XI.


Necesitaba las fuerzas suficientes para aguantar las ansias que me envolvían cada noche, al estar en mi pequeño rincón de la barraca mirando al techo, con solo una vela encendida alumbrando el espacio, creando sombras tan atemorizantes como aquella bestia escondida en mi interior.

Pensaba a cada instante en mi pasado, mi vida en la isla, el último recuerdo de Rubí chamuscada y mis conocidos siendo consumidos por el fuego o siendo mutilados ante mis ojos. Cada día intentaba enfocarme en mi nueva vida, mis obligaciones y el hecho de tener por lo menos un techo y comida para llevar a la boca, con el único precio de perder mi libertad. Sin embargo, no estaba tan mal, había aprendido a vivir con eso ya que, al no tener un apoyo en este mundo que desconocía por completo, nunca hubiese podido sobrevivir estando sola.
Intenté cerrar los ojos y buscar una posición más cómoda entre la paja, logrando que el sueño me alcanzara con facilidad.

Desperté pocas horas después debido a un estrepitoso tronar del cielo. Me levanté exaltada y corrí a abrir la puerta de la barraca, encontrando un día tempestuoso y con mucho viento. El frío producido por la ventisca calaba hasta mis huesos y las heladas gotas de lluvia cayendo como piedras del cielo, no dejaban ver más allá de pocos metros. Agarré el saco que cubría la paja de mi rincón, notando que Adarah, Dakofz y los demás esclavos no estaban por ningún lado. Me puse el saco por encima para taparme un poco del frío y salí corriendo de ahí, intentando divisar la entrada a los establos de la parte trasera del palacete, preocupada porque los corceles estuviesen correctamente amarrados.

Apenas podía ver con tanta agua entrando a mis ojos, mientras el fuerte viento empujaba mi cuerpo hacia los lados con afán de hacerme caer. El barro tampoco ayudaba a que pudiese avanzar más deprisa y en algún momento llegué a caer de bruces al suelo, torciéndome el tobillo y sin posibilidades de moverme.

Volvió a tronar como si el mundo fuese a destruirse y un escalofrío recorrió mi espalda ante el temor de que algún rayo pudiese alcanzarme ahí tumbada. Comencé a llamar a Dakofz y Meggias a gritos, pero mi voz era opacada por el sonido del viento y el agua tocando el suelo.

-Solo me queda usarte nuevamente -dije apretándome el pecho-. Algún día lograrás matarme, pero prefiero usarte que morir aquí congelada o chamuscada por un rayo.

Mordí mi labio y lamí la sangre saliente de este. Mi vista comenzó a enrojecerse y mi pulso se aceleró un poco, pero no fue suficiente. Me seguía doliendo el tobillo y aún era incapaz de moverme. Observé mis largas garras y suspiré, cerrando los ojos y rezando. Con el dedo índice pasé la garra con cuidado por mi brazo de la mano contraria, pero nada; seguía igual, luego lo hice a mayor profundidad bajando por en centro de mi pecho y tuve el mismo resultado.

Estaba comenzando a perder la paciencia y al mismo tiempo la esperanza de salir de la lluvia, maldije por haber salido de la barraca y volví a observar mis garras, frustrada con mi maldición por no ayudarme cuando más lo estaba necesitando. Un tercer trueno retumbó más cerca y, ante el susto provocado y sin medir las consecuencias, corté mis muñecas y observé como chorros de sangre salían por estas, haciendo que un enorme vértigo me atacara mientras mi pecho comenzaba a doler y mi respiración iba forzándose cada vez más.

Logré pararme y la ansiedad me hizo caminar obviando el dolor y la hinchazón, empecé a avanzar, pero no tenía la menor idea de a donde me estaba dirigiendo, perdiendo de a poco el control de mi cuerpo. La lluvia comenzó a cesar mientras caminaba lentamente al interior del bosquecillo donde solía cazar para el conde. Sentí el ladrar de los perros de mi señor y a los capataces gritando, pero no me detuve ni miré atrás. Muy adentro de mí necesitaba calmarme antes de volver al palacete o a la barraca ya que no estaba segura de poder controlarme y no herir a nadie. Caminé hasta la profundidad del bosque y, cuando escampó completamente, me vi asestándole golpes y rasguños a un tronco de árbol como si estuviera poseída. Golpe tras golpe la madera iba cediendo y agrietándose hasta que cayó al suelo y una banda de aves salieron volando del lugar. Me dejé caer y observé mis muñecas, pálidas y manchadas de sangre seca como mis manos y posiblemente todo mi cuerpo. La pérdida de sangre seguramente me dejaría en cama por un día completo y luego, ante la imposibilidad de servirle a mi señor, sería enviada nuevamente al tronco a que me azotaran o castigaran de alguna u otra forma.

Qcurruqué mi cuerpo hecho un ovillo, apretando lo más fuerte que podía para evitar llorar. El sonido de pisadas acercándose me hizo mirar al frente y pude distinguir un cuerpo saliendo de entre la maleza, luego otro y, por último, los perros de caza del señor Greelard. Al forzar más la vista noté a Meggias como uno de ellos, corriendo hacia mí y envolviéndome entre sus brazos. Me cargó por debajo de los brazos y las piernas y volvió junto a los demás para regresar a los jardines del palacete.

Todo el camino estuve con los ojos cerrados y las garras ocultas. Nadie en la mansión salvo mi amo, me habían visto antes convertida y me atemorizaba saber sus reacciones cuando presenciaran esta, mi otra cara. En el camino todo volvió a la normalidad, mas no me llegué a dar cuenta hasta que abrí los ojos y Meggias me soltó, apoyando un pie en el piso y cayendo por el calambre que adormeció toda mi pierna.

Dakofz llegó entonces, corriendo hasta mi rincón y agarrando mi rostro entre sus manos. Su calor me reconfortó lo suficiente para calmarme un poco, por lo cual me eché a un lado y lo incité a sentarse conmigo. Meggias nos veía desde la puerta y solo se marchó cuando Adarah llegó con vendas, agua y algunas plantas medicinales para curar mi torcedura.

El resto de esclavos fueron entrando a medida que caía la tarde y en algún momento llegué a preguntarme porqué no había nadie en el barracón cuando desperté si al fin y al cabo estaba lloviendo.

-El señor nos mandó a llamar bien temprano cuando la tormenta comenzaba apenas -dijo uno de ellos luego que decidiera preguntarle.

-Tuvimos que reforzar los ventanales, amarrar bien los caballos y recoger las futas de la cosecha de ayer que se quedaron fuera de la cocina en los sacos -interrumpió una de las esclavas más viejas-. Pequeña Jade, ayer fuiste azotada y estabas exhausta, no podíamos despertarte.

-Pues bien que me fue, Naná, que hasta terminé con una torcedura, anemia y un miedo visceral a los truenos -le dije de forma irónica.

-Después de todo corriste con suerte...

-¿Suerte? -grité incrédula-. Naná, todos se empecinan en decirme lo "suertuda" que soy cuando solo me ocurren desgracias. Hoy no les pude ayudar en la mañana y pasé toda la tarde acostada sin poder mover el pie; seguramente el capataz me envíe al tronco en un rato y tú todavía dices que tengo suerte...

La anciana esclava me observó y luego pasó su mano por mi despeinada melena. Agarró una manzana de su rincón y con un rústico cuchillo de piedra la cortó para mí.

-Si tienes suerte -dijo-. Notarás que faltan dos esclavos; ellos cayeron por la peña del este yendo detrás de uno de los caballos al comenzar la tempestad. No se salvaron.

-Y el amo casi enloquece cuando notó tu ausencia -expresó Adarah que se encontraba a nuestro lado-. Mandó a los perros a buscarte cuando paró de llover. Incluso Meggias salió en tu búsqueda cuando vio el alboroto.

Dicho eso último me dio un codazo y comenzó a reír. Yo por mi parte volteé mi cuerpo y cerré los ojos. No estaba de humor ni siquiera para escuchar de Meggias.
La imprudencia de usar mi maldición al límite, sin saber cómo controlarla, casi me llegó a matar. Necesitaba aprender pronto a dominar mis instintos e intentar que mi cuerpo no actuara a su voluntad, aunque eso significara quedarme sin una gota de sangre a derramar, todo con tal de poder proteger a mis amigos en vez de seguir siendo protegida yo por ellos.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top