XXVIII.
Y aquí estamos...
Presa, para variar, en una mugrienta celda en algún sótano del pueblo, con mis manos extendidas arriba con grilletes en ambas muñecas, mientras te cuento toda la historia. Ya sabes, por si estos incompetentes deciden ejecutarme y solo quedará de mí, el recuerdo de un monstruo que vivió por varios años rodeada de humanos, hasta que por fin se aventuró a matar.
Es por eso que necesito, me sigas escuchando un rato más, graves esta historia en tu mente y nunca dejes que muera, siendo lo último que quede del legado de los nephilims, y de su última hija. Es por eso que necesito, abras tu corazón a esta joven que siempre estuvo equivocada, siempre fue el centro de tanto sufrimiento, siempre supuso un mal presagio para tantas personas. Y, por último, te exijo a ti y solo a ti, que no me juzgues y aprendas a amarme, ya que no me queda quien me ame.
Siento pasos y el repiqueteo de algo contra el metal de las celdas, con un "tac, tac, tac" ensordecedor y angustioso. Trago en seco mientras el sonido aumenta a lo que el asqueroso y cínico rostro de Greelard se asoma a unos metros míos. Juro por todo que, si mis manos no estuviesen aprisionadas, le arrancaría los ojos o los dientes ahora mismo, pero ya ni fuerzas me quedan, y al final mi venganza se quedará a medias, como todo lo que he hecho hasta la fecha.
Jugué con la vida como si no hubiese un mañana, sintiéndome tan importante dentro de mi propia miseria. Es que me creí humana y que por serlo ya podía aparentar simpleza, pero jugando todo el tiempo entre bendición y verdugo.
Greelard me observa erguido y con la actitud de quien había ganado la batalla, y para qué mentir: estaba ganada. Pone su bastón al frente mientras dos hombres le pasan por al lado para abrir la celda, luego vendarme los ojos y colocar en mi cuello lo que supongo, es un collar de piedra nigra. Y vaya collar, lleno de esta maldita piedra que pesa horrores y provoca que esté a punto del desmayo en este instante. Uno de ellos agarra mi mentón y aprieta, haciéndome abrir la boca; mi nariz puede detectar un olor rancio y extremadamente amargo. Estoy en lo cierto, mi paladar está degustando un líquido extraño y de un muy mal sabor. Creo que además de desmayarme, voy a vomitar.
¡Oh, por todos los sant...!
Falsa alarma, la maldita mano retuvo mi mentón hacia arriba para evitar soltarlo todo. Sin embargo, mis parpados comienzan a cerrarse, y si les soy sincera, creo que es lo mejor; rezo por seguir dormida en el momento de mi ejecución y así no sentir dolor alguno. Hasta creo que Greelard no es tan malo después de todo. Ridículo que piense así, ¿no?
Un golpe...
Mis ojos no quieren abrir, pero tengo un mareo colosal en este momento. Otro golpe, esta vez en mis costillas. Hay algo hincándome una nalga, creo que una astilla. Y... otro golpe, que termina levantando mi cabeza y estrellándola contra la áspera sensación de la madera. Con esto se me acaba de desvanecer todo el aturdimiento.
-Conduce con cuidado, inepto -escucho decir a un hombre-. Este bosque tiene demasiada vegetación en el propio sendero.
-Disculpadme, señor -dice otro-. Es que si no avanzamos vamos a perder el carruaje del conde.
-Vamos a un mismo destino, imbécil -le regaña un tercero.
Es momento de intentar averiguar dónde diantres me encuentro y porqué sigo viva. Muevo con cuidado los dedos de mis pies y mis manos, luego mis muñecas. Al parecer no estoy atada, o no contra algo que me retenga. Me levanto lentamente hasta quedar sentada, sintiendo uno tras uno los golpes en mis nalgas por la ¿carreta?, donde me encuentro siendo transportada a algún lugar, chocando con todas las piedras y raíces del camino. Me toco la venda en los ojos y la siento húmeda, busco el nudo e intento desatarlo con torpeza hasta lograrlo. Mis ojos se abren de a poco, cegados por el resplandor proveniente de las grietas entre las ramas de los altos árboles.
Por un momento he dejado de lado todas las interrogantes que tengo en la cabeza. Reconozco este bosque, es el mismo en el cual estuve dos días esperando por Arturo y huyendo de los esbirros del conde. Y a la vez es tan diferente, como si la perspectiva cambiase por completo en el ángulo en que se contemplase, o si el hecho de no estar asustada, a la deriva e intentando huir, me hiciese ver dicha majestuosidad con otros ojos.
Bien, ya basta de divagar, Jade.
Observo todo a mi alrededor, desde el sendero por el cual estamos viajando, la carreta con la jaula donde me encuentro apresada, las espaldas de los tres hombres que guían dicha carreta; incluso el color y raza de los caballos. Miro mi propio cuerpo, semidesnudo, buscando el motivo de mis dolores actuales. Tengo grilletes sueltos en ambas manos y ambos pies, que escocen muchísimo mi piel, pero no es esa la clase de dolor la que estoy intentando descifrar de dónde proviene.
¡Ah, ciertamente! Tengo el collar puesto todavía. Lo toco e inspecciono con el tacto, buscando el cierre, pero solo encuentro un pequeño candado y ninguna llave con la cual abrirlo. Agarro con fuerza el duro cuero y la piedra semipreciosa del cual está confeccionado, pero jalar no sirve de nada y solo me provoca escozor en la garganta y en la yema de los dedos por la fuerza aplicada.
-¿Se puede saber hacia dónde me llevan?
-Ey, la esclava despertó -susurra el que lleva las riendas de los caballos-. ¿Ahora qué hacemos?
-Tu sentencia está firmada, dulce esclava -me dice el del extremo izquierdo, girándose para verme, ignorando al pobre infeliz que lleva las riendas.
-Se están tardando un poco para ejecutarme, estimado inepto.
Al parecer, el tono en mis palabras no le gusta, ya que simplemente se da la vuelta y me ignora por completo. Que mala educación tienen estos hombres, a saber quién les habrá enseñado modales y cómo se debería tratar a una dama.
Ah no. He vuelto a ser esclava...
Veo que pararme en esta diminuta jaula es imposible, así como entablar una conversación con ninguno de ellos, por lo cual termino decidiendo que lo mejor es disfrutar del paisaje mientras dure. Me recuesto nuevamente en la madera astillada, tomando aire lentamente y relajando mis tensos músculos un poco, cuando mi vista capta lo más sorprendente que he visto en mi vida.
A unos metros del sendero, alumbradas por las luces del atardecer cayendo sobre las mismas, se divisan unas ruinas antiguas de lo que pudo haber sido hace siglos atrás, un hermoso e imponente mausoleo o altar, derrumbado y cubierto por una vegetación prominente.
Tengo que doblar el cuello para continuar contemplando esa belleza cuando, casi de forma imperceptible, unos fieros y hermosos ojos esmeraldas se cruzan con los míos, mirándome fijamente desde un rincón escondido de las ruinas. Giro mi cuerpo ante la curiosidad, detallando un cabello negro con destellos azulados, que cubren un rostro esculpido donde pocas facciones pueden distinguirse tanto como su brillante mirara.
No les estoy exagerando, ciertamente el color esmeralda de sus ojos es brillante e hipnotizante.
La carreta sigue avanzando y yo desisto al final, volviendo al mismo ejercicio de relajación de minutos antes, cerrando los ojos y disfrutando de los sonidos que la naturaleza tiene por ofrecerme, pero con el recuerdo de ese misterioso hombre en las ruinas asentado en mi memoria. Relamo mi labio inferior, con una extraña cosquilla en mi vientre bajo, teniendo profundos pensamientos con un completo desconocido al cual no le vi mucho más que del busto para arriba. En fin, que me estoy volviendo completamente loca y no tengo dudas.
Vuelvo a abrir mis ojos, sin encontrar ápice de luz a mi alrededor. Tú que me escuchas, ¿puedes sentir ahora mi miedo? Intentaba tanto ser valiente y ahora que sé, voy a ser ejecutada pronto, estoy completamente aterrada. Una vez más, el Gran Padre me demuestra que no hay compasión ni misericordia en su manto, y ya es oficial: la última hija de la Aurora perecerá de una vez por todas a manos de quienes años antes exterminaron su raza.
Una puerta se abre, y por esta corre luz suficiente para que distinga nuevamente el rostro despiadado de Greelard frente a mí. Forcejeo en vano, estando atada una vez más e inmovilizada completamente. Él camina lentamente hacia la esquina donde me encuentro, enganchando una cadena al collar en mi cuello, acariciando mi rostro con cinismo y acomodando mi cabello suelto detrás de mi oreja.
-Ya era hora de libarme de ti, pequeño demonio -escupe sus venenosas palabras en mi oído, para luego propinarme un golpe a puño cerrado en el lugar de mi rostro que había tocado anteriormente.
Yo escupo a un lado, con mi labio partido manando sangre. Me sorprende que en este momento continúe con mi vista normal, sin ápice de carmesí en ella, pero la sed de sangre que siento ahora mismo no es para nada buena. Siento que voy a explotar si no descargo mi furia en este preciso instante. Greelard se levanta, apoyado por su bastón, y un hombre que no había visto a su espalda, se acerca a mí y desprende las cadenas que me retenían, agarrando la cadena enganchada a mi cuello y tirando de mí con fuerza hasta el exterior de las cuatro paredes donde llevaba tiempo aprisionada.
El sol cayendo en el horizonte, las campanadas de una iglesia a plena tarde y una multitud exaltada y agresiva, es lo que me recibe en este instante mientras estoy siendo arrastrada a una extensa tarima, donde dos pilares de madera y varios hombres me esperan. Subo escalón por escalón, siendo abucheada por aquellos pueblerinos indecentes y agredida por varias piedras y comida podrida que van tirando. Los hombres en la tarima agarran mis brazos, enganchando otras cadenas más finas a los grilletes en mis muñecas y volviendo a posicionarse detrás de mí.
Voy a girar el rostro cuando una moneda dorada volando se cruza en mi campo visual, y el sonido de otra campanada me alerta. La moneda cae a unos centímetros e intento agacharme y agarrarla, cuando el escozor nostálgico de un latigazo invade mi espalda, y luego otro y otro más.
Grito por el dolor, tan sofocante y afrodisíaco a su vez, mientras intento soltarme de mis cadenas, evadiendo otras envestidas del látigo contra mi piel. Siento la sangre correr por toda mi espalda, bajar por mis piernas y mojar el suelo a mis pies. Con la vista ya completamente roja, mis garras saliendo lentamente y mis ansias de sangre a la superficie, sigo aguantando, riendo a carcajadas por la perversidad de aquellos espectadores que no paran de lanzar monedas en mi dirección, aplaudir o soltar algún insulto hacia mí. Me deleito con cada rostro, gravándolos en mi mente uno a uno para hacerles llegar su hora, procurando no agotar mis fuerzas ante la pérdida de sangre, el dolor y la propia muerte que amenaza con avecinarse.
Observo a la muchedumbre obscurecida y recrudecida, decadente de toda decencia y humanidad, hasta que lo vuelvo a encontrar a él. Esos hermosos ojos esmeraldas que contemplé en medio del bosque por pocos segundos, tan llenos de lástima y tristeza ahora, mirándome con sumo espanto. Sus facciones recogidas en un ceño fruncido, con su puño apretado sobre su pecho; cubierto por una capa que no deja revelar el verdadero largo o color de su cabello.
Estoy completamente ensimismada, devolviéndole la mirada como si fuese presa de algo más allá de mi entendimiento. Si tú pudieses verlo, sabrías a lo que me refiero.
Y de pronto, sin darme tiempo a pestañear, pierdo total equilibro de mi cuerpo, quedando colgada de ambos brazos amarrados a los pilares de madera, con los grilletes abriéndome la carne de las muñecas. No entiendo porqué no tengo fuerzas luego de que mi maldición se haya desatado, aunque puedo creer que se debe a la falta excesiva de sangre. Cada día aprendo algo nuevo sobre mi propio cuerpo.
Levanto el rostro con pesar, observando nuevamente a la multitud mientras mi vista vuelve de a poco a la normalidad, entre los mechones sucios de pelo y sangre pegados en mi rostro, buscando nuevamente aquellos ojos esmeraldas.
-Hola y adiós, viajero.
Son las últimas palabras que he podido articular, con una sincera sonrisa en los labios y una lágrima furtiva bajando por mi mejilla, antes de perder completamente el sentido, ante el escozor de un último latigazo...
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