a volver a sentirme segura. Pero gracias, Omar. Por ahora, gracias por estar acá.
Helena cerró los ojos después de tanto tiempo mientras Omar se puso de pie y observó a través de la ventana en la oscura noche que se desplegaba frente a ellos como un misterio por resolver. Comprendía la dureza de la batalla que les aguardaba. Pero también sabía que no podía permitirse perderla. Ahora él, de algún modo, estaba involucrado en esta batalla por salvar a la mujer que alguna vez amó.
***
El amanecer se presentó cargado de una sensación pesada y casi sofocante a pesar de los primeros rayos de sol que se colaban tímidamente por entre las cortinas en la pequeña casa de Omar. El silencio era absoluto, salvo por el suave murmullo de la cafetera mientras él se movía con cuidado de no despertar a Helena mientras intentaba preparar el desayuno. Vestía una camisa gris y unos pantalones de algodón mostrando en su rostro el cansancio acumulado por una noche casi en vela.
Helena seguía dormida en el sofá, cubierta por una manta que Omar había sacado del armario. Su rostro reflejaba intranquilidad y parecía revivir en sus sueños los eventos de la noche anterior que la atemorizaban sin tregua alguna. Omar se detuvo junto a la puerta de la sala por un instante para contemplarla; aunque su semblante lucía sereno, aún podían apreciarse las huellas del estrés y el miedo grabadas en cada arruga de su piel. En verdad estaba muy preocupado por ella. Con un suspiro regresó a la cocina.
Colocó sobre la mesa un par de tostadas con mermelada de higo y una taza de café con una cucharadita de azúcar como a ella le gustaba tomarlo, también añadió un par de frutas frescas al lado y dos vasos de jugos de naranja recién exprimidos. Mientras trabajaba en la mesa de la cocina no lograba apartar de su mente las palabras que Helena le había dicho acerca del Maestro y el símbolo en el mausoleo, aquello le generaba una sensación incómoda, pero se mantenía firme en su decisión sabiendo que Helena contaba con él.
Cuando todo estuvo listo, llevó la bandeja al salón y la colocó sobre la pequeña mesa del centro. Luego se agachó junto a Helena y la llamó con suavidad:
—Helena... Despertate, preparé algo para desayunar.
Ella murmuró algo que no pudo entender y se removió bajo la manta antes de abrir lentamente los ojos. Al principio parecía distraída pero luego enfocó su mirada en el rostro de Omar que le sonreía con la misma amabilidad que odiaba amar del pasado que tenía junto a él.
—Buen día —dijo él con un tonito relajado.
Helena se levantó con esfuerzo y se restregó los ojos.
—No estoy segura de si 'buenos' es la palabra correcta —contestó intentando sonreír, aunque sus ojos no reflejaran esa alegría.
—Capaz que no, pero al menos podemos intentarlo —replicó Omar, señalando la bandeja con un leve gesto de su cabeza.
Miró la comida en la mesa y luego dirigió su mirada hacia él.
—Gracias, no era necesario que hicieras esto.
—¡Pero por supuesto que sí! Después de la noche que tuviste ayer tenés que alimentarte y recobrar energías. Dale, probá el café que te hice. Todavía recuerdo cómo te gusta tomarlo.
Helena esbozó una sutil sonrisa; le pareció que había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo había hecho y se preguntó si era auténtica o solo un gesto de cortesía hacia él. Se inclinó hacia la bandeja de café, tomó una de las tacitas y al dar el primer sorbo sintió cómo el líquido caliente descendía por su garganta aliviando en parte la tensión que seguía presente en ella. Omar se sentó a su lado y ambos compartieron la comida en silencio durante unos minutos, disfrutando de una calma que parecía tan frágil.
—Dormiste algo —comentó Omar rompiendo el silencio—. Eso es bueno.
Helena asintió distraída mientras jugueteaba con un trozo de tostada.
—No mucho realmente... Cada vez que cierro los ojos lo vuelvo a ver una y otra vez; su sonrisa, sus ojos —Su voz se quebró cuando dejó caer la tostada en el plato—. Lo siento cada día más cerca... Es como si hubiera dejado algo dentro de mí que no puedo sacar.
Omar puso una mano sobre la suya, apretándola con suavidad.
—Vamos a encontrar una forma de enfrentarlo. No estás sola en esto, Helena.
Ella lo miró con la gratitud que nunca había podido sentir hacia él, al menos en mucho tiempo, aunque sus ojos mostraban un dejo de incertidumbre todavía presente en ellos. Antes de que pudiera articular una respuesta, notó la vibración proveniente de su celular desde el bolsillo del abrigo que había dejado colgado en una silla. Helena frunció el ceño y se puso de pie para alcanzarlo. Omar la observaba con atención mientras ella tomaba el teléfono y revisaba la pantalla.
Su expresión cambió al instante. La palidez se apoderó de su rostro y sus manos comenzaron a temblar. Omar se puso de pie de inmediato.
—¿Qué pasa? —preguntó con urgencia.
Helena extendió el celular hacia él mostrándole un mensaje que había recibido de forma anónima; las palabras eran sencillas pero transmitían una amenaza inconfundible:
"Anoche viste algo que no debías, pero eso no cambia los planes. Sabemos dónde estás. No podés esconderte. El próximo va a ser él."
Omar agarró el celular y leyó el mensaje repetidamente en un intentó por descubrir pistas sobre quién podría haberlo enviado, aunque en su interior ya sabía la respuesta.
—¿Él? —preguntó confundido al dirigir su mirada hacia Helena—. ¿Creés que se está refiriendo a mí?
Ella asintió mientras sus ojos se humedecían.
—Puede ser. Podría ser cualquier cosa. Pero si Esteban está detrás de esto... ya vimos que él no juega limpio. Está usando todos sus recursos para hacerme volverme loca.
Omar se llevó la mano a la cabeza, estaba frustrado.
—Esto no puede seguir así. Tenemos que actuar antes de que sea demasiado tarde, Helena.
—¿Actuar cómo? Ni siquiera sabemos por dónde empezar.
Después de devolver el celular a su lugar, se dirigió hacia la ventana para contemplar la vista exterior sumándole una cuota de suspenso a la situación. Omar comenzó a sentir una sensación de alerta ante cualquier señal de peligro en las cercanías. Inhaló hondo antes de hablar.
—Ese símbolo que mencionaste, el del mausoleo. Tiene que significar algo. Vamos a investigar, buscar en libros, en internet, lo que sea. Si encontramos qué es y cómo funciona, tal vez podamos usarlo a nuestro favor.
Helena lo miró desde el sofá; el miedo se mezclaba sutilmente con una pizca de esperanza.
—No sé si eso sea suficiente, pero... no puedo quedarme sin hacer nada. ¿Por dónde empezamos?
—Por el principio —dijo Omar, volteándose hacia ella con determinación—. Pero primero, tenemos que asegurarnos de que estemos a salvo. Tal vez deberíamos salir de acá por un tiempo, a un sitio donde Esteban no nos pueda encontrar.
Helena se puso de pie y lo encaró a pesar de que aún temblaba.
—No importa adónde vayamos; es probable que Esteban no logre ubicarnos pero el Maestro sí. Lo sabés tan bien como yo. Esa cosa parece desafiar todas las barreras de la lógica.
—Entonces tendremos que estar listos para eso cuando pase —declaró Omar en tono decidido—. No voy a permitir que te ocurra algo malo, Helena. ¡Te lo prometo!
Ella se quedó mirándolo en busca de la seguridad que ella misma había perdido, hasta que finalmente asintió.
—Está bien. Hagámoslo. Juntos.
El entorno en la habitación experimentó un cambio repentino y notorio. Todavía se percibía miedo en el ambiente aunque también se podía sentir la determinación presente en ambos. Sabían que tendrían que enfrentar muchos desafíos por delante; sin embargo, ahora sabían que al menos se tenían el uno al otro, como alguna vez solía ser.
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