Capítulo 18. Cita en el Olimpo.
Capítulo 18. Cita en el Olimpo.
Estaban a pocas cuadras de la casa, Meredith pensaba con emoción que cada vez se acercaba más a su dulce camita. Aunque un pequeño temblor le hizo desconcentrarse de ello y mirar por la ventana frunciendo el ceño. Astoria detuvo el auto, todos quedaron con la boca abierta mirando al cielo. Una pequeña tormenta se levantaba sobre la enorme casa, nubes grises con rayos que centelleaban de vez en cuando.
— ¿Ahora sí voy a morir? —inquiere la niña, respira hondo—. ¿Por qué no dejé que esa chica fea me matara en el tren?
—No digas esas cosas —Astoria vuelve a la marcha—. Supongo que es un recordatorio.
— ¿De que me matarán o...?
—No lo dije —hace una mueca—. No, ¿verdad? Nop, no lo dije.
Meredith se lanza al medio de los asientos, causando que su madre mueva bruscamente el volante y el auto por poco choca contra un alumbrado público. Todos en el auto dieron un grito ahogado.
— ¿Qué cosa no dijiste? —entrecierra los ojos y acerca su nariz al rostro de su madre—. Creí que ya no me ibas a mentir...
— ¡No te mentí! —masculla—. Voy a chocar a metros de la casa si sigues así.
—No me mentiste pero siento que no me estás diciendo algo importante —chasquea la lengua, sus ojos se abren como platos—. ¡¿Tendré acaso otro hermano?!
Frena, justo antes de llegar al portón de la casa. Meredith chilla mientras se estrella contra el tablero y su madre pone expresión de horror.
— ¡Lo siento muchísimo! No quería lastimarte, cariño —la ayuda a volver a su lugar y comienza a examinarla—. ¿Te duele algo?
El rostro de la más joven estaba de un tono rojo, apartó las manos de su madre y bajó su camiseta sin mirar a alguien —Me duele la dignidad —dramatiza—. Vieron mis abdominales, seguro ahora mueren de envidia con estos cuadritos.
Un coro de carcajadas, ella se tapa la cara. Pero luego de unos segundos se une a las risas. ¿Para qué ponerse a llorar si podía reír? Tampoco es que iba a morir porque vieron su barriguita.
—Vamos a ir al Olimpo.
Ahora sí. De que se iba a morir, se iba a morir.
— ¡¿Por qué quieres matarme así?! —gemía mientras era arrastrada dentro de la casa—. Esos rayos sobre la casa sólo significan una cosa, y no es que van a darme un bronceado.
—No van a matarte.
— ¿Cómo estás tan segura? ¿Sabes qué quieren de mí?
Su madre se detiene, todos los jóvenes la miran con incógnita, la mujer hace un gesto de incomodidad.
—Hablé con tu padre...
—Con el hombre con el que me creaste, sí.
Astoria gruñe, sus mejillas se tornan rojas —Él me dijo que querían verte, en el Olimpo... ¡Hasta me dio un horario, Meredith! Nadie da un horario para matarte.
Percy abre la boca para hablar, Annabeth pone una mano sobre ella. Lo último que necesitaba Mar era una de sus frases inspiradoras.
—Está bien —se levanta, arregla su ropa—. Supongo que tal vez tomemos algo de té.
Troy sofoca una risa, terriblemente divertido. Aunque se calma al sentir la mirada matadora de Astoria.
—Bien, linda. Ve a tomar un baño y luego nos vamos... Annabeth, puedes ir con ella —les dice con suavidad.
Mar retoma su usual emoción y lleva a la rubia de la mano hasta su habitación, dando un pequeño trote. Una vez están en el segundo piso Astoria mira con reprobación al par de muchachos.
***
—Tengo que mostrarte una cosa genial—informa mientras tira de Annabeth hacia su cuarto—. Algo que amo de este siglo —sonríe y le invita a sentarse en la cama— es que el mundo mágico también se fusiona con la tecnología muggle.
Saca una tableta de un cajón de la cómoda junto a su cama. Annabeth le mira ansiosa mientras comienza a teclear en el artefacto.
—Mi tío me compró esto hace un año —comienza a decir, se sienta junto a Annabeth moviendo los pies un tanto hiperactiva—. Después de que mis primos me humillaran en un intento de cena familiar. Una disculpa linda.
La rubia intentó esconder su mueca de pena, aunque Meredith parecía estar en una nube, dándole poca importancia a la situación. Seguro aprendió a hacerlo después de tanto.
—Soy un desastre con la ropa —murmura—. Pero esto ayuda, ya no hago mierda el armario.
Pone la tableta encendida en las piernas de su amiga y la mira esperando su reacción.
— ¿Te gusta?
Annabeth mira la imagen del bonito y casual vestido azul. Una sonrisa se le escapa. No recordaba la última vez que usó un vestido tan bonito como ese, si es que alguna vez lo hizo.
—Es hermoso, Meredith.
—Toca el botón verde entonces —sonríe abiertamente y se levanta de un salto.
Luego de hacerlo, el armario de Meredith brilló durante unos segundos. Annabeth frunció el ceño confundida hasta que la vio sacar el vestido azul del lugar y acercarse emocionada.
— ¿E... Es en serio? —cuando lo toca siente la suavidad de la tela y niega con la cabeza—. No puedo creerlo.
—Te quedará hermoso —dice, la mayor levanta la cabeza para mirarla.
Una sincera sonrisa de lado adornaba el rostro de Mar. No se veía burlona, mucho menos como alguien que estaba a punto de humillarla. Y Annabeth se preguntó cómo alguien podría hacerle maldades a una niña así, que era tan dulce e ingenua.
—Gracias pero... No sé si debería ponérmelo para este momento.
—No importa. De cualquier manera vas a llevártelo. He estado pensando en dártelo desde que veníamos en el tren —añade, un poco apenada—. El azul se te ve bien.
Un suspiro y una sonrisa derrotada —Gracias, Mar.
—El cuarto de enfrente es tuyo, hazte de él, yo debo acabar con esta peste —corre hacia el baño y Annabeth la escucha estrellarse contra el suelo—. ¡Estoy bien, lo juro!
Ríe —No lo dudo.
Unos minutos más tarde Meredith peinaba su cabello con una mueca entre ansiosa y asustada. Comenzó a imaginarse lo peor.
¿Y si se caía? ¿Y si vomitaba? ¿Y si se lanzaba un gas o eructaba, o le daban ganas de orinar otra vez? O peor aún, ¡¿y si se desmayaba de pura estúpida?! Podía pasar, su cerebro prefería desconectarse a veces cuando estaba en las menos afortunadas ocasiones.
Camino al Empire State, la sede del Olimpo, Meredith comenzó a sobre analizar la situación.
Bien, conocer a papá no fue tan desastroso como esperaba, él es uno de los tres principales. El señor D tampoco fue la gran cosa, y seguro muy en el fondo de su ya sobrio corazón le agrado. Afrodita era agradable, estaba loca pero aún así era agradable... ¿Cómo serán los demás? ¡Sólo he conocido a tres de doce dioses!
Le quedaban nueve. Zeus, Hera, Atenea, Hefesto, Artemisa, Apolo, Hermes, Deméter y Ares... ¡Gran cacahuate! ¡Ares! ¡El maldito dios de la guerra! (Sí, Meredith puso atención a las clases de mitología griega)
—Los esperaré aquí —habló Astoria cuando estaban frente al edificio.
— ¡¿Qué?! —chila Mar con expresión de horror—. ¡Lo sabía! Es una misión suicida. Ahora serás huérfana de hija.
—Cariño, no funciona así —ríe Astoria, levanta un libro y lo mueve ligeramente—. Esperaré en una banca por aquí, leyendo, no me iré. Y si tardas más de lo esperado alguien comenzará a apuñalar el cielo gritando que le devuelvan a su hija.
Ambas se dan un abrazo. Troy se inclina hacia Percy para murmurar.
— ¿Cómo apuñalas el cielo?
—No lo sé... Pero ya sabemos de dónde salió Meredith.
Ingresan al edificio. En cuanto la de cabello azabache nota que están a punto de llegar se hiperventila.
— ¿Estás bien? —pregunta su amiga.
—Sí, claro.... Necesito un momento.
Corre a esconderse tras un árbol para que no la vean. A decir verdad sólo era una planta en una maceta que se balanceaba dentro del edificio. Aún podían verla del otro lado pero no querían arruinarle el momento.
—Sé valiente —pellizca su brazo, como si eso encendiera mágicamente su valentía—. Sólo actúa normal. No, Meredith, ¡no grites! ¡Ahhh! ¡Auxilio! ¡Van a matarme! —se da una bofetada, sus amigos se miran alarmados al ver eso. Ella no notaba que podían verla—. Shhh, basta. Saca tu maldito lado Gryffindor. Sé una leona —infla el pecho tratando de sentirse segura, pero vuelve a bajar la cabeza—. Esto es tan patético. Mejor haz como si fuese una reunión familiar.
Se dirige hacia sus amigos con fingida tranquilidad hasta que nota algo y vuelve detrás de la planta.
—Tú nunca tuviste una reunión familiar, estúpida. Oh, sí con los Weasley, pero ellos son amables —se tapa la boca al notar lo que dijo—. Merlín, acabo de decir que los dioses no son amables. No, no dije eso. Lo siento.
— ¿Meredith? Sólo ve y quédate quieta —aconseja Percy al acercarse, posando una mano en su hombro—. Es lo mejor que podrías hacer.
—Bueno, parece difícil —gruñe—. ¿Qué parte de déficit de atención por hiperactividad no entiendes? ¡Siquiera puedo dejar quieto mi pie! —lo señala, este llevaba todo el tiempo subiendo y bajando, golpeando el suelo con fuerza.
Percy rodó los ante semejante reina del drama, sin decir siquiera una palabra la cargó en su hombro y se la llevó hacia el asensor. El otro par los siguió de cerca mientras Meredith ponía cara de horror.
—Creí que me querías, ahora vas a matarme.
—No van a matarte. Somos cuatro contra... —su voz se apaga—, uh, doce dioses. ¡Olvídalo! Sólo no pienses en eso.
—Piso 600 —le dice Annabeth al hombre que estaba en el ascensor, este le miró de reojo.
—No hay tal piso, niña.
—Vamos, sabe a qué me refiero —rueda los ojos.
—Bien.
El ascensor se puso en movimiento, subiendo a toda velocidad. Como Percy ya la había bajado, Mar se lanzó contra una de las paredes con pánico. Sintió como si toda la comida que había ingerido hasta ese momento bajara hasta sus pies. Y cuando al fin llegaron a su destino, deteniéndose de repente, pensó que estaba a punto de... devolverlo todo. Así tal vez suene menos asqueroso y más a dama.
—Calma, Mar —le dice Troy, palmeando su espalda mientras las puertas se abrían—. Ya luego iremos al psiquiatra.
— ¿A qué te refieres? —murmura Meredith, deseando que su mundo deje de dar vueltas.
Un brillo malicioso encendió los ojos oscuros del chico, con una ligera sonrisa de lado.
—Pues no es normal que andes abofeteándote y gritándote a ti misma. Ajá, te vi —suelta una carcajada y luego la imita—. ¡Sé una leona, Meredith! ¡Una leona!
Percy toma los brazos de la azabache mientras esta parpadea lentamente. Sus mejillas se tiñen de rojo y se sacude como una vil serpiente para lograr liberarse. Lo cual logró luego de pisar el pie de su hermano.
— ¡Ven aquí, Troy Eaton! Morirás, maldito.
Lo siguió por un largo e iluminado pasillo que parecía hecho de mármol. Pero Meredith no se detuvo para admirarlo, sólo deseaba acabar con Eaton. Por lo tanto, cuando este ingresó a una habitación y se quedó hecho piedra, ella se lanzó sobre su espalda, tirándolo al suelo. Tomó su cabello claras intenciones de golpearlo contra el suelo.
— ¿Tu hija? —inquirió Hefesto, al admirar la escena junto con los otros dioses.
Troy volvió a levantarse, con Meredith en su espalda. Por primera vez el muchacho se veía pálido y nervioso. Ella miró hacia arriba, terminado igual que él.
Ay mundo cruel, pensó, me van a matar.
—Sí —afirmó Poseidón, divertido a diferencia de los demás, igual que Hermes.
—Qué... adorable —Atenea ironizó mientras posaba el mentón en una mano. Observó a Meredith como si esa conducta no le sorprendiera en lo más mínimo.
Ares mira a su hijo con una mueca de pocos amigos y le reprocha—Troy —llama la atención de los jóvenes.
Meredith simplemente notó sus ojos en llamas, que podía notar aún detrás de sus gafas oscuras. De pronto no sintió tanto miedo hacia el dios de la guerra, sino más bien cierta fascinación por su mirada flameante.
—Tus ojos —señaló—. ¡Están en llamas!
—Sí, ¿algún problema con eso?
— ¡Para nada! Son geniales —hace que la mueca de Ares se convierta en una llena de confusión—. Ya quisiera unos así... ¡Oh, oh! ¡Señor D! —lanza un chillido al verlo, comienza a sacudir la mano—. ¡Hola! ¡Soy yo! ¿Me recuerda?
—Estás frita, niña —fue lo único que soltó, entre dientes y sin mirarla.
— ¡Lo sentimos! —Annabeth y Percy llegaron corriendo, Mar notó con orgullo que había sido más rápida que ellos.
Zeus se remueve en su asiento no muy feliz.
—Creo que están olvidando algo.
De inmediato se arrodillan, Meredith los mira asustada y salta de la espalda de Troy al suelo. Causa todo un espectáculo de golpes y quejidos para luego acabar como cordero a punto de morir, mirándolos a todos.
Y Hermes suelta una carcajada, se inclina hacia Dionisio y le brinda un golpe en el brazo.
— ¡Es graciosa! —señala a la de ojos verdes—. No entiendo por qué no te agrada.
— ¿No le agrado? —susurra atónita.
El señor D hizo un sonido de exasperación.
— ¡Odio a todo el campamento!
—Dionisio —reprende su padre—. No estamos aquí para que te quejes otra vez.
—Pero...
—Nada.
Meredith hizo un puchero. Si no le agradaba al señor D al menos debía avisar, ¿no?
Pf, ¿a quién intenta engañar? Era obvio que él la odiaba. Pues tampoco fue una angelita con el director del campamento.
—Meredith Allyssa —Zeus se dirige a ella con aire imponente—. Te hemos citado para que puedas recordar todo el pasado que tuviste que olvidar.
Tiene tanto sentido, pensó con ironía. Luego abrió los ojos como platos. Espera, ¿qué? ¿pasado que olvidé? Demonios. Espero que no incluya un viaje a Las Vegas.
—Ya verás —le dice Poseidón entre dientes, luego de dedicarle una corta mirada no muy feliz a Zeus.
¡Hoola! Tanto tiempo, ¿qué tal? Yo... Pues no fue mi día y me caí rompiéndome la boca, ahre. Hay que verle el lado positivo... Mierda, no lo hay xD
Como no puedo levantarme de la cama, ya que hasta me reventé el brazo izquierdo y la pierna, me puse a editar este capítulo.
Intenté no cambiarlo tanto, los diálogos son casi los mismos, al menos donde participan los dioses. Otros tuve que alterarlos para el nuevo rumbo de la historia (No me maten, que termina igual xD)
En fin, ¡hasta pronto!
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