IX.
Ya se me iba haciendo costumbre estar en lugares oscuros. La oscuridad no me molestaba en absoluto, me daba la tranquilidad necesaria para estar cerca de mis pensamientos más profundos y a su vez agudizaba el resto de mis sentidos. Algo que si me molestaba en demasía era el hambre y el frío. Llevar encerrada tanto tiempo sin comer ni beber nada tenía mi cuerpo al límite. En varias ocasiones desmayé y recuperé la conciencia para sufrir nuevamente aquel bucle entre lo que pensaba; era la vida y la muerte.
Por primera vez luego de lo que pareció una eternidad, sentí voces acercándose. Pude distinguir a los malditos que me aprisionaron en este lugar y junto a ellos, otra voz totalmente desconocida para mí, pero que supe por su tono que debía de tratarse de alguien de categoría y estatus muy superior.
-Es un raro espécimen -dijo uno de ellos. Era la segunda vez en mi vida que usaban ese término para referirse a mí-. Solo le faltaba encontrar un animal de caza y aquí creemos tener justo lo que necesita, conde Greelard.
-¿Cómo una esclava mujer podría serme útil en la caza y para mi protección? -preguntó la voz desconocida. Por el honorífico usado, comprobé que era cierta mi hipótesis. El extraño debía de ser algún noble.
El gran portón que me separaba del mundo se abrió de par en par, segándome completamente. Me tomó un tiempo adaptar mi dolorosa vista; el suficiente como para no haberme dado cuenta cuando todos se posicionaron a mi alrededor. El desgraciado que osó a tratarme como una bestia luego de violarme agarró su daga del pantalón. Forcejeé en vano; mis manos y pies no me respondían con suficiente fuerza y mis muñecas y tobillos escocían ante las rozaduras de los grilletes a los cuales estaba sujeta.
Acercó su daga hacia uno de mis brazos, cortando superficialmente mi piel. Un hilo de sangre cayó por todo el miembro hacia mi cuello y escote, en lo que comenzaba a desatarse aquello a lo cual yo consideraba una horrible maldición.
Mi vista comenzó a enrojecer y mi pulso a acelerarse a un ritmo doloroso. Intenté distinguir el rostro de aquel a quien me estaban exhibiendo, encontrando a un hombre mayor de facciones crueles, mirada expectante y pose regia. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al tiempo que volví a forcejear, esa vez con más fuerzas, pero igualmente en vano.
-Es hermosa -dijo el señor Greelard luego de unos segundos enfrentando mi mirada y observando mi penoso intento por soltarme de las cadenas-. Daré lo que haga falta, esta bestia debe ser mía a como dé lugar.
Escuchar esas palabras no fue más que un jarro de agua fría. Fue entonces que me pude dar cuenta de algo que estaba obviando. Los anteriores años de estudio en la mansión de Arturo sobre etiqueta, modales, lenguaje corporal y conducta se estaban yendo al olvido. Comenzaba a perder aquello que me quedaba de humanidad, o por lo menos comenzaba a perder lo que me hacía un ser civilizado -el lenguaje articulado y la razón-, cuando los instintos que afloraban junto a mi sangre dominaban mi cuerpo y mente. Me estaba convirtiendo en una bestia. Y justamente lo que más me dolía al darme cuenta de aquello, era el hecho de nunca haber visto a algún Ankk o Whik siendo devorados por sus propios dones o maldiciones.
Finalicé el forcejeo, volviendo a la normalidad. Levanté mi cuerpo e hice una leve y torpe reverencia. Ya le había mostrado al Sr. Greelard mi lado salvaje, por lo cual era apropiado enseñarle también mi parte civilizada.
-Disculpad mi anterior comportamiento, monseñor -dije, dejando boquiabiertos al resto de espectadores en ese oscuro lugar-. Si un animal de caza es lo que desea aquí lo tendrá, pero soy mucho más que un animal, señor. Realmente encantada me encontraré de estar bajo sus órdenes.
Uno de los infelices no se tomó del todo bien mi gesto, agarrando un látigo del cinturón de otro de ellos y arremetiendo contra mí. El señor Greelard alzó su bastón a tiempo, haciendo que el látigo enrollara en este y de la fuerza saliera desprendido de la mano del inepto opresor.
Se acercó más, parando justo en frente de mí. Con una simple pero poderosa mirada me hizo entender que me parase erguida y eso hice. Agarró mi mentón con fuerza y movió mi rostro para observarlo bien, haciendo especial hincapié en mis ojos. Luego puso ambas manos cruzadas detrás de su espalda, mirándome aún más seriamente. Al parecer era un hombre de pocas palabras. Yo sabía bien que mis posibilidades de vivir serían mayores una vez que saliera de esa maldita guarida subterránea, por lo cual rezaba por su completa aprobación.
-No me das miedo ni lástima, pequeña esclava. Trabajarás y darás tu vida por mí. He tomado una decisión, tú debes ser mia -dictó con voz imperiosa. Se giró hacia los demás hombres y les habló en tono autoritario que no permitía disuasiones-. Espero que 150 chelines sean más que suficientes por ella.
-Puedes desquitarte con ellos si lo deseas -dijo mi nuevo comprador una vez que nos dejaron a solas.
-No tengo intensión de matar a ningún humano, ni por venganza.
-Entonces no creo que me seas de tanta utilidad como creía.
Aún con la espalda resta y porte de dama, di lentos pasos hacia él hasta que las cadenas que me tenían retenidas me impidieron avanzar más. Subí el mentón y le miré directamente a los ojos.
-Ya le dije, monseñor, que sé hacer muchas otras cosas además de cazar o agredir. Antes de bestia, soy toda una dama debajo de esta capa de mugre. Además, ¿para qué matar cuando en vida hay formas de hacer sufrir y escarmentar a una persona? No creo que usted, señor, sea de los que se conforman con tan poco.
Fue pronunciar mi elaborado discurso, con el corazón en la mano y los nervios a flor de piel, para que aquel hombre sin alma comenzase a reír a carcajadas.
-Entonces, dices que no matarás, pero no tienes problema alguno con torturar si fuese necesario. Creo que después de todo sí me serás de mucha utilidad.
Luego de nuestra plática, el conde mandó a llevarme fuera para mi traslado. Vendaron mis ojos y el malnacido que había hecho su amenaza días anteriores, no tardó en jugar un poco con mi cuerpo antes de dejarme a merced de mi comprador.
Me llevaron amordazada y completamente ciega hasta el exterior, donde fui amarrada a algo que poco después descubrí que era un hermoso coche. Mi mayor sorpresa al ser quitadas las vendas de mis ojos fue encontrar a Adarah y Dakofz amarrados a mi lado. Caminamos siendo guiados -arrastrados- por el coche por varias horas. Descansamos luego unos minutos en los cuales se nos dio pan y agua para comer a orillas del camino, para después seguir rumbo a las tierras de Greelard, conde de Deneb, nuestro nuevo amo y señor.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top