XVIII.

-Antonella, prepara la tina. Me urge estar lista para cuando el sol se oculte.

-Como desee, señorita Jade.

Observé a la sirvienta hacer lo que le demandé a un ritmo apresurado. Era una joven escuálida y de piel blanca al extremo. Siempre tenía expresión melancólica en su rostro, como si ocultase una tristeza a cuesta de la cual no se pudiese desprender.
En menos tiempo del que imaginé ya estaba listo mi baño, perfumado con las exquisitas esencias de lavanda y vainilla que tanto me gustaban. Metí mi cuerpo en el agua tibia, consumiendo completamente mis temores, pero no la ansiedad que se impregnaba en mi cada vez que me veía envuelta en sucesos más allá de mi alcance. En este caso, sería mi encuentro nocturno con Arturo, mi más grande amor y peor pesadilla.

Cerré los ojos y me dejé consumir por la calidez del agua, sumergiendo mi rostro completamente. Entonces, como por acto reflejo de mi pensamiento, llegaron a mi mente los recuerdos de aquella primera vez, donde casi llegué a perderlo todo...

*

-No quiero obligarte a nada que no desees, pequeña -dijo Arturo con un deje melancólico en la voz-. Lo que más me preocupa es hacerte daño.

-Esto es lo que anhelé por mucho, muchísimo tiempo. -Dejé caer mi vestido hacia mis tobillos, mostrándome completamente desnuda y vulnerable.

Él solo me observaba, no al busto o más abajo, sino a los ojos, intensa y profundamente. Dio dos pasos, acercando su cuerpo al mío, posó sus manos en mi cintura y apretó, inhalando como si no tuviese aire en los pulmones. Acto seguido llegó un beso; tímido, inseguro, incluso torpe. Ambas lenguas se mezclaron penosamente, mas por mi ignorancia que por su falta de habilidad, la cual no era el caso. Suspiró aún con su boca pegada a la mía, haciendo una mueca parecida a una sonrisa. Me volvió a besar, esa vez con la intensidad de un animal devorando a su presa luego de dolorosos días sin comer.

Yo lo agarré del cuello de la camisa, desprendiendo en el acto uno de los finos botones plateados de la misma, el cual cayó al suelo, rodando hasta quedar debajo de la cama. Desabroché el lazo que anudaba el cuello por encima de los primeros botones y, en un acto de puro impulso, abrí la tela hasta contemplar su torso desnudo. Separamos nuestros rostros, agitados por la intensidad de aquel segundo beso, mientras mi mano fue instintivamente hacia sus marcados pectorales, bronceados posiblemente por las largas jornadas en altamar. Él no dejó que mi mano llegase a su destino, cargándome como si de una pluma me tratase, caminando hacia la cama y dejándome cuidadosamente encima de esta.

Se quitó lo que le quedaba de su rota camisa, luego desabrochó el cinto de su pantalón de cuero y con un pie sacó la bota del otro. Verlo solo cubierto de la cadera para abajo me dejó sin posibilidad de respirar. Cerré los ojos y los tapé con los codos, cruzando ambos brazos por delante de mi rostro. Dejé de ver, pero eso solo agudizó el resto de mis sentidos, en especial el tacto.

La sensación de sus manos en mis muslos, abriendo mis piernas, hizo que soltara un pequeño grito ahogado por el susto y la impresión tan reveladora que me había surgido al estar a oscuras. Sentí como exploró, posicionando su boca sobre mi piel y depositando sutiles besos que quemaban cada zona por la que pasaban sus labios. Jugó a su gusto con mi cuerpo hasta llegar a mi altura, agarrando mis brazos y forzándome a abrir los ojos para mirarlo.

Instintivamente solté una lágrima, la cual secó con un dedo antes de que esta bajara hacia mi oído y cabello. Besó mi mejilla y me volvió a mirar fijamente.

-Jade, acabarás con la poca cordura que le queda a este viejo aventurero -dijo con la voz entrecortada y carrasposa.

-Señor Delorne, yo deseo a este viejo aventurero más que nada en este mundo -confesé con mi voz en un estado similar.

-Ay, pequeña, las locuras que uno puede llegar a cometer por amor...

Después de esa clara declaración me dejé hacer a su voluntad. Las caricias y los besos continuaron, el roce y la pasión inundando toda la habitación, nublando el estupor y la decencia ante una muestra de cariño y deseo genuino... o lo que yo creí que era genuino. Solo bastó un instante para que todo acabase, alejando a aquel que tanto amé, ante el miedo y la impotencia de no poder dominar los instintos de su amada y la maldición en su sangre, en mi sangre...

*

Emergí del agua bruscamente, tosiendo ante la falta de aire y volviendo en mis sentidos luego de divagar en un recuerdo que casi me termina matando. Toqué mi pecho, el cual palpitaba acelerado por el susto que había acabado de pasar. Decidí que ya era hora de salir de la tina, llamando a Antonella para que me ayudase a secarme y vestirme adecuadamente.

La sirvienta me ayudó sin decir palabra alguna, a pesar de haberme visto casi desfallecida intentando salir de la tina sin fuerza suficiente por la apnea causada minutos antes. Secó mi cabello con una suave toalla de algodón y lo peinó en una pulcra trenza alta, adornada con horquillas y flores silvestres secas. Escogió para esa noche, a sabiendas de con quién me encontraría, un sedoso vestido plateado y azul marino, de damasco y tul sin mangas y sin corsé, justo como lo estaba deseando. Respiré aliviada de no tener que llevar el maldito corsé a una reunión en la cual no iba poder respirar con normalidad.

Luego de vestirme, perfumó mi cuello con esencia de sándalo y rosa, colocó una tela sobre mis hombros por si necesitaba cubrirme del frío y sereno de la noche y abrió la puerta de la habitación, dejándome salir al fin a mi encuentro.

Caminé con paso decidido, cruzando el portón que daba paso a los grandes jardines traseros, adornados en forma de sencillo laberinto. En el medio de este se alzaba una hermosa glorieta cubierta por enredaderas, en la cual descansaban en medio unos asientos a los cuales me dirigía.

-¿A dónde crees que va a estas alturas de la noche? -preguntó alguien a mis espaldas. Di la vuelta y lo reconocí, era Roller, uno de los capataces. Dudé en qué pudiese estar haciendo a esas horas en ese lugar ya que la servidumbre tenía prohibido pasear por los jardines y alrededores del palacete fuera de su jornada laboral. Igual pensé que podría estar haciendo guardia.

-Voy al encuentro con uno de los invitados -dije sin mirarlo, continuando mi camino-. Es parte de mi trabajo y espero que no interfiera, señor Roller.

-¡Recuerda qué eres, esclava ingrata! -gritó, en clara señal de provocación.

No di la vuelta ni le seguí el juego. Caminé con paso firme hasta adentrarme en el laberinto, llegando rápidamente a la glorieta donde una figura masculina se alzaba bajo la luz de unas hermosas velas, mirándome fijamente con una media sonrisa en el rostro y ambas manos cruzadas en su espalda. Me detuve en una distancia prudente, haciendo una leve inclinación como el saludo más cortés y distante que se me ocurrió en ese momento.

-Temía que no vinieses -sinceró.

-Yo temo todavía haber venido -sinceré de igual forma.

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