XVI.

Su mano apretaba contra mi boca mientras con la otra sacaba el cinturón de cuero de su pantalón. Lo enrolló en su puño y me lo mostró, amenazante. En ese momento me hice pequeña, encogida ante la amenaza y por mi imprudencia anterior, la cual solo hizo empeorar las cosas.

Los toques en la puerta pararon y se sintieron pasos alejándose, cuando el mal nacido golpeó mi vientre con la hebilla del cinto, sacándome el aire de los pulmones. Otro golpe más, aún estando encima de mí y pensé que al fin podría perder la conciencia hasta que esa pesadilla acabase. Volvió a coger el ritmo de embestidas con más fuerza cuando mi corazón, sin previo aviso, comenzó a latir con fuerza. Me relamí el labio para notar que estaba sangrando, quizás por la presión de los golpes o tal vez por la fuerza con la cual había contenido los gritos apretando la boca.

Mi vista comenzó a nublarse rojiza y sentía el crecer de mis garras y colmillos. Controlando mis instintos, pero con la rabia suficiente como para descuartizar al asqueroso patán que me violaba, despegué una mano de mi rostro y la coloqué en su espalda. No abrí los ojos, solo procuré sentir al tacto su columna vertebral por si fuese a necesitar matarlo, o inmovilizarlo al menos. Estaba planteándome por fin la idea, disociada por el dolor y la angustia, retraída ante la convicción de no matar a ningún otro humano. El impulso, solo me faltaba el impulso para hacerlo.

«No dudes, eres tú o él...», pensé.

De golpe, la puerta de la habitación se vino abajo justo cuando estaba a punto de cometer una atrocidad. Abrí los ojos asustada por el estruendo, observando a un Arturo angustiado entrando hasta ver la escena. Darly salió de encima de mí, abrochando su pantalón y recomponiéndose ante el intruso.

-Es...esta señorita me ha provocado, Delorme. Se hacía una dama tan recatada y a espaldas de todos me incitaba a pecar de su cuerpo...

Arturo caminó hacia nosotros, me observó, temblando, hecha un ovillo entre las sábanas, desnuda y vulnerable. Pasó su mirada al señor Darly y sin mediar palabra le propinó su puño en la mejilla del maldito.

-¡Sal de aquí si no quieres que te mate! -gritó.

-Esto no se quedará así, Delorme. ¡Me las pagarás!

-He dicho que salgas de la maldita habitación, ¡ahora! -volvió a gritar, preparando su puño nuevamente.

El noble salió corriendo sin pensarlo dos veces. Sentí los pasos apresurados de personas, posiblemente la servidumbre, caminando por el pasillo a ver qué había sucedido. Arturo salió un momento de la habitación. Miré a la entrada un poco confundida y atónica, notando el resplandor de varias velas y unas voces susurrando. La luz se fue atenuando lentamente hasta desaparecer y él volvió a entrar.

Yo no paraba de temblar, entre el dolor punzante en mi estómago y la angustia por lo que había sucedido, mi cuerpo se negaba a reaccionar como yo quería. Cerré los ojos y escondí mis manos, temerosa de que Arturo notara mi estado y fuese a hacer algo, mas el llanto no tardó en oprimir mi garganta y comencé a sollozar descontrolada ante la impotencia. Me levanté con brusquedad de la cama, tan rápido que terminé cayendo al suelo por el mareo. Arturo se arrodilló, agarró mi rostro entre sus manos y sin pensarlo dos veces, aun habiendo visto mis ojos, me abrazó con furia.

Sentí su corazón acelerado, mucho más que el mío. Pasaron incómodos instantes en que no mediamos palabra alguna y el abrazo amenazaba con ser eterno. Sentir su olor tan cerca llenó mi mente de nostalgia, pero la mágica burbuja explotó cuando otra punzada en el abdomen me hizo contraerme. Me separé de su abrazo, mirando la zona del dolor, descubriendo un gran verdugón a un costado de mi ombligo, de un color casi negruzco y una dimensión considerable. Tenía exactamente la forma de la hebilla con la cual Darly me había golpeado. Volví a mirar a Arturo, el cual había cambiado a una expresión completamente nueva en su rostro: ira.

Con pesar me ayudó a ponerme en pie y sentarme al borde de la cama. Agarró la bata y me la puso por encima, pero sus movimientos se habían tornado mecánicos y torpes. Debía estar pensando en mil cosas en ese instante.

-Gracias -articulé penosamente, retraída ante el hecho de deberle algo justamente a él.

No dijo nada. Salió de la habitación y al cabo de unos minutos regresó de la mano de una de las sirvientas más jóvenes de la servidumbre. Dakofz también lo acompañaba. La sirvienta recogió las sábanas manchadas de sangre, sudor y lágrimas y salió corriendo, mi amigo por su parte me llevó al lavado y limpió mi cuerpo con un paño húmedo, haciendo énfasis en mi rostro, cuello y busto; lugares donde había sido lamida y mordisqueada.

No vi más a Arturo, el cual seguramente se marchó en cuanto me dejó en buenas manos. La sirvienta había preparado en la cocina una infusión, la cual tomé nerviosa, derramando un poco por el temblor de mis manos. El sueño me apoderó en lo que mis sábanas fueron cambiadas, al punto de quedar rendida en los brazos de mi amigo, el cual me cargó para acostarme entre las telas nuevas y arroparme, no sin antes apartar el pelo de mi frente y acariciar mi enrojecida mejilla. Sin poder abrir los ojos por el cansancio, noté el sonido de una silla arrastrada y alguien sentándose. Al parecer, esta noche dormiría con compañía, lo cual me aliviaba de sobremanera.

Abrí mis ojos, sin tener certeza de cuántas horas había pasado durmiendo. Ya la puerta estaba completamente arreglada y la habitación impecable. El fresco olor a frutas me abrió el estómago, haciendo que fuese difícil controlar la saliva dentro de mi boca. Giré y noté una bandeja llena con un delicioso desayuno, un té que ya debía encontrarse algo frío y una pequeña nota debajo de los cubiertos.

«...Come y recupera fuerzas, aún es temprano para derrumbarte. PD: Recomiendo que no salgas hoy de la habitación; es lo mejor...»

Arturo Delorme Williams.

Me quedé pletórica por el contenido de la nota. Comí sin pensarlo, atracándome con la fruta sin apenas masticarla. Con cuidado intenté levantarme de la cama y noté el ligero escozor en mi mejilla y un leve dolor en mi vientre. Levanté la bata y el verdugón que tenía antes de quedar dormida ya estaba casi desvanecido. Me arreglé lo mejor que pude por mi cuenta, recogiendo mi cabello en una trenza y escogiendo un vestido holgado con el cual no necesitase ponerme el asfixiante corsé.

Al mirarme en el espejo volví a sentir un escalofrío recorriendo mi cuerpo. Sin pensarlo dos veces cogí un adorno del tocador, estampándolo contra el espejo, haciendo añicos la sucia imagen que se había reflejado ante mí.

«Ya no más...»

Salí de la habitación, temerosa de encontrarme con Darly, caminando apresurada por el solitario pasillo hasta llegar a la entrada principal del ala este. No sentía cerca las voces de los nobles, lo cual me alertó un poco. Corrí entonces hasta la parte trasera del palacete, entrando a la amplia cocina y saliendo al jardín trasero. Comencé a escuchar gritos a medida que iba avanzando.

Sostuve la falda del vestido para no tropezar, corriendo más deprisa hasta donde sentía el alboroto. El cuerpo comenzó a temblarme a medida que avanzaba más a donde sabía que se encontraba el tronco, lugar de castigo de los esclavos.

Doblando y pasando los establos, mi mirada se cruzó con la mirada de Dakofz, pálido y sudoroso, siendo azotado ferozmente delante de todos los nobles y del señor Greelard.

Me dejé caer de la impresión, soltando un grito ante el susto por lo que estaba presenciando. Adarah se encontraba detrás, sujetada por uno de los capataces, llorando desconsolada y pidiendo clemencia por su amado.

Lo más horrible de todo, fue darme cuenta de quién estaba propinando cada infernal azote a mi amigo, y era nada más y nada menos que en señor Darly. Cambié mi vista a mi amo, el cual me observaba con una sonrisa sínica en el rostro.

-Saca toda tu furia, amigo mío -dijo-. Espero que quedes satisfecho y luego de esto puedas perdonar la incompetencia y mal actuar de Jade.

Fue entonces que comprendí todo. Greelard estaba cumpliendo lo que prometió: cada acción de mi parte que pudiese perjudicarlo, tendría repercusiones importantes para aquellos que eran cercanos a mí. Busqué a Arturo con la mirada, pero el maldito la desvió, ignorándome. Me levanté y acerqué, intentando frenar aquella ridícula pesadilla. Sin embargo, las toscas manos de Meggias me agarraron por la cintura, sacándome de ese lugar mientras escuchaba las risas burlonas de los nobles, al compás de los gritos desesperados de Dakofz cada vez que el látigo desgarraba su piel.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top