Prólogo


Calor.

Mucho calor

Fuego.

Desesperación.

Gritos.

Gritos, retumbando en mis oídos con fuerza hasta casi reventar los tímpanos. Sentidos nublados, distorsionados por el fuego. La sala de menesteres convertida en un infierno. Jadeos agonizantes, tan lastimeros que me erizan la piel. La cara de Vicent, desfigurada y las llamas envolviéndolo ≤¡Grabbe!> El grito que jamás me abandono, el sudor empapando la frente y el instante preciso que aquel estante cayó.

El sonido estridente que me aplasta la mano izquierda, el dolor agonizante de la piel ardiendo hasta quemarse, y el grito delirante que casi me lleva a la inconsciencia.

Recuerdos difusos de su silueta acercándose mientras movía su varita con habilidad, el color negro invadiendo la visión, casi al instante que el alivio me embarga cuando el cimiento es retirado. Lo sé porque ya no siento el peso ardiente que me obligaba a gritar.

Negro.

Gris.

Zumbidos.

Gritos.

Gritos que me jalan a la realidad y donde su rostro choca con mis ojos y sus labios se mueven para susurrar algo que no logro comprender. Quiero protestar de nuevo pero nos labios se sellaron y la inconsciencia me envuelve con ímpetu, aún así lucho por mantenerme conciente, me resistía lo más que podía.

¿Mis amigos?

La pregunta no abandono mi garganta, impotencia crece en mi y gruño,o jadeo, de repente grito, o tal vez todos juntos . Sus manos buscan ni cara para sostenerme mientras habla. No es mucho lo que escucho, quizás es poco lo que entiendo pero es lo suficiente para que con la mano derecha, esa que no me arde como los mil demonios, toque la suya con desesperación.

── Estarás bien Draco. Estarás bien.

Decido creerle. Atarme a aquella oración para poder ceder ante el dolor que me consume y caer en un abismo tan negro y árido que me lleva de nuevo a la realidad.

Entonces despierto.

Sudoroso con el pulso desenfrenado, la boca seca hy resoplando como un animal herido. Me inclino en el colchón hasta recostarme del espaldar de la cama para obtener una posición cómoda y alcanzar el vaso con agua de la mesilla. Bebo tan rápido como lo permite la adrenalina que desprendo, h entonces mi mirada enfoca la apariencia de la mano izquierda, esa que sostiene el artilugio, suelto el vaso por la impresión para después comprender que no solo ha sido una pesadilla, que es la realidad. Mi realidad.

Comprendo que paso conmigo que no solo es una pesadilla recurrente la que me agobia. Cuando la realización de los hechos me golpea trastabillo hasta que logro estar de pie buscando llegar al baño.

Cuando el agua choca contra mi cara suelto el aire que hasta esos momentos me doy cuenta que estaba reteniendo, y la convulsión llega tan repentina y repetitiva como las noches anteriores, como los días pretéritos. Esos que pasaron en semanas hasta convertirse en meses y luego en años, y después paro, con irá e impotencia.

Yo no soy así.

Ya no soy un chiquillo.

Debo dejar de tener miedo.

Ya ocurrió.

Ya no se revivirá.

Ya pasó.

Y entonces pasa, grito con fuerza.

Grito tan fuerte como lo permiten mis pulmones y después me dejó caer en una esquina esperando el amanecer como cada madrugada donde mi pasado me atormenta.

Raramente soy conciente del daño que tengo en el interior.

Raramente reconozco lo jodido que estoy.

Raramente recuerdo el fantasma de lo que fui en mi época de chiquillo.

Raramente me atrevo a afrontar la marca que me cubre el dorso de la mano y parte del antebrazo.

Raramente dejo de pensar en ella. Ojos marrones, cabello castaño, labios rosados y esperanza.

Ese fatídico día ella significo eso. Esperanza... Mi esperanza.

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