#𝐃𝐚𝐲 1: 𝐀𝐥𝐜𝐨𝐡𝐨𝐥.































La muerte es el enemigo natural de cualquier ser, recelosa por aquella vividez que solo los que poseen corazón latente tienen.

Tan sigilosa que ni siquiera te das cuenta cuando suspira en tu nuca cuando duermes, avisando que ya tiene los ojos puestos en ti y no te salvarás de sus garras.

Y al mismo tiempo, tan compasiva con los inocentes, aquellos que no murieron por causas naturales, alguna herida, alguna enfermedad, algún accidente.

Aún con todo eso, conlleva una pérdida, una pérdida qué hace sangrar el corazón de los conocidos del difunto, desgarrar su garganta por los gritos y lamentos liberados. Tantas oraciones recitadas para que la petición no sea cumplida.

Cada humano sabe como vivir un duelo, adaptarse a la ausencia de un ser tan familiarizado contigo no es sencillo; para eso se necesitan distractores, entretener tu mente en actividades que hagan a tu cerebro no centrar su atención en la pena que carga.

Y cuando los distractores no funcionan, llegan los tranquilizantes, los mismos que hacen al hombre dormirse en vida y que la realidad deje de existir; viajar al mundo que tu subconsciente crea para que seas feliz.

Es por eso que el vino se había vuelto el amante de Chūya cada noche.

El sabor amargo de las uvas fermentadas era como una bailarina en sus labios, diseñada para llevarse sus penas y guiarlo a un universo mejor.

Le hacía olvidar la muerte de su hermana.

Escapaba del recuerdo de ver el pequeño cuerpo de su hermana menor desparramado sobre la avenida principal; la memoria estaba tan presente en su mente que se exhibía cual obra de arte en museo.

La sangre escapando por la abertura en su cráneo, mostrando parte del hueso roto y algunos de sus intestinos. Sus ojos azules abiertos en su máximo explendor con el terror dominandolos, lamentaba que la última cosa que visualizo la infante fue el rostro de su atacante.

Cuando recogió el cadáver, lo abrazo con tanta fuerza, grito como nunca, pidiendo clemencia por un alma tan pura como lo fue ella, acuno el cuerpo de la niña y lo meció con ternura; recordó las muchas veces que lo había hecho cuando la ojiazul era una bebé.

Era la misma escena, cuidar un cuerpo tan delicado como la cerámica para que no se lastimara; para que ya no la dañaran más de lo que habían hecho.

El refugio que le daban las paredes de su casa lo llevaba al tiempo que pasó esperando otra llamada de los secuestradores diciéndole donde podía ir a recoger a su hermana. Ya había dado dinero solicitado, no informo a la policía como se lo habían pedido.

Y cuando recibió la llamada, y la voz de grabadora le dio una dirección no pudo estar más aliviado, por fin tendría a su pequeño motor de felicidad para continuar. La llevaría a la feria del condado a la que quería ir, le compraría su helado favorito y todas las golosinas qué pudiera comer su estómago; jugarían a las muñecas hasta el amanecer, se encargaría de ahorrar el suficiente dinero para comprar el kimono de aquella tienda departamental naranja que le había gustado tanto.

La dirección dada fue una con un flujo de gente solo en horarios laborales, una avenida con autos circulando. Todo iba a estar bien.

Jamás imaginó que el bullicio de gente que se formó era debido a su hermana, porque se trataba de su cuerpo, tirado desde una camioneta blanca en movimiento.

Grito y sufrió como nunca, aún sufre, ahogando las penas en alcohol, y anhelando qué la bebida le regrese a las risas de la niña decorando su hogar.

Aquella casa había dejado de sentirse como un hogar, ya no tenía la misma calidez de antes, el mismo amor.

Fue despedido en su trabajo tras cometer diversos errores, la cruda por las mañanas lo ponía de mal humor y despistado, tanto que su jefe no pudo tolerarlo más.

Las cajas de vino que guardaban dejaron de ser elegantes y de finas cosechas, para pasar a ser cerveza y ron barato, sin embargo, al economizar en eso tenía más cantidad de bebidas.

La comida solo era un plato de arroz acompañado de agua, además de café soluble y pan de caja. Cortesía de la pequeña despensa que le dieron sus vecinos para acompañar su duelo.

La música de su estéreo solo reproducía música clásica, aquella que le gustaba tanto a Kyouka para sacarlo a bailar.

Tropezó con la torpeza de sus pasos, cayó al suelo entre risas estropeadas, al rededor de él, estaban bolleas vacías y unas cuantas colillas de cigarros.

——L-lo shiento, Kyo-uka. —Murmuró una torpe disculpa a la foto del altar, colocado en un espacio entre la sala y la entrada principal.

A la niña nunca le gustó verlo ebrio.

Jalo de un cable para poder ponerse de pie, logrando solo desconectar el estéreo a la mitad de una nueva canción. El suelo golpeó su cara dejándole un moretón rojizo, probablemente morado al día siguiente.

Se sentó con algo de esfuerzo, el mundo le daba vueltas y tenía muchas ganas de llorar. Tomó con fuerza el mango de la botella, dispuesto a darle un largo sorbo y que aquellos demonios se alejaran de él.

Cuando ninguna gota de ron callo del envase grito con furia, buscó entre las cajas que tenía acumuladas en diversos lugares, no encontrando más que botellas vacías, las pocas con un poco de alcohol estaban arruinada por envoltorios de dulces y restos de cigarros.

Jadeo cansado, buscó en sus bolsillos y encontró un par de yenes, los contó lentamente. Lo suficiente para comprar el sake más barato de la tienda de conveniencia.

Una vez de pie y maneobrando con el equilibrio, salió de su morada no sin antes despedirse de la foto de la infante. Cerró con seguro y emprendió camino, ni siquiera le importo que fueran las tres de la mañana y que no habría nada abierto para ese entonces.

Diambulo por las solitarias calles, olvido llevarse chaqueta, por lo que, el aire friolento le calaba hasta los huesos. No encontraba ningún local donde vendieran alcohol, todo estaba cerrado y no había a quien pedir indicaciones.

El choque de temperaturas comenzó a presentarse, siendo como resultado, terminar vomitando entre bolsas de basuras.

Observó con asco lo que salió de su cuerpo, era más ácido estomacal qué alcohol, tenía que dejar de hacer tantos corajes, la bilis era asquerosa.

Volvió a regresar lo poco que aún había en su estómago, un sabor amargo inundó sus papilas, limpio lo poco que quedo en su mandíbula con el dorso de su mano, inhalo y exhaló el aire náuseabundo, las arcas volvían, mas se obligó a mantener la compostura.

Se incorporó con cuidado, los efectos del alcohol aún eran latentes, contempló el lugar donde estaba. Se trataba de un callejón, oscuro y sin mantenimiento, los ladrillos tenían mohó y estaban desgastados.

No reconocía el lugar, todo parecía tan confuso y escalofriante. Golpeó su frente por su descuido, no tenía sentido de orientación.

Estaba demasiado lejos de donde pudo haber entrado, además, no había iluminación alguna. Avanzó no muy seguro de donde iba, por el camino no había más que bolsas de basura arrumabadas, perros callejeros y unas cuantas cajas de cartón.

Se recargo en una pared, poco le importo la suciedad qué podría pegarsele, ya no importaba nada, no había a quien importar.

La cabeza le daba vueltas tratando de poner sus ideas en orden y buscar la mejor solución. El sonido de cristales cayendo y golpes lo desconcierto, se incorporó un poco tratando de saber de donde provino aquel alboroto.

«Un gato, tal vez.» Pensó en un intento de tranquilizarse, su corazón empezó a bombear más rápido de lo habitual.

Pero los gatos no gimen de dolor.

Decidió ir a investigar, como una persona poco cuerda haría. ¿Qué más podía perder si ya no tenía nada?

Era el rey de la nada.

Gobernante de la desdicha y miseria.

Dió un giro quedando escondido detrás de una pared de la esquina.

La oscuridad dejó solo al descubierto la silueta de dos hombres, uno sometía al otro para que su espalda chocara con la fría pared y así tenerlo de frente. Chūya se escondió aún más, siendo dominado por la idiotez del alcohol.

El hombre que se mantenía como si nada dejaba ver una altura envidiable, tenía un abrigo negro que cubría su ancha espalda, podía ver rizos en su cabeza, y también podía jurar ver lo que parecían ser vendas en sus antebrazos.

El tipo contra la pared parecía ido y abrumado, sangre se filtraba por los orificios de su nariz, su labio inferior sangraba debido a un profundo corte en él. Sus ojos hinchados debido a distintos golpes, lo sabía por cómo estaba su cara y se retorcía.

El hombre de abrigo dio otro puñetazo en la cara del hombre, logrando que escupiera sangre y saliva de su boca; la carne golpeando contra los ladrillos hizo que el pelirrojo jadeará espantando.

Claro que se había metido en peleas, fue un adolescente tonto e impulsivo qué no tenía arreglar las cosas con sus puños; pero nunca llegó al punto de seguir golpeando cuando el contrincante estaba moribundo. Él sabía cuando parar.

El de rizos soltó una risa divertida al ver como su oponente ya no se podía poner de pie, sus iris desenfocados y apagados habían perdido la fé en poder ganar y escapar.

El de abrigo se acercó hasta el hombro, jaló sus cabellos para obligar a verlo, rió aún más con el alarido de dolor que soltó.

—Ahora —La voz gruesa y burlona del hombre hizo estremecer a Chūya, era la clase de chico al que nunca se le ocurriria acercarse —. ¿Vas a contestar mi pregunta?, no tengo nada en contra de matarte como el animal que eres, digo, ya me pagaron de todas formas —Dió un tirón en la cabellera del hombre —. Sin embargo, siempre da curiosidad el porqué, una persona le paga a otra para matar a un individuo.

Chūya tapó su boca con ambas manos, sentía su pecho subir y bajar una y otra vez; quería huir despaborido.

Jamás debió salir.

—... ¿Quién... Te... Mando? —Cuestionó en lamentos ahogados el moribundo.

El contrario sonrió, le daría el honor de responderle. —Una mujer, muy católica, de pechos caídos, cabello teñido de rubio, ojos cafés e hinchados, tiene un feo lunar debajo del labio izquierdo. Es muy fea en realidad, ni siquiera se arregla bien.

El hombre pareció meditar las características dadas, repasando entre familiares y amigos para dar con un perfil.

Cuando llego a una en concreto, bajo sus ojos avergonzado, lágrimas cayeron de sus cuencas y soltó disculpas en silencio.

—¿Tu amante? —Preguntó aburrido, las historias de amantes despechados le aburrían.

El otro negó sin dejar de llorar.

El asesino frunció el ceño para encontrar una respuesta, repaso la información del hombre frente a él y busco fallas que pudo haber cometido, busco un lazo entre su contratante y la víctima.

—Tu esposa —Finalizó sonriente, su orgullo se hizo presente al saber que tenía razón —. ¿Tienen un hijo, no? Ella hablo de una venganza, dijo: ojo por ojo, diente por diente. ¿A quién mató mi buen hombre?, usted es contador, ¿le mató las finanzas? —Remató con un chiste de mal gusto, pero, ¿a quién le importaba? El hombre frente a él estaría muerto dentro de poco, y él no podía hablar de un código moral.

—Yo no sabía que eso pasaría —Lamento con el llanto fluyendo a mayor velocidad —, el doctor dijo que el tratamiento era seguro, que él estaría de regreso a casa dentro de poco, que lo atenderían como si de un rey tratase.

—¿Él? ¿Quién es él? —El contrario bajó su rostro, tratando de cubrir su vergüenza, lo obligó a subir la vista.

—¡Yo no quería que él muriera! ¡Era un joven con una vida por delante, tan lleno de vividez! ¡¿Cómo iba a saber que ese doctor le metería una droga experimental al punto de matarlo?!

Aquel hombre tirado frente a él era un padre, un padre que buscó una cura contra el cáncer de pulmones qué atacaba a su hijo; un padre que confío en las personas equivocadas, un padre que lloraba al cuerpo deformado y mancillado de su hijo.

Un hombre que fue mandado a matar por la locura de su esposa, una esposa que cegada por el dolor y la desesperación lo culpaba de la muerte de la luz de sus ojos.

El asesino dejó al hombre llorando en el sucio suelo, sintiendo por un minuto lastima por él, lastima por haberse casado con una mujer tan cruel que fue capaz de mandar matar a su esposo.

—Fijaste tus ojos en la mujer equivocada, amigo mío —De los bolsillos de su abrigo sacó una pistola, abrió el cartucho para colocar una bala; cuando la pistola emitió un ruido de estar lista para ser la juzgadora del alma. Apuntó el arma a la frente del contrario, el cañon soltaba el aroma a pólvora —. Pero, te daré consuelo, los vicios de tu cónyuge no la mantendrán cuerda por mucho tiempo, no tardará en llegar a ti.

Cuando el arma se disparo, el cuerpo del hombre se desplomó como un costal de papas podridas, y, la sangre pinto las paredes. Chūya no pudo evitar gritar de terror, sus ojos temblaban y observaban la figura del tipo.

Con su grito atrajo la atención del asesino, ahí pudo notar como sus ojos cafés lo miraban intensamente desde hace rato; con sus rizos caoba moviéndose contra la ventisca fría.

Su corazón bombeo con la velocidad de mil caballos, su piel se erizo como un gato.

Su instinto le obligó a mover sus piernas y correr, correr tanto como fuera posible huir de aquel asesino.

Rogaba qué ese hombre no lo siguiera, que olvidara su presencia y le dejase vivir por más tiempo.

La magrugada trajo lluvia, con grandes gotas cayendo en picada contra el suelo, mojando cada lugar y limpiar la mugre.

Era tanta agua que podía ser fácil limpiar sangre y alcohol.

Los pulmones en su cuerpo jalaban aire para recuperarse, sus rizos jengibre húmedos se sangoloteaban por los bruscos movimientos. Buscaba desesperado una salida, aquella que le permitiera huir, haría cualquier cosa necesaria.

Como si de un milagro se tratara, salió del callejón, con la ropa arrugada y todo su ser empapado, corrió y corrió hasta su casa.

Quería regresar a casa.



































































El incidente anterior fue el golpe de realidad que necesitaba, cuando llegó a su morada se baño con firmeza, eliminó todo rastro de suciedad qué cargaba su cuerpo.

Bañarse era despedirse de su peor yo.

Le costó trabajo salir adelante, mucho en realidad, sin embargo, se forzó a lograrlo, se forzó a salir de la miseria.

No fue de un día para otro, necesito tiempo para sanar, comprender que era lo mejor para él, y, una forma sana de sufrir por la muerte de Kyouka.

¿Seguía en su duelo? Por supuesto, ese nunca se terminaría ni olvidaría.

Pero por el amor a su hermana y el amor propio qué se tenía, dejo la culpabilidad de lado.

Su primer paso fue tirar el poco alcohol que tenía escondido —muy tonto no acordarse de que tenía debajo de la cama— y desaserse de sus paquetes de cigarro.

Lo más importante fue conseguir empleo, su curriculum le dio la oportunidad de ingresar a una aseguradora de autos, tenía un buen puesto con un sueldo agradable.

Por unos meses fue a terapia, sacó todos los pensamientos insanos qué tenía en su mente, convivió y conoció a gente parecida a él.

La vida le estaba dando una nueva oportunidad, estaba aprendiendo que después de la tormenta llega un arcoíris.

Hasta se ganó una felicitación de sus vecinos, alegrandose por tener de regreso al chico amable y enigmático que conocían.

Ahora regresaba a su casa, la vecina de enfrente le había regalado un recipie con roles de canela caseros, su jornada laboral había concluido y en ese momento se disponía a echarse a la cama y dormir como si estuviera muerto.

La fotografía de su hermana fue lo primero que recibió, la saludo con una sonrisa no olvidandose de prender un incienso de vainilla y una veladora para ella.

Cuando iba a dirigirse a prender las luces de la casa, se espanto al ver como una figura sentada en el sillón individual de su sala encendía un encendedor.

—Buenas noches, señor Chūya. —Abrió los iris como platos al reconocer los ojos cafés del hombre del callejón.

Camino para atrás hasta chocar con la puerta, iba a abrirla y huir, sin embargo, el contrario adivino sus pensamientos.

—Yo no lo haría —Apago el encendedor, se levantó ágilmente y prendió las luces de la casa presionando el interruptor pegado en la pared. La iluminación dejó ver que se trataba de un hombre castaño, llevaba el mismo abrigo de la otra vez solo que ahora podía ver las vendas en sus brazos y cuello; era moreno y de rasgos varoniles qué a cualquiera parecerían atractivos —. Podría matarte en menos de lo que canta un gallo.

El pelirrojo comprendió la situación, asustado se separó de la manija y se recargo en la puerta como si esta fuese a salvarlo.

—¿Q-qué quiere? —No quiso tartamudear, se regaño mentalmente por eso.

—Nada en particular, tú no tienes nada que me interese —Recorrió con sus ojos la figura del hombre frente a él, luego la cambio para ver el altar a su lado —. Quise venir a verte, la noche anterior no tuvimos el momento de presentarnos adecuadamente —Rió al recordar como el de baja estatura corría despaborido —. Corriste como una gallina.

El ojiazul paso saliva con dificultad.

—Sin embargo, me causaste curiosidad —Se apróximo hasta el jengibre —. Te seguí mientras corrías, estabas tan ebrio que no te diste cuenta —Jugó con los cabellos largos de Chūya, haciendolo estremecer —. Conseguir información tuya fue sencillo, todos hablaban de los patético qué te veías, la anciana de enfrente me dijo que perdiste a tu hermana. Mi más sentido pésame, los niños no deberían de ser tocados nunca.

El cuerpo de Nakahara temblaba, sabía que aquel intruso lo iba a lastimar, solo estaba esperando que bajara la guardia para poner el cañón de su pistola entre sus ojos.

—Me tome el atrevimiento de investigar —Esa declaración paralizó al pelirrojo, más por la forma tan tranquila en que lo dijo, acompañado de una sonrisa amistosa —. Lo sé, no debo meterme en los asuntos de los demás, sin embargo, me pareció una buena razón para presentarme ante ti, quiero causar una buena intención en ti, mi querido chibi.

De su abrigo saco un sobre manila en tonos lilas, tenía dibujos a crayola de un morado más intenso para que resaltaran por el color, con un papel en blanco que decía: De Dazai Osamu para mi petirrojo de ojos rotos (Chūya Nakahara).

Lo extendió al más bajo, esperando a que lo tomara; Chūya lo tomo nervioso, la mirada soñadora del castaño dio a entender que quería que lo abriera frente a él.

Se trataba de informes policíacos, fotografías con información personal, direcciones de bares y sitios donde se trabajan la trata de infantes.

Justo al final de los papeles estaban fotos sin nada escrito, las imágenes fueron hechas por una cámara desechable, y parecían recientes por lo limpia qué estaba el papel.

Tiro las fotos al suelo al ver que mostraban a hombres muertos con signos de tortura; sus narices rotas, costilla abiertas con los huesos al descubierto, marcas de latigos, cuerpos pintados en golpes y cuerdas fuertemente aferrados en ellos.

Justamente al final, estaba escrito a mano, por lo que parecía ser la caligrafía del oji-café, las confesiones de los siete hombres sobre el crimen de la hermana de Chūya.

Sus ojos se aguadaron conforme la lectura avanzaba, sus manos arrugaron el papel, describía la forma en como trataron a la niña hasta el día de su muerte.

—No estaba en sus planes matarla —Alzó la mirada al escuchar a Dazai —. Querían ingresarla a la trata de niños, las cosas se les fueron de las manos y uno de ellos la mató al empujarla. No iban a regresartela de cualquier modo. Tuviste la suerte de que te dieran un cuerpo al que llorar.

El pelirrojo aumentó su llanto, no quería ni imaginar todo lo que su hermana tuvo que sufrir, era solo una niña con más sueños que estatura.

—¿Qué paso con ellos? —Cuestionó viendo al más alto entre cántaros de llanto.

—Están muertos. —Contesto simple.

—¿Y los demás? —Sorbio los mocos que quería escapar de su nariz.

—Los niños que encontré fueron dejados en las puertas de una estación de policía. Los subordinados de esos hombres están en una fosa clandestina que cerré ayer.

Chūya suspiro adolorido, abrazo los informes contra su pecho, sintiendo un extraño consuelo.

La muerte de su hermana había sido vengada.

Podía dormir con el consuelo de que esos malditos estaban sufriendo la ira de Satanás.

—¿Quieres cenar? Tengo chocolate caliente en la nevera. —Interrogó calmado, la presencia frente a él ya no era intimidante.

—Nada me gustaría más. —Respondió sonriendo, la velada qué llevaba ansiando desde hace meses se estaba presentando.

—Entonces, quítate ese abrigo y acompañame.










































































✨¡Guau! Jamás me había sentido tan viva. ¡Es la primera vez que participó en este tipo de eventos! 💙🌊☄️✨

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✨¡Muchas gracias por leer! 💕🌷✨



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