PRÓLOGO

Lejos de ser un simple mito, los arcángeles regían la Tierra desde sus inicios. Eran los portadores de la palabra del Gran Padre, aquellos que distribuían el poder, controlaban el equilibrio, premiaban lo justo y sentenciaban lo incorrecto.

Los primeros humanos en ser creados fueron para los arcángeles el cumplimiento de todas sus inquietudes: cuerpos sólidos, basados en la apariencia física que siempre desearon tener para ellos. Belial fue uno de los más grandes pilares del cielo, pero su codicia terminó sepultándolo en lo más profundo de la tierra. Osó enamorarse de una humana, justo de la primera humana. Eva fue para él un gran cambio. Su forma de ser, su fragilidad, su enorme belleza que, aunque no se comparaba en absoluto con la belleza de sus hermanos, era un encanto único en el universo; pero Eva tenía a Adam. Fue tanta la codicia de Belial hacia Eva, que terminó por condenar el futuro de la raza humana. Finalizó en una trágica historia para los humanos y en el destierro del arcángel de los palacios del cielo.
 
Siglos más tarde, decidido a continuar lo que se había propuesto, enamoró a una descendiente de Eva: Teresa, quien terminó dando a luz a un niño. Los primeros años del pequeño transcurrieron normales, pero a la corta edad de quince años su cuerpo comenzó a cambiar. Su fuerza y sus habilidades aumentaron; también aumentó su agresividad. Cada vez que el joven sufría alguna herida, su comportamiento se volvía violento; en sus ojos reinaba un profundo color rojo sangre y sus facciones se exageraban cual aberración de la naturaleza. 

Raphael, uno de los grandes pilares del cielo, decidió intervenir entonces. Entró en la casa del joven, el cual se encontraba bañado en sangre, llorando, tirado en el suelo con manos y pies juntas hecho un ovillo. Frente a él se encontraba la pobre Teresa desmembrada. Raphael se llevó al chico lejos ante la incapacidad de poder matarlo y le dio un hogar en una isla desierta, bloqueada de cualquier civilización posible.

Se cuenta que Raphael viajó por la Tierra durante décadas, en busca de otros niños como él. Encontró suficientes, Belial había dejado esparcido su simiente alrededor del mundo, por lo que cada cierto tiempo, en diferentes lugares, nacía un niño con un aura divina, un semihumano.

Sin embargo, no todos los niños eran iguales. Algunos eran monstruos tan negros de alma como el primero que acogió. Se les dio el nombre de Ankks. Otros, al contrario, poseían un aura tan pura, cual si fueran hermosos querubines; fueron los llamados Whiks. No cambiaban su apariencia física, mas podían predecir desastres al estar en contacto con sangre, además de muchos otros dones por los cuales serían considerados brujos entre los humanos y despreciados al igual que sus adyacentes. Aun así, ambas partes tenían algo en común: mientras no hubiese sangre de por medio, no eran más que simples humanos.
Transcurrió un siglo hasta que el último niño nació. Formaron dentro de la isla una comunidad, una pequeña aldea. Dividieron su gente por castas para poder diferenciar a los “bendecidos” y los “malditos”.

Comenzaron a adorar al cielo, en agradecimiento por el arcángel que les salvó del mundo cruel de los humanos. Sus costumbres se basaron en los cuentos que Raphael le hizo al primer niño, los cuales pasaron de generación a generación por años, hasta ser las bases de la convivencia entre ellos y con el pequeño espacio en que vivían.  Fueron convertidos en mitos, leyendas para niños y les nombraron por mucho tiempo como “Los hijos de la Aurora”, quedando así por el resto de la historia.

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