Cap. 39: El final del otoño
Sus grandes ojos cafés recorrían todo el lugar meticulosamente, pero esta vez, no con esa curiosidad innata que tanto la caracterizaba, ni con esa resplandeciente luz. En realidad, en ese momento, sus ojos no absorbían nada, sólo detallaban y enumeraban todo a su alrededor, con la única finalidad de mantener su mente ocupada, de no dejarla tranquila, libre para recordar.
Entonces se concentraba en la luz blanca reflejada en las paredes, en los afiches informativos, los rostros de las personas enfermas y cansadas, un bebé llorando a lo lejos y en su compañero de trabajo sentado a su lado, contándole que, de hecho, esta ya era la tercera vez que estaba en el hospital ese mes; las primeras dos a causa de sus hijas, en dos incidentes separados.
Sonrió débilmente al escuchar que la mayor había decidido saltar de un árbol, se había ganado algunos raspones bastante feos, pero además de eso, al menos no ocurrió nada grave.
El minutero del reloj frente a ella se movió de nuevo... con eso marcaban los 46 minutos de espera en aquel lugar. Desde el momento en que llegaron, cuatro personas habían pasado antes que ellos y otras tantas habían llegado a la sala de espera.
Dejó escapar un quedo suspiro y a lo lejos escuchó una enérgica voz familiar: su amiga caminaba acercándose a ellos en su pulcro uniforme de doctora.
- Eiji, gracias por traerme, pero ya puedes volver al trabajo - le dijo la castaña a su compañero -, estoy bien y ahí viene Kagome. No tienes de qué preocuparte.
El hombre la miró sospechosamente por el rabillo del ojo y suspiró.
- Tiene que cuidarse, señorita Rin. No tiene nada de malo enfermarse de vez en cuando, a todo el mundo le pasa - la reprimió suavemente -. Procure descansar, ¿si? No pasará nada terrible si entregamos el proyecto un par de días más tarde - se paró del asiento y la miró por última vez -. Y si necesita algo, no dude en llamarme.
Ella asintió cansadamente.
- Muchas gracias Eiji. Ya veremos qué dice la doctora.
El hombre salió caminando y saludó a Kagome con una corta reverencia cuando se cruzaron. Compartieron un par de palabras que no logró escuchar y luego la pelinegra llegó hasta donde ella se encontraba.
Después de saludarse, Kagome la hizo entrar en el box para examinarla.
- Rin, ¿qué ocurrió? ¿Te encuentras bien? - le preguntaba mientras se acercaba a verla e intentaba disimular su expresión de preocupación al reparar en su estado; aquel color rosado tan natural en ella ahora escaseaba en sus pálidas mejillas y labios, y aún pese al maquillaje, el azulado adornaba las llamativas ojeras bajo sus grandes ojos cafés, cansados y opacos.
- Estoy bien, Kagome, no fue nada... pero en el trabajo insistieron en que viniera a ver que todo estuviera en orden.
Su amiga frunció el ceño.
- No creo que haya sido nada, tu compañero me acaba de decir que te desmayaste.
La castaña rodó sus ojos y resopló.
- No me desmayé... - replicó - no del todo, al menos - Kagome la miró inquisitivamente -. Sólo me paré muy rápido y... creo que me desvanecí. Eiji me afirmó, así que no alcancé a caerme. Quizás tengo la presión baja o algo así; ayer me mojé con la lluvia y olvidé quitarme la ropa húmeda - dijo encogiéndose de hombros y restándole importancia -. Escucha, Kagome... la verdad es que necesito pedirte un favor.
- Mmh, esto no tiene muy buena pinta - murmuró la pelinegra con su frente arrugada -. ¿Qué ocurre?
- Sólo necesito que me des algún papel que diga que estoy en condiciones para volver al trabajo - pidió, haciendo un puchero y batiendo sus largas pestañas -. No me dejarán regresar sin la autorización de un doctor.
- Primero tengo que ver si estás en condiciones o no - dijo extrañamente seria -. Y no me mires con esa cara, Rin... Lo siento, pero no te ves nada bien.
La castaña respiró profundo y asintió.
- Debe ser sólo un resfrío, pero está bien.
- Voy a hacerte algunas preguntas y necesito que me contestes con la verdad, de otra forma sabré que me estás mintiendo y me enojaré - Rin asintió de malas ganas, mientras Kagome se acercaba a tomar sus datos -. Tienes algo de fiebre - murmuró -. Y si, tienes la presión un poco baja... ¿Te duele algo?
La castaña suspiró meditando su respuesta, aunque en realidad era bastante fácil: si, le dolía todo y más, pero... eso no era culpa del resfrío.
"No vayas por ahí" dijo una vocecita en su interior. Tenía que dejar de pensar en eso.
- No - dijo con voz débil -. No me duele nada.
- ¿Has tenido náuseas?
- Mmh, si - admitió.
- ¿Vomitaste?
La castaña bajó su mirada.
- Hoy por la mañana, un poco.
Kagome frunció su ceño.
- ¿Dormiste algo? - Rin negó - No debiste haber ido a trabajar, Rin... - suspiró mientras anotaba en su libreta -. ¿Has comido algo? - ella volvió a negar - ¿Cuándo fue tu último periodo?
Rin no pudo evitar abrir sus ojos como platos.
- Ehh, tres semanas... casi cuatro - murmuró nerviosa y antes de que Kagome pudiera decir algo, se apresuró en hablar - ¡Pero no es lo que crees! No estoy retrasada, aún quedan un par de días...
- ¿Usan preservativo? - preguntó Kagome con normalidad, y Rin se removió en su asiento.
"Maldición".
- No siempre - respondió sin poder evitar el ligero sonrojo en sus mejillas, mientras sus dedos se movían a ritmo sobre sus piernas -. ¡P-pero tomo anticonceptivos!, no es eso.
- De todas formas deberíamos hacer un test, los anticonceptivos no siempre funcionan al 100%.
- ¡No! ¡No es necesario, Kagome! - se exhaltó, sintiendo un vacío en su estómago. Ni siquiera había pensado en esa posibilidad... Y de todas las cosas que hubiese querido escuchar ese día, definitivamente esa... no era una de ellas -. Ya te lo dije... no es lo que piensas, no estoy embarazada.
Kagome ladeó su cabeza.
- ¿Ya te has hecho algún test?
- N-no, pero... no, no puede ser...
- ¿Entonces cómo puedes estar tan segura? - preguntó confundida - Rin, sé que es un tema delicado y si estás nerviosa porque no han hablado sobre esto con Sesshomaru, lo mejor es ir un paso a la vez, y lo primero sería salir de la duda - Kagome no pudo evitar esbozar una sonrisa -. Y no es por adelantarme a los hechos, pero... creo que la noticia lo alegraría mucho. Quizás mi cuñado puede ser algo frío, pero se le nota a kilómetros que está completamente prendado de ti.
La castaña cerró sus ojos y entonces, esa voz seria, grave y profunda resonó en su cabeza...
"No fue un accidente, Rin".
Pestañeó rápido, intentando alejar esa imagen. Sus ojos se volvieron a empañar y apretó sus puños con fuerza; casi con desesperación.
- Sólo... lo sé - murmuró con su voz temblorosa -. No estoy embarazada... no puedo estarlo, no...
- Rin, ¿de qué estás hablando? - Kagome se acercó a ella y puso una mano en su hombro - ¿Está todo bien?
La castaña asintió e hizo el amago de hablar, pero antes de poder decir cualquier cosa, las lágrimas saltaron de sus ojos.
Esta vez, su amiga no pudo ocultar la preocupación en su mirada, rápidamente se acercó más a ella y la abrazó. Sin preguntar nada, la estrechó entre sus brazos y acarició su espalda, mientras ella se quebraba y lloraba sin poder contenerse ni un segundo más.
- No puedo, Kagome, no...
La pelinegra acarició sus cabellos castaños y besó su cabeza.
- Tranquila - susurró -. Está bien...
Y Rin sólo lloró. Después de que se había dicho a sí misma que no volvería a hacerlo, lloró largo y tendido en la calidez de ese abrazo, hasta que su cabeza dolió, y cuando pensó que se había quedado sin lágrimas, se sorprendió a sí misma llorando todavía un poco más.
Luego de varios minutos, finalmente se sintió con la fortaleza suficiente para separarse. Intentó por algunos segundos pensar en alguna explicación, en algo que la excusara de tener que decir en voz alta la verdad, esa verdad que taladraba en su cabeza sin piedad, pero... no hubo nada.
Así que, a duras penas y entre mares de lágrimas, le contó a su amiga lo que había ocurrido la tarde anterior, mientras Kagome la miraba con la boca ligeramente abierta.
- Rin, yo... no sé qué decirte, no puedo creerlo - apretó su mano con cariño -. Lo siento tanto... - dijo con su voz quebrada.
La castaña no respondió nada, sólo se mantuvo en silencio con su mirada baja y fija en sus pies. Después de un rato, Kagome pareció reparar en algo.
- Por favor... no me digas que estás pensando en irte con Kirinmaru...
- No, claro que no... - sonrió débilmente - Ni siquiera lo había considerado... No siento nada por él, no podría... - negó, sacudiendo su cabeza y respiró profundo - Ahora que miro hacia atrás, me doy cuenta de que lo mío con Kirinmaru fue algo tan... tibio. No podría regresar a eso. Y no digo que haya sido todo malo, sí nos queríamos y teníamos buenos momentos, pero... sólo eran eso. Faltaba algo... no lo sé - suspiró -. En realidad, ni siquiera sé cómo explicarlo.
- No lo amabas - asumió Kagome encogiéndose de hombros -. Hay una diferencia abismal entre querer a alguien y... amar.
Rin asintió, con sus labios apretados... Más consciente que nadie de aquellas palabras.
- Ni siquiera lo quiero volver a ver... - admitió - Y sé que nada de esto es su culpa; sé que él sólo me dijo la verdad y quizás, de no ser por él, no me hubiese enterado nunca de lo que ocurrió, pero... sus intenciones no estaban en el mejor lugar. Él dice que no quiere verme sufrir, pero la verdad es que, en el fondo, no le importa lastimarme si con eso es capaz de... alejarme de... Sesshomaru - calló por un segundo y limpió sus lágrimas.
Kagome suspiró.
- ¿Eso quiere decir que... hablarás con él? Con Sesshomaru...
Rin cerró sus ojos y negó.
- No, no puedo... - murmuró con su voz quebrada -. Tengo que olvidarlo. En este momento... todo lo que necesito es mantener mi mente ocupada en otras cosas... - tragó pesado y la miró a los ojos - necesito volver al trabajo, por favor...
- Rin, no creo que sea lo mejor...
- Kagome - habló débilmente -, anoche... intenté cerrar mis ojos por algunos minutos y... todo lo que conseguí, fue torturarme. Durante toda la noche no pude hacer más que recordar y desear que todo fuera un mal sueño, pero en el fondo sabía que no era así. Sabía que no estaba soñando, porque mi pecho dolía como si me hubieran arrancado el corazón y lo hubieran desgarrado en mil pedazos, y ese dolor... era desastrosamente real - un nudo en su garganta la obligó a pausar y llevó una mano a su pecho -. Todavía duele y no sé si en algún momento dejará de hacerlo. Pero... mantener mi cabeza ocupada en otras cosas, me ayuda a olvidar que ese dolor está ahí.
Por varios segundos la pelinegra no supo qué hacer.
- Eso no te hará bien - replicó preocupada -. Si sigues así, sólo se pondrá peor... Quizás deberías ver a alguien, Rin, puedo recomendarte a alguien...
- No, no quiero volver a hablar sobre esto - la interrumpió Rin -. Y no digo que nunca, pero no por ahora al menos. Quizás... más adelante - Kagome desvió su mirada y Rin suspiró -. Siento ponerte en esta posición, sé que sólo estás preocupada por mí, pero te prometo que estaré bien, sólo necesito distraerme y sólo será por algunos días. Quiero terminar mi proyecto y luego pediré un tiempo en el trabajo y... volveré con mi papá, lo prometo. Estoy consciente de que no puedo seguir así por siempre, lo sé, pero ahora... esto es lo que necesito, por favor.
Kagome suspiró.
- Bien, esto es lo que haremos... Te daré la autorización, pero desde mañana. Hoy deberás volver a casa. Luces terrible, Rin, no puedes estar trabajando así.
- Bien - respondió con una sonrisa resignada -, me parece justo.
- Pero antes que todo... tenemos que salir de la duda. - Le alcanzó un test de embarazo y Rin la miró angustiada -. Probablemente sea estrés, pero de todas formas... - La castaña asintió, lo tomó con sus manos temblorosas y se paró para ir al baño - Y Rin... no olvides que, pase lo que pase, no estás sola en esto.
La castaña le sonrió débilmente en agradecimiento y finalmente entró al baño.
Quizás está de más decir que esos fueron los dos minutos más largos de su vida.
- Negativo - susurró, al ver la única rayita adornando el instrumento.
Luego de conversar un poco más con Kagome, y que la hiciera prometer mil veces que la llamaría si la necesitaba y que al terminar su dichoso proyecto se tomaría unas largas vacaciones, finalmente se despidieron.
- ¡Descansa! ¡Y nada de irte caminando! - le gritó la pelinegra -. Tomarás un taxi hasta tu casa, como la gente normal.
Rin soltó una débil risotada y asintió. Se acercó a abrazarla por última vez antes de irse y su amiga esbozó una ligera sonrisa, aún preocupada.
- Gracias, Kagome - murmuró la castaña antes de separarse de ella.
Salió del hospital y haciendo caso a las órdenes de su amiga, tomó un taxi hasta su casa.
Aunque aún caía una ligera llovizna, la tormenta de la noche anterior ya se había calmado. El auto la dejó justo al frente de su edificio y, al bajar, se quedó ahí de pie por algunos minutos, sintiendo como las gotas de lluvia humedecían su ropa y su piel. Exhaló profundamente y pudo ver el vaho que salió de su boca como si estuviera fumando. Metió una mano en su bolsillo, sacó su celular y lo prendió. Las notificaciones no tardaron en llenar su pantalla; varias llamadas perdidas de Kirinmaru y algunos mensajes, pero su mirada se detuvo sólo en uno de ellos:
Sesshomaru: Necesito saber si estás bien.
Jamás podré disculparme lo suficiente y sé que no quieres verme, pero si cambias de parecer, por favor, dímelo. Sólo llámame y estaré ahí en menos de un instante.
Lo leyó hasta que las gotas de lluvia empaparon la pantalla, disfrazando también las lágrimas que recorrían sus mejillas.
Apagó su celular nuevamente y lo guardó en su bolsillo.
El frío viento llegó hasta ella, desordenando sus cabellos mojados y arrastrando las últimas hojas caídas. Rin llevó una mano a su pecho, justo donde su corazón dolía con cada latido, y no pudo evitar recaer en un pensamiento...
Al parecer era verdad que en otoño todo está más dispuesto a morir.
Esa noche el largo otoño había llegado a su término, y se había llevado con él mucho más que las hojas secas de los árboles.
Se lo había llevado todo.
Apenas entró en su apartamento supo que no podía pasar ahí ni un momento más. Así que empacó todo lo que necesitaba y rápidamente se marchó.
Luego de hacer algunas compras, se encontró frente a una humilde casa que bien conocía y a la que el tiempo parecía no tocar, al igual que a su dueña.
- ¿Rin? Vaya... qué sorpresa - dijo la anciana mujer al abrirle la puerta -. Entra, entra, no te mojes más.
La castaña sonrió débilmente mientras seguía a la mujer hacia el interior de la casa. Un sentimiento nostálgico la invadió al volver a ese lugar, donde la madera del piso crujía con cada paso que daban.
- Tendrás que cambiarte enseguida esa ropa si no quieres resfriarte.
- Me alegra ver que sigue igual que siempre, señora Kaede.
Luego de meter un palo de leña a la pequeña chimenea, la mujer se giró a mirarla.
- Cuéntame, pequeña, ¿qué te trae por aquí?
Rin se encogió de hombros mientras dejaba su bolso a un lado.
- La extrañaba.
Kaede sonrió levemente.
- Es bueno ver que todavía te acuerdas de esta anciana - dijo mientras tomaba asiento cerca del fuego y le hacía una seña para que ella se sentara también. Rápidamente agregó -: de vez en cuando, claro.
- Pero qué cosas dice, señora Kaede, jamás me he olvidado de usted, lo sabe perfectamente.
- Si, todos los meses nos llegan las cosas que envías. Aunque no te veo tan seguido, tengo que admitir que eres la menos ingrata de todos los que han pasado por aquí.
Rin sonrió.
- ¿Cómo va todo? ¿Cómo están los chicos?
La anciana dejó escapar un largo suspiro.
- Bien, en general... pero la semana pasada tuve que dejar ir a Kai.
- Vaya, eso fue rápido - dijo Rin con un deje de preocupación.
- Si, cada día es peor - negó -. Los jóvenes de hoy en día... no tienen paciencia.
Rin estiró sus labios en una fina línea, en una expresión de resignación.
En esa pequeña casa, la señora Kaede recibía a jóvenes que se encontraban solos y que no tenían el dinero para pagar un apartamento en la ciudad o que en realidad, muchas veces no tenían el dinero suficiente para pagar nada.
Jóvenes estudiantes, como ella, o algunos que simplemente ya se dedicaban a trabajar desde muy temprana edad. Ella los recibía a todos sin reparos, y cuando alguno no podía pagarle un mes de renta por su habitación, Kaede aceptaba que a cambio, la ayudaran con la limpieza o labores del hogar.
Pero de vez en cuando, alguno de esos jóvenes optaba por seguir un camino más fácil y rápido en la vida, uno "menos honrado". Entonces Kaede no tenía reparos en dejarlos marchar, para que... no terminaran por contaminar al resto.
Siempre se mostraba fría y decidida al momento de hacerlo, pero Rin sabía que en el fondo, le dolía despedirse de cada uno de ellos.
La señora Kaede era una gran mujer. Era muy sabia y tenía un gran corazón. La había recibido, cuidado e instruido, como si fuera su propia hija y esa casa, por muchos años, había sido su hogar. Así que desde el momento en que puso un pie afuera de ese lugar, se prometió a sí misma que intentaría devolver al menos un granito de toda la ayuda que se le había prestado a ella.
- Traje algunas cosas - dijo Rin, rompiendo el decaído ambiente que se había formado por algunos segundos.
- Muchas gracias hija. Te quedarás esta noche, ¿verdad?
- La verdad es que pensaba en quedarme por algunos días, si no le molesta.
- Por supuesto que no - dijo la mujer con seriedad -, sabes que puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, de todas formas tu habitación ya está más que pagada... y para serte sincera, un poco de compañía no me vendría mal.
Rin sonrió.
- ¿Necesita ayuda con algo?
- Uff, la verdad es que eso tampoco me vendría nada mal... estos huesos viejos ya no funcionan como antes. Hay algunos lugares de la casa que están bastante desatendidos.
La castaña asintió con entusiasmo.
Ese había sido un largo día.
Era ya bien entrada la noche, cuando la anciana se levantó para ir al baño y vio la tenue luz de la lámpara encendida en la habitación de enfrente.
No podía decir que la escena con la que se encontró la sorprendía en lo más mínimo, sobre todo después de ver esa mirada triste con que la castaña había llegado.
- ¿Acaso me fui a dormir y desperté 10 años atrás?
Rin levantó su mirada del prototipo que revisaba para encontrarse con la expresión inquisidora de la anciana.
- Lo siento, señora Kaede, ¿la desperté?
Kaede negó y dejó escapar un suspiro.
- Al menos esta vez no es mi televisor.
Rin soltó una risita.
- No puedo creer que aún me regañe por eso. Esa tele estaba mala y no tenía arreglo... yo sólo la abrí para ver qué había adentro.
Kaede negó riendo.
- Todavía podía haberla vendido, pero después de ver cómo la desarmaste en cientos de partes, perdí toda oportunidad.
- Lo lamento, señora Kaede, pero nadie iba a comprarle esa chatarra.
La anciana sonrió débilmente.
- Hay ciertas cosas que ni el tiempo es capaz de cambiar - murmuró bajo -. Dime, Rin... ¿Qué es lo que te tiene tan triste?
La castaña negó.
- Todo está bien. Sólo quería avanzar con algo del trabajo.
La anciana se sentó a su lado en la cama.
- Mi cocina está tan reluciente como no había estado en años... me harías un gran favor si le enseñaras a los demás a limpiar como corresponde.
- No estaba tan mal - dijo Rin con una expresión suave y amable -, no sea tan dura con ellos.
La mujer negó.
- Siempre haces lo mismo, ¿sabes? - dijo con comprensión - Generalmente eres muy sensible y no tienes problemas para hablar de lo que sea, pero... justo cuando más lo necesitas, en los días más tristes, oscuros y fríos, te encierras en ti misma. Te escondes detrás de algún libro, de tareas o... de trabajo - suspiró -. Recuerdo que cuando llegaste aquí prácticamente no hablabas, pero poco después ya nadie podía callarte.
Rin rió bajo, pero no dijo nada. Sólo guardó silencio y dejó que la mujer acariciara su mano con ternura.
- Y así ibas y venías -contó con una sonrisa nostálgica -. Sé que uno no debe decir estas cosas, pero... de todas las personas que han pasado por aquí, de ti es de quien más orgullosa me siento - continuó Kaede -. No sólo por la gran mujer en la que te convertiste, pero también porque tienes un gran corazón... No dejes que el mundo lo endurezca, Rin.
La castaña sonrió débilmente y asintió, mientras las lágrimas nuevamente recorrían sus mejillas.
La mujer besó su cabeza y se paró.
- Ahora apaga esa luz, que ya es hora de dormir. Nada de estar trabajando a estas horas.
- Está bien - dijo con una tenue sonrisa adornando sus labios.
Pese a la agradable compañía y a todos sus esfuerzos, esa semana transcurrió lenta y dolorosa.
Como había prometido, al terminar su proyecto pidió vacaciones y junto con la primera nevada del invierno, finalmente llegó a casa de su padre.
Tocó la puerta mientras una desagradable sensación de culpa y angustia la invadía, pero que desapareció poco a poco al ver al hombre frente a ella con una tranquila sonrisa.
- ¡Hola princesa!
Rin lo abrazó como si no lo hubiera visto en años.
Luego de esa cálida bienvenida, acomodó sus bolsos en su habitación, preparó dos tazas de té y lo siguió hasta la sala de estar.
- Tenemos mucho que conversar, hija - dijo el hombre con suavidad. Considerablemente más tranquilo de lo que Rin pensó que sería posible.
Ella sólo asintió, decaída. Tomó asiento frente a él, en un pequeño sillón, y no pudo evitar fruncir su ceño cuando un aroma demasiado familiar llegó a su nariz. Varonil y elegante, con toques de lavanda. Sin darse cuenta inhaló profundo y luego dejó escapar un suspiro.
Si seguía así, hasta imaginándose su olor en todos lados, jamás iba a lograr sacarlo de su cabeza.
- Él estuvo aquí, Rin - dijo su padre de pronto, llamando su atención.
- ¿Cómo? - preguntó la castaña, creyendo que quizás lo había escuchado mal.
- El joven Sesshomaru... vino a visitarme.
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