XVII.
Las cazadoras estaban reunidas alrededor de una pequeña fogata. Todas compartiendo un lindo momento como familia. Artemisa se encontraba en su tienda meditando, o bueno, eso pensaban ellas.
La teniente miraba las llamas danzar sonriendo, escuchando las anécdotas de sus hermanas.
- ¿Como ha estado?- pregunto Thalia a su lado.
- ¿Naruto?- dijo Zoë llevando a su boca un malvavisco.
- Pues, ¿quien más?- exclamó la hija de Zeus palmeando levemente el hombro de la chica.
- No hay avances- expreso la teniente entrecerrando la mirada-. Pero, estos días, he tenido un buen presentimiento-
Solo Thalia y Artemisa sabían de los sentimientos de Zoë por el chico.
Ambas cazadoras se sonrieron disfrutando del momento.
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Aquello era la mayor operación militar que se había visto en el campamento. Todo el mundo estaba en el claro del bosque, con la armadura de combate completa, pero esta vez no era para jugar a capturar la bandera.
La cabaña de Hefesto había colocado trampas alrededor de la entrada del laberinto: alambre de espino, fosos llenos de frascos de fuego griego e hileras de estacas aguzadas capaces de repeler una carga.
Beckendorf se ocupaba de dos catapultas grandes como un camión, que ya estaban cargadas y orientadas hacia el Puño de Zeus. La cabaña de Ares se había situado en primera línea y ensayaba una formación de falange a las órdenes de Clarisse.
Los miembros de las cabañas de Apolo y Hermes se habían dispersado por el bosque, con los arcos preparados. Muchos habían tomado posiciones en los árboles.
Incluso las dríadas estaban armadas con arcos y flechas, y los sátiros trotaban de acá para allá con porras de madera y escudos hechos de corteza basta y sin pulir.
Annabeth corrió a unirse a sus compañeras de la cabaña de Atenea, que habían instalado una tienda de mando y dirigían las operaciones. Una gran pancarta con una lechuza parpadeaba en el exterior de la carpa.
El jefe de seguridad, Argos, hacia guardia en la puerta. Las hijas de Afrodita se afanaban ayudando a todo el mundo a colocarse la armadura y ofreciéndose a desenredar los nudos de los penachos de crin.
Incluso los chicos de Dionisio habían encontrado algo que hacer. Al dios en persona no se le veía aún por ninguna parte, pero sus dos rubios hijos gemelos andaban repartiendo botellas de agua y cajas de zumo entre los sudorosos guerreros.
Parecía estar todo muy bien organizado, pero Quirón murmuró:
- No bastará-
Seguramente Quirón estaba en lo cierto, pero aquél era el ejército que habían logrado reunir.
Percy a su lado, por una vez, pensó que le habría gustado que Dionisio estuviera allí, aunque incluso en ese caso no estaba seguro de que hubiera podido hacer nada.
Cuando se desataba la guerra, los dioses tenían prohibido intervenir directamente. Por lo visto, los titanes no creían en esa clase de restricciones.
Grover hablaba con Enebro en lo más alejado del claro. Ella le había tomado las manos mientras escuchaba de sus labios el relato de la aventura. Se le saltaron unas lágrimas verdes al enterarse de lo que le había ocurrido a Pan.
Tyson ayudaba a los hijos de Hefesto a preparar las defensas. Tomaba rocas enormes y las apilaba como munición junto a las catapultas.
- Quédate a mi lado por ahora, Percy- indicó Quirón-. Cuando empiece la lucha, quiero que esperes hasta que sepamos con qué nos enfrentamos. Debes acudir a donde sean más necesarios los refuerzos-
- Quirón, si Cronos es quien dirige este ataque...-
- No lo creo, muchacho. Si se estuviera acercando yo lo notaría. No dudo de que lo tuviera planeado así, pero creo que al hacer que se desmoronase la sala del trono sobre él le complicaste las cosas- lo miró con una expresión de reproche-. Tú y tu amigo Nico, hijo de Hades-
Sintió un nudo en la garganta.
- Perdona, Quirón. Sé que debería habértelo contado. Es sólo...-
El alzó la mano
- Entiendo por qué lo hiciste, Percy. Te sentías responsable. Tratabas de protegerlo. Pero, si queremos salir vivos de todo esto, hemos de confiar el uno en el otro. Debemos-
Le flaqueó la voz. El suelo había empezado a temblar bajo sus pies.
Todo el mundo se quedó inmóvil. Clarisse gritó una única orden:
- ¡Junten los escudos!-
Entonces el ejército del señor de los titanes surgió como una explosión de la boca del laberinto.
Percy había asistido a muchos combates en su vida, pero aquello era una batalla a gran escala.
Lo primero que surgió fue una docena de gigantes lestrigones que brotaban del subsuelo como un volcán, gritando. Llevaban escudos hechos con coches aplastados y porras que eran troncos de árboles rematados con pinchos oxidados.
Uno de los gigantes se dirigió con un rugido hacia la falange de Ares, le asestó un golpe con su porra y la cabaña entera salió despedida: una docena de guerreros volando por los aires como muñecos de trapo.
- ¡Fuego!- gritó Beckendorf.
Las catapultas entraron en acción. Dos grandes rocas volaron hacia los gigantes. Una rebotó en un coche-escudo sin apenas hacerle mella, pero la otra le dio en el pecho a un lestrigón y el gigante se vino abajo.
Los arqueros de Apolo lanzaron una descarga y, en un abrir y cerrar de ojos, brotaron docenas de flechas en las armaduras de los gigantes, como si fueran púas de erizo. Algunas se abrieron paso entre las junturas de las piezas de metal y varios gigantes se volatilizaron al ser heridos por el bronce celestial.
Pero, cuando ya parecía que los lestrigones estaban a punto de ser arrollados, surgió la siguiente oleada del laberinto: treinta, tal vez cuarenta dracaenae con armadura griega completa, que empuñaban lanzas y redes y se dispersaron en todas direcciones.
Algunas cayeron en las trampas que habían tendido los de la cabaña de Hefesto. Una de ellas se quedó atascada entre las estacas y se convirtió en un blanco fácil para los arqueros.
Otra accionó un alambre tendido a ras del suelo y, en el acto, estallaron los tarros de fuego griego y las llamas se tragaron a varias mujeres serpiente, aunque seguían llegando muchas más.
Argos y los guerreros de Atenea se apresuraron a hacerles frente.
Tyson, por su parte, cabalgaba sobre un gigante. Se las había ingeniado para trepar a su espalda y le arreaba en la cabeza con un escudo de bronce.
Quirón apuntaba con calma y disparaba una flecha tras otra, derribando a un monstruo cada vez, pero seguían surgiendo más enemigos del laberinto. Y finalmente, salió un perro del infierno que no era la Señorita O'Leary y arremetió contra los sátiros.
- ¡Allí!- le gritó Quirón al hijo de Poseidón.
Saco a Contracorriente y se lanzo a la carga.
Mientras cruzaba a toda velocidad el campo de batalla, vio cosas terribles.
Un mestizo enemigo luchaba con un hijo de Dionisio en un combate muy desigual. El enemigo le dio un tajo en el brazo y luego un golpe en la cabeza con el pomo de la espada. El hijo de Dionisio se desmoronó.
Otro guerrero enemigo lanzaba flechas incendiarias a los árboles, sembrando el pánico entre los arqueros y entre las dríadas.
Una docena de dracaenae, y algunos semidioses enemigos abandonaron el combate y se deslizaron por el camino que conducía al campamento. Si llegaban allí, podrían incendiar el lugar entero. No encontrarían la menor resistencia.
El único que se hallaba cerca era Nico di Angelo, que acababa de clavarle su espada a un telekhine. La hoja negra de hierro estigio absorbió la esencia del monstruo y chupó su energía hasta convertirlo en un montón de polvo.
- ¡Nico!- grito.
Miró hacia donde le señalaba, vio a los enemigos y comprendió en el acto.
Inspiró hondo y extendió su negra espada.
- ¡Obedéceme!- ordenó.
La tierra tembló. Frente a los invasores se abrió una grieta de la que surgió una docena de guerreros muertos.
Eran cadáveres espeluznantes con uniformes militares de distintos períodos históricos: revolucionarios norteamericanos de la guerra de Independencia, centuriones romanos, oficiales de la caballería de Napoleón con esqueletos de caballo.
Lamentablemente algunos enemigos pudieron escapar entrando en el campamento.
Corrio al encuentro del perro del infierno, que estaba haciendo retroceder a los sátiros hacia el bosque. La bestia le lanzó una dentellada a un sátiro, que se apartó con agilidad, pero el golpe lo recibió otro más lento y éste se desplomó con el escudo de corteza destrozado.
- ¡Eh!- gritó.
El perro del infierno se volvió con un gruñido y saltó sobre Percy. Lo habría hecho pedazos con sus garras, pero al caer al suelo se encontro un recipiente de barro: uno de los tarros de fuego griego de Beckendorf. Se apresuro a arrojárselo a las fauces y la criatura estalló en llamas. Se aparto, jadeando.
El sátiro que había sido pisoteado por el perro del infierno no se movía. Corrio a ver cómo estaba, pero en ese momento oyo la voz de Grover:
- ¡Percy!-
Se había desatado un incendio en el bosque. El fuego rugía a tres metros del árbol de Enebro, y ella y Grover estaban enloquecidos tratando de salvarlo.
El tocaba una canción de lluvia con sus flautas mientras Enebro, desesperada, trataba de apagar las llamas con su chal verde, aunque lo único que conseguía era empeorar las cosas.
Corrio hacia ellos, saltando entre distintos contendientes y se colo entre las piernas de los gigantes.
La fuente de agua más cercana era el arroyo, que quedaba casi a un kilómetro... tenía que hacer algo. Se concentro. Sintió un tirón en las entrañas y un fragor en los oídos.
Un muro de agua avanzó de repente entre los árboles, sofocó el incendio y dejó empapados a Enebro, Grover y casi todos los demás.
El sátiro escupió un chorro de agua.
- ¡Gracias, Percy!-
- ¡De nada!- regreso corriendo al combate, al tiempo que la parejita lo seguía.
Él tenía una porra en la mano y ella, una fusta como las que usaban antiguamente en los colegios. Se la veía muy enfadada, como si estuviera dispuesta a zurrarle a alguien en el trasero.
Cuando ya parecía que la batalla estaba otra vez equilibrada y que quizá tenian alguna posibilidad, les llegó desde el laberinto el eco de un chillido sobrenatural: un ruido que en sus vidas habían oído.
Y súbitamente Campe salió disparada hacia el cielo, con sus alas de murciélago desplegadas, y fue a aterrizar en lo alto del Puño de Zeus, desde donde examinó la carnicería. Su rostro estaba inundado de una euforia maligna.
Las cabezas mutantes de animales le crecían en la cintura y las serpientes silbaban y se le arremolinaban alrededor de las piernas. En la mano derecha sostenía un ovillo reluciente de hilo, el de Ariadna, pero enseguida lo guardó en la boca de un león, como si fuera un bolsillo, y sacó sus dos espadas curvas.
Las hojas brillaban con su habitual fulgor verde venenoso. Campe soltó un chillido triunfal y algunos campistas gritaron despavoridos; otros trataron de huir corriendo y fueron pisoteados por los perros del infierno o por los gigantes.
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El grupo de dracaenae y semidioses enemigos que se habían colado dentro del campamento, aparecieron. Más bien, surgieron huyendo despavoridos de algo. Como si hubiesen visto una bestia.
Y la razón se mostró segundos después.
Fenrir apareció dando un aullido que parecía penetrar los tímpanos de todos los presentes. Sus ojos carmesí observaban a sus enemigos con fiereza, sin ninguna pizca de temor. Sus colmillos blancos estaban pintados de rojo.
Percy en ese instante comprendió que Fenrir jamás dejaría a ningún enemigo entrar al corazón del campamento. Después de todo, Naruto, se encontraba en la enfermería. Y el animal jamás dejaría al semidiós solo.
Fenrir se abalanzó rápidamente atrapando la yugular de un lestrigon gigante. El monstruo desapareció en polvo dorado cuando de un simple movimiento su cuello le fue arrancado.
Un semidiós enemigo lloraba y gritaba en el suelo al ver su brazo ser arrancado por el lobo. Sus lloriqueos cesaron cuando Fenrir le arranco la cabeza.
El lobo escupió la cabeza y se fijo en sus próximas victimas. Un pobre grupo de dracaenaes.
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- ¡Dioses inmortales!- gritó Quirón. Apuntó con su arco, pero Campe pareció detectar su presencia y echó a volar a una velocidad asombrosa. La flecha pasó zumbando sobre su cabeza sin causarle ningún daño.
Tyson se soltó del gigante al que había aporreado hasta dejarlo fuera de combate.
Corrió hacia las líneas aliadas, gritando:
- ¡A sus puestos! ¡No huyan! ¡Luchen!-
Un perro del infierno saltó entonces sobre él y ambos rodaron por el suelo.
Campe aterrizó sobre la tienda de mando de Atenea y la aplastó. Percy corrio hacia ella y se encontro en compañía de Annabeth, que se puso a su altura con la espada en la mano.
- Esto puede ser el final- dijo la chica.
- Tal vez-
- Ha sido un placer combatir contigo, sesos de alga-
- Lo mismo digo-
Se lanzaron juntos al encuentro del monstruo. Campe soltó un silbido y les lanzó estocadas.
Percy hizo una finta para intentar distraerla, mientras Annabeth le daba un mandoble, pero la bestia parecía capaz de combatir con ambas manos a la vez.
Paró el golpe de Annabeth y ésta tuvo que retroceder de un salto para evitar la nube de veneno. Permanecer cerca de aquella criatura era como meterse en una niebla ácida. Los ojos se escocían y no lograba llenar sus pulmones.
- ¡Vamos!- grito Percy-. ¡Necesitamos ayuda!-
Pero no llegaba nadie.
Unos se habían desmoronado y otros luchaban para salvar su propia vida o estaban demasiado aterrorizados para avanzar. Tres flechas de Quirón surgieron de repente en el pecho de Campe, pero ella se limitó a rugir con más fuerza.
- ¡Ahora!- exclamó Annabeth.
Cargaron juntos, esquivando los tajos del monstruo, rebasaron su guardia y casi... casi habían logrado clavarle sus espadas en el pecho cuando de su cintura brotó la cabeza de un oso gigante y tuvieron que retroceder a trompicones para que no les diese un mordisco mortal.
¡BRUUUM!
Cuando quisieron darse cuenta, Annabeth y Percy estaban en el suelo. El monstruo tenía las patas delanteras sobre ellos y los sujetaba firmemente.
Cientos de serpientes se deslizaban sobre el par, con unos silbidos que parecían carcajadas. Campe alzó sus dos espadas teñidas de verde y Percy comprendió que ya no tenían salida.
¡Kin!
Campe soltó un grito de dolor, soltando al par de semidioses aprisionados, dando un par de pasos para atrás. Una de sus manos viajo hasta su mejilla, para que con sorpresa, note que tenia una pequeña herida. El monstruo dirigió su atención hacía el origen del ataque.
Percy, en el suelo, volteó en la misma dirección que observaba Campe.
- Apenas despierto y me encuentro que estamos siendo atacados, ¡maldición!-
Desde el centro del campamento, saliendo entre las sombras de los árboles, una figura se hizo presente.
- Parece que a partir de aquí, me encargaré yo-
- ¡Naruto!- exclamó sonriendo Percy.
Naruto siguió caminando varios pasos más hasta que se detuvo por completo. De un suave movimiento, desvaino su katana, mostrando su filo oscuro.
- (¿Quien es este sujeto? ¡Su presciencia es aterradora!)- pensó Campe dando un paso hacía atrás.
Una sonrisa creció en el rostro de Naruto al ver esto. La oscuridad parecía bailar alrededor de su cuerpo. Cubriéndolo, como una clase de aura.
- Tú me subestimas, chica serpiente- exclamó serio Naruto.
Campe retrocedió otros dos pasos más.
- En el momento que te diste cuenta que no podías vencerme... deberías haber huido-
Campe apretó sus dientes con furia. Un simple humano se burlaba de ella.
- Hay cosas que no me gusta cortar. Pero, ¿alguna vez has visto a algún animal salvaje capaz de contener su instinto de morder?-
El monstruo abrió sus ojos llenos de miedo. Percy trataba de respirar, pero la presión en el lugar, no lo dejaba.
Los ojos zafiros del chico, parecían brillar en un tono rubí. Su katana, temblaba, ansiosa de pelea.
- Porque yo no-
Con una sonrisa, Naruto comenzó a correr yendo de frente hacia su enemigo.
- (¡¿Qué?! ¡Mi cuerpo no se mueve!)- pensó asustada Campe.
La katana se rodeo de oscuridad, y Naruto la alzo por arriba de sus hombros.
- (¡Me cortará!)-
Fii~
Una pequeña y fina linea apareció en el cuerpo de Campe, yendo desde la cabeza hasta la cintura. Percy abrió sus ojos sorprendidos, viendo como el monstruo era separado verticalmente en dos partes.
Los pedazos del cuerpo chocaron contra el suelo en un sonido asqueroso.
Naruto envaino devuelta su katana en su funda mientras volteaba a ver al hijo de Poseidón.
- ¿Estas bie...-
No alcanzo a preguntar ya que el ruido de algo chocar contra el suelo lo opaco. Detrás del cadáver del monstruo, había una franja en el suelo, mostrando que fue cortado.
Naruto alcanzo a ver como tres árboles habían caído también cortados.
El chico soltó una pequeña risa nerviosa. Parece que se había pasado un poco.
Cerro sus ojos cuando un cuarto árbol, y último, cayó aplastando a varios enemigos.
Si, se había pasado.
Fin del capítulo.
¡Aviso! Creo haberlo dicho al principio del fic, pero ahí voy otra vez.
Esta historia solo abarcara hasta los sucesos del último héroe del Olimpo. En otras palabras, queda poco para el final jeje.
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