Selección Natural
El sonido pulsante y oscilante de las hélices de los helicópteros corta el aire; corro a toda velocidad por los techos de un complejo de edificios semiderruidos, están rastreándome con desesperación, asumo que saben adónde me dirijo e intentan detenerme, pero ya es tarde...
Retrocedo un poco para avanzar luego con más ímpetu y salto hacia el techo del edificio contiguo, avanzo lo más rápido posible con mi arma apuntando hacia abajo y realizando movimientos ondulantes. Continúo mi trayecto hasta una de las ventanas del tejado, noto que posee un sistema giratorio, así que, golpeo con uno de mis pies para aflojar el cerrojo y me lanzo dentro, sintiendo cómo la adrenalina incrementa mi frecuencia cardíaca.
Ingreso a un angosto pasillo y veo ante mi la que podría ser mi salida, pero unos cuantos soldados aparecen con sus armas y tasers, a pesar de estar temblando, me apuntan con determinación.
«¿Tasers? ¿En serio? No puedo creer que siquiera lo estén pensando.»
—Que nadie haga nada. Recuerden las órdenes.
«Me necesitan vivo para extraer el suero, no pueden hacerme daño...»
Elevo mi arma y les apunto también para alejarlos e intentar salir de allí sin herir a nadie, escucho pasos que me indican que tengo más soldados detrás.
—Crom, baje el arma... Déjenos llevarlo con Voronin —me pide un oficial de alto rango, sudando frío.
«Wendell, ¿me oyes? Ya llegamos a la zona segura.»
La voz en mi oído es la de Shioban, mi hermana. Me tranquilizo al saber que ella y Garry están a salvo. Ambos son necesarios para esta misión; Shioban, porque tiene más corazón que yo y es necesaria para este mundo y Garreth, porque es mi mejor amigo y el mejor físicoquímico que conozco. Ambos están a salvo del virus provocado por la llamada Guerra química del Oro Negro; ellos son imprescindibles, pero yo también lo soy, sin mi no habrá cura ni habrá plan.
El aumento repentino de la presión atmosférica indica que estoy a punto de perder la paciencia, me resigno a dejar de correr por un momento y me giro, estoy sudando a mares y mi rostro expresa perfectamente la rabia que me produce toda esta situación. Enfrento a los soldados; siento cómo la energía fluye en mi interior y se propaga por cada resquicio de mi cuerpo. Cada vez que experimento mi poder, se siente más y más fuerte, respiro hondo, cierro mis puños y expulso esa energía haciendo que una onda expansiva se desplace más rápido que el sonido, provocando que la presión del aire expulse a mis perseguidores hacia diferentes sitios con tal fuerza que todos golpean contra una pared o algún objeto cercano y rápidamente pierden el conocimiento.
Mi cuerpo está rodeado de un aura incandescente que, si la avivo con la suficiente potencia, podría arrasar con todo lo que tengo alrededor en cuestión de segundos, pero me controlo y comienzo a restablecerme. Llevo años aprendiendo a canalizar bien mis poderes para no ocasionar más daños de los necesarios. Extiendo mis brazos, respiro profundo y, poco a poco, voy retornando a mi estado pasivo.
Antes de que todo esto sucediera, yo era simplemente Wendell Crom, parte del ejército de Pangea Dos, el segundo continente más poderoso del nuevo mundo, creado a partir del virus. Cinco poderosos hombres se convirtieron en los nuevos dueños del planeta, dividieron los continentes en cinco partes y las llamaron Pangeas y se nombraron a sí mismos: Las Cinco Potencias; de esta manera, acabaron con las fronteras, los derechos y todas las libertades humanas. Éramos rehenes en nuestro propio mundo, dirigidos por cinco dictadores que nos sumergieron en las peores miserias, entre ellas, este maldito virus...
La gente comenzó a trasmutar en seres deformes que se desplazaban por las calles propagando la virulencia a los demás ciudadanos, luego fallecían en cuestión de días. Comenzaron a sitiar, aislar y contener, pero nada servía realmente. Pronto, Las Cinco Potencias comprendieron que todo era más peligroso de lo que pensaban y decidieron esconderse como ratas en un búnker protegido e impenetrable en donde estarían a salvo hasta que se hallara la cura. Pero eso fue hace mucho tiempo atrás.
Fui seleccionado junto con mi división para participar en los experimentos del doctor Boris Voronin —un idiota patentado con veinte doctorados y la empatía de una cucaracha— él era quien nos usaba como conejillos de indias para probar la reacción de nuestra sangre a los diferentes sueros que derivarían en la cura.
El muy cretino era un sádico que no se contentaba con pincharnos como un alfiletero sino que, además, investigaba con nosotros los resultados de sus otros proyectos. «Serán una raza nueva y poderosa», nos decía. Así sucedió que muchos de mis colegas fallecieron al no poder soportar tales ensayos, otros se volvieron agresivos y potenciales peligros y, finalmente, quedé yo, convertido en un súper soldado con poderes sobrehumanos e, irónicamente, también el único capaz de resistir a los efectos del suero y hacer que funcionara como la vacuna que salvaría a todos.
El tiempo pasó y todo fue de mal en peor. Tenía treinta años cuando decidí que habían sido suficientes pruebas y me escapé ayudado por Shioban y Garry. Desde entonces, Las Cinco Potencias quieren mi cabeza en una bandeja y, por supuesto, mi sangre para recrear la cura y así salvarse, pero no les daré el gusto de atraparme. Por eso llevo tres años huyendo de ellos, hasta hoy.
—Shioban, ¿me escuchas?
La estática me obliga a quitarme el intercomunicador de mi oído derecho. Shioban está fuera del área de comunicación, pero estoy seguro de que Garreth y ella están a salvo, de lo contrario, habría recibido la señal que planeamos en caso de que los descubrieran.
Sigo corriendo, ahora dependen de mi. Al fin estoy frente al búnker; una fortificación que resguarda a Las Cinco Potencias, pero que voy a convertir en un montón de cenizas en apenas unos momentos.
Me aferro con fuerza a ambas manijas de acero de las puertas y canalizo toda mi energía hacia mis brazos para tirar de ellas y doblarlas con facilidad. Ingreso y escucho varios soldados correr en mi dirección y comenzar a dispararme; nuevamente, utilizo el poder de mi fuerza expansiva para expulsarlos hacia cualquier lugar y liberar mi camino. Esto se repite varias veces hasta que ya no quedan soldados ni balas que expeler.
Sólo se interpone una última puerta entre los Cinco y yo. Lanzo una patada a aquella puerta y esta sale despedida con fuerza hacia el interior de la habitación en donde se encuentran.
Intentan negociar conmigo, endulzando promesas y ofreciendo todo cuanto yo podría desear... Pero un trato con cualquiera de Las Cinco Potencias sería un trato malogrado, ya que la tentación de ganar sería siempre una ilusión, y nunca te saldrías con la tuya. ¡No, gracias!
Cierro mis puños, la candoluminiscencia en su cara interna acrecienta el calor en mi interior, me alisto para provocar una ignición de proporciones bíblicas.
Garry me explicó hace unos años que la guerra no sólo provocó el virus, sino que, además, hizo que el suelo de las Cinco Pangeas cuadruplicara la cantidad de gases combustibles, lo que significa que si no moríamos por el virus, de todas maneras, podríamos morir por una inminente combustión. Posiblemente, de ser así, yo sería el único y último hombre sobre la Tierra. Fue entonces cuando comenzamos a crear un plan de contingencia en donde protegeríamos a todos los humanos que aún no habían contraído el virus y los mantendríamos a salvo hasta que todo hubiera terminado. Lamentablemente, quienes ya lo hubieran adquirido, no sobrevivirían a esta nueva selección natural que teníamos planeada.
Mantuve los ojos abiertos mientras lanzaba una vez más una onda expansiva, pero esta vez dejando que mi aura incandescente se volviera la chispa que desataría el infierno en la Tierra, literalmente, logrando así que lo gases se activaran y cada resquicio del planeta se incendiara volviendo nuestro hogar un nuevo sol. Debía mantenerme al máximo de mi poder durante el tiempo suficiente para que los gases recibieran el calor necesario para explotar y calcinar todo ser vivo que no estuviera protegido.
Yo sería esa catástrofe que conllevaría a la desaparición de más de la mitad de la especie humana, pero también sería su salvación cuando les diera a los supervivientes mi sangre para mantenerse a salvo e inmunes.
«Wendell, ¿sigues ahí?»
La voz de Garry irrumpió en uno de mis oídos después de largo rato.
«Ya puedes detenerte. Lo has logrado, el planeta vuelve a estar a salvo.»
A salvo... Qué palabras tan irónicas. No salvé a todos, realmente. Acabé en minutos con Las Cinco Potencias y con casi todo el resto del mundo. Sí, las nuevas generaciones estarán a salvo, pero... ¿valía la pena salvarlos así? Sólo me queda la tranquilidad de que ya no seremos rehenes en este mundo y volveremos a recuperar nuestra libertad. Ahora sólo nos resta reiniciarnos y buscar el bienestar común. Sin guerras ni liderazgos estúpidos, sólo nosotros y la adaptación.
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