Capítulo 6

Faltaría alrededor de una hora antes de que el sol despuntara por completo al amanecer. Lincoln tembló ante el frío provocado por las continuas brisas que lo azotaban buscando castigarlo por sus pecados, pero a pesar de recibirlas de lleno, su cansancio era tal que no se despertaba, permaneciendo dormido sobre el suelo de la colina frente al promontorio de piedras ceremoniales del cementerio Micmac.

Si en aquel momento hubiese abierto los ojos, tal vez su cordura se habría evaporado en menos de un segundo tras encontrarse con su hermana Lynn de pie frente a él quien, confundida con su cabeza ladeada grotescamente a causa de su cuello roto, le observaba con sus ojos rojos y opacos con los cuales tenía problemas para enfocarlo correctamente, hasta que estos poco a poco fueron recuperando su color y aspecto acostumbrado mejorando con ello su visión.

Por lo bajo ella gruñó al ver al chico durmiendo tan campante, siendo incapaz de notar su incomodidad, entonces miró a su alrededor hasta fijarse en una de las piedras del promontorio, una de buen tamaño que podría cargar con sus dos manos para aplastarle la cabeza y volverle puré el cerebro como este ayer se lo había hecho a Charles.

Caminó hacia ella, pero entonces al no calcular bien como dar sus pasos iniciales y debido a la rigidez de sus piernas, tropezó y cayó al suelo, donde se quedó por espacio de unos segundos gruñendo por el daño que se hizo. Al ponerse de pie, comprendió vagamente que de forma constante estaría cayéndose incluso cuando la rigidez en su cuerpo desapareciera si sus ojos no podían mantenerse correctamente enfocados en una posición fija.

Quiso sujetarse su ladeante cabeza, pero tuvo serios inconvenientes al mover los dedos de su mano derecha, mayores a cuando instantes atrás luchó por abrirse paso del agujero en la tierra donde Lincoln la había puesto. No pudo al inicio ver correctamente su mano, apenas distinguiendo a medias las heridas abiertas que tenía en esta, donde además de marcarla con sus incisivos y colmillos, Charles le había retorcido tres dedos.

Con la otra mano uno a uno tomó sus dedos fracturados y dislocados, y tras estirarlos violentamente hasta escuchar unos preocupantes chasquidos, consiguió regresarlos a su posición original. Cuando concluyó, su mano pareció haber recobrado su movilidad natural pese a las heridas, lo que comprobó al cerrar y abrir un puño continuamente hasta que tras algunas pruebas dejó de crujir al hacerlo.

Ya repuesta de ello, con ambas manos tomó firmemente su cabeza, la levantó y la presionó contra su cuello sintiendo como sus vértebras, hasta entonces separadas de su columna, se reencontraban y... ¡giró bruscamente su cuello a la derecha y luego a la izquierda! No pudo contenerse y chilló de dolor ante los crujientes sonidos secos que produjeron sus agresivos movimientos.

Se mantuvo quieta aún sujetando su cabeza un momento antes de aventurarse a soltarla. Ya no se le ladeaba, finalmente parecía quedarse en su sitio sin dificultades. Trató de moverla y el dolor apenas fue perceptible. Giró está vez con suavidad su cuello a un lado, luego para el otro, una vez más a la izquierda, después a la derecha, una hacia el camino hacia la ciénaga y otra hacia donde su hermano se encontraba dormido. Un par de pruebas más y satisfecha, sonrió burlona por conseguir arreglar aquel lamentable inconveniente.

Regresó su atención hacia la piedra, a la cual se aproximó para tomarla con ambas manos. Al cargarla, su espalda crujió peligrosamente cuando con mucho esfuerzo pudo levantarla apenas pocos centímetros, por lo que sintiéndose obligada a soltarla tras no soportar su peso, tuvo que dejarla donde estaba. Tal vez había arreglado el problema de su mano y su cuello, pero el resto de su cuerpo parecía continuar entumecido. Tras pensárselo un poco, concluyó que necesitaría de más tiempo para restaurar su movilidad habitual. Tal vez si sólo le rompía el cuello con sus propias manos entonces...

No. Demasiado rápido y simple. Aunque admitía que ese sería un final tremendamente irónico, además de divertido.

Sintió que las fuerzas en su cuerpo iban progresivamente restaurándose. La energía y vigor circulaban donde se supondría que tenía que hacerlo su sangre. Tras dejar pasar unos minutos, volvió a intentar levantar la piedra consiguiéndolo en esta ocasión con mayor facilidad.

Sintiéndose poderosa, a pasos lentos y manteniendo el equilibrio de la piedra entre sus manos se dirigió hacia Lincoln.

Ya frente al muchacho peliblanco que continuaba temblando por el frío, pero con mayor cansancio como para no despertarse, además de fuerte y poderosa, Lynn se sintió inteligente y... traviesa.

Inconscientemente buscando mayor comodidad sin conseguirlo, Lincoln giró su cuerpo hacia el otro lado. De haber abierto los ojos en ese momento, en lugar de haberlo hecho horas después, hubiese visto a Lynn alejarse lentamente por el mismo camino por el que la trajo anoche a ese sitio, cargando su cadáver entre sus brazos sintiéndose devastado por su pérdida.

Dado que no recuperaba aún todas las condiciones físicas que poseía antes de su muerte apenas el día anterior al medio día, durante el camino la adolescente resbaló y cayó entre los árboles y las piedras en varias ocasiones. Con ira se imaginó a la idiota de Luan destornillándose de la risa al mirarla desmadejarse como lo haría su estúpido muñeco de ventrílocuo, el señor Cocos, como cuando a este lo arrojaba sobre su cama o el sofá tras alguna de sus absurdas presentaciones.

El oscurecido cielo comenzó a teñirse de rojo conforme el sol iba asomándose. Para esos momentos poco a poco había conseguido aumentar el ritmo de sus pasos convirtiendo su lenta caminata en un trote al que cada vez imprimía mayor velocidad, al igual a como si estuviese participando en una maratón buscando llegar a toda costa a una meta de la que no estaba muy segura de dónde se encontraba, sencillamente permitiéndole a su instinto guiarla.

Pronto dejó bien atrás tanto el cementerio de mascotas como el bosque y los prados al internarse en las calles del pueblo. El lugar le producía sensaciones encontradas. Por un lado, parecía tratarse de un territorio completamente desconocido, al mismo tiempo que los recuerdos aún albergados en su cerebro le permitían una gran familiaridad con su entorno. Se detuvo y volteó a todas partes como lo haría un animal confundido al llegar a un cruce con varias calles a elegir. Por allá quedaba la casa de Margo, por esa intersección podía llegar al centro deportivo, al otro lado de aquella acera se encontraba el lugar donde puso en su lugar a un cretino que molestaba a Luan hasta no hace mucho, aunque también podía ver el sitio donde cayó en una de las trampas de su misma hermana durante el día de las bromas, y en esa farmacia una vez tuvo que... ¡Farmacia!

Mira de nuevo su mano parcialmente destrozada. El dolor va remitiendo y seguramente en unas horas sería menos que nada, pero no podía hacer mucho por su aspecto antes de ir a... ¿a dónde tenía que ir? ¡Claro! A casa, pero primero tendría que resolver esto.

Una campanilla que sonó cuando entró al lugar la sobresaltó. Gruñó fastidiada sintiéndose como una tonta por asustarse tan sólo por eso. Su mirada se dirigió hacia la caja de cobro, donde al otro lado con aire distraído, se encontraba un sujeto cuarentón mirando su celular, de donde Lynn alcanzó a escuchar lo que parecían ser videos cómicos con risas pregrabadas. Con desinterés el hombre le dio un vistazo durante un par de segundos dedicándole una sonrisa antes de volver su atención a su dispositivo. Lynn lo ignoró y con ansiedad buscó a su alrededor cualquier cosa que considerara pudiese servirle, deteniéndose en los paquetes de gasas y de vendas medianas, de donde con brusquedad tomó uno casi tirando el exhibidor.

Ahora fue el turno del individuo de sobresaltarse, cuando la chiquilla que acababa de entrar estampó el paquete sobre el mostrador frente a él.

—¡Quiero esto! —Bramó con la voz muy ronca.

—Ah... claro, Lynn.

¿Cómo es que ese tipo sabía su nombre? ¡Ah! Es verdad. Ya lo recordaba. Por años su madre la había traído varias veces justo a ese lugar, donde siempre eran atendidas por aquel sujeto, para surtirse con el medicamento que le recetaban cada vez que ella o sus hermanas se enfermaban, o por otras cosas cuando en su caso se torcía un brazo, una pierna o algún músculo debido a las exigencias de sus entrenamientos. El sujeto pasó por un escáner el paquete y miró la pantalla de la computadora frente a él cuando se escuchó el pitido del lector.

—Son cuatro dólares.

Por costumbre, ella metió las manos en sus bolsillos para sacar el efectivo, antes de recordar que no llevaba ni un centavo encima.

—No... no tengo... olvidé mi dinero. —Murmuró quedamente con su voz suavizándose.

El sujeto levantó una ceja con cierta molestia tras alcanzar a escucharla.

—¿No pudiste darte cuenta de eso antes de que me hicieras marcarte esto en el sistema para cobrártelo?

—¡De verdad necesito esa venda!

De golpe puso ambas manos sobre el mostrador haciéndose hacia adelante mostrándole los dientes de forma agresiva. El sujeto se impresionó por su arrebato tanto como por su rugido. Estaba por recriminarle esto, así como por lo sucia que venía, llena de tierra y con la que estaba ensuciando todo a su alrededor, cuando además de la fuerte peste que la impregnaba, notó las horribles heridas en una de sus manos cubiertas con sangre seca, las cuales parecían ser profundas y necesitadas de atención médica urgente.

—¿Qué te sucedió en la mano? —volvió a reparar en su desaliñado aspecto general. Era extraño verla con el cabello suelto ahora que lo pensaba, y ese olor en verdad era muy fuerte y rancio, olía como a...—. ¿Te caíste?

—¡Las vendas! —insistió ella—. Las necesito.

—Lo que necesitas con urgencia es un doctor —dubitativo sopesó algunas opciones—. Está bien, llévatelas. Ya me pondré de acuerdo luego con tu madre, aunque lo mejor sería que fueras en este instante al hospital para que te atiendan eso enseguida. Por lo menos parece que ya no estás sangrando, pero podrías pescar una infección.

Después del "llévatelas", Lynn de forma ruda tomó el vendaje, se dio la vuelta y se marchó a toda prisa dejándolo hablar solo. El farmacéutico estaba seguro de que la muchacha se había metido en algo serio, pero eso ya sería problema de sus padres al reprenderla. Le contaría a Rita la forma en que su hija se comportó con él en cuanto tuviese la oportunidad de cobrarle lo debido. Guardó el ticket de compra en su cartera y fue por la escoba para barrer la suciedad que esa grosera dejó en todas partes. También buscaría el aromatizante, la peste que despidió parecía haberse impregnado, por lo que abrió las puertas de par en par y las ventanas esperando disiparla.

—También necesitas con urgencia un baño.

Por la hora que era, poca gente había en las calles. Algunos se detenían al verla pasar por su aspecto llamativamente desaseado, otros no reparaban en ella sino hasta que se les acercaba mucho al pasar junto a ellos, haciendo que las asqueadas personas se llevaran una mano a la nariz debido a la peste que emanaba. Pocos con preocupación la miraron deshacer el pequeño paquete de vendas con desesperación para envolverse con la tira una de sus manos y así cubrir las heridas que parecía tener. Aquellos que de vista la conocían, así como su conflictiva reputación, se imaginaban que, si así se veía ella, peor luciría la persona con la que seguramente se peleó.

—Hola, Lynn.

Su maestra la saludó al salir de su casa, sorprendiéndose al encontrársela por casualidad en su vecindario. La adolescente la ignoró deliberadamente y continuó su marcha apenas mirándola sobre su hombro con desagrado, por lo que la docente hizo un gesto de negación quedando decepcionada de ella antes de subir a su auto para dirigirse desde ese momento a la escuela. Del mismo modo Lynn ignoraría por completo a las pocas personas que llegaron a darle los buenos días, y aquellos que preocupados se acercaron para preguntarle si se encontraba bien con el propósito de auxiliarla, dado su maltratado aspecto, terminaban por alejarse al ver su aterradora e intimidante mirada, la cual dirigía a quien sea que se le acercara demasiado.

Finalmente llegó a su calle, la cual por supuesto le resultó la más familiar de todas por las que anduvo. Estaba por dirigirse hacia su casa, que pudo reconocer al instante desde lejos, cuando notó el coche del señor Grouse frente a su patio. ¿Por qué ese viejo ridículo sacaría su coche sólo para visitar a sus vecinos de junto? Estaba por continuar cuando de pronto se detuvo al recordar que ese coche ya no le pertenecía a Grouse, sino a Lori. El viejo se lo había vendido antes de que su hermana se largara a la universidad el año pasado. Entonces, ¿qué rayos estaba haciendo Lori ahí?

De pronto y como si lo hubiese invocado, reconoció al señor Grouse cuando salió de su casa en ese momento sacando una gran bolsa de basura que depositó en el bote frente a su entrada. No pareció notar a Lynn a la distancia, pero vaya que ella sí lo había notado.

Bud Grouse. Vaya que el tiempo lo había convertido en un hombre muy viejo.

Bud Grouse. El tipo que asustó a su hermano con la historia del maldito toro, antes de que sus estúpidos padres lo hicieran cuando anunciaron su decisión de matar a Charles, por lo que Lincoln y ella se marcharon con el perro hacia donde ella terminaría...

Bud Grouse. El estúpido chico que le contó el secreto de los Micmac a Flip y este a su vez se lo reveló a Lincoln.

Bud Grouse. El mocoso imbécil que, y a pesar de que su padre no lo dejó ir, a escondidas se escabulló con sus amigos para ayudar a llevar al toro de los Bachman al cementerio del que los adultos le advirtieron debía de mantenerse alejado.

Bud Grouse. Que se casó, tuvo hijos, nietos, una familia muy amplia a la que ya no podía ver después de que él...

Bud Grouse.

Por primera vez desde que tras su regreso pensó en todas las posibilidades que habría de dejar al idiota de su hermano con vida, Lynn cambió su osca y malhumorada actitud sonriendo divertida y feliz por la oportunidad que se le estaba presentando.

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Bud Grouse una vez que entró de vuelta a su casa se tronó los dedos de sus manos e inquieto se dirigió a la mesa de su cocina para tomar su celular y marcar de nuevo al número de Lincoln. Al no obtener respuesta durante unos minutos, volvió a intentarlo con el de Lynn. Los padres de los chicos ya le habían contado que ambos dejaron sus aparatos en casa, lo que en sí ya le parecía algo anormal. ¿Qué clase de chicos hoy en día son capaces de soltar sus celulares por más de una hora cuando en ocasiones no lo hacen ni al irse a dormir?

Al igual que los Loud, estaba preocupado por el paradero de los dos chicos, quienes aparentemente se habían fugado juntos para evitar que mandaran a dormir al perro. Se maldecía así mismo por haber confiado en que el chico haría lo correcto, en lugar de haber tomado la iniciativa de presentarse en la casa de sus vecinos, con el revólver que guardaba en la caja de seguridad tras el cuadro de su padre en su habitación, para él mismo volarle los sesos al condenado animal. Claro que el haber hecho eso le hubiera supuesto un pase directo a la corte, y de ahí, con mucha suerte, a pasar el resto de sus días de forma forzada en el asilo de Sunset Canyon, donde tras explicarle las cosas al viejo Albert, hasta él le hubiese dado la razón de sus acciones. Pero no tenía caso lamentarse ahora que había perdido la oportunidad.

A disgusto y sintiendo que no podría conciliar el sueño debido a la preocupación, se dirigió hacia su estudio donde trataría de distraerse con algunos videos de internet en lo que esperaba pronto hubiese noticias sobre los chicos. Ansiaba en especial ver a Lincoln para preguntarle qué hicieron con el perro, aunque no negaba que también quería comprobar que estuviera a salvo tanto él como Lynn.

Esa niña le agradaba mucho, pese a los pésimos gustos que tenía con los equipos de fútbol a los que apoyaba. Nadie dentro de su propia familia, o al menos hasta donde supiera, compartía ese gusto por los deportes de ese tipo con él, aunque... daba lo mismo si había por ahí algún nieto o sobrino varón que lo hiciera, ya no digamos una chica, pues entonces la posibilidad de que le permitieran pasar el tiempo con la misma se reduciría a nada.

Una vez que tomó asiento, se percató que los pequeños puntos de luz laterales tanto de la computadora como los del monitor estaban parpadeando. Era curioso. No recordaba haber encendido nada desde que se levantó o desde anoche cuando se limitó a mirar la televisión, aunque no le dio importancia, pues a su edad muy de vez en cuando se le olvidaban pequeños detalles insignificantes, como el ya haber cerrado la puerta al irse a dormir cuando bajaba a revisar por segunda o tercera ocasión, o el apagar el televisor cuando iba a prepararse un bocadillo o tenía que salir. Bien, así sólo tendría que mover el mouse o presionar una tecla para salir de la suspensión y poner en marcha el equipo.

Tras la reactivación, la pantalla lo recibió pidiéndole su contraseña de ingreso. Era sencilla de recordar y al mismo tiempo difícil que alguien la adivinara: la fecha de su divorcio de forma invertida. Tras teclearla, esperaba ingresar a su escritorio cuando... a causa de la impresión, jaló de golpe aire a sus pulmones por lo que vió.

El fotograma de un video donde Leni en su traje de baño se acomodaba la parte de arriba de su bikini revelando por accidente uno de sus senos le dio la bienvenida. Bud presionó al instante ALT y F4 a la vez para cerrarlo, y detrás del vídeo pausado se encontró con una carpeta llena de fotografías tanto de ella como de Rita y sus hijas Lori, Luna e incluso Luan jugando o realizando sus acostumbradas actividades en el patio de su casa, algunas en trajes de baño jugando en la alberquita con el resto de la familia, otras en escasa ropa o cambiándose la misma un tanto borrosas debido al vidrio de las ventanas que las cubrían en ángulos forzados muy malos. Fotos tomadas sólo hasta donde el lente de la cámara de su celular había podido enfocarlas. No sólo se trataban de las Loud, sino también había de otras chicas de instituto, algunas de preparatoria y también de secundaria que él mismo de forma discreta tomó en el parque, el centro comercial o el autobús, estas últimas enfocadas a sus piernas cuando se encontraban sentadas usando sus minifaldas.

Bud cerró la carpeta. Podía ser en ocasiones muy olvidadizo y dudar de las últimas cosas que había hecho, pero de lo que estaba seguro es que él no había abierto esa carpeta desde el fin de semana antepasado, una a la que adicionalmente sólo podría accederse por medio de una contraseña: la fecha de cumpleaños de su primera nieta también invertida.

Con miedo miró a su alrededor, entonces y sabiamente bajó su vista hacia el suelo del estudio que había trapeado ayer por la tarde, notando las semi desdibujadas pisadas de tierra que no tenían motivos para estar ahí, unas pisadas realizadas por un calzado muy reducido en comparación al suyo.

¡Se sobresaltó cuando de repente sobre él escuchó el fuerte ruido de algo pesado cayendo contra el suelo del ático!

Estuvo a punto de gritar "¿Quién está ahí?", cuando prudentemente comprendió que no sería buena idea alertar al bandido de que ya se había dado cuenta de su intrusión. Lo mejor era salir y pedirle a los Loud que llamaran a la policía, así esta vendría para arrestarlo y entonces el ladrón... les contaría de la colección secreta de fotos y videos que descubrió en su computadora metiéndolo en serios problemas, tanto con sus vecinos como con las autoridades. ¡Pero cómo fue que ese maldito averiguó sus contraseñas! ¿Realmente buscaba cosas de valor? Pudo sólo llevarse la computadora si su móvil fuera el robo, a no ser que en realidad se tratara de la extorsión.

Moviéndose lo más silenciosamente que pudo, se dirigió hacia su habitación, donde hizo a un lado el cuadro de su padre con mucha delicadeza. La puerta de su pequeña caja fuerte quedó al descubierto. Tras abrirla lentamente procurando el silencio, hizo a un lado unos pocos billetes, algo de documentación importante y entonces tomó el viejo revólver ya cargado y le quitó el seguro. Declararía que lo que hizo fue en legítima defensa propia, tanto de él como de sus bienes. La ley de portación de armas lo ampararía, pues aunque había pasado más de un año desde la última vez que sacó su arma, estaba seguro de que su permiso se mantenía vigente.

Con calma subió a la segunda planta, donde en medio del pasillo tal y como se lo imaginó, las escaleras al ático estaban echadas abajo. Tragando saliva y reconsiderando lo que pensaba hacer, se dio un último impulso de valor para subir, lamentando con horror el ruido que sin querer provocaba debido a que los malditos escalones crujían bajo su peso.

Una vez arriba trató de encender la luz, pero el interruptor no hizo nada y el ático permaneció tan oscuro como siempre.

¿¡Eso fue un gemido!? Se giró hacia el lugar donde creyó escucharlo. ¡Ahí estaban otra vez! Eran gemidos de... angustia, de llanto... posiblemente femeninos y... le resultaron familiares.

—¿Quién está ahí? —Bud preguntó empuñando con una mano su arma y con la otra sacando su celular para encender la cámara renunciando a las sutilezas. Sea quien fuera no podía representar una amenaza del todo si estaba llorando—. ¡Salga en este instante! ¡Esto es allanamiento de morada!

El gemido se convirtió en un llanto compungido y el miedo invadió a Bud. Estaba seguro que ya había escuchado en alguna parte un llanto muy parecido a ese, pero por mucho que apuntara la linterna de su celular por todas partes, no podía dar con la procedencia del mismo.

—¡Le advierto que estoy armado! —si el plan de esa mujer era con su llanto provocarle lástima para que no le hiciera nada, se había equivocado de víctima— ¡Así que salga por las buenas en este momento!

—Era la hija de Ralphie, Buddy. ¡Cómo pudiste hacerle algo así a nuestra propia nieta!

Tras escuchar aquel reclamo a grito, el corazón del anciano dio un vuelco en su pecho perdiendo la capacidad de respirar por unos segundos. Sintió que toda la piel se le escaldó quedando como de gallina y el poco cabello que le quedaba se le erizó. Estuvo a punto de dejar caer tanto el celular como el arma cuando la comprensión lo congeló al mismo tiempo que comprendió quién era la persona que estaba ahí oculta.

—¿Magda?

—¿¡Por qué, Bud!? ¿¡Dime por qué!?

La voz de la mujer de quien se divorció y usaba la fecha de ese acontecimiento como contraseña de su computadora, ahora parecía provenir del punto contrario a donde originalmente la había escuchado.

—No... —Bud murmuró con la voz entrecortada, tratando de encontrarle lógica a lo que estaba ocurriendo—. ¡No! ¡No sé quién demonios seas, o a qué estás jugando, pero te doy mi palabra que te dispararé si no te muestras inmediatamente!

Una vez más el sollozo se reanudó y la voz de la mujer en un tono más bajo continuó sus angustiosos reclamos, pero siendo ahora desde otro punto lejano del ático de donde ahora parecían provenir.

—No quise creerlo. Incluso... me puse de tu lado en lugar de hacerlo de Ralph cuando vino a reclamarte y... lo acusé de ser un mal hijo cuando te golpeó y... ¡No quise creerlo incluso cuando el sicólogo confirmó lo que Beth le contó! ¿¡Cómo pudiste hacerle algo así a una niña!? ¿¡A nuestra nieta!? ¡Sólo tenía ocho años!

Bud temblaba, no sólo por el miedo, sino por la acusación. Recuerdos que tenía presentes vagamente pocos minutos al día desde hace años, se arremolinaron de forma más brusca y violenta en su mente, incluso de peor manera a cuando se le presentaban en particular durante la fecha del cumpleaños de Beth, el de Ralph, e incluso con los del resto de sus hijos y los nietos que sabía tenía y a quienes hace años que no veía. El duro sentimiento que lo embargaba era tan parecido al que, cuando motivado por el buen corazón de los Loud que en una Navidad le obsequiaron un viaje a la ciudad donde la mayor parte de su familia se reunía, se presentó con ellos albergando la esperanza de que ya le habrían perdonado, o que por la fecha le darían una nueva oportunidad para hacerlo, siendo su hija quien lo recibió impidiéndole entrar a su casa abofeteándolo y dejándole bien en claro que tanto para ella como para sus hermanos, él ya estaba muerto.

—Es... estaba ebrio y... —se detuvo a sabiendas que el estado en que disimuladamente se encontraba aquél día cuando su hijo, su nuera y su esposa le dejaron a la niña a su cuidado, no justificaba de ningún modo lo que en otras condiciones jamás se hubiese atrevido a hacer—. Pero no la... yo sólo le... ¡no la lastimé! Sólo le... la... la asusté.

¿Pero por qué se justificaba con aquél intruso? ¡Esa mujer no era Magda! ¡Esa mujer no era su ex esposa, a la que su familia le impidió incluso asistir a su funeral hace menos de diez años cuando el cáncer se la llevó!

—¡Tú no eres Magda!

—¡Y tú no eres el hombre que creía que eras!

No sólo pudo identificar finalmente de dónde provenía la voz, incluso consiguió apreciar la silueta de la persona oculta bajo una sábana en una esquina. Recobrando su ímpetu, apuntó el arma justo hacia ella.

—¡Te tengo!

—A.. abuelito... ya... ya déjame.

Y su mano tembló al escuchar el suplicante lloriqueo de su confundida nieta de ocho años por lo que su abuelo le hizo.

—¿Beth?

—No me gusta... mi papá me va a regañar... no me gusta este juego. Ya déjame, abuelito.

El pecho al anciano le iba doliendo cada vez un poco más, al mismo tiempo que con trabajo se esforzaba en negarse a creer que esto de verdad estuviera sucediendo. ¡Esa no podía ser Beth!

Aunque ya no la había vuelto a ver en persona, sabía que ahora Beth tenía veinticuatro años, y además de casarse, había tenido un hijo propio al que él jamás conocería. La mayor "amabilidad" que su familia tuvo con él tras abandonarlo en el pueblo y marcharse, fue la de no denunciarlo, más que por hacerle un favor, fue porque nadie quiso empeorar el trauma de su nieta con una investigación y lo mediático que el caso podría volverse dentro de aquél pequeño pueblo. Pero esa voz... ¡era exactamente igual a la de ella!

Era idéntica a la de la niña que cuando todo terminó y él tomó consciencia de lo que la había obligado a hacerle tras ponerle las manos encima, le suplicó que guardara el secreto del suceso quedando en algo únicamente entre los dos, prometiéndole no sólo juguetes, dinero y un viaje al mejor parque de diversiones del mundo, sino con el corazón en la mano de que jamás de los jamases volvería a hacerle algo así.

—Beth... ¡No! ¡No es cierto! ¡Tú no eres ella!

—Me... me estás asustando, abuelito. ¿Por qué quieres que haga eso? Esto no es divertido, ¿por qué dices que sí lo es? ¿Cómo puede gustarte algo así? ¡Ya suéltame, por favor!

Hiperventilando al mismo tiempo que sufría un ataque de ansiedad, el anciano levantó el arma a la sollozante figura y...

—¡Perdón!

...disparó.

Quizá por todo el tiempo que mantuvo guardada el arma fue que se trabó y nada salió de la misma. Consternado, miró la pistola conteniendo el aliento.

Escuchó una risa burlona detrás de él que no correspondía ni a Magda o a Beth, una que hizo ruido al pisar los escalones tras bajar del ático.

Bud contempló la silueta inerte frente a él y de un manotazo hizo a un lado la sábana.

Un maniquí sin cara llevando encima el vestido de novia de Magda se reveló y, recordando precisamente el día en que le hizo la promesa de nunca dejar de amarla y procurar hacerla feliz hasta el último día de su vida, comenzó a llorar al mismo tiempo que se dio la vuelta para marcharse de ese sitio, no sin antes tomar un rodillo arrumbado por ahí tras arrojar el inútil revolver dentro de una caja.

Lentamente descendió de regreso a la segunda planta mirando hacia todos lados, cuando alcanzó a notar como la puerta del baño se entrecerró, entonces levantó el rodillo en alto sintiéndose más asustado que absurdo por la imagen que de seguro ofrecía, mientras que con la mano donde antes llevaba su celular, ahora en su bolsillo, se tentaba el adolorido pecho mientras su respiración se mantenía tan agitada como cuando joven concluía uno de los más demandantes y pesados partidos de fútbol de la universidad.

Al demonio los problemas en los que se metiera después con la policía. Tal vez por ser viejo le tendrían un poco de consideración cuando encontraran al, o a la idiota cuyo cráneo molería a golpes con tal de no permitirle hablar sobre sus secretos y castigarlo por la manera tan extraña en que se burló de él imitando las voces de sus seres queridos.

Al entrar al baño lo encontró aparentemente vacío, entonces distinguió enseguida a alguien en el interior de la bañera apenas oculta ante la poca transparencia de la cortina. En esta ocasión dio por hecho que no se trataría de ningún maniquí.

Temblando, levantó el pesado rodillo de madera y cuando con la otra mano corrió la cortina... el rodillo se le resbaló al suelo ante la espantosa escena que descubrió.

Lynn.

Su pequeña Loud favorita estaba recostada en el interior con el cuello visiblemente roto, la boca abierta y una mueca de espanto congelada en su cara mirando hacia la nada.

—¡No!

Inmediatamente con dificultad se inclinó y la tomó para sacarla sin perder tiempo en nada más, ni siquiera para pensar en cómo había llegado ahí o quién la había dejado así.

—¡No, Lynn! ¡Tú no, princesita! ¡Tú no!

Llevando a la adolescente de quince años de corta estatura entre sus brazos salió llorando del baño, sin embargo y antes de bajar por las escaleras, en el pasillo sintió que su corazón atrapado dentro de su pecho dio un brinco al igual que él mismo lo hizo cuando la mocosa comenzó a reírse estruendosamente.

Al verla bien, los ojos de Grouse se abrieron por el impacto que le supuso darse cuenta que la chica a quien tanto aprecio le había tomado, además de estar consciente, tenía el cuello en perfecto estado y, salvo por una mano vendada, parecía ilesa, por lo que no pudo comprender por qué le dio la impresión de que había muerto y, sin embargo... esa expresión.

¡La condenada sonreía con maldad mostrándole los dientes y mirándolo con los ojos tan abiertos que parecían a punto de salirse de sus cuencas!

—¿Princesita? —ella repitió con burla riéndose como si ese se tratara del mejor de los chistes—. ¿En serio me llamaste princesita? ¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Vas a quitarme la ropa para enseñarme un juego del que no le debo de contar nada a mi papá o a mi mamá a cambio de que me lleves al mejor parque de diversiones? ¿En serio me ves y me hablas como a tu nieta? ¿También vas a tratar de que actúe como se lo hiciste hacer a ella?

Más que por el significado de sus palabras, Grouse la tiró al suelo por la impresión que le causó el verla comportarse así. Lynn rodó sin quejarse y consiguió ponerse de pie enseguida quedando de espaldas a las escaleras, viéndose el anciano imposibilitado de escapar por ahí.

—¿Qué es lo que te ocurre, viejo? ¿Tienes miedo de lo que puedo hacerte, o... de lo que podría contarle a los demás sobre ti?

Grouse se llevó ambas manos al pecho sintiendo que su corazón estaba por reventar.

—¿Qué...? Lynn... No... no entiendo. ¿Qué... tienes?

—Tengo una profunda decepción —le respondió con su exagerada sonrisa hablando con un tono meloso y burlón—. Mira que venía a visitarte para confesarte mi amor, sólo para enterarme de que no tienes ni una sola fotografía mía de las tantas que les sacaste a escondidas a mis hermanas, a mi madre, a mis amigas y a las amigas de mis hermanas. ¿Por qué? Incluso creo que vi fotos de Lucy y de las gemelas también. ¿Es que soy muy vieja para tus gustos? No creo que de eso se trate, pues no tendrías las de Luan y de las demás si ese fuese el caso, ¿cierto?

El pecho de Grouse se expandía y contraía continuamente, al mismo tiempo que aterrado y confundido negaba con la cabeza de forma repetitiva, lo que parecía divertir enormemente a Lynn.

—¿Te imaginas lo que mamá diría si viera la asquerosa colección que guardas? Porque sí, te delataré... ¡Y será por considerarme tan fea como para no haberme querido tomar ni una mísera foto! —De pronto sustituyó su siniestra sonrisa por una mueca de rabia.

—Lynn... a... a ti no te... contigo no... yo... yo te quiero.

La adolescente con una mano se meció toda su melena castaña hacia su espalda y apoyó ambos puños sobre su cadera, tratando de imitar el porte altivo de su engreída hermana Lola cuando se molestaba por algo que no le parecía.

—¿En serio me quieres? ¡Pues vaya forma de demostrármelo! Tantas veces que vine a tu casa para ver contigo un partido en la televisión, y ni siquiera jugabas a tocarme por debajo de la blusa como lo hacías con Beth. ¿Sabías que ahora va a tener una hija? ¡Felicidades bisabuelito! Si juegas bien tus cartas, tal vez consigas engañar a todos para acercarte a ella y demostrarle tu amor con tus "cariñitos especiales" sin necesidad de la ayuda de tu amigo el vodka.

Y a pesar del miedo que lo embargaba, el coraje se hizo paso hasta adueñarse de Grouse, quien en un impulso de ira ya harto por las sandeces que Lynn decía, con ambas manos en alto se abalanzó furioso contra ella.

—¡Ya cállate mocosa idiota!

Los ojos de Lynn se abrieron con horror al igual que los de Grouse cuando el anciano tarde comprendió lo que había hecho y no podría deshacer, conforme miraba a Lynn irse para atrás y rodar escaleras abajo hacia la planta inferior como en cámara lenta, notando los golpes que se daba y la manera en que su cuello se quebraba.

De pronto y esta vez al pie de las escaleras, Lynn se encontraba tirada en el suelo una vez más completamente inmóvil con la cabeza vuelta hacia atrás. En esta ocasión a Bud no le quedaron dudas de que estaba muerta. Él la había matado.

El anciano inundado más por los dolores de su pecho que los de su cabeza, así como por sus sentimientos heridos, se dejó caer de rodillas para llorar amargamente por lo que acababa de hacer.

—Dios mío...

Permaneció un largo y angustioso minuto meditando no sólo en que nunca más volvería a ver a Lynn, sino que cualquier oportunidad, que hasta entonces con esperanza albergó de que existiera el día donde se redimiría con toda su familia y así podría volver a reunirse con ella, se había esfumado para siempre, y todo eso le pesaba más que el castigo que los Loud o la policía determinarían en darle.

Apenas por su mente pasaba la idea de tomar el teléfono y llamar al 911 para entregarse por el homicidio de su joven vecina, como por lo de las fotos y los videos que sacó, e incluso, y qué más daba ahora, confesar lo ocurrido con su nieta hace dieciséis años, cuando Lynn le habló.

—Sabe, señor Grouse, puedo pasar por alto el que sea en secreto un viejo degenerado.

Al bajar la mirada hacia la planta baja, la encontró de pie subiendo las escaleras muy lentamente con la cabeza colgando de su cuello roto... riéndose con maldad.

—Puedo pasar por alto lo que hizo con su nieta, e incluso lo que fantaseaba con hacerle a la mitad de mi familia y a las chicas del vecindario.

Grouse incrédulo y sintiendo su corazón latir a mil por hora, la miraba congelado en su sitio, incapaz de mover ni un dedo.

—¿Y esto? —se señaló a sí misma para enseguida tomar su cabeza y tras ajustarla sobre su cuello emitiendo un escalofriante chasquido, continúo hablando sin dejar de reírse—. Esto no es nada.

—¿Pero en serio cree que dejaré pasar por alto las mentiras que le contó a mi hermano? Tal vez si hubiera sido completamente honesto con el apestoso, no estaría ocurriendo nada de esto. ¿De verdad le dijo que nadie nunca intentó enterrar a una persona ahí? Por favor. Sabe muy bien no sólo que eso no es cierto, y que hubo alguien tan idiota que ya lo había hecho antes de que Lincoln... lo hiciera conmigo la noche pasada.

Y en esta ocasión, de pie frente a su vecino que alzó la mirada hacia el techo, la sorpresa la recibió ella, cuando el corazón del anciano, que hasta ese instante latía a un ritmo no muy distinto con el que lo hacía el de un colibrí, de pronto...

—¿Viejo?

...se detuvo.

Si Lynn hubiese alcanzado a sondear la mente de Grouse en lugar de confiarse en que todavía tendría tiempo de sobra para seguir jugando con él, se habría consolado con que el último pensamiento que tuvo conforme la vida se le escapaba, incluso antes de que pesadamente el voluminoso cuerpo cayera de espaldas contra el suelo de la segunda planta, fue un "¡No de nuevo!" dedicando una extrema preocupación hacia aquella pobre familia que ignorante de su pasado, había sido amable con él al punto de acogerlo como un miembro más de la misma sin juzgarlo, y a quien tan mal terminó por corresponderles.

Lynn observó por unos segundos el cuerpo en esta ocasión genuinamente decepcionada. Sobre la marcha había continuado planeando nuevas formas de divertirse con él, y quizás también con el rodillo con el que pretendió lastimarla en el baño antes de darle el tiro de gracia.

En fin. Tal vez lo mejor era dejarlo así. Después de todo tenía el tiempo justo pues además de tener que ir a su casa, no quería llegar tarde a la escuela.

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