Capítulo 2: Correteos
Las ratas son criaturas increíbles. Siempre buscan algún resto que roer, o algún trozo de basura que llevar a su guarida, pero también son capaces de ser amaestradas. Dales un poco de comida y harán lo que sea por ti, desde piruetas a pequeños robos, y cuanto mayor sea el tamaño de la rata, mayor será lo que puedan robar.
El correteo de las ratas se hizo más notable, a medida que las pequeñas y rechonchas figuras surgían del suelo. Con movimientos rápidos y sigilosos, una de ellas se acercó al durmiente niño, al cual, sin saber por qué, algo en él lo hizo despertarse, alzando ligeramente la cabeza con los ojos entre abiertos. Antes de que pudiera procesar los dos ojos pequeños y brillantes que observaban o de pudiera preguntar que ocurría, un polvo extraño voló de la mano del enano, impulsado por el soplo de este, e impactó sobre el rostro del infante. Inmediatamente Kuro volvió a caer presa del sueño, sin hacer más ruido que el de su cabeza cayendo sobre la almohada.
- ¿Seguro que es este?- Preguntó uno de los pequeños hombres con sombrero de madera.
- Sí, es el que quieren los monjes.- Respondió el que había tirado los polvos.
- No entiendo por qué tenemos que jugarnos el pellejo metiéndonos en esta hacienda cuando hay montones de niños por ahí.- Dijo un tercero mientras cargaba al niño a su espalda.
- El por qué lo quieren no nos incumbe. Vamos.-
Las tres ratas salieron del edificio por el mismo lugar que habían entrado, saliendo al estanque exterior donde resonaba el rumor del agua y el canto tranquilo de los grillos, donde se reunieron con otra rata para terminar de formar la plaga.
- ¿Lo tenéis?- Preguntó el de fuera.
- Sí. Oye ¿Dónde está tu comp -
Antes de que terminara de hablar, una sombra atravesó el aire en caída, atrapando a una de las ratas en un abrazo mortal. Ambos dieron un par de vueltas por el suelo antes de que el desdichado se quedara con la espalda contra la tierra y una espada atravesándole el gaznate, sin que pudiera siquiera emitir un gruñido. Las otras ratas miraron conmocionadas como la figura de un shinobi se ponía de píe tras empalar a su camarada, solo para que un instante después sus ojos de bestia, de iris amarillo brillante, se clavaran en ellos como si fuera una lanza que les atravesaba el alma.
- ¡Mierda, un shinobi!- Uno de las ratas trató de sacar su cuchillo.
Otra rata que tenía las manos libres sacó su cuchillo, lanzándose en un salto contra el shinobi con la intención de atravesar su cuello. Sin embargo, Lobo alzó la espada y desvió sin esfuerzo el ataque, lanzando al enano hacia atrás y haciendo que perdiera el equilibrio, lo que lo dejó expuesto a una rápida estocada al cuello. Lobo desvió el cuchillo que otra de las ratas lanzó contra él, pero se dio cuenta de lo que tramaban cuando el que llevaba a Kuro giró sobre sus talones y echó a correr hacia la pared del recinto. Sin pensarlo, Lobo corrió en su persecución, esquivando la cuchillada de la otra rata con un salto y utilizando su cabeza como apoyo para impulsarse hacia el fugitivo.
- Condenado perro.-
El enano lanzó una nube de color verde, intentando nublar la vista de su perseguidor. Sin embargo, la hoja de la espada atravesó la nube, la tela y el pecho del asesino, haciéndolo escupir una mancha de sangre junto con su último aliento.
Lobo extendió sus brazos para atrapar el cuerpo caído de su señor, atrapándolo al vuelo. Miró su rostro dormido, tranquilo y sin una mácula. Todo lo que ocurría parecía no alterar la paz que reinaba en su mente. Lobo apoyó al niño contra las maderas del edificio para luego girarse hacia el último asesino. El pobre desdichado temblaba ante la presencia del hombre que había asesinado a todos sus compañeros como si fueran hormigas. El pánico se apoderó de él, haciendo que sus piernas se movieran frenéticamente para huir, solo para ser derribado por una piedra tirada por su perseguidor. Al girarse, Lobo aplastó su pecho con un pie, obligandolo a permanecer tumbado.
- No creas que vas a salir con vida. Dime quien te manda.- Dijo Lobo apuntando su espada al cuello del enano.
Sin embargo, en pocos segundos, la cara del asesino cambió del miedo a la sorpresa, y de la sorpresa a una sonrisa maligna.
- Tu eres el que no va a salir con vida.- Dijo con una pequeña risa.
Lobo no entendió sus palabras hasta que una punzada de dolor le llegó al pecho. El aire le faltaba, su cabeza daba vueltas, su cuerpo tenía calor y su fuerza se desvanecía. Aprovechando esto, el asesino escapó de la presión, desequilibrando al shinobi para luego lanzar una puñalada a su costado. Lobo sintió el acero morder su carne, atravesando la tela y la cota de malla, dirigiéndose a sus órganos. Aprovechando que el dolor era mitigado por el veneno, lanzó una patada hacia el estomago de su enemigo, sintiendo como el cuchillo salía de su carne con la misma agresividad con la que había salido, lo que le hizo apoyar una rodilla en la fría tierra mientras su mano se manchaba de sangre.
- Realmente eres terco, chico. Ese veneno mataría a un hombre adulto en cuestión de segundo, pero tu pareces resistir.-
Lobo lo miró reírse. Había cometido un error grave, pero no podía dejarse vencer por algo así. Tenía que proteger a su señor a toda costa.
- No creas que esto me va a pararme.- Dijo Lobo mientras resoplaba, sintiéndose cada vez más cansado.
- De quien deberías preocuparte ¡Es de él!- Dijo el asesino.
Lobo vio como lanzaba un cuchillo, pero comprendió con horror que él no era el objetivo. Acumulando las pocas fuerzas que tenía, Lobo se impulsó hacia su señor, aún dormido, usando su propio cuerpo como escudo para parar el proyectil. La afilada saeta se clavó con ira en su hombro, haciéndole soltar un gruñido de dolor. Trató de erguirse con dificultad, sintiendo como las piernas le fallarían en cualquier momento. Vio como el enano corría y saltaba, abalanzándose como un carroñero sobre una presa herida.
Pero una rata no es nada contra un lobo.
- ¡No lo toques!- Gruñó Lobo.
Antes de que el asesino pudiera percatarse, Lobo desató dos potentes cortes en el aire, creando la ilusión de un remolino y cortando por completo la garganta del enemigo. El desdichado cayó muerto al suelo, mientras las pocas fuerzas que le quedaban al shinobi se desvanecían como la nieve en verano, dejándose caer contra las maderas de la casa. Miró a su lado, hacia su señor, quien por fin empezaba a despertarse. La mirada confusa y adormilada del niño se cruzó con los cansados ojos de su shinobi, quien esbozaba algo parecido a una sonrisa tranquila.
- ¿Lobo? ¿Qué ocurre?- Preguntó Kuro.
- No se preocupe, mi señor. No pasa nada.- Dijo Lobo con la respiración cansada.
Al girarse hacia el otro lado, comprobó como pequeñas luces se acercaban, acompañadas del lejano murmullo de personas angustiadas. "A buenas horas" fue lo único que pudo pensar antes de que la oscuridad del cansancio lo hiciera perder el conocimiento, dejándose envolver por la oscuridad.
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Calidez, humedad y un ligero aroma agradable. Fueron las primeras cosas que los sentidos de Lobo captaron cuando su conciencia volvió a su cuerpo, pero su mente rápidamente notó que uno de los elementos desentonaba. La calidez era por las velas que iluminaban el interior de la habitación, la humedad del paño sobre su frente, pero aquel aroma no le era conocido. Desde que inició su servicio, había identificado y memorizado todos los olores de la hacienda, desde el más imperceptible hasta los que se olían a kilómetros, pero ese aroma no era uno de ellos. Parecía un perfume elegante, llevado seguramente por las damas de la corte o de las señoras de los clanes más poderosos ¿Pero que hacía una gran dama junto a un shinobi que no conocía?
Sus ojos se abrieron lentamente y de forma pesada, distinguiendo las tablas de madera del techo, y percibió un movimiento a su lado. Su mirada borrosa fue afinándose poco a poco hasta que pudo distinguir el rostro de la persona a su lado. Era hermoso. El rostro claro y blanco de una mujer de talante amable y elegante, que cambiaba con silencioso esmero los vendajes de su costado. Sus ojos verdes se centraban en su labor, mientras su pelo negro, recogido en un moño, dejaba caer algunos mechones sobre su frente y sus sienes. Sus manos finas y gráciles se ocultaban parcialmente en las largas mangas negras de su abrigo, el cual cubría su kimono morado.
Lobo la observó durante algunos segundos, anonadado por su belleza y con la mente aún nublada por el despertar. El aire salió de sus pulmones hacia su boca para formular la pregunta que rondaba en su confusa mente.
- ¿Quién sois?-
Con un ligero sobresalto, la mujer giró su mirada hacia su rostro, para luego cambiar la sorpresa por una sonrisa amable y cálida. Como si se tratara de un relámpago, una imagen fugaz cruzó la mente de lobo, mostrando otra sonrisa en el rostro de otra mujer, pero tan similar a la que aquella mujer le dedicaba.
-Oh, estáis despierto. Me llamo Emma, y soy médico.- Respondió la mujer con voz tranquila y melodiosa.
- Emma.- Repitió Lobo, recordando el hecho de que su presencia había sido un tema de conversación.
De repente, un pensamiento brilló en la mente del shinobi, poniendo todo su cuerpo en alerta.
- ¡Lord Kuro!- Exclamó intentando erguirse, solo para que un intenso dolor lo detuviera a medio camino.
- ¡Por favor, no intentéis levantaros! Vuestras heridas aún no han sanado del todo.- Dijo Emma mientras lo ayudaba a volver a tenderse.
- Debo ir con mi señor.-
- Lord Kuro se encuentra bien. De hecho, mi maestro ha estado algo ocupado intentando mantenerlo fuera de la habitación. No quería dejar vuestro lado.- Dijo Emma con una sonrisa, recordando el tierno momento.
Apenas terminó de decir aquellas palabras, la puerta de la habitación se abrió, dejando entrar al niño que había salvado. Tras él iba un hombre algo entrado en años, con una cara ensombrecida por la barba y bigote de pelo oscuro bien afeitado.
- Lo siento, Emma. He intentado mantenerlo fuera, pero es complicado cuando tiene casi la misma autoridad que su tío.- Dijo el hombre con rostro cansado y derrotado.
- No se preocupe, padre. Ya ha despertado.-
Emma entonces se levantó con cuidado, dejando paso al joven señor que ocupó su lugar para luego salir junto a su padre de la estancia.
- ¿Te encuentras bien?- Preguntó Kuro mientras se arrodillaba.
Lobo se limitó a asentir con un gruñido.
- Debo darte las gracias. Me has protegido con valor, incluso a costa de tu propia seguridad.-
- Hice lo que debía hacer, no tiene que agradecerme.- Fue toda la respuesta que dio el shinobi.
Kuro suspiró ante la habitual actitud estoica de Lobo, para luego cambiar su expresión a una sonrisa.
- En ese caso, espero que entiendas que lo que debes hacer ahora es recuperarte pronto para poder seguir con tu labor.-
- Estaré bien en unos días, no tardaré en volver.-
- Lord Dogen ha dicho que necesitarás como mínimo cinco semanas hasta que estés recuperado por completo. No quiero que hagas nada imprudente hasta que Lord Dogen o Lady Emma hayan dicho que estás bien para volver al servicio.- El rostro de Kuro cambió a uno más serio.
- Mi señor, mi deb.. - Intentó protestar Lobo.
- ¡Es una orden! Quédate y descansa.- Kuro exclamó mientras frunció el ceño mientras decía estas palabras.
Lobo solo pudo asentir ante aquellas palabras, mientras notaba lo mucho que había cambiado. Seguía siendo un niño, pero empezaba a convertirse en todo un señor. Sin embargo, un ligero trazo de amargura, casi indescriptible, tiñó su mirada, deseando que aquella inocencia de la infancia le pudiera durar algunos años más.
Sin que ellos lo supieran, una enorme sombra se cernía sobre el edificio, y los ojos de un ave rapaz miraban con disgusto y malicia aquel escenario.
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Aquí está el segundo capítulo del fanfic de sekiro. Siento haber tardado tanto, pero el final del trimestre me ha tenido muy ocupado. Dentro de poco seguiré con este fanfic y con el resto de mis proyectos.
Espero que os haya gustado.
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