Capítulo 3
Lincoln quedó congelado en su sitio, incrédulo e incapaz de procesar la imagen frente a él, ignorando si abrazaba a Lana para protegerla y reconfortarla, o si él era quien buscaba un reconforte ante la espantosa visión.
Charles no parecía haberse dado cuenta de la presencia de sus dueños, continuaba con saña royendo la cabeza del mapache que él mismo decapitó gruñendo furiosamente.
—¡Charles, basta!
El grito de Lynn no sólo sacó de su trance a Lincoln, sino que finalmente llamó la atención de Charles en algo que no fuese su presa. El pug terrier blanco aún con la cabeza del animal entre los dientes, volteó hacia los chicos y por un instante Lincoln volvió a convencerse de su teoría de que ese perro no se trataba de Charles. La mirada fría y opaca se fijó en cada uno de ellos gruñendo todavía. A pesar del feroz tono autoritario en que Lynn le alzó la voz tan consternada como sus hermanos por lo que estaba viendo, su determinación flaqueó enseguida al tener la sensación de un hielo recorriendo su espalda cuando miró mejor a Charles. Lisa, Luna y Luan ya habían salido al jardín en persecución de los chicos, y tras escuchar el escándalo frenaron sus pasos ante la escena.
Cuando Lola salió y lo vio todo, junto a Lisa gritó aterrada por lo que se encontró.
Ante el grito de la pequeña diva de ocho años, Lincoln temió que Charles se alterara y buscara enseguida atacarlas a ellas, por el contrario, el animal pareció relajarse. Gruñó ya no de rabia, sino de incomodidad, y con gesto despectivo escupió la cabeza del mapache, entonces a paso lento se dirigió hacia él, restregando su ensangrentado hocico contra su pierna desnuda. El muchacho no sintió en la espalda el helado hielo imaginario como Lynn, sino que lo sintió en la pierna.
—¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?
Rita había salido al jardín tras el escándalo del que ya responsabilizaba a la mitad de sus hijos. Esperando que nada malo hubiese ocurrido, su esposo fue tras ella en plan protector, pero al ver al mapache sin cabeza tuvo un mareo. Si no se desmayó fue porque sus piernas por instinto lo hicieron correr hacia los arbustos para vaciar lo poco que tenía en el estómago.
—¡Loud! —gritó furioso el señor Grouse cuando alcanzó a ver lo que hizo el patriarca de sus vecinos de al lado—. ¡Qué crees que le estás haciendo a mis rosales!
Sin embargo, los reclamos que pensaba hacerle murieron en su garganta cuando como el resto de la familia, su atención se centró en el reguero de sangre y en el perro de Lincoln, que aunque más calmado, por el modo en que lo miraban tanto a él como al animal muerto, era obvio lo responsabilizaban de lo ocurrido.
Nervioso, Lincoln levantó la vista recordando haberle dicho al señor Grouse que había enterrado a Charles la noche anterior en compañía de Flip, pensando que en ese preciso momento este lo acusaría de ser un mentiroso, delatándolo con su familia sobre cómo lo descubrió anoche, pero este tan consternado como él no apartó la vista del perro.
—¡Por qué Charles hizo esto! —entre sollozos Lana reclamaba alterada corriendo hacia su madre, asqueada de su mascota que continuaba lamiendo la pierna de su hermano.
—¡Charles, malo! —Lola le gritó al animal con la voz temblándole.
Del grupo, fue Lucy quien se acercó, no a Charles, sino a los restos del mapache cargando una bolsa negra usando unos guantes de plástico. En esta ocasión nadie se asustó por su repentina aparición al ignorar de dónde vino, bastante tenían con el miedo que Charles aún les estaba ocasionando.
—Yo me encargaré de recoger al mapache. Será mejor que entren a la casa y tranquilicen tanto a las gemelas como a Lisa.
Lincoln no había reparado en su hermana genio, la analítica, la madura, su hermanita de tan sólo cinco años. Al voltear para mirarla, la encontró sujetándose de la cintura de Luna con la cara enterrada en su costado temblando. No podía culparla de que actuara así incluso si tuviese la edad de Lori, él mismo continuaba temblando asustado.
El perro dejó de lamerlo y alzó su vista hacia él. Lincoln tragó saliva. La expresión de Charles era de tristeza, de desdicha, sintió que con sus opacos ojos le hacía un reclamo silencioso, responsabilizándolo de la atrocidad que acababa de cometer y... de pronto Lincoln entendió que, de cierta manera, en efecto él mismo también fue responsable de lo que ocurrió.
Charles nunca estuvo muerto. Estaba inconsciente. Había sepultado a su mejor amigo vivo y este por sus propios medios se las había arreglado para salir de aquél maldito agujero donde él lo colocó, regresando después a casa, molesto, estresado, probablemente también hambriento y sin humor para soportar a un tonto mapache que se creyó con el derecho de reclamar su casa, sólo porque su estúpido dueño asumió que estaba muerto en lugar de llevarlo con un veterinario para que lo ayudara.
Con la mirada Lincoln recorrió el cuerpo de Charles notando la fea mancha verde morada oscura sobre su lomo, justo en el lugar cuando ayer lo vio con... la espalda rota, inmóvil, los ojos abiertos y la lengua de fuera, enfriándose, pero ni la mitad de frío o rígido como una roca cuando horas más tarde Flip se lo entregó tras decirle que durante el tiempo transcurrido lo había guardado en el interior de un congelador, dentro de una bolsa de plástico negra donde hubiese sido imposible que pudiese respirar. No tenía sentido.
—¿Qué es lo que tiene en el lomo? —Luan señaló el hematoma.
—Parece que está herido. —La madre aún asustada lo notó también.
Tras controlarse, Lisa se acercó a su hermano, se inclinó y apoyó una mano sobre Charles. El perro gruñó y Lincoln por un segundo se sintió tentado en apartar de un empujón a Lisa por su propio bien, pero enseguida el perro se relajó y la pequeña pudo examinarlo mejor.
—Creo que se pegó con algo. Puedo hacerle un chequeo y darle algún medicamento. ¿No quieres darme una mano, Lana?
Aunque sentía que podía encargarse por su cuenta de Charles, por cortesía Lisa le pidió a la hermana a quien consideraba que a futuro, si no funcionaba su proyecto como corredora de fórmula, podría convertirse en una excelente veterinaria, pero Lana no parecía muy optimista en ayudar a su amigo.
—No... no lo sé —los ojos se le llenaron de lágrimas a la vez que se dirigía al perro—. ¿Por qué le hiciste eso al mapache, Charles?
El perro la ignoró y soñoliento continuó recargado contra Lincoln mientras que Lisa tentaba su lomo. La niña se talló la frente por encima de los anteojos.
—Tengo que llevarlo adentro para examinarlo mejor.
Rita miró la hora en su reloj.
—Si quieres sólo dale un antibiótico o... un calmante. Tienes escuela, Lisa. Todas, todos tienen escuela. Dejen esto por la paz y vayan a arreglarse.
Lucy que acababa de terminar de guardar los restos del mapache en la bolsa, alzó la cara y miró a su madre tras el flequillo de su cabello. Algo perturbada, Rita apartó la mirada de la de su hija.
—Por favor termina con eso pronto y ve a lavarte las manos, Lucy.
El señor Loud se ayudó con Luan y Luna para regresar adentro apoyándose en ambas. Lisa guió a Charles hacia el interior de la casa bajo la atenta mirada inquisitiva de Lincoln, quien se quedó solo en el patio donde una fea mancha de sangre que ya estaba comenzando a secarse sobre el césped fue todo lo que quedó del horripilante escenario.
El chico se dio la vuelta para regresar a casa cuando se encontró con la mirada horrorizada del señor Grouse que lo observaba directamente a él. Lincoln se sintió desnudo, y no precisamente porque estuviera en interiores. Tuvo la repentina impresión que el anciano era capaz de leer la mente y en la suya había visto algo que lo horrorizó. Caminó hacia adentro mirando al suelo ignorándolo, temiendo que en cualquier momento su vecino le dijese algo, pero no lo hizo. De cualquier manera, continuó sintiendo su mirada tras él.
Se dirigió a su habitación, encontrando en el camino un goteo de sangre que había salpicado el camino incluso hasta los escalones de las escaleras hacia arriba, donde al seguirlo, vio que se detenía frente a la puerta abierta de Lily y Lisa.
Con temor Lincoln se asomó en la habitación olvidando que debía darse prisa y vestirse. Bajo la atenta mirada de Lily, Lisa tenía a Charles arriba de su mesa aplicándole una pomada sobre el golpe en el lomo, palpando extrañada el área frunciendo el ceño al hacerlo.
—Creo que tienes una fractura en la columna —le hablaba a Charles—. Es un milagro que aún puedas caminar sobre tus cuartos traseros. Pero ¿qué pudo ser tan fuerte como para golpearte de este modo y a la vez no tan fuerte como para no matarte?
—¿Charles estará bien? —Lily le preguntó.
—En menos de una semana el moretón desaparecerá y se le desinflamará la piel, aunque... debería de hacerle más pruebas —le tentó la frente a al perro consternada—. Su temperatura es bastante baja.
Durante la inspección, Charles se dejó hacer desinteresado en lo que Lisa le hacía. Su mirada parecía fija en un rincón. Al seguirla, Lincoln se encontró con la burbuja de plástico de Geo, y a este en el interior de la misma, petrificado, con los ojos fijos muy abiertos en Charles. El muchacho recordó un documental que había visto precisamente con Lisa, sobre cómo cuando son detectados por depredadores, por instinto ciertas presas se congelan en su sitio esperando pasar desapercibidos ante la falta de movimiento, huyendo sólo cuando el depredador los detecta y van tras ellos.
Lily observó a su hermano pasar sin invitación, mientras que Lisa lo ignoró, hasta que lo vio sujetar la esfera del hámster.
—Si piensas darle de comer a Geo, ya le di hace una hora.
Él no le respondió y se marchó con la mascota. Charles siguió a Geo con la mirada. No fue sino hasta que estuvieron en el pasillo, lejos del rango de visión del perro, que Geo dejó de contener el aliento respirando de forma acelerada.
—Tranquilo, amigo —Lincoln se acercó la esfera al rostro para ver mejor al roedor—. Sólo era Charles.
"¿Pero en verdad era él?" Tras matar al mapache había reconocido a la familia y fue cuando por fin comenzó a actuar... ¿normalmente? No. Fue cuando comenzó a actuar menos demente.
Entró en su habitación aún con Geo en las manos, por lo que iba a dejarlo en su cama, hasta notar que el hámster se había hecho del baño ahí dentro, así que lo dejó en el suelo abriendo su esfera para que pudiese salir y estirar las patitas. Por su parte, se vistió finalmente todavía conmocionado.
Fue después de amarrarse las agujetas de los zapatos que escuchó un ronroneo muy semejante a un gruñido. De debajo de la cama de Lincoln salió rodando la esfera de Charles, cuyo inquilino alzó la mirada asustado, hasta que con alivio vio que sólo se trataba del único felino que no le asustaba. Cliff no sólo mostró desinterés por el hámster, sino que lo pasó de lado a pasos cortos sin despegar la vista de Lincoln.
—¿Qué es lo que te ocurre, Cliff? ¿y a ti, Geo?
Ambos animales estaban realmente asustados y Lincoln pudo intuir por qué. En la casa sus hermanas habían dejado entrar a un perro intruso que no podía tratarse de Charles por mucho que se le pareciera. Geo se pegó contra el pelaje de Cliff, lo que le produjo cierta gracia a Lincoln, desconcertándolo por cómo un roedor podría estar tan asustado como para buscar el cobijo y la protección de un gato.
Salió de su habitación para bajar a desayunar, aunque había perdido el apetito. Se encontró a Lisa llevando de la mano a Lily por el pasillo, ambas mostrándose muy serias. Lincoln llamó a su hermanita genio.
—¿Cómo está Charles? —tendría que seguir con la farsa y fingir que ese de ahí era su perro por... por algo—. ¿pudiste ayudarlo?
—Le di un antibiótico y cubrí con un vendaje su lomo tras aplicarle un ungüento con un relajante muscular. Es todo lo que puedo hacer por ahora y en lo que voy a la escuela. Supongo... que se pondrá bien.
El chico notó la forma en que Lisa dudó al decir esto último.
—Ya dime la verdad, Lisa. ¿Qué tan mal está?
Lisa vio a Lily antes de mirar a su hermano con reproche por preguntarle algo así frente a su hermanita. Se acercó a uno de los oídos de la pequeña, que intrigada escuchaba atenta la discusión de los dos, para pedirle que se adelantara y le guardara el asiento, lo que Lily obedeció de mala gana prefiriendo haberse quedado con ellos. Entonces Lisa le explicó a Lincoln.
—En teoría debería de estar lisiado, pero eso es lo de menos. Quise extraerle una muestra de sangre para examinarla esperando no encontrar alguna infección, pero... se le está coagulando y eso no es bueno. También le di algo para resolverlo, pero creo que tiene una obstrucción en el pecho, no estoy segura, con mi estetoscopio no pude escuchar los latidos de su corazón. Es muy extraño. Más allá del golpe que recibió, creo que puede estar enfermo de algo, quizá un derivado de la rabia, lo que explicaría por qué... le hizo eso al mapache. Además, me parece que sus ojos están dañados, pues sus pupilas no se contraen correctamente cuando las expongo a la luz.
—¿Podría ser contagioso?
—No lo sé. Después de la escuela iré al laboratorio de mi búnker para examinar con el equipo adecuado la muestra de sangre, pero por precaución... puse a Charles en una jaula.
Lo dijo como si se sintiese muy dolida por tener que haber hecho algo así, pero Lincoln entendió la medida de seguridad que tuvo que tomar en el caso que Charles tuviese otro episodio como el de la mañana, por lo que no le reprochó nada.
—Gracias por todo, Lisa. Eres una gran hermana.
—Está bien. No es que haya hecho mucho de todos modos.
Y ella se marchó escaleras abajo hacia el comedor, esperando despejar su mente un momento del horrible incidente que ocurrió. Lincoln se asomó al cuarto de Lisa, encontrando efectivamente en un rincón una jaula en cuyo interior Charles estaba echado gruñendo disgustado por el trato que recibió, pero en cuando notó a Lincoln, gimió triste con sus ojos de cachorro mirándolo y agitando la cola. A Lincoln le extrañó que aquellos ojos que tantas veces su amigo le había puesto cuando le suplicaba que le diese un paseo, lo recompensara con algún premio o algo así, lucieran secos y apagados. ¿Realmente ese era Charles?
Lincoln entró y entre los barrotes acercó su mano para acariciarle la cabeza.
—Charles... ¿qué te ocurrió?
En el momento en que su mano hizo contacto sobre su fría cabeza, por una milésima de segundo Lincoln creyó que el rostro del perro se descompuso en una mueca de odio mostrándole los dientes, pero en un parpadeo se compuso y adormilado cerró los ojos disfrutando de la caricia, una que hizo sentir incómodo a Lincoln por lo que dejó de hacérsela y salió de la habitación.
Detrás de Lincoln, Cliff y Geo se asomaron a la habitación por un resquicio de la puerta, pero al notarlos, el perro gruñó y aterradas las dos mascotas desaparecieron.
En el desayuno era evidente lo incómodo de la situación que todos experimentaban, aunque nadie parecía animarse a tocar el tema. La madre preguntó por Charles y Lisa le dio a ella y a sus hermanas un diagnóstico semejante al que le dio a Lincoln, pero sin mencionar nada acerca de la posible enfermedad de Charles para no asustar a nadie.
—Tal vez deberíamos llevarlo con un veterinario de verdad. —Sugirió el padre.
—Negativo —Lisa lo rebatió—. Seguramente y de sospechar que sus fracturas son más serias dada la falta de reflejos que presentó a las pruebas que le hice, aunado a una posible infección en la sangre que podría sufrir, el susodicho profesional querría irse por lo fácil sacrificándolo.
—¡No quiero que maten a Charles! —Lana exclamó alterada, por lo que Lola le pasó una mano sobre el hombro—. Lo que hizo fue muy malo, pero no por ello deben de hacerle eso.
—Descuida, Lana —Leni trató de reconfortarla—. Nadie le hará daño a Charles. No lo permitiremos.
Luna y Lynn no parecían muy convencidas. Por lo que vieron en el jardín, les sería difícil oponerse a dicha sugerencia del veterinario de llegar a darla.
—Tal vez, todo lo que Charles necesita —opinó Lincoln inseguro— es adaptarse a... a... —"que está muerto"— la edad. Ya es un perro viejo y quizás... no lo sé.
Al no tener nada más que aportar, prefirió quedarse callado y seguir desayunando.
Lucy de pronto entró a la casa y Lincoln cayó en la cuenta hasta ese momento que era la única que faltaba en el grupo. Su hermana gótica fue a la cocina a lavarse las manos y regresó para tomar su desayuno a la mesa.
—¿Ya terminaste? —Luan le preguntó con un hilo de voz.
—El mapache está en un saco bien amarrado que recargué contra la cerca. Le pregunté al señor Grouse y dijo que no tenía problemas en que lo dejara ahí hasta que regresara de la escuela para ir a sepultarlo. Palee con tierra el sitio donde Charles... bueno... ya las manchas no se distinguen.
Todos sintieron amarga la comida al comprender a qué se refería.
—¿Quieres que te ayude con eso después de la escuela? —Lincoln se ofreció a darle una mano.
—Me encantaría, hermano. Aunque pensaba invitar a mi club fúnebre para eso. Estamos cortos de actividades esta semana.
"Vaya actividades, Lucy".
—Está bien. Sabes que cuentas conmigo si cambias de opinión.
—Gracias, mi querido hermano.
Lynn miró alternativamente a ambos y parecía que estaba por decir algo, pero cambió de idea y siguió comiendo.
—Por cierto —Lucy agregó—. El señor Grouse me pidió que te dijera que en cuanto puedas vayas a verlo.
Lincoln dejó el tenedor a medio camino de su boca.
—¿Te dijo para qué?
—No le pregunté. Supongo que querrá que le ayudes a arreglar su jardín de nuevo.
El chico con temor dudó que se tratara de eso.
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Durante el día a Lincoln le costó mucho trabajo concentrarse en sus clases, e incluso escuchar a sus amigos, al punto que prefirió pasar el receso junto a Lynn, aunque tuviera que compartir a su hermana con las amigas de esta, dándose cuenta con eso que también a ella le estaba costando trabajo mantenerse enfocada en sus actividades tras el espectáculo de Charles por la mañana.
—No voy a ir a casa todavía.
Lynn le dijo cuando la escuela terminó y en lugar de buscar a Clyde para irse con él juntos, una vez más se le había pegado a ella.
—¿Qué es lo que harás? ¿Puedo acompañarte?
Ella le pasó una mano sobre el hombro comprensiva.
—Iré a la casa de Paula a trabajar en un proyecto que nos encargaron. Lo siento, Linc. No creo que a sus padres les agrade la idea de que un chico nos acompañe.
Lincoln suspiró y ella le apretó el hombro para darle ánimos.
—Que loco lo de Charles, ¿no?
—Ah... sí, mucho.
—¿De verdad crees que tenga rabia como Lisa dijo?
—Supongo. No lo sé. No quiero pensar en... sólo no lo sé.
Ella asintió.
—A mí tampoco me gustó lo que vi y también no tengo prisa en ir a casa. Tal vez deberías de pasar el rato con Clyde. Vayan a tomarse un flippee o algo así. Ten. Te invito uno.
Le pasó un par de dólares y tras darle un corto beso en la mejilla, lo dejó para irse con Paula quien ya la esperaba a la salida haciéndole señas de que su mamá acababa de llegar en su coche. Lincoln la vio partir consternado, preguntándose si podría convencer a la madre de Paula de que era inofensivo para que le extendieran también a él la invitación, pero prefirió sólo dejarlo pasar.
Estaba por ir a buscar a Clyde tras guardarse el dinero en el bolsillo para decirle que fueran por unos flippees juntos, cuando se dio cuenta que esta era su oportunidad para ir a hablar con Flip como se le había ocurrido durante las horas de clase. Entre ver qué quería el señor Grouse de él, o postergarlo con Flip, estaba seguro de que le iría mejor con este último.
Era consciente que de Flip muy seguramente no obtendría más que negativas de lo que le sucedió a Charles, o simple incredulidad pensando que le estaba tomando el pelo, pero de cualquier forma intentaría buscar de él alguna explicación sobre lo que ocurrió.
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Nacho, el mapache de Flip, alegremente se estaba comiendo unas bolitas de queso en el aparador, mientras que su dueño le frotaba el pelaje a lo largo de su panza. Flip le ofreció otra, pero el animalito satisfecho, tomó el bocadillo junto con la bolsa, y corriendo fue a dejarla en el aparador de lácteos en la sección de productos con descuento. Regresó con Flip para que reanudara sus caricias.
—Buen chico.
Alzó la mirada entusiasta por una nueva venta cuando escuchó la campanilla de la entrada sonar, pero sus ánimos decayeron cuando reconoció al chico del cabello blanco.
—¡Oh! Eres tú. ¿Qué puedo hacer por ti, jefe?
—Flip. Algo ocurrió con Charles.
Nacho notó la tensión en su dueño cuando dejó de acariciarlo. Con reproche lo miró, notando al instante que algo iba mal en él.
—¿De qué se trata, chico?
A pesar de preguntárselo, a Lincoln le dio la impresión de que lo hizo sólo por hacerlo, como si ya supiese a qué se refería. Con miedo a lo que pudiera decirle o las burlas que recibiría, además de su propia incredulidad ante los hechos, Lincoln le habló.
—Charles volvió, Flip —lo miró esperando a que le dijese algo, pero como no lo hizo y su rostro permaneció imperturbable, continuó—. Esta mañana Charles, o... un perro muy parecido a Charles, incluso con la marca verde en la espalda por el golpe, apareció en nuestra casa y él... le arrancó la cabeza a un mapache.
Nacho alarmado giró bruscamente la cabeza hacia Lincoln, Flip pareció haber gruñido por lo bajo, pero si pensaba decir algo se contuvo y continuó en silencio permitiéndole a Lincoln seguir hablando.
—Y... bueno, estaba pensando que no puede ser Charles. Se parece mucho a él por sus manchas negras, su tamaño, el sonido de su gruñido y sus quejidos, que ha sido todo lo que ha emitido desde que apareció. Además, parece reconocernos.
—Entonces es Charles. No deberías de darle tantas vueltas al asunto, chico.
De forma distraída tomó una salchicha del mostrador frente a él y comenzó a menearla en el interior de un tarro con queso líquido amarillo encontrando más interesante el modo en que se estaba preparando aquel bocadillo por la forma en que lo miraba. Lincoln continuó.
—Pero... no puede ser él porque... bueno... no lo sé.
No quería tocar tan pronto el tema de lo ocurrido la noche pasada. Le daba miedo el sólo pensar en intentarlo con todo y que eso era lo que había deseado hacer horas atrás en la escuela. Entonces aliviado recordó la hipótesis de su hermana.
—¡Lisa cree que está enfermo! Posiblemente tenga rabia o algo así, pero no descarta que sea algo más serio y contagioso, ella le tomó una muestra de sangre y dice que...
—...está coagulada.
Lincoln se calló mirando a Flipp sorprendido. Este sacó la salchicha ya embadurnada de queso y la colocó entre dos panes de hot-dog, al que miró intensamente a la vez que continuó hablando tras interrumpirlo.
—Déjame ver si tengo suerte y adivino lo que te dijo la Loudcita genio. Los reflejos de tu amigo no responden como deberían de hacerlo, sus huesos están hechos polvo, pero eso no parece afectarle al moverse, las pupilas no se le dilatan y tampoco puede escuchar sus latidos.
Eso había resultado bastante preciso para Lincoln sobre el diagnóstico que Lisa le había dado de Charles y que hasta entonces él no había compartido con nadie, si acaso vagamente con Clyde, quien no quiso saber más del tema tras ponerse verde, pareciendo que se enfermaría una vez que le contó sobre lo ocurrido con el mapache.
—Pues... sí. Eso fue lo que dijo. Cree que Charles podría tener una infección en la sangre y...
—No hay nada malo con su sangre, chico.
Tras interrumpirlo de nuevo, el rollizo y corpulento anciano le pegó una dentada al hot-dog pasándose el trozo casi entero de un solo bocado.
—El perro no está enfermo, Lincoln —con severidad finalmente lo miró a la cara llamándolo por su nombre como pocas veces lo hacía—. Está muerto.
Nacho se alejó amedrentado por su amo, e incluso Lincoln sintió miedo y de reojo vio la puerta por la que entró. Flip que no se dio cuenta de nada de esto prosiguió mientras el timbre de su voz iba elevándose poco a poco en cada palabra.
—Estaba muerto cuando atacó a ese mapache del que me cuentas, estaba muerto cuando recorrió esta mañana el camino hasta tu casa, estaba muerto cuando tú mismo lo pusiste en ese maldito agujero que llenaste de tierra y piedras, estaba muerto durante todo el tiempo que lo guardé en una de mis neveras. ¡Estaba muerto cuando lo vi ayer en la tarde frente a mi tienda y también estaba muerto cuando tú mismo lo encontraste cuando fuiste por él después de que te avisé!
Lincoln comenzó a temblar de miedo, pero por mucho que su instinto le decía que debía huir para nunca más volver a dirigirle la palabra a aquél anciano que sin duda acababa de perder la razón por las tonterías que le estaba diciendo... algo dentro de su corazón lo retenía en su sitio obligándolo a escucharlo con atención.
—Eso... ¡Esas son tonterías! ¡No puede ser verdad! ¿Es que estás diciendo que volvió a la vida?
Flip respiró hondo para calmarse y dejando a un lado el hot-dog al que no le dio importancia que Nacho con miedo se acercara para robárselo, continuó.
—Tú dímelo, chico. ¿Lo hizo?
Lo que el anciano insinuaba era un completo disparate, una locura, pero entre Lincoln más y más lo pensaba, por extraño que fuese, sonaba como la explicación más lógica.
—Pero... pero... ¿cómo?
—Eso no importa, a lo que deberías de prestarle atención es a lo que harás ahora.
—¿Hacer?
—Sí, hacer. Tienes que poner a dormir a ese perro lo más pronto posible. No es un bicho bueno si hizo ya lo que dices que hizo.
Lincoln se sintió además de asustado, muy confundido.
—Dices que después de revivirlo tenemos que... ¿matarlo?
—Así es. No es necesario que te diga por qué. Tú mismo me acabas de dar una buena razón por la que deberías de hacerlo.
—Bueno, Charles sólo estaba... molesto. El mapache estaba ocupando su casa y creo que se comió su comida y por eso... reaccionó así.
—¿Y ese comportamiento ya era normal en tu perro desde antes que regresara?
—Ah... no.
—Bien. Entonces no esperes a que el maldito animal vuelva a "molestarse" de nuevo. Si me lo preguntas, no suena a que su carácter se haya suavizado, sino todo lo contrario.
A Lincoln la cabeza le estaba doliendo. Nada de lo que Flip le decía tenía sentido.
—Déjame ver si entendí. De alguna manera tú... lo reviviste... ¿para que muera de nuevo? ¡Eso tiene menos sentido como el hecho de que Charles reviviera!
El anciano lo miró con dureza.
—Fuiste tú el que no dejaba de lloriquear por su perro y cómo su hermana que está viendo a un loquero se culparía por su muerte y empeoraría perdiendo más ladrillos de su azotea —puntualizando esto, con furia se dio unos golpecitos en la cabeza con los dedos, antes de más o menos serenarse para consternación tanto de Lincoln como de Nacho—. Lo que te ayudé a hacer por tu perro fue para que ella tuviera la oportunidad de despedirse de él sabiendo que no es culpable de nada. Ahora que está hecho, inyéctale alguna de las porquerías tóxicas que tiene tu otra hermana, la Loudcita genio, pégale un tiro o qué se yo.
Lincoln ya estaba harto. Flip había perdido la razón. Con la cabeza doliéndole cada vez más, el chico se dio la vuelta y a largos y presurosos pasos se marchó dejando al tendero atrás gritándole.
—¡Oye! ¿Me escuchaste, niño? ¡Tienes que encargarte de él!
Cuando lo perdió de vista, disgustado se dejó caer en su asiento.
—Lo que sea. Ese mocoso tonto se dará cuenta muy pronto de que tengo la razón de todos modos. No puede ser tan estúpido.
Mantuvo su rostro imperturbable unos segundos más, hasta que se le descompuso en una expresión de desdicha y apoyó la cabeza contra el mostrador buscando relajarse un momento. Compasivo, su mapache se le acercó y le dio algunas palmaditas en la calva.
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Lincoln no tenía idea de a qué era lo que Flip estaba jugando, pero una cosa era segura, no le seguiría el morboso juego que tenía entre manos. ¿Que Charles resucitó? ¡Esa era una tontería! Como lo haría Lisa, quería creer que existía una explicación lógica para lo que había sucedido. ¿Charles estaba desmayado? No. ¿En coma? Probablemente, pero... ¿y esos síntomas?
Ya estaba a nada de llegar a su hogar, cuando el señor Grouse al notarlo acercarse, salió de inmediato de su casa llamándolo al trote.
—¡Lincoln Loud!
El chico hubiese preferido desentenderse del hombre esperando no hacerse notar, pero parecía que el anciano durante la última hora había estado sentado frente a la ventana de su casa observando el camino frente a su entrada, esperando por el regreso del muchacho de la escuela.
Lincoln volteó hacia él. El anciano se detuvo para tomar aire por la agitación que le produjo realizar el pequeño trote.
—Tú... el perro... ¡Acompáñame!
Suspirando, el chico lo siguió no viendo caso el postergar el regaño que le daría por "mentirle" sobre lo que anoche hizo con Flip, seguro que en cuanto le contara la verdad, porque se la diría al no ocurrírsele ya un motivo para engañarlo que le importara de todos modos, creería que volvía a mentirle y entonces lo amenazaría con contarle todo a sus padres.
Ya adentro, Lincoln pasó hacia el comedor del señor Grouse donde éste lo condujo. Sobre la mesa había dos tazas frente a una tetera. El anciano tomó asiento y sirvió ambas tazas mirando a Lincoln, quien se sentó en el otro extremo de la mesa delante de él.
Grouse le pasó la taza. Lincoln no era muy aficionado al té, pero por Lola, estaba acostumbrado al sabor, por lo que no fue descortés y le aceptó la taza a la que le dio un sorbo. Entonces tan nervioso como el muchacho, con ambas manos el anciano sostuvo la taza antes de preguntarle.
—¿Te gusta cómo está ahora?
Lincoln parpadeó confundido de lo que le preguntó.
—¿Qué? ¿El té? Está bien.
—Me refería al perro. ¿Te gusta cómo está ahora?
Lincoln lo observó durante unos segundos consternado por la pregunta, hasta que el hombre se desesperó un poco y le alzó la voz.
—¡Contéstame! ¿Te gusta?
El muchacho sintió un escalofrío. Por la ventana miró su casa, donde Charles seguramente llevaba todo el día adentro de aquella jaula, quizás taciturno, como amodorrado, indiferente, pero dispuesto a gruñirle amenazadoramente a quien le incordiara, incluso poniéndose... violento.
—No. No me gusta.
El hombre finalmente apartó la mirada del chico para darle un buen sorbo a su té.
—Ese granuja de Flip no debió de llevarte a ese maldito lugar.
A Lincoln le dio la impresión que usó la palabra no para ser grosero con el sitio, sino para especificar la clase de lugar que era.
—¿Usted... ya conocía ese lugar?
—¿Lo que hay más allá del cementerio de mascotas?
—Sí.
El anciano suspiró bastante enfadado.
—Debería de ir a la tienda de Flip para darle una paliza o algo así a ese viejo tonto. No debió de... aunque tampoco es que yo sea el más adecuado para juzgarlo. Dime, ¿le contaste a alguien en la escuela o a tu familia sobre lo que le sucedió en realidad a tu perro?
Lincoln negó con un gesto bajando la mirada.
—Pensé en decírselo a Clyde, a Stella también, pero... no lo hice por el mismo motivo por el que tampoco se lo conté a nadie de mi familia. Creí que además de no creerme, más que por mentiroso, me tomarían por loco. Pero... si usted ya sabía de ese lugar, por qué...
—Por los mismos motivos que acabas de mencionar es que nunca se lo había contado a nadie, salvo a Flip hace años —le dio otro sorbo al té—. Me había dado su palabra de jamás contarle a nadie sobre el cementerio de los Micmac.
—¿Realmente eso es un cementerio? Mi abuelo me habló de la reserva india de los Micmac que está... que supuestamente estaba ahí. ¿Entonces ese sitio en verdad es de ellos?
El hombre lo miró con suspicacia.
—¿Qué tanto te contó el viejo Albert de los Micmac?
—Que el área es de su propiedad, que había una especie de reserva, y que si alguien se acercaba a ella se ganaría una buena demanda por allanamiento de propiedad, que por eso el camino era muy difícil de cruzar, pero Flip esa noche además de decírmelo, me mostró que todo eso era falso.
Grouse asintió.
—Más o menos no es del todo cierto, ni todo es mentira. Todo lo que está de camino ahí tiene en efecto el propósito de alejar a las personas, para estos momentos creo que está demás contarte por qué.
Lincoln estaba asustado, pero fascinado con lo que escuchaba.
—¿Cómo funciona ese lugar? ¿Cómo lo hace? ¿Cómo fue que usted le contó a Flip del mismo?
Grouse tomó otro sorbo de su té.
—Tanto Flip como yo somos un par de vejestorios que toda su vida han estado en este pueblo. Sabes, me gustaba ir al lago a tirar piedras y jugar a qué tan lejos las lanzaba, en especial las pesadas porque eso me hacía sentir que tenía más mérito al comprobar que tenía más fuerza, tal vez no me creas, pero solía jugar futbol en la secundaria y era un magnífico lanzador, incluso las universidades solían pelearse por conseguirme tentándome con becas deportivas.
Lo último lo decía con tanta presunción que Lincoln dudó que fuera cierto, pero no dijo nada y lo dejó continuar aún sin entender a dónde se dirigía con aquel relato.
—Una vez cuando tenía como... ¿dieciséis o diecisiete años? Lancé una muy grande y tan fuerte que pasó poco más allá del lago hacia unos arbustos. "¡Bugs!" Escuché que un niño gritó y pensé aterrado: "¡Le di a un niño!" por lo que corrí rápidamente hacia ese punto, pues la piedra era grande y a la velocidad que la lancé temí haberle hecho mucho daño. Y en efecto, encontré a un niño como de ocho años llorando a lágrima viva sujetando un conejo inerte entre sus brazos. Al conejo le sangraba la cabeza y a un lado de ambos estaba la piedra que lancé. "¡Mataste a mi mejor amigo!" Me gritó Flip sin dejar de llorar y verme como si deseara que quien estuviera muerto fuese yo.
—¡Flip!
Lincoln abrió mucho la boca, sorprendido ante aquella revelación.
—Sí, Flip. No voy a decirte todo lo que me dijo, porque digamos que desde siempre ha tenido un vocabulario bastante florido, pero dado lo que había hecho, no es que tuviese cara para defenderme del pequeño, por lo que lo dejé desahogarse. Pero cuando dijo que me acusaría con mis padres, fue cuando de verdad me dio miedo.
—¿Por qué? Digo, no mató al conejo a propósito y de todas maneras, perdón que lo se lo diga, merecía ser castigado.
—Niño, mis padres no eran como los hippies que tienes por padres —le contestó con dureza ofendiendo un poco a Lincoln—. No, ellos eran de la vieja escuela, una mucho más vieja que yo donde los castigos se pagaban con dolor, dolor físico si entiendes a lo que me refiero. Las manos de mi madre eran muy grandes y pesadas, pero siempre eran preferibles a la filosa hebilla metálica del cinturón de mi padre.
Lincoln tragó saliva incapaz de imaginarse a sus propios padres levantándole la mano a él o a alguna de sus hermanas.
—¿Y qué pasó?
—Le dije a Flip que si mantenía la boca bien cerrada por lo que haríamos, solucionaría lo de su conejo.
—Entonces... ¿lo solucionó?
Y Lincoln ya se imaginaba cómo lo había hecho.
—No. No lo hice. Sólo empeoré el problema. Flip al día siguiente llorando me contó la manera en que su padre había sacrificado al animal por haber arañado y mordido a su madre con sus fuertes dientes de conejo, dejándole unas cicatrices que la acompañarían hasta el resto de sus días. No lamentaba la muerte de su amigo como lo hizo la primera vez, sino lo que este le hizo a su madre. Cuando mi padre se enteró sobre la participación que tuve en lo sucedido... yo también quedé con algunas cicatrices que te mostraría para que vieras que no miento, sino fuera porque se encuentran donde el sol no les da. ¿Entiendes?
Lincoln estaba tan atónito que obvió el chiste de mal gusto, pero no por eso le restó veracidad al relato.
—Lamento que su papá tuviera que pegarle.
—¿Sabes una cosa? Conforme iba recibiendo cada golpe, no dejaba de pensar que lo tenía bien merecido. Por muy poco la madre de Flip no había perdido un ojo. Una pena. Solía ser muy bonita y entonces me gustaba mucho, también había sido mi maestra de matemáticas. No sólo estaba avergonzado con Flip, también con ella cada vez que me la cruzaba en el camino y me regalaba una sonrisa de reconocimiento que no se le deslucía ni con esas cicatrices en la cara.
Lincoln tembló entre miedo y el nerviosismo.
—¿Pero por qué actuó así el conejo cuando... regresó? ¿Por qué lo hacen?
Su vecino se encogió de hombros.
—A ciencia cierta no lo sé. Tenemos algunas teorías al respecto, pero no dejan de ser sólo teorías. En lo personal creo que al morir el cerebro es lo primero que comienza a pudrirse, por lo que los animales no son del todo ellos mismos cuando vuelven.
La teoría le pareció interesante a Lincoln, aunque eso no contestaba el cómo es que sucedía, pero lo que lo intrigó fue la parte que mencionó del "tenemos".
—¿Alguien más aparte de usted y Flip saben lo que ocurre allá?
Y con último sorbo el viejo se terminó su té, por lo que se sirvió una nueva porción ofreciéndole otra a Lincoln quien no la rechazó. El gusto le pareció muy fuerte y amargo, pero muy bueno.
—Sólo un reducido grupo de viejos que prefiere dejar morir la historia con nosotros, porque en realidad no sabemos mucho de cualquier forma, por si te estás planteando el averiguar más al respecto.
—¿Y usted cómo supo de ese sitio?
—¿Conoces a un hombre llamado Seymour Hoffman? Creo que aún vive y por lo que supe de él la última vez, lo hace en aquél asilo donde está tu abuelo.
Lincoln se preguntó si se trataba de aquel anciano negro bajo de estatura de bigote, anteojos y con muy poco cabello blanco.
—Sí, creo que sí lo conozco si se trata del mismo Seymour que es amigo de mi abuelo.
Grouse asintió.
—Su padre trabajaba para un criador de ganado que tenía un toro. Uno tan inofensivo y apacible que no servía para rodeos, pero por su tamaño y peso era un campeón en las exhibiciones. El punto es que murió, y el dueño que no podía aceptar haberlo perdido a causa de una infección estomacal, le pagó una gran cantidad de dinero al padre de Seymour para que lo sepultara en aquel cementerio.
—¡Un toro! ¿Estaba loco acaso? ¡Y por ese camino!
Lincoln recordó lo mucho que le costó cruzar la barrera llevando entre los brazos a Charles, un perro pequeño, por lo que le parecía inconcebible hacer lo mismo con un toro adulto que quizá pesaba media tonelada.
—Seguro el padre de Seymour pensó lo mismo, quizá incluso se hubiera negado a la labor de no ser porque el dinero que le iban a pagar no era precisamente cualquier cosa. En fin, que lo que de verdad era imposible, era que una sola persona pudiese hacerlo, es por eso que les pidió ayuda a algunos de sus amigos, sus hijos y los amigos de estos que quisieran apuntarse a cambio de medio dólar, una gran fortuna en aquél entonces.
—Y usted supongo que se sumó a la labor. —Lincoln supuso sin sorpresa.
—Así es, tu abuelo se apuntó también ya que estamos en ello —eso sí que sorprendió al muchacho—. Por supuesto nadie creyó nada cuando nos explicaron por qué teníamos que dejarlo precisamente en ese sitio. Vaya que el trabajo fue arduo, con todo y que en aquel entonces la barrera no estaba ni la mitad de fortificada como de seguro lo está ahora. La peor parte fue cruzar la ciénega pantanosa. Un chico estuvo a punto de ahogarse al pisar donde no debió y sumergirse casi hasta el fondo.
Lincoln estaba atrapado por el relato. Dio un sorbo a su taza pensando en preguntarle en qué pasó después, cuando de pronto sorprendido recordó algo que el mismo director Hugh en la primaria les enseñó el día que la maestra se enfermó y les dio de forma improvisada algunas lecciones de historia local.
—¡Espere! ¿No me dirá que se trató del incidente del toro enloquecido de los sesenta? Ese donde un toro salvaje se les escapó a la familia que antes vivía donde los Hunnicutt lo hacen ahora y casi destruyó al pueblo, mató a dos personas y al final tuvieron que fusilarlo o algo así.
Grouse parecía bastante sorprendido porque el chico conociera la historia.
—Pues... sí, fue ese. Veo que la escuela hace bien su trabajo. Por supuesto hay algunos detalles que se pasaron por alto, aunque fue porque muy pocos estuvieron enterados de ellos, como el hecho de que el toro no se escapó de un establo, sino de su tumba.
—¿Pero no acaba de decir que el toro era inofensivo?
—Sí. En efecto dije que ese tonto toro gordo y perezoso y tan delicado, que una mañana se murió por comer algo en mal estado, era inofensivo. La monstruosidad embravecida que a la mañana siguiente destrozó muchos locales, dañó casas, lastimó gente, cornó a un indigente y al dueño de la ferretería, y que tuvieron que barrer a tiros porque uno no fue suficiente para detenerlo, no lo era. Puedo recordarlo todo bastante bien. Estaba a una semana de cumplir los doce cuando ocurrió. Celebré mi cumpleaños agradecido de que ese día dieran de alta del hospital a mi padre después de que el maldito animal le fracturó un brazo cuando lo embistió dentro de su auto.
—¡Santo cielo!
—Exacto, chico. Santo cielo, que pudo ser mucho peor, al menos lo fue para los Bachman que quedaron en la quiebra entre demandas y compensaciones. Se marcharon del pueblo a los pocos meces, me parece que a Derry, en Maine, aunque no estoy muy seguro. Y antes de que me lo preguntes, nunca le contaron a nadie cómo funcionaba con exactitud la magia del cementerio.
—Pero de algún lado debieron de averiguarlo.
—La abuela materna del señor Bachmann fue la última india integra de la tribu Micmac en Royal Woods. Mi padre decía que era una celebridad por ello hasta su muerte años antes de que yo naciera. No es difícil deducir que fue ella quien de seguro le contó sobre el cementerio a su familia.
Lincoln se calentó las manos con su taza humeando con lo que le quedaba de la segunda ración caliente de té. Guardó silencio digiriendo todo aquello y este se prolongó durante casi un minuto.
—Fui a ver a Flip saliendo de la escuela.
La expresión de su vecino dijo más que suficiente sobre su sentir al respecto.
—¿Le contaste lo que ocurrió con tu perro?
—Sí. Lo hice.
—¿Y qué te dijo?
—Que debía sacrificarlo.
Grouse pareció suspirar de alivio.
—Creo que esa es la única cosa inteligente que te ha recomendado hacer en mucho tiempo.
—Bueno... entiendo lo del toro y... es verdad que lo del mapache, pero... tal vez todo lo que Charles necesita es tiempo. Además de lo que hizo, ¿qué tanto daño podría hacer un perro de su tamaño?
—Supongo que apenas un poco más de lo que podría hacer un conejo —hizo una mueca sintiéndose culpable por haber hecho la comparación—. Seguro Flip me rompería la cara si supiera lo que acabo de decir. En serio, su madre solía ser muy hermosa.
Se sirvió una tercera ración a la que además le puso tres cubos de azúcar para compensar lo amargo del sabor.
—¿Y alguna vez enterraron a una persona ahí?
En ese momento, el hombre que estaba bebiendo el té, tuvo un acceso de tos muy fuerte que preocupó a Lincoln al ver que se prolongaba, haciendo que el chico se pusiera de pie para rápidamente ir a darle algunos golpecitos en la espalda hasta que se calmara.
—¡Rayos! Me quedó demasiado dulce. Gracias, hijo. ¿Qué era lo que decías?
—Ah... le pregunté si alguna vez habían enterrado ahí a una persona.
—Por supuesto que no, muchacho. Esa cosa sólo funciona con los animales.
—¿Nadie intentó nunca hacerlo con una persona para ver... qué pasaba?
—¡Santo cielo! ¡Claro que no! —Lincoln pareció escéptico de que nunca nadie se lo planteara, entonces el anciano agregó—. Al menos no las personas civilizadas. Por lo que me enteré, los Micmac lo intentaron, pero salvo por los animales, nunca consiguieron que su magia funcionara con la gente. Es mejor así, en especial viendo lo que de por sí ya les hace a los animales. No sería prudente averiguar que podría hacerle a una persona si se vieran afectados.
Bien. Eso Lincoln podía entenderlo.
—¿Qué se supone que debo hacer ahora?
—No puedo creer que diga esto, pero debes hacerle caso a Flip. Deshazte del perro, antes que lo del mapache escale a mayores.
Lincoln no podía imaginarse cómo podría escalar más, pero dada la naturaleza tan extraña de todo esto, decidió no tentar a la suerte mencionándolo, sin embargo, no podía imaginarse haciéndole con intención daño a su amigo.
—No voy a matar a Charles.
—Charles está muerto, niño. Lo que sea que esté en tu casa, tiene su cuerpo, pero no es él.
Lincoln incómodo miró la hora en su reloj. Además de los deberes de aquel día, en realidad no tenía nada que hacer. Sin embargo, cada minuto que pasaba con su vecino se sentía más y más incómodo.
—Ya tengo que irme, señor Grouse. Se me hace tarde.
El hombre mayor asintió y procedió a servirse otra taza de té sin hacerle mucho caso al muchacho, por lo que este al no esperar ya nada más de su vecino, se puso de pie. Cuando dio unos pasos hacia el pasillo que lo dirigiría hacia la puerta principal, el señor Grouse rumió.
—Yo puedo hacerlo si no tienes el valor de remediar lo que hiciste, chico. Tráemelo en su jaula y me encargaré de hacer el trabajo sucio por ti.
Lincoln Lo miró por encima de su hombro horrorizado.
—Tal vez sea diferente, pero sigue tratándose de Charles, señor Grouse. No le haré daño ni dejaré que nadie se lo haga. Me cuesta creer todavía lo que me ha contado, pero si incluso esta conversación de verdad pasó y no fue algo que me imaginé, Charles ya no está muerto. Está vivo y de vuelta en casa con mi familia.
El anciano un tanto cabizbajo dejó la taza sobre la mesa y se dio la vuelta para mirar al chico que hasta el día de ayer había tenido siempre en el mejor de los conceptos.
—De verdad parece que todavía no puedes entenderlo, ¿cierto? A veces... muerto es mejor.
Lincoln fue capaz de percibir la tristeza con que remató esa oración. No sabiendo que contestarle al respecto, se mantuvo en silencio y finalmente se marchó.
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Sintió como si sus pies repentinamente se hubieran vuelto de plomo por cada paso que daba hacia su casa. La conversación que tuvo con el señor Grouse lo había inquietado tanto como fascinado. Una vez más se preguntó si no había sido una alucinación.
Ya adentro encontró a Luna en la sala junto a Lily en el sillón mirando la televisión. La rockera levantó la mirada para ver quién había llegado.
—¿Por qué tan tarde, hermano?
—Fui con el señor Grouse a... ayudarle a mover unas cosas de su ático. Para eso era que me quería cuando le pidió a Lucy que me dijera que lo buscara en la tarde.
—No dejes que te explote mucho. ¿Te falta mucho para juntar lo de tu consola de juegos?
—Algo. ¿Sólo están ustedes en casa?
—A Lana le tocaba terapia hoy y mamá la llevó. Lola fue después de la escuela con unas amigas y Luan tenía actividades en su club de comedia junto a Benny. Leni acaba de traer a Lily y Lisa de la guardería y la primaria y ya están arriba. ¿Qué hay de Lynn? ¿Tienen ustedes dos problemas en el paraíso?
Lincoln no estaba seguro qué significaba ese término, supuso que sería algo de la jerga del rock que se le escapaba.
—Fue con sus amigas después de la escuela a hacer tarea en casa de una de ellas. ¿Lucy...?
—No está. Supongo que fue como dijo en la mañana con su club a sepultar al mapache.
La mención provocó que Lily perdiera la concentración sobre lo que veía. Ella no había visto lo que el resto y pareció confundida, por lo que arrepentida de mencionarlo, Luna le acarició el cabello. Lincoln sintiéndose también a disgusto, pensó que quizás hacer la tarea para después jugar con sus videojuegos cuando las chicas desocuparan el televisor podría relajarlo.
—Bueno. Luego las veo.
Subió las escaleras y escuchó música pop detrás de la puerta donde Leni entretenida revisaba algo en su Tablet, esto no le dejó escuchar con precisión el ruido que provenía de la habitación de Lily y Lisa, la cual pasó de largo para ir a su habitación donde percibió el primer indicio de algo extraño que le heló la sangre.
Había sobre el suelo un caminito de pequeñas huellas rojas que se iban desdibujando recorriendo desde la puerta de las más pequeñas de sus hermanitas, hasta la suya. Con temor tomó el pomo de la puerta de su habitación y la abrió lentamente.
Charles estaba echado sobre su cama, pero al notar a su dueño levantó la cabeza con la expresión alegre con que en antaño lo recibía, desentonando lo que pudo ser una bonita escena el que tuviese el hocico con sangre como sus patas con las que manchó sus sábanas. Detrás suyo, Lincoln finalmente distinguió que era lo que escuchaba. Llantos.
—¡Qué fue lo que hiciste!
El perro ladeó la cabeza con expresión bobalicona como si no entendiera lo que su amo le había gritado, al mismo tiempo que a Lincoln le dio la impresión de que estaba... sonriendo.
Sin perder tiempo, Lincoln con temor embistió la puerta de las pequeñas pensando en que esa cosa se suponía debía de estar en una jaula... al menos hasta que Lisa lo examinara para determinar qué era lo que tenía.
"En serio, su madre solía ser muy hermosa".
—¡Lisa!
Ella de rodillas en el suelo dándole la espalda se dio la vuelta gimiendo con los ojos inundados de lágrimas y las manos ensangrentadas.
Lincoln se inclinó hacia ella y con el corazón a mil le tomó las manos esperando con horror verlas mordidas o arañadas, pero extrañamente no parecía encontrar de dónde sangraba. Su hermanita como la pequeña niña de cinco años que era se dejaba hacer sin poder controlarse.
—Lisa, ¿qué te hizo Charles?
Ella negó sin dejar de llorar.
—Se... se... se lo comió —Gimió con el corazón roto.
Lincoln entonces vio la jaula donde se suponía que Charles debía de encontrarse, con los barrotes de plásticos masticados y rotos y en una esquina... mientras que detrás de su hermana estaba en el suelo la burbuja de Geo vacía, partida casi a la mitad con marcas de dentadas y con sangre.
El chico abrazó a su hermana quien lloró en su regazo. Sintiendo un escalofrío, sobre su hombro y sin soltar a su hermanita, en la entrada miró al perro observándolos y en esta ocasión no tuvo duda que esa cosa estaba sonriendo.
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