Capítulo I
Dedicada a AdictaAlChicoDelPan
El aire glacial impregnaba el ambiente en el exterior y los copos de nieve caían asiduamente sobre el paisaje confiriéndole aquel matiz blanco impoluto, más radiante que el ajuar de una novia.
En medio de aquellas tierras de nieves perpetuas, en la zona más boreal del planeta, la acogedora morada de la Señora Claus relucía, brillante como Polaris, la estrella del Norte.
Contrariamente al gélido entorno, en el interior de la vivienda, la calidez era palpable, no solo porque la atmósfera estaba climatizada por el fuego del magno hogar, sino porque aquella Santa mujer había sabido darle los "toques hogareños" que aportaban una sensación cándida.
Había vestido la estancia con tupidas guirnaldas de muérdago en floración, distribuido por el mobiliario centros de mesa rebosantes en piñas y otros frutos secos, además de unas cuantas velas aromáticas y decorativas, colgado de la descomunal chimenea adornos en forma de botitas, en representación de ella, su esposo y todos los duendes, y por supuesto había armado en el centro de la inmensa Sala el pino navideño más fastuoso que pudieran concebir ojos mortales.
Le había insumido un buen tiempo viajar hasta las zonas boscosas, para escoger el mejor y más frondoso ejemplar- que satisficiera a su esposo- un arduo trabajo cortarlo y otro más intenso engalanarlo.
Gracias a su habilidad manual, los ornamentos navideños le habían quedado inmejorables en detalles y su buen gusto se evidenciaba en la armoniosa estética que les había dado a cada borla, estrella y otras figurillas decorativas. Pero, sin duda, el pesebre era la pieza más vistosa, la más destacada y mejor esculpida de todas. Las callosas manos de la mujer eran ejemplo de la tenacidad de su trabajo.
Y a todo aquello había que sumarle las cientos de tiras de luces que había repartido alrededor del árbol y los distintos espacios de la vivienda, tanto dentro como fuera.
Sí, la Señora Claus era una dama muy dedicada, laboriosa, creativa y exquisita, tanto en gracia manual, como en belleza espiritual; una mujer con dotes artísticos natos, y un intelecto sin igual, capaz de ingeniárselas para mantener el hogar deslumbrante, bien atendidos a todos los duendes, y sobre todo al exigente de su esposo. Porque en este punto vale destacar que el Señor Claus, no tenía nada de Santo.
Era un hombre de riguroso carácter, imperativo con los demás, pero muy poco hacendoso. Para ser franca, la mayoría de las tareas eran realizadas por los duendes y su esposa.
Los primeros realizaban el trabajo manual, moldeando toscamente la materia prima para el armado de los juguetes, pero quien los pulía y perfeccionaba, quien les otorgaba aquel toque apolíneo y delicado, incluso quien los pintaba artísticamente, era la Señora Claus; sin mencionar que ella era la encargada de armar las listas de insumos para que su esposo realizara las compras a tiempo, elaborar los balances del presupuesto para que no se excediera en gastos, y era también quien velaba por el alimento y el vestido de aquellos pequeñines...y del Señor Claus, por supuesto.
Déjenme decirles que este tampoco era un hombre que escatimaba en alimentos. No crean que esa barriga se había creado por arte de magia. Más bien, era gracias a los deliciosos platillos que su esposa preparaba, con el mismo amor y esmero que ponía en todas sus actividades domésticas.
La confección de su ropa era otra historia. Como él engordaba un poco más cada año, su esposa debía diseñarle un nuevo traje que se ajustara al "nuevo tamaño" de su cuerpo, porque de remiendos nada, y ni hablar que debía hacerle un ojal adicional al cinto, que nunca le terminaba de cerrar por sus excesivos kilos, pero que aquel insistía en usar porque era parte de su atuendo característico, lo mismo que su alvina barba formaba parte de su marca "personal", su sello distintivo. La cual su mujer cuidaba, recortaba, peinaba y perfumaba con los mejores aromas a ragaliz, cada 24.
Definitivamente los renos le daban menos trabajo, y eso que eran nueve.
Antes dije que la Señora Claus era una fémina de gran intelecto, así que en este punto, algunos se preguntarán cómo es que una mujer con ese grado de inteligencia permanecía tan subyugada a su esposo, cómo se mantenía invisibilizada en ese segundo plano, sin que nadie notara su esfuerzo, como suele pasarle a la mayoría de las trabajadoras amas de casa, mientras que su altanero esposo "lucía" su mejor faz de buen señor y regalaba sonrisas y juegos a los niños del mundo- a ella apenas le dedicaba miradas de afecto- y se llevaba toda la estima, el crédito y el reconocimiento.
Fácil: para empezar, ella era una víctima de la historia patriarcal y ocupaba un rol impuesto, el cual estaba convencida era, el que "mejor" podía desempeñar debido a su "condición" de fémina y por eso no se quejaba demasiado. En segundo lugar, tampoco es que tuviera otras mujeres con quien dialogar e intercambiar ideas y experiencias, encerrada en su casa a miles de kilómetros de distancia de la civilización; sin mencionar que vivía en un ambiente rodeada de varones y apenas salía.
Pero para fortuna de la Señora Claus, y de todas las mujeres independientes y liberales, que escucharon atentamente su historia, se compadecieron de ella y dilapidaron verbalmente a su machista esposo, deseando que nuestra querida dama le pusiera una cornamenta más vistosa que la de Rodolfo, y que Coca Cola dejará de ser su sponsor oficial, les diré que un buen día, al lejano Polo Norte, llegó Internet y tiempo después le llegaron a "Santa" los papeles del divorcio.
En este punto deben saber que la Señora Claus, que ya no es tal, porque se desligó de su apellido de casada, y empezó a usar el de soltera, descubrió los extraordinarios beneficios del Botox, y se fue a vivir a una fantástica Isla Caribeña -porque de las inclemencias del tempestuoso clima polar estaba cansada- donde se dedicó a disfrutar de los placeres de la vida y montó su propia tienda de tablas de surf- diseñadas y decoradas por ella misma, claro-
Por otro lado, ese primer 24, la prístina noche de soltero del Señor Claus, luego de dar dos vueltas al cinturón debido a la pérdida de peso por las reiteradas cenas de microondas, con una barba mal afeitada, y con el peor humor que lo caracterizaba, aquel malgeniado hombre, cargó solo, las que en su tiempo eran flamantes y aterciopeladas bolsas- ahora llenas de remiendos- en el Trineo, que estaban colmadas de burdas y bastas figurillas, hechas con negro carbón- única materia prima, que derivó de la madera del pino navideño de la Sala, que se incendió por un corto circuito en la luminaria que nadie había pagado, la cual se aprovechó forzosamente porque nadie se había encargado de llevar un control de los insumos- y luego de murmurar las mágicas palabras-y otros improperios- Santa, guiado por algunos de los renos-los que no se habían vuelto salvajes- y que conformaban su escuadrón aéreo, ascendió, hasta perderse en las alturas, al abrigo del manto céfiro del cielo. Resta decir que ese año, los pobres niños del mundo, pagaron el precio por los años de mal comportamiento del primero.
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