XV.

El palacete se encontraba relativamente tranquilo. Cada vasallo, sirviente y esclavo cumplía su función: lavar ropa, regar la huerta, podar los jardines, preparar la cena y atender a los invitados. Los nobles llevaban más de un mes en los terrenos del conde, saliendo apenas de vez en cuando para atender alguna de sus obligaciones y efectuar los preparativos del secreto plan que se estaban trazando para controlar la fuente de mayor riqueza y comercio del continente: la trata de esclavos.

En varias ocasiones se podían escuchar sus risas por toda la estancia, cuando el alcohol hacía sus efectos y era fácil sacarles información; la información necesaria para estar alerta a sus siguientes pasos.

-N...o queda mu...mucho -dijo el marqués de Debershire entre hipo y momentos de inconciencia-. Una dama no de...vería estar pregunta...do estas cosas, pero te voyyy a respon...der.

-Cuida tu boca, maldito Damillo -intervino Freud, la mente maestra de este círculo-, capaz y esta bella dama nos termine arruinado el plan.

-No se...as patán, Freud. Esta dulce mu...mujer no sería capaz de ha...cernos na...nada -dijo otro de los nobles mientras se levantaba penosamente y agarraba de la mesa su cuarto pedazo de carne a devorar.

Freud no parecía estar de acuerdo. Cerró su boca y continuó disfrutando del manjar mientras la música sonaba y el vino parecía no acabarse.

Dakofz caminaba de un lado a otro, nervioso por alguna razón. En varios momentos se le pudo ver entrando al bosquecillo y saliendo con sus mugrientos pantalones abultados a los lados, como si hubiese recogido hierbas o algo de allí dentro.

Por su parte, Nana no había salido todo el día de la barraca, Adarah junto a ella. Algo muy extraño estaba sucediendo ese día y nadie dentro del palacete tenía idea del infortunio y consecuencias que traería para la vida de todos.

-La fiebre no ha bajado desde entonces -dijo Dakofz a uno de los capataces.

-No quiero esclavos enfermos en esta barraca, solo dificultan el trabajo de los otros.

-Yo me comprometo a realizar sus tareas, señor -prometió-. Ella no puede trabajar así en su estado. Es una anciana, hasta ahora nunca ha incumplido. Ténganle misericordia, por lo que más usted quiera.

El capataz agarró el látigo y lo enseñó, como queriendo advertirles a los demás esclavos. Escupió a un costado y mostró su podrida dentadura en una sonrisa burlona y macabra.

-Esto queda para todos ustedes. La vieja Nana no será un estorbo aquí, todos seguirán con sus obligaciones si no quieren ser castigados. Recuerden que ya contamos con varios esclavos menos, pero las tareas solo siguen creciendo.

Adarah se revolcó en su esquina, tocando su pansa y evitando mirar al capataz. Él, al notar su falta de atención, dispuso a caminar a su dirección, en lo que Dakofz se interpuso en su camino, arrodillándose a sus pies y besando la bota del desgraciado.

-Usted ordena y nosotros cumplimos.

Ese gesto fue suficiente para desviar la atención del capataz, el cual levantó la cabeza del esclavo con la bota, soltó una enorme carcajada y dio la vuelta para salir de la barraca, con el ego elevado y un caminar satisfecho.

Dakofz se quedó arrodillado en el suelo, mirando a la nada. Adarah saltó de su rincón a abrazarlo por la espalda mientras el resto de esclavos se le unían uno tras otro, enlazados en la gran causa de ocultar el embarazo de Adarah y rezar por la vida de Nana, a la cual no le quedaban casi fuerzas para continuar en este mundo por mucho tiempo.

Yo, por mi parte, con el corazón en la mano, salí de la esquina donde me encontraba observando todo desde fuera y volví a entrar al palacete.

La tarde pasó tranquila y la noche llegó sin que mi presencia fuese solicitada. Mi cabeza dolía por el apretado peinado que llevé durante todo el día. Me había desenredado por completo el cabello, mas no podía dejar de pasar el fino peine una y otra vez, mirando fijamente mi figura en el espejo. Incluso con tantos adornos, con la fina bata de terciopelo, el cuerpo perfumado y la piel suave, no dejaba de verme como aquella joven descuidada y desarreglada de la isla, o como la sucia esclava en que me había convertido.

Una lágrima cayó por mi mejilla al recordar también el tiempo en que usaba vestidos, no de la misma calidad, pero sí tan hermosos como estos, cuando vivía suspirando por mi aventurero mientras esperaba su llegada cada día desde el alfeizar de la gran ventana en la que era mi habitación.

Bajé la vista ante el ridículo recuerdo de aquello que fue mi vida antes de caer aquí. Acaricié con la yema de mis dedos el fino material de la bata semitransparente, hasta que un sonido a mis espaldas me hizo levantar la vista nuevamente. En el espejo se reflejó detrás de mí, uno de los invitados del conde, entrando con sigilo a la habitación y cerrando la puerta con cerrojo, escondiendo la llave en un bolsillo de su pantalón.

Me levanté sobresaltada, pegándome a una de las columnas de la cama sin perderle la vista de encima.

-¿Qué desea a esta hora, señor Darlys?

«Esta visita no me está dando buen presentimiento...», pensé.

-Llevo muchísimas lunas queriendo acercarme más a ti, querida -dijo en tono meloso-. Pensando en tu posición, había mantenido mis distancias, pero, no aguanto más estos deseos incontrolables en mi interior.

-Señor, no considero adecuado que entre en la habitación de una señorita; menos a esta hora de la noche. -Me recompuse, parándome recta y tapando los lugares donde la bata se transparentaba con mis manos-. Le exijo que abandone inmediatamente mi alcoba y prometo no tocar el tema en próximos encuentros. Soy mujer de palabra.

Comenzó a reír a carcajadas mientras iba estrechando la distancia que nos separaba. Apoyó una mano en la columna a mis espaldas, pegando su rostro al mío al punto de poder sentir su respiración. No aparté mi mirada de la suya, encarándolo con la mayor seriedad que mis nervios me permitían sentir. Con mis brazos en la espalda, intenté buscar a ciegas algún objeto cercano con el cual pudiese defenderme, mas las manos me temblaban y no logré encontrar nada a tiempo. Él agarró de repente mi cuello, apretando al punto de cortar el flujo de oxígeno a mi cerebro.

-Lamentablemente, no eres una dama. Menos todavía una señorita.

-¿A-a qué se refiere? -pregunté con las pocas fuerzas que tenía. Puse mis manos sobre la suya, intentando disminuir su agarre, el cual me estaba comenzando a dejar sin aire-. Suél...teme, se lo suplico.

-Ya estás comenzando a revelar tu verdadera naturaleza, la de una eslava sumisa y sucia -espetó.

-No...

Apretó con más fuerza mi cuello. Con su otra mano comenzó a recorrer mis piernas por encima de la bata, hasta agarrarla y subirla a la altura de los muslos.

«¿Qué hago ahora...?»

Metió la mano por dentro de la misma, amasando mi carne hasta llegar a mi zona más sensible. Solté un quejido, aterrada por lo que ese maldito me estaba haciendo. Mi mente dejó de pensar cuando, por acto de puro impulso, subí mi pierna con fuerza y le propiné una dura patada en su entrepierna.

-¡Maldita! -gritó, doblándose por el dolor.

Logré desprenderme de él y corrí hacia la puerta. Intenté abrirla, comencé a golpearla esperando a que alguien escuchara. Pedí socorro hasta que él, recompuesto, tapó mi boca y jaló de mi cabello con brusquedad.

El cuerpo comenzó a temblarme ante temor, la repulsión y el enojo. Necesitaba aire, mis miedos me estaban ahogando lentamente. Recé porque sucediera algún milagro, porque Darly recobrara la compostura y saliera de mi alcoba, pero eso no estaba sucediendo.

Con fuerza me tiró encima de la cama, quitándome la bata en el acto y dejando mi cuerpo completamente al descubierto. Estaba encima de mí, agarrando mis manos y aprisionando mis pies con los suyos. Una bofetada me hizo quedar atónica, frenando todo mi forcejeo. Lo miré fijamente a sus ojos, vidriosos y oscuros por el desenfrenado deseo que parecía tener reprimido.

Desabrochó su pantalón, dejando a la vista su miembro, abriendo mis piernas y apretándose contra mí. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando sentí como lo frotaba entre mis piernas. Me ensartó con brusquedad, sacándome un gemido de angustia más parecido a un grito ahogado por el dolor de su tosca penetración. Comenzó su arremetida y yo solo pude, una vez que mis manos estuvieron libres, tapar mi rostro y llorar en silencio mientras aquel monstruo saciaba su sed a mi costa.

-Eres exquisita... -dijo jadeando. Su voz, el tono y tesitura; todo lo que salía de su boca me parecía asqueroso.

-No me mire -supliqué-. Por favor, termine ya.

Llegó una embestida más fuerte. Sus toscas manos me tocaban por doquier mientras su boca mordía mi cuello, mis senos, mi clavícula. No podía controlar las arcadas y el llanto; contraje con fuerza intentando que el dolor disminuyese, pero eso solo logró que gimiera como animal mientras aumentaba el ritmo de sus embestidas.
Dos golpes en la puerta lo hicieron parar y mirarme, pidiéndome total silencio. La sangre se me heló en el acto. Observé la puerta e intenté empujarlo, sacarlo de encima de mí, escapar de su agarre.

«¡Qué alguien me salve, por todos los santos, antes que suceda algo peor!»

Quien estuviese afuera volvió a golpear y solo pude hacer lo más imprudente que se me ocurrió en el momento...

-¡Ayuda...!

Espero que les haya gustado este capítulo. Déjenme dicho en los comentarios qué piensan que podrá suceder a continuación!

Recuerden que esta semana toca maratón ❤ Así que esperen próximo capítulo dentro de poco.

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