Capítulo 11. El primo emo, los suéteres y no sé si arrodillarme.

Capítulo 11. El primo emo, los suéteres y no sé si arrodillarme.

Hay muchos niños corriendo por el campamento, son nuevos y puede que la gran mayoría se aloje en las cabañas de Afrodita, Apolo y Hermes. A Meredith le divertía ver al señor D ponerse como loco con tantos niños a su alrededor.

— ¡Usted! —dijo un pequeño rubio de lentes chuecos mientras señalaba al dios—. ¡Es el tipo del vino!

Soltó una carcajada que sin éxito había estado guardando. El señor D enrojeció y respiró hondo varias veces antes de voltear e irse a la casa grande. Las risas de Meredith no paraban, ella había hablado con el pequeño para que vaya y le diga eso. Molestar a Dionisio no tenía precio.

Mientras se limpiaba las lágrimas de risa notó que un muchacho caminaba entre la multitud, y era notablemente más alto y... Oscuro, un auténtico emo. Alzó las cejas entre curiosa y asustada por el aura que desprendía.

— ¡Nico Di Angelo! —Percy bajó a un niño de su espalda y se acercó al recién llegado.

—Percy Jackson —correspondió el tal Nico sin mirarle directo a los ojos.

El medio hermano de Meredith le dio uno de esos típicos abrazos entre chicos y luego le preguntó qué tal estaba el mundo por allá, con total naturalidad. Aunque el otro chico no parecía muy fresco a su lado.

— ¿Quién es? —le preguntó a Annabeth cuando la rubia se acercó.

—Nico, viejo amigo —responde mientras guarda unos papeles en su mochila—. Es hijo del dios del inframundo.

—... Madre mía —dice a media voz—. Con razón salió emo.

Annabeth ríe muy fuerte sin poder evitarlo, el tono de Meredith combinado con su expresión y lo que dijo era demasiado. Percy y Nico se voltearon a mirarlas ante eso.

—No es tan... Emo como parece.

—No lo sé —retrocede abrazándose a sí misma.

—Se supone que es algo así como tu primo —explica ya sabiendo cómo terminaría.

—Hay que darle una oportunidad —el tono de Mar es alegre mientras avanza directo hacia los muchachos.

Sonríe demasiado hacia Nico, quien ya comienza a aterrarse un poco con eso. Meredith razona que, si Percy es amigo de Di Angelo, él no sería alguien malvado porque Percy no lo era. Confiaba en que terminarían siendo grandes amigos.

— ¡Hola! Mucho gusto, mi nombre es Mered...

Tropezó y cayó justo a los pies de ellos. Nico la miraba sorprendido, Percy simplemente se largó a reír tanto que le dolía la barriga. Meredith maldijo varias veces mientras se levantaba y sacudía su ropa, se dijo a sí misma que eso no arruinaría el momento.

—Mi nombre es Meredith Greengrass pero puedes llamarme Mar.

—También patosa —dijo un Percy burlón.

—Yo soy Nico Di Angelo —se presentó, poniendo las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta.

—Es realmente emocionante conocer a otro familiar —confiesa con los ojos brillando.

— ¿Familiar?

— ¡Pues hola! ¡Eres mi primo! —chilla y se lanza a abrazarlo—. El primer primo que no parece odiarme al apenas conocerme.

Nico se dijo mentalmente que tal vez debía replantearse eso último, pero entonces ella aplicó más presión en el abrazo y no pudo evitar quejarse.

—Oh, lo lamento, ¿estabas herido? Qué torpe de mi parte...

—Oye, oye —aparta sus manos de él—. Apenas te conozco, tranquila.

—Ciertamente —murmura y parece pensar unos segundos, luego vuelve a mirarlo con su espeluznante sonrisa amable—. ¡Pues vamos a conocernos ahora!

Nico no logra hablar antes de que ella comience a tirar de él, mira con cierto pánico a Annabeth y ella sólo se encoge de hombros con una sonrisita apenada.

— ¡Cuidado, Nico! Ya sabe tu nombre y ahora posiblemente tu talla... No te extrañes si aparece con un suéter mañana —advierte Percy.

— ¿Qué? —murmura el chico.

— ¡Suéteres! —exclama Meredith, como si apenas lo recordara. Le echa una mirada crítica al cuerpo de Di Angelo, incomodándolo aún más—. ¿Lo quieres de color negro para que combine con tu alma?

—... ¿Qué? —repite, ahora indignado.

Ignora sus quejas y lo arrastra por el campamento con el plan de descubrir su talla a la par que le quitaría información. Nico, aún siendo hijo del dios del inframundo, no podía soltarse de la niñita charlatana. Esa chica tenía algún poder para pegarse a su mano.

—Me gustan los días soleados, en donde vivo no hay muchos de esos —comenta un tiempo después, cuando ya había soltado al chico porque comenzaba a sudarle la mano y confiaba en que él no escaparía—. Aquí siempre está soleado.

Señala el cielo azul con una sonrisa, aunque no muy emocionada como hace unos momentos. Su expresión decae en una pequeña mueca de nostalgia.

—Extraño el colegio —susurra ida—. No a las clases en especial, más bien a mis amigos.

—Ajá —suelta finalmente Nico, sin saber exactamente qué decir.

Quedan en silencio un momento, cada quien en su cabeza. Entonces ella se voltea a mirarle con una sonrisita.

— ¿Y tú? ¿Extrañas a alguien en especial?

Un muro parece levantarse entre Nico y ella. Retrocede al ver la expresión fastidiada del muchacho y se dice a sí misma que no debió preguntar eso.

—Necesito... Hacer cosas importantes —dice seco y se aleja a zancadas.

Meredith murmura disculpas al verlo alejarse y siente la culpa invadirle. No quería que él la pasara mal. Sólo quería conocerlo un poco más.

— ¿Hola? —un dudoso saludo le hace voltear, Troy Eaton le miraba como si esperara una mala reacción de su parte.

— ¡Hola! —exclama, tal vez, demasiado emocionada.

En su cabeza se repiten las ideas. Amigo ardiente, resultado: también te haces ardiente.

—Vi mal o estabas socializando con Di Angelo —dice con más confianza, acercándose un poco.

—Pues sí... Pero creo que toqué un tema que no le gustó —hizo una mueca mientras se rascaba la nuca.

— ¿Hablaste sobre su hermana o algo así? —lo mira confundida, él se acerca más y habla en voz baja—. ¿No lo sabes? Es un tema que lo vuelve muy antisocial cuando lo tocas...

—Tú le hablaste sobre su hermana, ¿no?

Troy se encoge de hombros —Tampoco es que estaba emocionado por ser su amigo... Y lo hice a propósito —confiesa con media sonrisa avergonzada—... Su hermana falleció.

— ¡¿Qué?! —exclama, lo mira con reproche—. Y aún así le hablaste sobre ella...

—Quería tentarlo, maldición, sólo quería tener una pelea —termina admitiendo.

Le mira a los ojos, negando con la cabeza con severidad. Troy, por un instante, piensa que ella en verdad dejará de hablarle al igual que los demás.

—Debes dejar esa actitud. No puedes buscar pelea siempre.

—Mi padre es el dios de la guerra.

—No es excusa, si vas a ser mi amigo dejarás esa tendencia —declara señalándolo.

— ¿Voy a ser tu amigo? —alza una ceja sonriendo, ella se le queda viendo con la boca abierta—. ¿Qué?

—Seremos mejores amigos si me enseñas eso además de dejar los pleitos —hace un gesto hacia su expresión.

***

—Si te soy sincera, esto me aterra.

—No te preocupes, jefa, prometo no ir muy alto.

Chilla cerrando los ojos y aferrándose al cuello de BlackJack, el pegaso negro y buen amigo que tiende a llamarle jefa, no deja de decirle que vaya más despacio. En cambio, BlackJack parece disfrutar el momento porque da giros y giros mientras que ella por poco y no se orina en su lomo.

— ¡Hoy sí comí maníes! —grita y eso parece ir en su beneficio.

El pegaso no duda en bajar tan rápido que la sangre se le subió a la cabeza y si no cerraba la boca tal vez hasta vomitaba sus órganos... Exagerando, claro, como sólo Meredirh Greengrass podía.

—Abajo, jefa —declara BlackJack con ansiedad—. No quiero que manche mi trabajado lomo con...

—Era mentira —le espeta bajando, sus cejas se fruncen y adopta una expresión ofendida—. Y cualquiera tiene gases luego de comer maní.

—... Pero los suyos desmayan, jefecita —confiesa y relincha con burla, camina hacia los establos—. No se ofenda.

— ¡Lo hago! ¡Porque no soy la única podrida!

Nota que la gente le mira fijo, sus mejillas adoptan un color rojo y se asemejan a un par de tomates. Retrocede y se echa a correr muerta de vergüenza. Tenían que ser las hijas de Afrodita las que se enteraron de su intolerancia al maní... Ya podía escucharlas diciendo "eso explica que esté tan hinchada siempre". Y no es así... Porque no está hinchada, está rellena hasta el límite y punto.

Intenta tapar su barriga con sus brazos y hace un pequeño puchero mientras se recuerda que debería dejar de comer tanto sólo por ansiedad. Entonces tropieza con Percy y él prácticamente la lanzó al piso para no caer.

—Por poco —suspiró el chico con una mano en el pecho, ella resopla tirada en el suelo—. Ah, claro... Lamento eso.

La ayuda a levantarse y le dedica una sonrisa de disculpas. Meredith nota la emoción en sus ojos.

—Percy... ¿Comiste algo azul? Bueno, uh, ¿inhalaste algo azul? —posa una mano en su hombro—. No inhales las cosas azules, Percy, esas no son geniales.

—Ew, no estoy drogado —se suelta indignado—. Sólo que... Allá —señala hacia la pequeña playa del campamento y luego pasa las manos por su cabello—. Allá está...

—Annabeth, y tuvieron un encuentro... —deduce asqueada.

— ¡No es eso! —le interrumpe, totalmente sonrojado—. Allá hay alguien que quiere hablarte.

Meredith suelta un gritito ahogado — ¡No me digas que es Zac Efron! Supuse que era de la cabaña diez porque, madre mía, me dio ganas de casarme a los diez años...

—Voy a ignorar eso —la corta nuevamente, alzando las manos con una mueca de asco—. No es Zac Efron, tampoco es Johnny Depp, no te emociones —señala al verla abrir la boca otra vez—. Deberías ir a ver.

Ella se pregunta quién será mientras Percy la empuja hacia la playa. Los pocos campistas de la zona ya se dispersan hacia sus cabañas, por lo tanto en el lugar sólo debe estar esa persona que la quiere ver.

— ¿Es alguien de Hogwarts? —inquiere.

—No, ¡Vamos! Que es papá —dice fastidiado porque ella no lo pillaba.

Se queda hecha piedra. Sus pies se plantan en la arena y Percy ya no puede seguir empujándola. Siente el temblor que recorre el cuerpo de la chica.

—No estoy preparada psicológicamente para eso —susurra a media voz—. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Besarle los pies? ¡Yo no sé hablar con dioses, Percy!

— ¿Y el señor D qué es?

— ¡Es el tipo de vino! —responde aireada, y seguro el director del campamento la mataría si le escuchaba—. No es mi padre, Percy. Él no es quien me dejó todo este tiempo.

Mira la arena con los ojos aguados, ya no siente las manos de Percy en su espalda. Escucha que alguien se acerca y levanta la cabeza para dejar salir una exhalación. Un hombre de aspecto playero y piel bronceada está a pocos metros de ella. Tiene las manos en sus bolsillos y le mira atento, casi conteniendo sus emociones. Meredith vuelve a temblar cuando nota que Percy ya no está ahí.

—... ¿Se supone que debo arrodillarme? —pregunta luego de un rato en silencio, sujeta con fuerzas los bordes de su pantalón.

Poseidón le da una pequeña y dulce sonrisa— No hace falta, linda.

— ¿Entonces? ¿Qué debo hacer? —dice rápido, sintiendo las convulsiones de un gran llanto.

—Agradecería que no llorarás.

Le mira incrédula. Después de tanto... ¿No quiere que llore? ¡Pero si era experta en el arte de desahogarse llorando!

—Nunca apareciste —reprocha con enojo—. No te habría exigido que te quedaras. ¡Me valía con conocer a mi padre! —su tono es tal vez un poco más agudo.

Una tristeza inunda los ojos del hombre, iguales a los suyos. Él avanza un paso, ella retrocede a tropezones.

—Mamá primero intentó hacerme creer que estabas muerto, luego repetía que no te necesitábamos. No entendía por qué se esmeraba en sacarte de mi cabeza para luego ir a Londres y que me diga ¡pronto lo vas a conocer! —alza las manos haciendo énfasis en las palabras—. ¡Ese pronto fueron cuatro años!

—Lo lamento, Meredith —habla al fin, notando que ella procuraba no llorar mientras se lo echaba en cara—. Fue mi culpa —nota su confusión, respira hondo—. Quería verte hace cuatro años, en verdad planeaba hacerlo pero...

—No lo hiciste. Nunca lo hiciste.

Él aprieta los puños, frunce el ceño con enojo y por un momento Meredith teme que la ataque por ser irrespetuosa.

—No podía. Se supone que no puedo acercarme tanto a ustedes —hace un ademán con las manos.

Bufa riendo con amarga gracia— Entonces tienen hijos, los lanzan a su suerte y luego los amontonan en un campamento... ¿Por qué no mejor dejan a los mortales en paz? —añade en voz baja—. Me habría gustado más no nacer que hacerlo para luego ser ignorada.

—No digas eso, Mar —ruega, de pronto junto a ella con las cejas fruncidas—. No te ignoro. Ni a ti, ni a tus hermanos —le toma las manos y ella abre los ojos como platos—. Ustedes me preocupan, me doy tiempo para pensar en ustedes y ayudarlos en lo que pueda.

—Nunca me has ayudado —chilla molesta—. ¡Me diste una espada! ¡Sí! Eso hiciste, pero, ¿me enseñaste a usarla? No. Si mamá no se hubiese dado el tiempo de darme clases de esgrima la espada en ese momento no habría servido —habla con intenciones de lastimar, quería lastimarlo a toda costa—. ¿Me ayudaste en alguna otra cosa? ¿Además de las múltiples psicólogas muggles con las que me enviaron al enterarse de que sólo tenía a mi madre y mis notas eran del asco? No estabas para enseñarme a leer o para decirme que no era una tonta y que mi cerebro no era inútil, sino que era por otra cosa —solloza—. Una vez, sólo un momento, te lo habría agradecido en verdad.

—Estuve ahí —habla bajo, con tristeza—. No podía intervenir. No podía quedarme mucho tiempo... No podía acercarme porque si lo hacía ya no querría alejarme de ti —ella le dirige una mirada incrédula, Poseidón gruñe—. Lamento no haber hecho algo más, hija, pero yo no hice las reglas y... No importa qué tan poderoso sea, igual debo seguirlas.

Ella llora mirándolo a los ojos, a su sincera mirada. Él no había soltado sus manos. Pensaba que el corazón le iba a salir por la boca. Su padre estaba ante ella al fin, arrepentido y disculpándose. Otra persona se habría ido gritándole que lo odiaba. Pero el corazón de ella era tan grande que lo perdonaba todo muy fácil. No sabía si era algo bueno o malo, pero ella ya lo estaba abrazando.

—Yo sólo quería tu regalo de Navidad —bromea pero lo dice llorando en su pecho, él se ríe mientras devuelve el abrazo—. En verdad, nada cursi, sólo interés monetario.

—Tu mamá es Astoria Greengrass, no lo creo —sonríe con felicidad mientras acaricia su cabello.

Luego de un rato están sentados en la arena hablando con un poco más de confianza. Ella sonreía hablando sobre sus amigos, movía las manos explicando la forma en que la colgaban boca abajo cuando irrumpía sus prácticas de quidditch.

—Era de terror, nunca me gustaron las alturas —se rasca la cabeza—. Pero ellos son gente cruel.

— ¿Debo ahogarlos?

Abre los ojos como platos y lo mira —Merlín, no, no por favor. Son crueles pero los quiero así.

Él suelta una risa divertida ante su horror, ella se sonroja al notar que era una broma.

—Tú al parecer extrañas mucho a tus amigos —razona unos momentos después.

—Sí... Y a los estudios también, claramente —añade con fingida tristeza—. En una semana son los exámenes finales, pero al parecer ahora o lo dejaré todo o repetiré el curso...

— ¿Dejarlo todo? Te esforzaste para poder llegar a esto, Meredith, no vas a darte por vencida ahora —niega—. No, vas a dar tus mejores exámenes finales.

— ¿Vas a ayudarme a hacer fraude o hablamos de amenazar a la directora? —pregunta confundida.

Poseidón suspira con una sonrisa. Bien, la quiere mucho pero ella era una lentita a veces.

—Tienes amigos que te ayudarán a estudiar, ¿no?

—Claro, Rose, Molly, Frank y, uh, Albus —sus mejillas se encienden, Poseidón alza las cejas—. A-amigos, muchos amigos. Soy amigable.

—Lo malo es que ahora apestas delicioso para los monstruos, que ya saben dónde buscarte —Meredith le mira emocionada al comprenderlo todo—. Podrías llevar a un par para emergencias.

— ¿Volveré al colegio en verdad? Sonaré chiflada pero eso es lo más hermoso que podrías decirme —toma su mano—. Gracias.

Él vuelve a abrazarla, no podía resistirse a hacerlo. Meredith se siente incómoda pero no dice algo al respecto para no ofenderlo.

—Quiero que te cuides y des tu mejor esfuerzo para los exámenes.

—Me estás hablando como si no volveré a verte —dice decaída—. ¿Ésta será la primera y última vez... papá?

—No, es la primera de muchas más —se aparta decidido—. Al diablo las reglas... No le digas a tu mamá que te di semejante ejemplo.

—Tarde, ya tengo alergia a las reglas —hace una mueca divertida.

—Esa es mi hija.

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