XVII.
-Jade, ¡para ya! -gritó Meggias. Me agarró por ambos hombros, sacudiendo mi cuerpo, el cual no paraba de forcejear para salir de ahí.
Dakofz estaba siendo castigado por mi culpa. Si el llegase a morir en ese tronco, no iba a haber nadie para cuidar a Adarah y al bebé, o a la pobre Naná que ya no podía ni con su alma.
-Necesito que me sueltes, ¡por lo que más tú quieras, Meggias!
-Volviendo ahí solo empeorarás la situación -dijo, apretándome con más fuerza-. Te están provocando; Jade. Todo esto está sucediendo por ti.
-No puedo dejar...
-Yo soy quien no puede dejar que vuelvas allá. Adarah podría sufrir las consecuencias de tu imprudencia.
El que nombrase a mi amiga me abrió la mente. No era momento de flaquear, o de derrumbarme como había dicho Arturo en la nota que me dejó esa mañana. Por eso no quería que bajase, para no tener que presenciar dicho espectáculo.
Me relajé, pensando detenidamente en los últimos acontecimientos dentro del palacete desde que llegaron los nobles a él. Busqué en mi mente cada pista del plan que ellos estaban ejecutando, cada palabra que me fuese útil en lo que iba enfriando mi cabeza y comenzando a razonar por primera vez en esas veinticuatro horas.
Me levanté con brusquedad, a lo cual Meggias, asustado, volvió a agarrarme por los hombros.
-¿En qué estás pensando? -preguntó al ver la expresión en mi rostro, soltándome y cruzando sus manos en frente de su pecho.
-Necesito acabar con ellos.... -pensé en voz alta-. Juro que los mataré si tocan un solo cabello de Adarah.
-Esta no eres tú -negó con la cabeza, decepcionado por mis palabras.
Con una nueva convicción incrustada en mi mente y en mi corazón, le miré a los ojos, demostrando la determinación de mis palabras.
-Esta seré yo a partir de ahora.
Volví a mi habitación con paso firme. Ya no me importaba encontrarme con Darly o con cualquiera de los invitados. Primer noble que se cruzase en mi camino y este palacete conocería el olor a sangre, lo había jurado por mi raza.
Ya dentro pude notar como las sirvientas habían vuelto a entrar sin autorización, dejando un vacío donde antes estaba el espejo que había roto esa mañana. Unos leves toques en la puerta me hicieron brincar del susto, pero me recompuse rápidamente, inhalando todo el aire que pudiese y abriendo un poco para ver de quien se trataba.
Antonella, la misma sirvienta joven que me había ayudado la noche anterior, se encontraba con una bandeja en la mano y su mirada pegada al suelo.
Abrí más la puerta y le dejé entrar. Colocó la bandeja encima del escritorio, la cual traía un poco de té y un pequeño aperitivo. Ver otro sobre debajo de los cubiertos me alertó, mas procuré disimular delante de ella.
-Debo agradecerte por la infusión de ayer -dije, iniciando la plática con el fin de sacarle un poco de información-. Sin tu ayuda no me hubiese podido dormir luego de lo sucedido.
-No es la primera en pasar por esto, señorita -dijo nerviosa-. Ha habido casos similares en este lugar desde hace años.
Esa revelación hizo hervir mi sangre. Desde que conocí a Greelard lo consideré un hombre despiadado, manipulador y sin sentimientos. Sin embargo, jamás habría imaginado que le importase tan poco su servidumbre, al punto de permitir que sucedieran esos viles actos con frecuencia.
Jamás me había enterado de nada en todo el tiempo que llevaba en el palacete, pero puedo justificarlo al hecho de que, hasta hacía un mes, yo solo era un animal de caza que tenía prohibido entrar más allá de los establos.
-No debes ser tan formal. En cuestión de clase tú estás por encima de mí. Recuerda que debajo de estas ostentosas prendas solo hay una esclava sin futuro.
-En este instante yo estoy por debajo suyo, señorita.
-Explícate mejor, Antonella -demandé.
-El señor Delorme me dio la función de atenderla. A partir de ahora yo estaré a su alrededor, dormiré en un rincón de su habitación y le ayudaré en lo que usted requiera.
-¿Y las doncellas que me fueron asignadas?
-Ellas ya no la atenderán más. Fue una petición exclusiva del señor Delorme a nuestro señor.
Se encogió y tapó levemente su boca, quizás pensando en que estaba revelando demasiado. Me dejé caer en el borde de la cama, pletórica por todo lo que estaba procesando en ese momento.
-Antonella, necesito que me alcances el sobre que está en la bandeja -pedí, señalando al escritorio. Ella hizo lo que le pedí, colocándose nuevamente a una distancia prudente de mí, firme como caballero en plena guardia-. Te voy a pedir otro pequeño favor: sal un momento y espera afuera. Me urge un poco de privacidad ahora mismo.
La sirvienta me miró un instante, hizo una leve inclinación algo insegura y salió despacio, no sin antes dejarme claro que esperaría frente a la puerta. En cuanto esta se cerró, abrí desesperada el sobre, sacando el contenido, el cual era una pequeña carta redactada, como suponía, por Arturo.
«...Ha ocurrido un cambio de planes en mi vida, todo por tu causa nuevamente. No te cansas de hacerme perder la cabeza y creo que se ha convertido en un vicio para mí. No puedo perdonarte, jamás lograré hacerlo, mas quiero dejarte algo bien claro, Jade: haré lo que esté a mi alcance por protegerte de todos, pero más todavía, de ti misma... Estate lista para la noche. Yo debo partir mañana a un pequeño viaje, pero no quiero irme sin antes verte y poder explicarte algunas cuestiones... Te espero en la glorieta del jardín trasero, luego que termine la reunión de hoy...»
Volví a meter la carta dentro del sobre, caminando hacia en escritorio y colocando la evidencia encima de la llama de una vela encendida que alumbraba el pequeño espacio. La hoja ardió lentamente, consumiéndose por completo en mi mano, la cual no salió ilesa de estar en contacto con el fuego, pero, más que escocerme, palpitaba como todo mi cuerpo debido a la ansiedad que se había apoderado de mí.
Abrí nuevamente la puerta y dejé pasar a Antonella, quien al ver mi mano se revolvió nerviosa por toda la habitación, buscando vendajes o algo con lo cual curarme. Luego de calmarla y jurarle que estaba bien, le senté en frente mío y comencé a preguntarle todo lo que me venía a la cabeza sobre el palacete antes de mi llegada, el cómo Arturo logró delegar en ella la responsabilidad de cuidarme y si estaba dispuesta a ayudarme en todo a partir de ahora sin protestar, haciéndola jurar total discreción y lealtad de su parte.
«Algo gordo se está tejiendo en este lugar. No puedo confiar en nadie, pero tampoco puedo hacer esto sola...»
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