#𝐃𝐚𝐲 4: 𝐑𝐞𝐝 𝐓𝐡𝐫𝐞𝐚𝐝.
«——Tal vez eso es lo que me hace amarte.»
Había una leyenda que su madre siempre le contaba de niño para dormir:
“Los humanos tienen una marca en sus brazos para poder conocer a su alma gemela, esta marca la tiene que tener tu verdadero amor. La misma forma, los mismos trazos, el mismo lugar.
No importa quien sea, la persona con una marca igual a la tuya, será quien te demuestre lo que es el amor, llenará tus días de gozo y diversión; dicipara todos tus miedos y los rempalazara con caramelo fundido.
Solo tienes que esperar el momento adecuado, en el lugar adecuado, y verás a tu verdadero amor.”
——¿Es por eso que tú y papi tienen la misma figura? —Cuestionó el niño pelirrojo acariciando la marca de una katana cortando una rosa por la mitad, en el antebrazo de su madre.
Kōyō rió enternecida. —Así es, cuando encuentres a tu destinado tiene que tener la misma marca. —Señaló con su uña en barniz rojo escarlata, el símbolo de dos camelias rojas envueltas en lo que parecían ser vendas.
—¡¿Y si me equivoco con una que se parece?! —Cuestionó saltando de su cama, arrugado las cobijas en el proceso.
Su madre rió ante la preocupación, parecía divertirle las reacciones de su hijo. —Ninguna marca se parece, todas son especiales y únicas, cada amor es diferente al de otra persona. Ningún amor se puede comparar con otro.
Vivir bajo las estrictas reglas de su madre siempre fue una odisea, cada uno de sus aspectos debía ser gobernado por la excelencia.
Cuando era un infante era más complicado acoplarse, la mente de un niño se concentraba en jugar y divertirse.
No en seguir las normas de etiqueta.
Siendo un adolescente las reglas se multiplicaban, sus obligaciones crecieron más que el algodoncillo en primavera. Debía demostrar sus modales y la sabía educación que le fue dada.
"—No te encorves, generas mala postura."
"—Estas usando el tenedor equivocado.
" —Baja los codos de la mesa.
"—No suspires frente a las doncellas.
"—¡No interrumpas cuando alguien habla!
"—Jamás contradigas a los lord.
"—Modera tu vocabulario.
Ya estaba harto de seguir tantas líneas, ser el muñeco de aparador de su madre en las fiestas.
Es por eso que dejo que su rebeldía lo dominara y saliera a escondidas hasta el centro del pueblo. Tomó prestadas —robadas— las prendas del mayordomo para salir del castillo, una capucha negra escondía sus cabellos rojos. La camisa blanca se encargaba de esconder la marca en su brazo, así nadie reconocería que el príncipe Chūya Nakahara se había fugado del castillo y de su clase de piano.
Había escuchado hablar a las criadas sobre que justamente a esa hora en el centro se realizaría una feria por el inicio a la primavera, el pueblo entero se reuniría a festejar la llegada de la temporada de cocecha y fertilidad.
Quería vivir la experiencia de convivir como sus súbditos, sin la necesidad de ser identificado por un título que le fue dado al nacer. Sentirse parte de su gente antes de partir al instituto en el extranjero al que sus padres lo habían inscrito; no sabía si hiba a poder volver algún día y no quería quedar con el remordimiento de no saber como era su pueblo.
Escabullirse por la puerta del servicio fue sencillo, todos estaban tan ocupados en sus labores que nadie noto al joven salir a hurtadillas del palacio.
Al salir de los perímetros reales, la flora y fauna del bosque qué lo rodeaba fue quien lo recibió. El aroma relajante de los árboles, las flores destilando dulces fragancias, junto con algunos pájarillos cantando fue como una experiencia sacada de un cuento de hadas.
Decidió ir a dar una caminata por el bosque, nunca había tenido el privilegio de andar solo en exterior sin un lacayo que lo acompañará.
La naturaleza se volvía más embelasante cada vez que se adentraba más, los sonidos de las aves y las hojas moviéndose al compás del viento eran suficiente para dejarlo con ganas de más.
Los árboles imponían respeto por su gran altura, con sus hojas verdes en todo su explendor y animales habitando daban a entender que en ellos estaba el poder de la vida y su continuación.
Siguió avanzando por el camino de tierra que lo guiaba, aún tenía tiempo para poder ir a la feria. Podía disfrutar un poco más de ese paisaje tan lindo unos minutos más.
Se detuvo al escuchar movimiento detrás de un arbusto, puso sus manos sobre la daga escondida en el cinturón se su pantalón y se preparo para un posible combate.
Para su sorpresa, se trataba de un inocente zorro naranja, este mismo se lamío una pata al salir del arbusto.
Observó al humano frente a él con sus grandes ojos negros, no tardó mucho en asustarse y correr.
Siempre que un animal veía a un humano sabía porque estaba allí: para comer su carne y usar su piel de adorno.
Chūya suspiro calmado, relajo sus músculos y no movió la daga de su lugar. Miró el arbusto de donde había salido el zorro; estaba lleno de moras azules.
La punta de su lengua acarició sus labios, aquel fruto estaba listo para ser comido.
Arrancó un par y lo llevo a sus labios, el dulce jugo de las moras acaparo sus papilas gustativas, estaban deliciosas.
Comió algunas más, y se encargo de guardar algunas en sus bolsillos para al rato.
Vió los rayos del sol a través de la cortina de hojas y ramas, decidió que era mejor salir del bosque sino quería perderse la inauguración de la feria.
Contempló por última vez el lugar y suspiro triste, probablemente sería la última vez que vería un lugar así de hermoso; acarició el tronco de un pino cercano, estaba dispuesto a quitarse los guantes negros con tal de sentir la superficie rugosa.
El momento sentimental le duró poco al escuchar un estruendo viniendo cerca de donde él estaba, pájaros salieron huyendo soltando graznidos de miedo al volar.
Otra vez el sonido se presentó, ahora sabiendo que se trataba de un disparo.
Camino entre los árboles para saber quien era el causante de esos disparos, tal vez alguien que se encontraba siendo atacado por un oso o algo parecido.
A unos metros de él, se encontraba un hombre alto de rizos chocolate, era moreno y en sus manos tenía un rifle cargado; noto que sus brazos y parte del cuello estaban decorados con vendas.
Su mirada estaba en el cielo, con el arma apuntando arriba, lista para ser accionada.
Chūya iba a alejarse como si nada, no debía entrometerse en la caza de alguien más, muchas personas sobrevivían de aquel oficio. Además, era peligroso asustar a alguien armado.
El castaño lo noto antes de que pudiera huir. Dirigiendo sus iris caramelos al pelir, bajando el rifle pata que no pudiera dañar a alguno. —Buenas tardes, joven, ¿se le ofrece algo? —Cuestionó amable, su vista recorrió al ojiazul, tenía el aspecto de no venir muy seguido por esta zona.
—¡Oh! Am, no, lamento interrumpirlo, solo estaba de paso, iba a ir al centro del pueblo. —Comentó nervioso, salió de su escondite y se dejó a la vista del moreno.
—Descuide, esta bien, le falta mucho camino por recorrer. Tiene que pasar el río que separa el pueblo del palacio real. —Explico descargando su arma.
—¿No he salido de los terrenos reales? —Se preguntó observando el sitio.
Vaya no era lo mismo ir al pueblo en carruaje que a pie.
—No, si vienes del castillo solo te alejaste de tu camino, en vez de ir de frente fuiste a la izquierda. —Rió por la exposición decepcionada del más pequeño.
Chūya pareció vacilar por lo que iba a hacer, no debía confiar en extraños, sin embargo, no tenía de otra si quería saber el camino al pueblo.
—Le propongo algo —El castaño lo miro confundido —: usted me lleva al centro, y yo como paga le daré diez monedas.
Era un buen trato, demasiado dinero solo por guiarlo a un sitio cercano.
—No. —Respondió tajante caminado hasta su lado.
—¿Cómo ha dicho?
—No podrá comprarme tan fácilmente, admito que su oferta es tentadora, pero, no es lo que busco. —Sonrió al ver el celo fruncido del pequeño.
—¿Qué es lo que quiere entonces? —Interrogó pasando una mano por sus cabellos rojos, su mente pensaba en posibles recompensas.
—Muéstreme su brazo, sí su marca coincide con la mía, lo llevaré gratis al lugar que me pida. Si su figura es distinta, lo dejaré aquí, sobrevivirá poco tiempo hasta el anochecer. —Explico sin borrar su sonrisa, solo cambiando su porte a uno más espeluznante.
Estaba dispuesto a dejarlo a su suerte.
—¿Así trata a todos con los que se encuentra? —Preguntó chasqueando la lengua, se estaba preparando para un camino de vuelta al exterior, tendría que olvidarse de la feria.
—Por supuesto que no, solamente a los idiotas que se meten a un bosque qué no conocen.
—¿Por qué el interés en mi marca? ¿Piensa que somos iguales?
—He revisado el brazo de cada persona en el pueblo, ninguna concuerda con la mía. Supongo que tengo probabilidad de que sea usted si llego hasta acá. Y ya me he artado de escuchar las burlas de mi vecino Rampo sobre que su alma gemela es de otro país. Quiero demostrarle que yo puedo encontrar a mi alma gemela así este en otra galaxia.
—Como novela romántica. —El castaño asintió sonriente. Sus iris café estaban esperando que el pelirrojo mostrará su marca, en estos mismos destacaba un brillo de esperanza.
Parecía ser de esos pocos románticos empedernidos en existencia. Aguardando por su amor.
Mientras que Chūya se encargaba de quitar la manga de la camisa en su antebrazo junto con el guante de la misma mano, el moreno desenvolvia las vendas en aquella extremidad.
Ambos mostraron su marca, teniendo la sorpe de que concordaba a la perfección; la misma imagen era presentada en diferente persona.
Pequeños destellos dorados comenzaron a salir de ambas figuras, siendo los lazos del destino que confirmaban qué estaban en presencia de su alma gemela.
—En verdad eres tú. —Murmuró el castaño, jamás pensó que aquel forajido fuera su pareja destinada.
—Es imposible. —Susurró el mayor sin quitar la vista de sus brazos.
El más alto entrelazo sus manos, sonriendo al sentir la piel tersa contra la de él, los zafiros del pelirrojo brillaban en una mezcla de alegría y miedo, por otra parte, los del vendado radiaban felicidad.
—Me llamo Dazai, Dazai Osamu. —Se presentó acariciando la muñeca contraria.
La inseguridad por revelar su nombre era latente, no quería que el hombre frente a él lo usará como boleto de lotería para ir directo a la fortuna.
Sin embargo, su nombre se resbaló por sus belfos como un sutil susurro.
—Soy Chūya Nakahara.
Dazai abrió sus ojos sorprendido.
—¿Qué hace el príncipe aquí?
—Es... Algo complicado.
El camino al centro les había otorgado el tiempo para presentarse adecuadamente, descubrieron cosas del otro, secretos vergonzosos y los gustos del contrario.
El dulce momento que compartía no les permitió separarse. Tanto que Dazai término siendo su guía también dentro de la feria, explicándole algunas actividades y rituales qué realizaban.
Jugaron algunos juegos típicos, Chūya ganó un pez dorado que terminó regalando a una niña que había perdido al menos tres juegos consecutivos. El castaño ganó para él un muñeco tejido de un pájaro rojo.
Y ni que decir de los bailes, Dazai no era muy fan de bailar, prefería escuchar la música en un lugar apartado, sin embargo, no pudo negarse cuando Chūya ya lo había jalado al centro de la pista a danzar.
Se detuvieron hasta que el ojiazul quiso, Osamu apenas y podía mantenerse de pie por los calambres en sus piernas. Entonces decidieron irse a sentar en una de las vayas que separaban los límites del reino Golden Demon de los del reino vecino.
Chūya tenía su cabeza recostada en el hombro de Dazai, sus dedos acariciaban el estambre del peluche en sus brazos; escuchaba atento la anécdota que Dazai le relataba, soltando algunas risas cuando algo lo ameritaba.
Jamás había sentido esa conexión con otra persona, ni con las jóvenes duquesas con las que convivía de vez en cuando. Su corazón no se emocionaba tanto con los abrazos de su madre como con los de Dazai.
Tan solo un día y ya había caido enamorado de aquel bastardo.
—¿Y qué harás cuando regreses? Seguramente estarán furiosos al saber que su querido príncipe se fugó. —Pregunto Osamu recargando su mejilla en la coronilla del mayor.
Chūya pareció meditar su respuesta, terminando por soltar un suspiro cansado. —Probablemente, encerrarme en mi alcoba, hasta llevarme al instituto al que tanto quieren que vaya.
Dazai silbo sorprendido. —Vaya, no entiendo a los nobles y su manera de educar a sus hijos.
—¿Y tú? —Separó su mirada del juguete para observar por el rabillo del ojos a su acompañante.
—Bueno, no te lo había dicho, pero, soy un guardia real. —Chūya abrió los ojos como platos y se separó del castaño bruscamente.
—¿Qué has dicho?
—Lo que escuchaste, soy guardia real.
—Bueno, eso no tiene nada de malo, creo, sería fácil sobrellevar la relación. —Sería más fácil que su familia aceptará a un militar como su pareja que a un pueblerino. Aunque, la falta de título de Dazai sería un problema.
—Creo que no entiendes, Chūya. No va a haber una relación. —Dijo serio mirando el crepúsculo en las llanuras lejanas.
El corazón del nombrado se estrujo, se sintió usado y como el objeto de una burla hiriente. —¿Solo fingías? —Interrogó apretando los labios con fuerza para obligarse a no derramar lágrimas.
¿Nada había sido verdad? Sus buenos tratos, sus caricias, ¿todo fue una fantasía?
—¿Qué? Claro que no, Chūya —Trató de acariciar los pómulos del pelirrojo, de no ser porque este mismo aparto su rostro con brusquedad. Suspiro al saber que las cosas se habían malinterpretado —. Los reyes han mandado a un pelotón a apoyar al reino del occidente en guerra. Yo estoy dentro de ese pelotón, y no tengo idea si podré regresar a casa. No quiero dejarte con la ilusión de que iré a buscarte a ese dichoso instituto, y tú te quedes esperándome para echar tu vida a perder.
—Puedo encontrar una manera en la que no vayas. —Contradijo esperanzado al saber que podía evitar que el castaño fuera a combatir.
—No quiero que lo hagas; no podrías. Las ordenes fueron dadas por los reyes, no hay más remedio.
—¡Yo seré quien dé las órdenes próximamente! —Exclamó desesperado.
—Títulos, títulos y títulos. Todo lo que puede hacer un simple puesto que te dan solo al nacer. —Soltó con desprecio, no midiendo el impacto que tendría en Nakahara.
Chūya sollozo dolido, le lastimaba como el oji-café lo minizaba en un título. Además de saber que su alma gemela podría morir estando en batalla, no viviría con la angustia de saber si aún vivía.
Dazai al ver las gotas cristalinas desbordarse por sus mejillas se sintió culpable, estaba desquitando todo el estrés de varias semanas en un ser que solo le había traído paz.
—No llores. —Pidió atrayendolo a sus brazos, sintiendo los temblores del pequeño cuerpo.
—Me odias. —Afirmó tallando sus párpados con bruquedad, no queriendo soltar más llanto.
—No te odio —Besó la frente del príncipe —. Odio el título que lleva tu linda cabecita.
—Yo no tengo la culpa. —Dijo secando la humedad en sus mejillas.
—Lo sé, soy un idiota por reprocharte eso.
Chūya se separó de su pecho, sorbiendo su nariz y limpiar sus húmedas mejillas. —Ya tengo que irme.
Se puso de pie sacudió sus ropas, ya no tenía nada que hacer ahí, tenía el corazón partido y el sueño que vivía ya debía terminar.
—Chūya, no te vayas así. —Pidió imitando su acción.
—¿Por qué no? Ya no tengo nada más que hacer aquí. Se hace tarde y no quiero que vengan a buscarme. —Se coloco el gorro de la capucha y comenzó a caminar; el castaño lo seguía unos pasos atrás.
—Quedate un poco más conmigo, ¿Sí? Yo mismo te llevo al palacio. —Vió como las manos contrarias apretaban el cuello del peluche.
—Con mi humor no sería muy agradable. Además, ¿qué explicación daremos cuando nos vean llegar juntos? —Contradijo apretando su mandíbula. Solamente caminaba de frente, no sabía como regresar al castillo; si llegaba a donde se realizaba la feria algún pueblerino le diría como llegar.
—La verdad, que somos almas gemelas y debemos estar juntos. Dijiste que lo aceptarían. —Con esfuerzo logro alcanzarle. No entendía como Chūya era más rápido que él con esas piernas tan pequeñas.
—¿Te vas a prestar a que te presente a personas con un título mayor al mío? ¿Aún cuándo esas personas son los reyes y mis padres? —Se detuvo para mirarlo, no cambiaba su semblante enojado.
El moreno se quedó callado, no sabía que responder ante esas preguntas llenas de veneno silencioso.
El pelirrojo tomó su silencio como una respuesta y soltó una risa amarga.
—No, no lo harías. Porque no aceptas el medio en el que me desenvuelvo, porque no aceptarías formar parte del círculo social al que yo pertenezco. —Siguió su camino sin ver a quien dejaba atrás.
—¿Y qué hay de ti? ¿Me aceptas por lo qué soy?, un simple guardia real, sin un título de noble. El que no te va a poder ofrecer los joyas a las que estas acostumbrado; o el que tampoco te va a dar una servidumbre a la que mandar. —Chūya se giro a verlo consternado.
—¡¿Crees qué lo que me importa solamente es eso?! —Grito —. ¡¿Crees qué me alejo de ti porque no eres un noble?! ¡Si fuera por mí dejaba mi título y mi dinero por ti! ¡Pero tú eres él que me esta alejando!, ¡tú eres quien dijo que no habría nada más!
Chūya tenía la respiración aselerada, prueba del esfuerzo que había estado realizando al gritar.
Decidió que lo mejor era dejar las cosas como estaban.
Quedarse con el bonito recuerdo que le dejo Dazai.
No arruinarlo con el momento de la separación. En su mente solo habría lugar a los lindos momentos que paso con el castaño, nada más.
Continuo caminando, ya no habría nada más a lo que volver. Adoptará la perspectiva de Dazai y se forzaría a aceptar que era lo mejor.
—Te propongo una última cosa —Ya estaba harto de que Dazai le llamara a cada rato cada que avanzaba para alejarse —. No, más bien es una súplica —Corrigió con un gesto dolido —. Acompañame a un lugar, cerca del bosque por el que anduvimos. Concedeme estar unos minutos más con tu presencia; y luego, yo te dejo ir; aceptaré la responsabilidad de tu ausencia frente a los reyes.
Su tono era casi inhumano, con los ojos deprimidos y desafiantes. Con una mano extendida hacia él, esperando una aprobación.
Chasqueo la lengua antes de asentir.
Después de todo, sería el último —y único— día en que lo vería.
La maleza de los arbustos era más intensa, lo que la hacía más molesto al paso. No sabía cuanto tiempo llevaban caminando, pero el manto nocturno ya estaba dando indicios de que era su momento de gobernar.
Dazai lo guiaba con sus manos entrelazadas, se tuvo que tragar su orgullo para sostenerlo, después de todo, era la única forma de ser guiado entre toda la flora.
Cuando Dazai se detuvo, tuvo que pararse para ver sobre su ancha espalda lo que estaba frente a ellos. Se trataba de una cabaña, de aspecto antiguo y parecía haber sido construida durante una época más antigua a la que estaban; las vehtabas dejaban ver que el interior era iluminado por velas, de la chimenea salía un poco de vapor.
El castaño lo jalo para que caminara, cuando llegaron al pie de la casa, el oji-café tocó la puerta.
Un par de segundos bastaron para que la entrada se abriera dejando ver a un hombre de cabellos azabache, llevaba unos lentes cuadrados de pasta desgastada, estos mismos ocultaban detrás unos iris esmeralda brillantes; además de que tenía una túnica en tonos beige.
—Dazai~, es muy tarde para tus visitas inoportunas. Estoy bastante ocupado creando el caramelo casero más delicioso del mundo. —Cantanurreo el azabache en un puchero infantil, ignoro completamente al acompañante de su amigo.
—Lamento ser tan inoportuno, Rampo, pero necesito tu ayuda. —Dazai paso su brazo por los hombros de Chūya, haciendo que Rampo por fin lo viera.
—Vaya~, pero si es su alteza real. ¿Qué los trae por aquí? —Sonrió malicioso, era obvio que en un parpadeo ya sabía que se traía su amigo entre manos, más si ambos tenías sus marcas idénticas a la vista —. Pasen, pasen, a esta hora salen los sapos del pantano.
Se hizo a un lado, dejando pasar a la pareja a su morada.
Cuando entraron, Chūya quedo sorprendido con los montones de libros regados por la habitación, también habían frascos y botellas con distintos contenidos, unos que otro burbujeando y de colores muy divertidos.
Dejo de poner atención en el ambiente cuando Dazai entrelazo sus manos, y el tal Rampo se paro frente a ellos. No rechazo el contacto, era lo suficiente reconfortante y delicado, como para hacer imposible su desagrado.
—Necesito que hagas que estemos juntos. —Fue directo al grano sobre lo que iba a pedir. Tenía en claro sus intereses, y su interés en ese momento era regresar de la guerra y que Chūya lo siguiera amando. Para ser más concretos, quería tener un futuro asegurado con su alma gemela, saber que su amor perduraría ante las adversidades.
—Pero si ya están unidos; la marca en sus brazos es prueba de que están destinados. —Argumento el de iris esmeralda señalando la marca.
—Sí, destinados a conocernos y amarnos. No a estar juntos. —Explico frunciendo el ceño.
Rampo comprendió la situación, se puso una mano en el mentón y pensó. —Quieres algo que haga volverlos a unirse y estar forzados a amarse.
Dazai asintió satisfecho por la deducción de su amigo.
—Lo de forzados sobra. —Añadió a la conversación el ojiazul; el castaño rió antes de besar su nuca.
—Bien —Rodó los ojos Rampo. Comenzó a caminar por la gran habitación, trayendo hojas para escribir, tinta, frascos con pétalos de rosas rojas y camelias del mismo color, un par de libros y algunas velas rojas. Abrió el libro más grande en una página en especifico, el libro más pequeño lo utilizo para recargar al mayor —. Te fuiste a conseguir a un chico de ojos bonitos con mal carácter, Dazai, ¿estas seguro de querer atar esta y tu siguiente vida a ese príncipe enojón? —Cuestionó formando un círculo con las velas rojas alrededor de la pareja.
Chūya frunció el ceño y mordió el interior de su mejilla, para contenerse de maldecir al azabache.
—¡Nunca he estado más seguro! —Dijo emocionado, los trabajos que realizaba Rampo siempre le emocionaban.
El de anteojos dejó caer los pétalos de flores dentro del círculo qué formó con las velas.
—O más loco —Añadió el de lentes comenzando a prender las velas con un fósforo —. ¡Maldición! ¡Olvide el velo y los anillos! —Grito enojado por su falta de concentración; subió las escaleras escondidas en un rincón, haciendo la madera crujir.
Aquella revelación hizo palidecer a Chūya. ¡Se estaba casando sin darse cuenta!
Observó a Dazai con los ojos llenos de pánico. El castaño, muy diferente a él, tarareaba una canción y sonreía contento, importandole muy poco la situación.
—¡Dazai! ¡¿Te das cuenta?! —Interrogó asustado, el nombrado lo observó sin entender —. ¡Nos están casando! —Jaloneo un poco sus hombros para hacerlo reaccionar.
Dazai rió a causa de la ternura que le daba ver las mejillas sonrojada de su alma gemela, y sus movimientos nerviosos. Le encantaba su timidez.
—Lo sé. No me lo esperaba, pero se me hace un lindo detalle que lo haga.
—¡Ni siquiera nos preguntó! ¡Y no han pedido mi opinión en esto! —Argumento cruzandose de brazos.
—¿Estás en contra? —Pregunto, su rostro pinto preocupación al pensar que lo estaba obligando —. Estamos a tiempo de detener todo esto, solo dime.
Chūya pensó en la situación, creía que estaba viviendo en una novela romántica: casarse con el caballero de brillante armadura a escondidas, para poder tener su felices para siempre. Además, de contar con el apoyo de una hada madrina para poder estar juntos.
El hombre frente a él era todo lo que podía desear, amable, caballeroso, galán, tranquilo e inteligente. Tenía sus defectos, algunos más notables que otros; pero eran esos los que le decían que Dazai era de verdad, no una fantasía creada por su mente para huir de la realidad.
Dazai era un hombre dispuesto a ahoicarse si eso le daba la seguridad de estar con él. Era el mismo que a pesar de no aceptar su estatus social, sacrificaría su sentido de identidad para encajar con él.
Si fuera por Chūya, ambos huirian a un reino lejano donde nadie los conociera para poder vivir una vida tranquila. Una vida que Dazai quería y que él estaba dispuesto a adoptar si con eso su romance continuaba.
Sus labios cereza sonrieron, sus ojos brillaron con el brillo que cualquier prometido debería tener al momento de estar en el altar con su pareja.
—Sí, me quiero casar contigo. —Dijo convencido de su decisión. Ambas manos dieron un apretón de complicidad.
Sus rostros se fueron acercando de poco a poco, café y azul atentos a las reacciones del contrario, tratando de memorizar el perfil de su destinado. Sus narices se acariciaron, los rizos jengibre y chocolate se recolvian.
Probar el sabor del otro se había vuelto el misterio más jugoso.
—¡Dejen de andarse adelantando¡
Se separaron como un par de hormonales inexpertos qué fueron cachado haciendo cosas vergonzosas.
Rampo estaba con el ceño fruncido y un mohín en sus labios. Cargaba una sábana blanca tejida a mano, con algunas perlas y diamantes de fantasía incrustados; en la otra mano, llevaba dos orquídeas azules frescas.
—Dúo de idiotas, adelantandose al beso y a los votos. Debería darles vergüenza —Regaño ofendido. Colocó el improvisado velo en la cabeza de Chūya, deleitandose con el jadeo de dolor que soltó este mismo, cuando uno de los diamantes le jalo el cabello —. Quítate los guantes, principito.
De verdad que Chūya, estaba haciendo el mayor esfuerzo para no lanzarse a golpear a Rampo, se contenía al apretar la mano de Dazai.
—Muy bien —Carraspeo un poco —. Hoy estamos aquí reunidos, para realizar un ritual que una a estas dos almas gemelas por toda la eternidad; sin importar las adversidades y las dificultades que les depare el destino.
Chūya apretaba el peluche en sus manos con fuerza, en un intento de disipar sus nervios y encontrar la calma.
—Que el amor que se tengan permanezca para esta y mil vidas más —Las velas comenzaron a brillar con más fuerza —. Que cuando sus almas viajen por las lagunas del tiempo hasta otros cuerpos, sean capaces de reencontrarse para seguir profetandose el amor que siempre cargarán.
Ambos amantes se miraron sonrientes.
—Sus corazones siempre pertenecerán al hombre con quien han decidido hacer este ritual. Que sus corazones tengan la madurez de perdonar los errores del otro, y continúen con la felicidad que los espera. —Extendió la mano hacia el pelirrojo, el susodicho lo miró sin entender.
El azabache señaló el peluche en sus manos; Chūya se tuvo que resignar a dárselo a regañadientes. Se enojo al ver como rompía uno de los hilos rojos y lo iba sacando de poco a poco.
—Establecemos que se conocerán y amarán hasta el final de los tiempos —Se acercó a ellos con el hilo colgando, no llegando a entrar en el círculo de velas. Unió sus dedos meñique con los extremos del hilo —. Estamos creando una conexión irrompible —El hilo rojo que los unía comenzó a brillar con el fúlgor de las velas —. Y con estos anillos cerramos su compromiso, decretando qué desde este momento: Chūya Nakahara pertenece a Osamu Dazai. Y Osamu Dazai pertenece a Chūya Nakahara.
Le dio una orquídea a cada uno. Ambos entendieron que debían amarrarlos al dedo anular como si fueran un anillo.
—El hilo rojo del destino se encargara de reunir a las almas destinadas, sin importar el tiempo ni el lugar. Este hilo jamás se romperá o cortará; podría enrredarse, pero, siempre hará que se atraigan. Su amor perdurara hasta que el tiempo mismo deje de existir.
La pareja sonrió conmovida, ambos tenían los ojos brillantes de ilusiones y de amor.
—Bien, el hilo rojo, las flores, velas y yo, somos testigos de su amor y su primer matrimonio como almas gemelas. Pueden dar su primer beso.
Con el permiso del brujo se besaron con pasión.
Sintiendo por primera vez la esencia de su alma gemela.
Ese dulzor de frambuesas siendo combinado con café casero, queriendo fundir sus labios con los contrarios en un perfecto vals.
No sabía que les de paraba el futuro, sin embargo, saber que su amor iba a ser más poderoso que cualquier problema, les daba la fuerza para luchar por su amado.
✨Sinceramente, yo amé escribir esto. 💙🌊✨
✨Con esto expongo porque el soukoku debería de ser canon y que son noviesitos en secreto. 💚☄️✨
✨¡Gracias por leer y espero que les haya gustado! 🌷💖☄️✨
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